Melanie Harper quiere disfrutar de unas merecidas vacaciones antes de enfrentar su dura realidad y tomar una decisión que afectará, sin duda, el resto de su vida, sin embargo, no contaba con que Conor Sullivan apareciera en su vida, y la hiciera vivir todas las aventuras que alguna vez soñó con experimentar.
Conor Sullivan guarda un secreto, es el Capo de la mafia Irlandesa, pero no dejará que Mel se aleje de él por su trabajo, antes peleará con la misma muerte de ser necesario.
Porque si encuentras a la persona que te hace feliz tienes el derecho a hacer lo que sea para conservarla a tu lado, incluso si aquello implica que sangres.
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Suerte
Conor Sullivan
–No te rías –me advierte la mujer mientras lucha por ponerse de pie. Luego de unos segundos de estabilidad comienza a patinar sobre sus zapatillas.
Divertido me bajo de mi caballo de un salto y tomo su mano antes de que vuelva a caer. Tiro de ella hacia mí y la saco del enorme charco de barro.
Suelta mis manos y grita, pateado al suelo al mismo tiempo, como una niña teniendo una pataleta.
Reconozco el auto y sonrío.
–Pensé que Tonny nunca podría arrendar esa cosa –digo–. Supongo que acabo de perder una apuesta.
–¿Conoces al pervertido del rentacar?
–Claro que lo conozco, este es un pueblo pequeño. Todos nos conocemos. ¿Estaba viendo la película con la chica disfrazada de vampiro?
Mira al cielo, tratando de recordar. –No vi ningún disfraz de vampiro, estaba desnuda. Pero creo que uno de los hombres tenía una sotana de cura.
–Ah, esa es la parte dos. Mucho mejor que la primera.
–Si tú lo dices –devuelve limpiando su rostro con la manga de su camisa, revelando a una hermosa mujer con ojos celestes y una boca preciosa–. ¿Crees que Tonny pueda perdonar lo que le hice a su auto?
–No lo creo. Es muy aprensivo con este auto en particular.
–Mierda –masculla mientras limpia su cabello, el cual es de un hermoso tono rojo–. El imbécil me dijo que no tenía seguro. Voy a tener que chupársela –se lamenta y yo me río–. No es gracioso –dice y luego comienza a reír de forma histérica–. No se suponía que fuera así, ¿sabes?
–Te refieres a caer por el barranco.
–Todo esto –dice elevando las manos al cielo–. Este auto, Tonny, el barro y mi pie –se queja haciendo una mueca.
Me acerco a ella, la tomo de su cintura, sin pedir permiso, y la siento sobre el lomo de mi yegua.
–Quieta.
–No pensaba moverme –devuelve agarrando con sus manos la silla de montar.
–No te hablaba a ti, le hablaba a Niki–. Comienza a mirar a todos lados–. Mi yegua –le aclaro–. ¿Qué pie te duele?
Apunta el derecho.
Saco su zapatilla y su hermoso rostro se arruga.
–Esto no se ve bien –digo cuando saco el calcetín blanco y puedo ver la punta de su pie roja.
–No debí patear el auto.
–Por supuesto que no –digo mientras paso mis dedos con delicadeza por el dedo gordo del pie, el cuál parece inflamarse con cada segundo que pasa–. Generalmente no es una buena idea patear algo de metal.
–Fue la rueda –replica–, pero imagino que tienes razón.
–Necesitarás dejar el pie en alto y descansar.
–Genial, dime dónde puedo encontrar un hotel por aquí –dice molesta mirando a su alrededor–. No hay nada.
Muerdo mi mejilla para no reír, cuando se enoja se ve muy graciosa.
–No hay hoteles.
–¿Cuánto mides? –pregunta mirándome con la boca abierta.
Se baja del caballo sin avisarme, saltando sobre su pie bueno.
–Yo mido un metro sesenta y nueve y parezco un duende a tu lado –dice tocando la parte de mi pecho que coincide con la altura de su cabeza–. Nunca pensé que me sentiría tan poca cosa a lado de alguien. ¿Eres jugador de baloncesto? –pregunta–. Tu cara me es muy conocida.
–No lo soy –digo y la miro atentamente–. Santa mierda, eres Melanie Harper –declaro cuando la reconozco.
Coloca su mano sobre su frente y suspira.
–Pensé que en este lado del mundo nadie me reconocería.
–Eres la que denunció el escándalo del partido demócrata en Estados Unidos, gracias a Leo.
–¿Leo?
–Ya sabes, el ahora presidente.
–¿Conoces a Leo Saviano? –pregunta mirándome con más detenimiento–. Tu cara me suena de algo, pero no puedo situarla.
–Conozco a su hermana –contesto sin dar más explicaciones.
–Juraría que te he visto antes –dice y sus ojos se estrechan–. Mierda, eres Conor Sullivan, el hombre que fue buscado por la INTERPOL. Te tendieron una trampa, lo recuerdo –dice golpeando la cima de su cabeza–. Nunca olvido una cara.
–Eso fue hace años.
–Nunca olvido una cara –repite con una enorme sonrisa–. ¿Sabes dónde hay un hotel cerca? Ni siquiera tiene que ser un hotel, puede ser una cabaña.
–Lo siento, no hay nada cerca –digo y la vuelvo a subir a Niki–. No puedes estar de pie.
–Esto no puede estar pasando –se queja y luego sus ojos vuelven a los míos–. ¿Vives cerca?
Niego con mi cabeza y sonrío. –Lo siento, Mel, pero no.
–Pero tienes que ir hacia un lugar, ¿no?
–No en realidad. Estoy llevando a pastar a mis vacas por mis terrenos, estoy a más de un día de distancia, en caballo, de mi casa.
Cubre su rostro con sus manos y niega con la cabeza.
–Eso es todo, me quedaré varada en medio de la nada.
–Tranquila, mañana puedo llevarte, pero primero tengo que dejar que mis vacas se alimenten. Cerca de mi casa no hay pasto tan tierno como aquí. Puedes dormir en el coche.
–Huele a tabaco rancio –se queja.
–Pero es mejor que dormir a la intemperie.
–¿Y tú cómo lo haces?
–Estoy acostumbrado a esto –respondo–. El frío no me afecta como lo hace con los demás.
Me saco la enorme chaqueta, que heredé de mi abuelo, y la coloco sobre ella.
–Es de piel de oveja, te mantendrá cálida –digo casi esperando que la deje caer. Muchas mujeres no soportarían tocar algo que se haya hecho con un animal.
–Gracias –susurra y se abraza más a ella–. Mi papá tenía una, siempre se la quitaba cuando quería estar acostada sobre el césped mirando las nubes. Imagino que podría irme peor.
Le paso un sándwich con carne de pavo y mayonesa y una botella con agua.
–Aliméntate –ordeno–. Necesitarás la energía para pasar la noche.
Le da un enorme mordisco al sándwich y comienza a hacer el ruido más tierno con su boca.
–Esto está delicioso –celebra sin dejar de comer–. Tienes para ti, ¿verdad?
–Sí –miento.
No seré el hombre que le quite la única alegría que le queda.
–¿Qué hace una mujer como tú aquí? –pregunto con curiosidad mientras me siento sobre el tronco de un árbol caído.
–¿Qué quieres decir? –pregunta entre mordiscos.
–Eres periodista y en estos lugares nunca pasa nada. Lo sabes, ¿verdad?
–En todas partes pasa algo, Conor –devuelve con suficiencia–. Solo hay que saber prestar atención. Vas armado –agrega sorprendiéndome–. Algo común para un ganadero, pero no una Magnum como la que llevas. Una escopeta, claro, pero una Magnum –dice mirando mi bolso que está sobre la silla de montar–. Y una Glock en tu cinturilla –continúa–. Un poco extravagante para un ganadero. Pero, además, sé que no eres un ganadero, eres un empresario. Has estado en la lista Forbes en varias oportunidades. Así que o estás huyendo de algo, para estar en medio de la nada, o bien estás huyendo de ti mismo –termina mientras sigue comiendo.
–Eso no es verdad.
–Ningún hombre rico como tú llevaría él mismo su ganado a comer. No insultes mi inteligencia.
–Está bien –claudico y escondo la Glock bajo mi camisa. Error de principiante, olvidé esconderla cuando saqué mi chaqueta, y por supuesto no esperaba que Melanie fuera tan observadora–. Me gusta estar sin ninguna persona alrededor. A veces necesito el espacio y el silencio para poder escuchar mis propios pensamientos. Pero no estoy huyendo de nadie. No soy un cobarde.
Se encoge de hombros y sigue comiendo.
–Eso no significa que haya una historia aquí –insisto.
–Al menos no una interesante –devuelve–. ¿Cómo conociste a la hermana del presidente? Ella es muy reservada.
–Soy el mejor amigo de su esposo.
–¿Qué puedes decirme de ellos?
–Absolutamente nada –respondo de inmediato.
El rostro de Melanie se ilumina con una sonrisa, y yo me quedo viéndola como un idiota. Es una mujer muy bella.
–Eso quiere decir que hay mucho que contar, pero sabes que no debes hacerlo delante de mí. Qué pequeño es el mundo, ¿no?
–Demasiado –digo mientras observo como el sol comienza a despedirse en el horizonte–. Encenderé una fogata, alejará a los mosquitos.
Mientras busco leña, sonrío. Quise alejarme de las mujeres, que están esperando ilusionadas a que me case con ellas, gracias a los dichos de mi abuela, quien no deja de comentar, a cualquiera que quiera escucharla, que estoy ansioso por comprometerme, y sin embargo aquí estoy.
Atrapado en medio de la nada con la mujer que menos esperé.
La deliciosa pelirroja que ha alimentado mis fantasías en noches de sequía.
Creo que la suerte está de mi lado hoy.