Luego de la muerte de su amada esposa, Aziel Rinaldi tiene el corazón echo pedazos. Sumido en la desesperación y la tristeza lo único que le queda es convertirse en el hombre respetado y admirable que su padre esperaba de él. Hasta que un día su mejor amigo, al borde de la muerte le confiesa un secreto que cambiaría todo el rumbo de su vida.
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Capítulo 2
En la soledad de la sala, solo iluminada por el débil resplandor de una lámpara, Aziel Rinaldi acariciaba su anillo de bodas. Este gesto, casi sin darse cuenta, se había vuelto habitual en momentos de profunda reflexión, siendo lo único palpable que le quedaba de ella. Los recuerdos de la muerte de Steve regresaban a su mente con una claridad perturbadora: el miedo evidente en los ojos de su antiguo adversario, y su voz suplicante pidiendo clemencia, formaban un marcado contraste con la fría determinación que Aziel había mantenido para acabar con él.
En ese momento de reflexión, Josué, uno de sus empleados más fieles, un hombre alto, moreno y de pelo oscuro, entró al estudio sin hacer ruido, casi sin llamar la atención.
—¿Quiere que llame una acompañante para usted esta noche? —preguntó con la discreción que había perfeccionado a lo largo de los años.
—No, no esta noche —respondió Aziel, de manera directa, dejando claro que no quería seguir hablando del tema. Josué entendió de inmediato, asintió y se fue tan silenciosamente como había llegado.
Aziel, solo de nuevo, se sirvió una copa de vino, sumergiéndose en sus pensamientos. Recordaba las palabras de Steve, dichas con un tono de menosprecio que aún retumbaba en su cabeza: "Nunca fuiste un líder digno. Rompías todas las reglas, siempre estabas de fiesta en Kenia, y antes de conocerla, eras el peor de los mujeriegos. Eso no te hace un líder, te hace un impostor. Por eso nunca te vi como tal."
Esas palabras duras tenían algo de cierto, algo que Aziel no podía negar del todo. Habían tocado un punto sensible, mostrando no solo cómo Steve lo veía, sino también las propias inseguridades de Aziel sobre su liderazgo y las decisiones que había tomado. En el silencio, con la copa en mano, solo podía sentir desprecio por el recuerdo de Steve.
La interrupción de Josué en el estudio, llevó a Aziel a una tensión palpable que resonó incluso después de que se hubiera ido. Las noticias de los problemas en cierta área eran preocupante, pero lo que vendría a continuación era algo que Aziel no podría haber anticipado.
—Señor Rinaldi, hay dificultades en el área B, ya se mandaron refuerzos, solo le aviso no es necesario que vaya —dijo Josué, su voz ansiosa daba un mensaje contrario.
Aziel, perdido en pensamientos oscuros, apenas asintió. Josué, comprendiendo la gravedad de la situación, se retiró, dejando a Aziel solo.
Mientras tanto, en el lugar, Marco se dirigía confiado a su automóvil, creyendo que el caos de la noche había quedado atrás. La quietud que lo rodeaba no era más que un espejismo, roto brutalmente en el momento en que metió la llave en la puerta, la explosión fue inmediata y devastadora, una bola de fuego que iluminó la noche y sacudió el suelo bajo sus pies.
Fue lanzado por los aires, mientras que el carro se tornó un espectáculo de fuego y destrucción que se estrelló contra el asfalto con un estruendo ensordecedor. Marco, sufrió el impacto total de la detonación. Aunque la muerte no lo reclamó, las heridas que sufrió lo dejaron al borde de la inconsciencia, luchando por aferrarse a la vida en medio de las llamas que consumían lo que quedaba de su coche.
El humo y el fuego se convirtieron en los amos de la escena, mientras las llamas devoraban el vehículo, dejando poco más que un cascarón retorcido y quemado. La explosión, claramente diseñada para matar, había enviado un mensaje inequívoco, no solo a Marco sino a todos aquellos asociados con Aziel Rinaldi.
Cuando el teléfono sonó con urgencia. Al otro lado de la línea, una voz apresurada le comunicó lo inconcebible.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Rinaldi con voz firme.
—Es Marco... Ha sido atacado, está en el hospital ahora, su estado es crítico —la voz temblaba, cargada de miedo y ansiedad.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Aziel sintió cómo el mundo se detenía, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. Marco, su amigo más cercano y de confianza, quien había estado con él en los momentos más difíciles, ahora estaba peleando por su vida a causa de la violencia que ellos mismos habían provocado.
—¿Quién hizo esto? —la pregunta de Aziel fue cortante, su tono endurecido por la ira.
—No lo sabemos aún…
—Yo me encargaré de esto. —Aziel interrumpió, su decisión era firme, su voluntad inquebrantable.
Colgó el teléfono y se quedó de pie, mirando a través de la ventana, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía que este ataque no era un simple acto de violencia; era un mensaje, una declaración de guerra de sus enemigos. Y él respondería.
De inmediato, Aziel tomó acción. Llamó a sus colaboradores más confiables para que se reunieran en su estudio. Uno tras otro, llegaron rápidamente, llenando la habitación con una tensión palpable. Una vez que todos estaban allí, Aziel les contó lo sucedido, observando sus rostros mientras la sorpresa y el enojo se apoderaban de ellos.
—Esto no quedará así. Quien haya hecho esto pagará con creces —su voz era un rugido, lleno de furia pero también de dolor.
—¿Qué necesita de nosotros, señor Aziel? —preguntó uno de ellos, listo para seguirlo hasta el fin del mundo si era necesario.
—Necesito que encuentren al responsable. Usen todos los recursos a nuestro alcance. No importa lo que cueste, quiero encontrar al culpable. —Sus órdenes eran claras, y sus hombres asintieron, cada uno comprendiendo la gravedad de la situación.
—Lo haremos, señor. Marco es uno de los nuestros, y no descansaremos hasta que esto se resuelva. —La determinación en sus palabras era palpable, un eco del sentimiento que ardía en el corazón de Aziel.
Con eso, el grupo se dispersó, dejando a Aziel solo. Se acercó a su escritorio, tomando un momento para recolectar sus pensamientos. La venganza llenaba su mente, pero también el recuerdo de los momentos compartidos con él, de las batallas que habían enfrentado juntos.
En cada uno de sus momentos difíciles él había estado ahí, dándole consuelo a su manera.
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