Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
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8. voluntad de hierro
...SEBASTIAN:...
Lo que tenía en los pantalones ya estaba otra vez erguido.
— No sabe lo que dice — Gruñí, tratando de huir.
— Pensé que era un buen hombre — Dijo y me detuve, giré mi vista hacia ella.
— ¿Por qué insinúa que no lo soy?
— No voy a permitir que traiga a su amante aquí y que me deje de lado. Si quiere andar con su amante, entonces váyase para siempre con ella.
¿Estaba celosa de prima? Se cruzó de brazos y respiró agitado.
— Señorita Emiliana, esos dos eran mis primos.
— Si eran sus primos ¿Por qué no me presentó como es debido? No me dió mi posición de esposa — Su expresión se volvió más irritada.
— Usted huyó y no me dejó hacerlo, se comportó extraño.
— Para ser su prima, esos comportamientos con ella no me parecen correctos, son muchos más extraños que mi actitud — Me reclamó y me acerqué, retrocedió un poco.
— Ella fue quien me abrazó, resulta que Tiffany tiene un comportamiento muy indebido que sus padres no han corregido, no solo ella, también mi primo Alber es un completo desastre, así que no me tache a mí de ser igual sin conocerme — Apreté mi mandíbula, observándola desde mi altura, era muy delicada y su piel se veía suave.
Solo un beso ¿Qué podría pasar?
Observé esa boca rosa y redonda.
Ella se sonrojó — Es mi esposo y quiero que lo sea de forma completa, no deseo un matrimonio por apariencia, preferiría estar sola a tener algo así.
Parpadeé varias veces para volver a concentrarme.
— Usted y yo llegamos a un acuerdo, solo será un matrimonio por apariencia.
— Usted fue quien tomó esa decisión — Su ceño se frunció — Sin preguntarme si estaba de acuerdo.
— ¿Y ahora no lo está? Me dejó en claro la primera noche que jamás permitiría que le tocara ni un pelo — Gruñí, recordando ese momento, se estaba conformando conmigo porque su duque se casó, por eso no quería ceder.
— Sé lo que dije, pero... Estoy dispuesta a cumplir con mi deber y... A satisfacerle — Su voz se cortó y resoplé, fingiendo que no estaba ansioso por tocarla.
— Ni siquiera sabe lo que significa eso.
— No quiero que tenga amantes, así que estoy dispuesta a eso...
— ¿Cómo puede estar dispuesta si ni siquiera sabe que es lo que tiene entre las piernas y como se usa? — No pude evitar ser tan claro, es que ella hablaba de la misma forma, pensé que era una chica tímida y sutil, se veía reservada, pero ante mí era todo lo contrario, eso no me ayudaba en lo absoluto.
— Puede que no sepa con exactitud, pero cuento con que usted me enseñe — Elevó su barbilla, a pesar de que su piel se estaba tornando muy roja.
La evalué y se incómodo un poco.
— Las esposas no son para satisfacerse.
— ¿Por qué? — Se desconcertó — Las esposas y las amantes son mujeres, tienen lo mismo ¿Por qué no...
— El matrimonio es un enlace — Aclaré — Unirse es un deber para que vengas los hijos, en cambio con las amantes es muy diferente — Solo quería mantenerla lejos, no es que pensara con exactitud de esa forma, no miraba a Emiliana como una yegua de crías, tenía ganas de tocarla, de poseerla, de elevar su cuerpo y mostrarle como se podía disfrutar la unión.
— ¿Por qué es diferente?
— Porque los hombres tenemos otras necesidades, no solo nos acostamos para procrear, sino por... — Se me hacía un poco enredado explicarle y más al ver su expresión confundida, tratando de darle sentido a mis palabras — Es algo que nos hace falta con frecuencia, es para aliviarnos.
— ¿Aliviarse? ¿Cómo así?
Estaba perdiendo la paciencia.
— Los hombres necesitamos aligerar nuestra tensión — Dije, pero no parecía estar comprendiendo — Placer, necesitamos sentir placer carnal.
— ¿Qué es el placer carnal?
— No se puede explicar con palabras.
— ¿Por qué no se puede sentir eso con las esposas?
No supe que responder.
— Olvídelo, no es propio de una dama hacer ese tipo de preguntas — Corté, tratando de alejarme.
— Si, puede que no sea propio, pero usted es mi esposo, no me comportaré de esta forma con otro caballero — Se aproximó — Dígame ¿Una mujer también siente placer carnal?
— Sí — Estaba a unos segundos de tomarla.
— Si eso es así, entonces las esposas también pueden sentirlo.
— Sí.
— ¿Entonces por qué no pueden hacerlo con las esposas? ¿Por qué no pueden sentirse así entre si?
— Porque se casan por deber y no porque se deseen.
Ella se quedó pensativa.
— Entonces ¿Usted no me desea?
Me tensé, sintiendo una necesidad muy pesada.
— No, ni siquiera me gusta y yo a usted tampoco le gusto — Gruñí, de forma cruel y sus ojos perdieron un poco de brillo.
— Hágalo por deber — Dijo, ocultando su expresión — Consumar el matrimonio, para darle hijos.
— No le gustará nada que la toque, le dolerá mucho, sufrirá mientras lo hago. Ya tomé una decisión y nada me hará cambiar de opinión.
Empecé a caminar, pero me siguió y se atravesó.
— ¿Y entonces qué es lo que hace que se le agrande? — Señaló mis pantalones y me tensé, estaba tan endurecido que no podía ocultarlo.
— Deje de hacer eso.
— ¿Hacer qué?
— Deje de hacer esas preguntas — Mi voz se volvió gutural y más ver que su mirada no se despegaba de allí.
— Debe haber algo que haga que se ponga así...
Me acerqué y la tomé del brazo.
— Será mejor que deje sus intromisiones, lo va a lamentar — Gruñí, observando su rostro y sus ojos se abrieron mucho, esa boca se abrió y sus mejillas no dejaron el rico color rosa.
Me quedé quieto, sin soltarla y ella se movió, pegando su cuerpo al mío.
La calidez y su rico perfume no ayudaron en nada.
Se quedó quieta, evaluando la situación.
Su mirada se quedó en la mía.
Maldición, era muy hermosa.
— Me duele — Suspiró.
No comprendí, pensé que hablaba del agarre en mi brazo y lo aligeré.
— Lo siento, no quise apretarle tan fuerte.
— No... No hablo de eso...
— ¿Qué es lo que le duele?
— No duele mal, pero es incómodo. ¿Es el dolor del que habla? ¿Así me dolerá si me toma?
Me aparté a la fuerza, comprendiendo a lo que se refería.
Ella me evaluó extrañada.
— No vuelva a hablar del tema — Gruñí, caminando rápidamente, no pude evitar desviarme a mi habitación.
Cerré con llave y caminé hacia el baño.
Me bajé los pantalones y empecé a sacudirlo.
Emiliana estuvo en mis pensamientos, imaginar lo empapada que seguramente estaba, me hizo estallar rápidamente.
Ella también me deseaba, a pesar de no saber lo que significaba eso y de su inocencia, ella me deseaba y no sabía si podría aguantar más.
Eso significaba que ella estaba olvidando al duque.
Ya estaba decidido, la tomaría en la noche.
...EMILIANA:...
Lo observé marcharse y mi respiración seguía rápida, tenía calor y un extraño dolor entre mis piernas, una incomodidad.
Odiaba su actitud orgullosa, su firmeza al no querer cambiar de opinión. Lamentaba tanto ser tan cruel en un principio, porque Sebastian no quería nada conmigo, ni siquiera consumar el matrimonio.
Era un hombre muy decidido y al parecer estaba lejos de cambiar su palabra.
Yo no le gustaba ni un poco y él a mí tampoco, pero estaba sintiendo cosas en partes de mi cuerpo que nunca antes se proyectaron en mí, ni siquiera con Dorian, aún no comprendía bien, tal vez eso era lo que dolía al consumar, esa molestia entre mis piernas.
Sebastian no quería explicarme con detenimiento, siempre se tornaba incómodo y yo estaba cansada de ser tan inocente en esos temas.
Todavía me enojaba ver a esa mujercita de cabellos dorados y rizos a los lados de la cabeza abrazando a mi esposo.
Me indignaba que me desplazara en presencia de sus primos, como si yo no fuese importante.
No, no lo era.
No era importante para él, ni siquiera me quería como esposa y eso me llenaba de una sensación amarga.
Era tan duro conmigo.
Me entristecía y no comprendía porque.
Sebastian me odiaba y entendía sus razones.
El almuerzo y la cena fueron solitarios.
Sebastian no apareció en ninguno.
Ya estaba empezando a molestarme su lejanía, siempre una distancia, él tenía un muro a su alrededor y no quería que yo lo cruzara.
Me marché a mi habitación al anochecer, después de bañarme, colocarme mis ropas de cama.
Me senté frente a la cómoda y saqué las cartas de Dorian de la mesita.
¿Si esto fue amor? ¿Por qué se sintió tan diferente a lo que me estaba sucediendo con Sebastian? Con Dorian me sentí ilusionada, feliz, llena de paz, me hacía sentir hermosa con sus palabras, pero a parte de sentirme nerviosa, jamás sentí nada parecido a lo que me estaba ocurriendo, ni siquiera entendía el porque mi cuerpo se comportaba de manera distinta cuando Sebastian estaba cerca.
Escuché el ruido de la puerta y me giré.
Sebastian entró por la puerta interna, con el cabello revuelto, la camisa desabotonada y los tirantes de sus pantalones colgando hacia abajo, estaba descalzo.
Salivé ante la imagen.
Se veía muy guapo y me sentí muy nerviosa, mi cuerpo volvió a hacer de las suyas.
— Lord Sebastian ¿A qué vino?
Sus ojos estaban oscurecidos y la nuez en su garganta se movió.
— Será mejor que consumamos el matrimonio.
— ¿Por qué cambió de opinión?
Se lamió los labios — Porque no tiene sentido que tengamos un matrimonio incompleto, al fin y al cabo, viviremos juntos hasta la muerte.
No sabía la razón, pero le sonreí de forma genuina.
Me devolvió la sonrisa.
Mi corazón estaba latiendo muy a prisa.
— Entonces, dígame lo que tengo que hacer.
Desvió su mirada a la carta en mi mano y al resto esparcidos por la cómoda, quise ocultar de su vista pero se aproximó y me arrebató una.
Me levanté del banco — No, espere...
Mi mano se quedó suspendida en el aire cuando empezó a leerla.
— Son las cartas de Dorian...
— Ya veo — Gruñó, su voz se tornó amarga y me tensé.
— Yo solo las estaba mirando.
Despegó sus ojos de la carta, ya no había ese brillo.
— No tiene que darme explicaciones. Siempre he estado al tanto de sus sentimientos.
— Lord Sebastian... Yo...
La dejó en su lugar y empezó a abotonar su camisa.
Observé las cartas y luego a él.
— No, no es lo que cree... Por favor... — Me aproximé, tomando sus muñecas — No es lo que piensa.
— ¿Ah no? Esta es la razón por la que no podemos consumar nuestro matrimonio, por la que debo mantener las cosas así — Se zafó de mi agarre, su expresión era dura en mí — Usted siempre tendrá sus pensamientos en otra parte, en su duque, solo se está conformando conmigo porque no le queda de otra, porque él se casó con su hermana, pensé que lo estaba olvidando, pensé que lo superó, pero el que conserve esas cartas me da todas las respuestas.
Derramé lágrimas — No... No es así... Sebastian... Por favor... — Traté de tocarlo, pero se apartó — Usted es mi esposo...
— No sabe cuanto me arrepiento de aceptar este matrimonio.
Se marchó de la habitación.
Tomé las cartas y las rompí en trozos.
...****************...
No estaba.
Lord Sebastian no se encontraba en su habitación cuando fui a buscarlo y cuando amaneció tampoco se presentó en el comedor a desayunar.
— El señor no estará disponible hoy — Dijo la sirvienta.
— ¿Dónde estará?
— En su vivero.
Resoplé, frustrada.
Volvimos atrás, solo por las cartas.
— Quisiera cabalgar. Ordena a un lacayo preparar un caballo — Le dije a la sirvienta y ella salió del comedor.
Me levanté, muy disgustada.
Me coloqué mis ropas de montar y salí de la mansión, hacia los establos.
Cabalgué un poco por la propiedad.
¿Por qué tuve que involucrarme con el duque? ¿Por qué me ilusioné con algo que no podía ser? ¿Por qué fui tan estúpida como era rechazar a mi esposo solo porque juraba que él vendría a rescatarme?
Todo eso estaba pesando sobre mi matrimonio, pero yo no debía rendirme, tenía que lograr que mi esposo dejara de odiarme.