Júlia es madre soltera y, tras muchas pérdidas, encuentra en su hija Lua la razón para seguir adelante. Al trabajar como empleada doméstica en la mansión de João Pedro Fontes, descubre que su destino ya había sido trazado años atrás por sus familias.
Entre jornadas extenuantes, la facultad de medicina y la crianza de su hija, Júlia construye con João Pedro una amistad inesperada. Pero cuando sus suegros intentan reclamar la custodia de Lua, ambos deben unirse en un matrimonio de conveniencia para protegerla.
Lo que comienza como un plan de supervivencia se transforma en un viaje de descubrimientos, valentía y sentimientos que desafían cualquier acuerdo.
Ella luchó para proteger a su hija. Él hará todo lo posible para mantenerlas seguras.
Entre secretos del pasado y juegos de poder, el amor surge donde menos se espera.
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Capítulo 20
Ya hacía dos meses que Lua y yo vivíamos en la casa de huéspedes de la mansión de João Pedro, y puedo decir que, finalmente, nos habíamos adaptado. Poco a poco, la sensación de estar "invadiendo" un espacio que no era mío se fue disolviendo, dando lugar a una rutina tranquila.
El dinero que antes destinaba al alquiler ahora iba directo a la cuenta de ahorros. No era mucho, pero cada centavo guardado representaba un pedazo de seguridad para el futuro, principalmente con el regreso a la facultad marcado para el próximo mes. Ya pensaba en los libros, en las tasas, en los materiales. Sería difícil, pero por primera vez en años, parecía posible.
También economizaba en el transporte. Viviendo dentro del trabajo y con la guardería de Lua a solo dos cuadras de allí, todo se volvió más ligero. Podía llevarla por la mañana, ir a buscarla por la tarde, y aun así cumplir mis tareas con tranquilidad. La logística, que antes me arrancaba el aliento y el poco tiempo que tenía, ahora encajaba casi perfectamente.
Trabajaba más feliz. Sabía que el futuro ya no estaba cerrado en muros altos como antes. Ahora había brechas, nuevos caminos, nuevos matices. Podría graduarme, construir mi carrera y, sobre todo, dar una vida mejor a mi hija.
Sonreí al recordar que mi sueño nunca había sido la medicina. La verdad es que quería estudiar odontología. Pero en mi casa no existía la palabra "elección". Existía solo tradición, herencia, nombre. Entonces, me tragué el deseo y aprendí a que me gustara la medicina. Con el tiempo, fui descubriendo que cuidar de las personas, aliviar sus dolores, también tenía algo de bonito.
Y solo de imaginar la vuelta a clases, las horas en los laboratorios, las atenciones en las clínicas y puestos... mi corazón se llenaba de expectativa. Era como si, por fin, la vida me devolviera un pedazo de mí misma que creía haber perdido para siempre.
Y, esta vez, no sería para satisfacer a mis padres. Sería por mí. Y por Lua.
La ansiedad por el primer día de regreso a la facultad me acompañó desde el mes anterior. Casi no conseguí dormir, pensando en todo lo que estaba por venir: profesores, compañeros, pacientes en los puestos de salud... y también en cómo conciliaría todo con el trabajo y con Lua.
Pero João Pedro me llamó antes de que saliera.
— Júlia, necesito hablar contigo — dijo, con aquel tono firme, pero no autoritario. — Ya me he arreglado con Sobral para la organización de tus horarios. Tu trabajo aquí se adaptará a tus clases. No te preocupes por eso.
Sentí un alivio tan grande que los ojos casi se humedecieron. No tendría que elegir entre mi formación y el empleo. Respiré hondo, sonriendo.
— Gracias, señor. De verdad.
Él se acercó con una caja grande en las manos.
— Es un regalo, para que puedas retomar tus clases.
Mi corazón se disparó. Tomé la caja, medio sin gracia, y la abrí. Allí dentro, una bata nueva, con mi nombre bordado y el emblema de la Federal de Bahia. Al lado, un estetoscopio, un aparato de presión arterial y un medidor de glucemia.
Me quedé sin palabras.
— Señor... no era necesario. Yo, no...
Él me interrumpió con suavidad:
— Por favor, Júlia, así me vas a ofender. Acéptalo, es con cariño. Sé que la facultad de medicina tiene sus costos, aun siendo pública.
Tragué saliva, apretando la bata contra el pecho.
— Lo agradezco. Por todo lo que ha hecho por mí y por Lua.
— Es mi deber, como su... — Él se detuvo de repente.
Noté su mirada vacilar, como si hubiera revelado más de lo que le gustaría.
— ¿El señor tiene algo que decirme? — pregunté, curiosa.
Él desvió la mirada, respirando hondo.
— En otro momento, ¿ok? Ahora ve a tu clase. No te preocupes por nada más mientras estés allí. Piensa solo en la Júlia mujer, estudiante, que en breve será doctora.
Sonreí, aun con el corazón oprimido por no saber lo que quiso esconder. Salí de allí vistiendo la bata por primera vez, sintiéndome más grande que mis cicatrices, lista para retomar un sueño que, por mucho tiempo, pensé que estaba perdido.