Una relación nacida de la obsesión y venganza nunca tiene un buen final.
Pero detrás del actuar implacable de Misha Petrov, hay secretos que Carter Williams tendrá que descubrir.
¿Y si en el fondo no son tan diferentes?
Después de años juntos, Carter apenas conoce al omega que ha sido su compañero y adversario.
¿Será capaz ese omega de revelar su lado más vulnerable?
¿Puede un alfa roto por dentro aprender a amar a quien se ha convertido en su único dueño?
Segunda parte de Tu dulce Aroma.
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Capítulo 1
Era el día más crudo del invierno ruso cuando el omega del jefe comenzó con los síntomas de parto. Aquel muchacho con sus enigmáticos ojos violetas apenas podía mantenerse en pie con el vientre tan abultado.
Las comadronas, que ya habían anticipado lo difícil que sería el nacimiento del tercer hijo del jefe, sabían que no sería una labor sencilla. El omega apenas comía lo suficiente para seguir respirando, sobre todo después de que lo encadenaran con un grillete a la cama.
Había intentado acabar con su vida en más de una ocasión, incluso arrojándose por las escaleras con la esperanza de interrumpir el embarazo. Pero nada había funcionado, el bebé que crecía en su vientre se había aferrado a la vida con un ímpetu feroz, tanto que Alik pensaba que esa criatura ya estaba maldita desde antes de nacer.
Todos en la fortaleza conocían su origen. Aquel enigmático joven había sido el pago de la deuda de su padre. Cuando llegó no era más que un muchacho escuálido, de apenas diecinueve años. Las betas de la fortaleza sintieron una pena profunda al verlo porque todos conocían la reputación de Andrei Petrov un alfa cruel y despiadado, capaz de obtener siempre lo que deseaba.
Ese chico flacucho y aparentemente sin valor era en realidad una pieza invaluable en el retorcido juego del alfa. No por él mismo, sino por la posibilidad de engendrar un heredero con rasgos dominantes.
Andrei ya tenía dos hijos alfas, pero ninguno había nacido dominante. Aquello lo frustraba más que nada en el mundo. Había elegido con cuidado a las madres de sus cachorros, omegas dominantes con la esperanza de asegurar el resultado. Pero el destino o una cruel ironía genética se lo había negado una y otra vez.
Había desechado a las madres, aunque decidió criar a los hijos bajo su yugo, moldeándolos como futuros soldados de la mafia. Sin embargo, toda su esperanza se depositó en ese nuevo embarazo.
La familia Smirnov era conocida por portar un linaje raro y temido la capacidad de heredar el gen dominante. Andrei había tendido una trampa cuidadosamente planeada. Fingió ayudar a un integrante de la familia para después enredarlo en sus propias redes hasta crear una deuda tan grande que solo había dos salidas la muerte… o entregar un “contenedor”.
De esa manera Alik Smirnov había llegado a ese lúgubre lugar. El hijo no deseado de su familia un omega desaliñado cuyo único valor a los ojos del alfa era la posibilidad de darle un heredero dominante.
Alik intuía su destino y sabía que no tenía escapatoria. Recordaba las lágrimas de su madre cuando lo entregaron y el desprecio en los ojos de su padre quien le escupió a los pies al momento de entregarlo. El color violeta de sus ojos era la marca inconfundible de que portaba aquel gen maldito. Ese mismo que lo convertía en un objeto codiciado, capaz de dar vida a cachorros con rasgos especiales.
¿Era un don… o una maldición?
La primera noche en la fortaleza, las betas lo bañaron con flores aromáticas y ungieron su piel con cremas perfumadas. Le colocaron una bata traslúcida que no dejaba nada a la imaginación. El omega temblaba sin cesar, sus piernas se negaban a sostenerlo y cada paso lo hacía sentir más cerca del matadero.
—Oh, dorogoy, no tengas miedo. Esto terminará rápido y él se irá. Luego entraremos para limpiarte y sanar todo lo que te duela. Solo no te resistas, hará que todo sea más fácil —le susurró una de las betas, intentando transmitirle ternura.
Alik apenas asintió se limpió las lágrimas antes de entrar en la habitación. La beta, como último gesto de compasión le dio un pequeño beso en la frente antes de empujarlo suavemente hacia el interior.
Andrei Petrov no era un hombre conocido por su paciencia ni su ternura. Esas palabras ni siquiera existían en su diccionario por eso cuando vio al omega entrar a la habitación no pudo evitar soltar una carcajada. Las betas lo habían preparado como si fuese una novia, lo cual le pareció una broma porque esa noche sería todo, menos una noche de bodas.
Se levantó para observarlo mejor y no vio nada especial en él, salvo sus ojos. Lo tomó del mentón obligándolo a mirarlo.
—Omega, es tu deber darme el heredero alfa dominante que deseo. De eso depende tu vida.
Alik asintió apenas, sintió como los ojos del alfa lo devoraban. Sabía lo que iba a suceder porque era la única forma en la que se hacían los bebés que conocía, pero jamás imaginó la brutalidad con que sucedería.
Andrei lo giró sin cuidado, presionó su rostro contra la cama y rasgó la delicada bata. Alik se sintió desnudo y expuesto su cuerpo no dejaba de temblar con espasmos que apenas le permitían estar de pie, escuchó un gruñido en su espalda y luego una oleada de feromonas potentes que olían a licor de menta. Un aroma potente y corrosivo que lejos de calmarlo hicieron que sus rodillas temblaran con más fuerza.
Sentía la presión de la mano del alfa sobre su cuello obligándolo a mantener la posición, mientras su otra mano levantaba sus caderas preparándolo para la primera embestida. De esa manera sin delicadeza alguna el alfa entró en el omega provocándole un dolor tan intenso que el grito resonó en toda la habitación.
Los movimientos firmes y acompasados del alfa no cesaban y el omega sentía como era desgarrado por dentro, sus ojos nublados por las lágrimas apenas le permitían ver las siluetas que se formaban contra la pared. Escuchaba el chapoteo y el dolor que no cedía, los gemidos contenidos del alfa que sonaban como una tonada de terror.
Hasta que sintió como el bulto se iba formando en su interior causándole más dolor si eso a caso era posible, gritó desesperado tratando de zafarse del agarre del alfa, pero lo único que consiguió es que lo tomará por el cabello presionándolo con más fuerza.
De pronto el alfa lo soltó para levantarlo sin cuidado mientras el bulto seguía creciendo en su interior. Alik soltó un grito ahogado, sabía que aún faltaba mucho para que aquello terminara pero jamás imaginó que el alfa lo marcaría esa noche, Andrei enterró sus dientes con tanta fuerza que el omega sintió que le arrancaria la piel, gritó desesperado tratando de alejarse del dolor, pero no hubo caso. Lo hecho, hecho estaba.
Se desmayó del dolor, de pronto pensó... Sí tengo suerte moriré esta noche y ese fue su único consuelo.
Pero no murió. Y esa fue apenas la primera de muchas noches de brutalidad.
Las feromonas dulces de Alik —chocolate, cálidas y adictivas— excitaban a Andrei hasta provocar el anudamiento una y otra vez. No pasó mucho tiempo hasta que las betas confirmaron el embarazo.
Alik acarició su vientre entre lágrimas aferrándose a la esperanza de que como había ocurrido con otras, el alfa perdería el interés tras la concepción. Pero se equivocó.
Andrei lo siguió llamando a su habitación. Le rogó que se detuviera temiendo dañar al bebé.
—¿De verdad crees que será el único hijo que me darás? —se burló Andrei—. Contigo puedo tener veinte cachorros. Si perdemos uno… no importa.
Esas palabras sellaron la desesperanza de Alik. Decidió rendirse, dejó de comer, de luchar. Su salud se deterioró con rapidez, Intentó acabar con su sufrimiento más de una vez, pero siempre era evitado por el rápido actuar de las betas de la fortaleza.
Las betas suplicaron al alfa que lo dejara tranquilo. Temían que de continuar así perderían tanto al omega como a la criatura. Andrei, pragmático, cedió a regañadientes. Ya tendría tiempo después de usarlo de nuevo, podría engendrar muchos cachorros con ese omega.
Los meses pasaron y Alik se convirtió en una sombra. El grillete en su tobillo y la habitación sin ventanas fueron sus cadenas visibles, pero las verdaderas estaban dentro de él.
Cuando por fin comenzó el parto, estaba tan débil que apenas podía respirar. Las comadronas corrían de un lado a otro porque sabían que era cuestión de vida o muerte.
—¡Puja, Alik, puja! —gritaba la más experimentada.
Con el último aliento de fuerza, Alik lo hizo y sintió el alivio desgarrador de expulsar aquella vida de su interior.
El llanto del recién nacido llenó la habitación. Era un varón fuerte, con el cabello castaño y los mismos ojos violetas de su madre. Alik lo sostuvo un instante y sintió que algo se rompía en su interior.
—Deseo con todas mis fuerzas que seas el alfa que tu padre espera, mi niño, porque si eres omega… sufrirás el mismo destino que el mio, que terrible maldición. —Su voz se quebró.
Entregó al bebé a una comadrona. Luego se dejó caer exhausto. La hemorragia no tardó en desatarse y la sangre se escapaba sin control.
—Por favor… —susurró como un ruego y las mujeres entendieron. Lo ayudaron a encontrar su liberación, aun sabiendo que se arriesgaban a la furia del alfa.
Alik murió aquella noche con una paz que nunca tuvo en vida.
Cuando Andrei llegó y lo vio, no sintió pena. Solo lástima había sido un buen juguete, nada más.
—¿Ya hicieron la prueba? —preguntó con voz ronca.
—Sí… —respondió una comadrona, temblorosa, entregándole un papel.
Andrei lo leyó con frialdad.
Resultado: 100% probabilidad de omega dominante.
Arrugó el papel con desprecio y escupió al suelo. Pero cuando se acercó al recién nacido y lo vio… sonrió, era idéntico a Alik. Ese estúpido omega le había dejado un último regalo.
—Se llamará Mikhail. Mikhail Petrov. Será mi Misha. —sentenció.