La suspensión del auto saltaba con cada embestida; crujía con la voz de la frialdad entre los dos cuerpos, sin conexión emocional, unidos solo por el acto carnal.
Los gemidos de la chica con coletas rubias atravesaban los cristales tintados del auto. El hombre la agarró con brusquedad por las caderas, dándole más sentones sobre él. Rápidos, feroces, como si se tratara de un juguete que aguanta todo y solo imita gemidos de dolor muy realistas.
Un gruñido se escapó por el espejo retrovisor cuando el mulato, de ojos oscuros como el infierno, sintió el líquido rellenar el condón.
La chica de mini falda escocesa, despelucada, se movió de encima de él y se sentó en el asiento del copiloto. Ató su blusa de corte provocativo, mostrando el relleno de sus pechos, para así apresar sus pezones bajo la tela fina.
— Aquí tienes, nena.
Carl le lanzó unos billetes de cien a los muslos. Tiró el condón por la ventanilla y subió la bragueta de su pantalón; esperando a que se bajase del auto.
— Estoy seguro de que no te habían follado así en años, perra.
Ella lo miró, disimulando la sonrisa que debía obsequiarle a todos.
— Hasta luego, guapo.
Cerró la puerta con cuidado y caminó hacia el otro lado de la carretera. Eran pocos los autos que pasaban, pero tampoco escasos.
El adulto, por otro lado, limpió sus manos con una toallita que había perdida en la guantera.
Su celular sonó y lo cogió, mirando el horizonte.
— ¿Carl, dónde demonios estás?
— ¿Por qué me sigues cayendo atrás, hijo de perra?
— Ey, tómatelo con calma. Solo quería invitarte a unos tragos aquí, en el casino. ¿No te gusta la idea? Hay muchas mujeres lindas.
— Loera, te conseguí lo que querías —empezó, dejando caer su espalda en el asiento—. La maldita tarjeta, otra vez. Me acosté con esa perra de Millie más veces de las que puedo contar, soportando que me golpeara, para terminar la maldita tarea que copiaste de tu antiguo jefe. Hermano, en serio, ¿qué más quieres de mí? ¿Tengo que acostarme contigo también?
— Tu propuesta es tentadora, pero no me gustan los hombres.
A Carl tampoco.
— Hablemoslo aquí, CJ.
Exhaló y tensó la mandíbula, no había otra opción.
— Está bien, voy en camino.
Colgó y arrancó el auto, saliendo del estacionamiento del motel en Calle Ocultado, en dirección a Las Venturas.
Encendió la Radio Los Santos y la canción "Fuck With Dre Day" de Snoop Dogg resonó en los amplificadores. Bajó la ventanilla y apoyó uno de sus brazos en el marco de la puerta, viendo la caída del día sobre las montañas de arena.
— ¿Compraste tu licencia, idiota?
Le gritó a un conductor que casi daña el tapiz oscuro de su adorado ferrari. Aceleró, rabioso, y en cuestiones de minutos ya estaba incorporándose en la avenida central de la ciudad.
Las Venturas, de noche, es una odisea. Palmas de tronco gordo envueltos en lucecitas rosadas. Igual de brillantes que el resto de la decoraciónfestiva de la ciudad. Rojo, morado, azul, verde; una inmensa diversidadde colores vivos que iban en conjunto con las personas que caminaban por ella.
Hombres y mujeres, todos de trajes formales. Incluso, aquellas que les gustaran los vestidos, era por debajo de las rodillas, ajustados al cuerpo. Carl pensó que eran muy distintas a las mujeres en Los Santos, las de allá no eran para nada conservadoras.
En las Venturas, sin importar la etnia, altas o bajitas, morenas, rubias o trigueñas, de relojes de arena o pera; lucían su hermosura de una forma distinta.
El olor perfumado en el ambiente limpio era impecable, tal y cómo lo recordaba. Tanto que se atrevió a mirar a una mujer, por encima de las gafas, por mucho que ese gesto era tomado como ofensa. Se atrevió.
Le chifló y se carcajeó al ser pateado con la mirada.
Adelantó unas cuadras más y aparcó en las afueras del casino. Estaba seguro de que nadie se atrevería a tocar su auto, a pesar de estar en una zona con prohibiciones para aparcar.
Pasó el arco dorado en la entrada y los guardias abrieron las puertas de marco amarillo y cristales oscuros. No recordaba bien cuánto hacía que pisaba las lozas de marrón rojizo y la enorme alfombra roja que enmarcaba la plataforma principal de Los Cuatro Dragones. Más de tres años, quizás. Todos los encuentros con Loera habían sido en su cabaña en Tierra Robada.
Los guardias lo guiaron a través de las barandillas con cuerdas de terciopelo hasta doblar derecha, por los pasillos, donde estaba el nombrado.
Desde lejos, a pesar de las luces moradas del antro, distinguió a sus amigos Zero —drogado a su lado—; su hermana, Kendl; su hermano Sweet con su mujer; y Somke. A este último no lo consideraba un amigo después de lo ocurrido, pero sin duda alguna, le convenía portarse bien con CJ.
La canción "Road То The Riches" de Вір Moneyluv lo acompañó entre las mesas y taburetes saturados de personas.
Carl se extrañó al verlos jocosos, sin dejar la tensión escapar de sus hombros.
— Hola, niño.
El saludo de Loera sonó divertido. La hermana se levantó emocionada y lo abrazó con una sonrisa amplia.
— ¡CJ, te extrañé!
Carl le correspondió con una mano, sin apartar la vista del narco con entradas y canas largas hasta sus orejas. Ella volvió a hablar.
— Hace tiempo que no nos veíamos. ¿Qué has estado haciendo?
— Algunos encargos. —la miró, sonriente— ¿Y César?
— Tenía unos asuntos que resolver y se quedó con el abuelo Vicente en San Fierro.
Él le asintió, protegiéndola en un abrazo bajo su ala derecha y oteó al resto de la mesa. Las luces en verdad molestaban su visión.
— CJ, te habías olvidado de este trasero gordo, ¿no es así?
Smoke se levantó y le dio un apretón de manos, con un pedazo de tarta en la otra.
— Eso es imposible —le respondió, aunque la ironía casi le borra la sonrisa.
Kendl volvió a su sitio, al lado de Mary, la mujer de Sweet. CJ tomó asiento junto a su hermano y, tomando la oportunidad de que Loera se entretuvo con una de sus chicas; le susurró:
— ¿Qué diablos hacen aquí?
Sweet echó garra al vaso con whiskey y cubitos de hielo, colocándolo frente a su boca.
— Dijo que nos quería mostrar la ciudad. Pagó los boletos de avión. —y bebió.
Carl, acodado en sus rodillas, ojeó el sitio y a los guardias cada dos mesas.
— Esto no me da buena vibra, hermano.
— A mí tampoco.
Dejó caerse hacia atrás, cruzó sus piernas y pasó su brazo por detrás de los hombros de Mary.
— Carl, te pedí un cóctel. ¿Está bien para ti?
La voz vacilona de Loera los sacó de su plática y CJ cedió, sin bajar la guardia. Verificó, cuidadosamente, tener aún el arma debajo de su suéter negro. Solo por las moscas.
— Si insistes.
Dio otro vistazo al lugar, desinteresado. Lo había remodelado y, por desgracia, tenía buen gusto como para criticarlo. Loera, basado en las ideas que le robó a Carl, agregó sillas, mesas y cubiteras a cada esquina y alrededores; aprovechando el espacio libre.
— Ah... los hermanos Johnson —dijo Loera, mirándolos a cada uno de ellos—. Es una pena que Brian no pueda estar aquí con nosotros; de ser así, sería una verdadera felicidad.
CJ lo fulminó con la mirada, sin causar otro efecto que diversión en los labios del hombre de traje dorado y estampado de tigre. ¿Cómo se atrevía a mencionar el nombre de su difunto hermano?
— En fin, los invité aquí porque vi mal que CJ no los trajera a visitar nuestra ciudad.
— Y agradecemos mucho su gesto, señor Loera —expresó Kendl en serenidad.
— El placer es todo mío y de mi futuro fiel capataz, Carl.
Todos se quedaron callados y serios, hasta que Loera se carcajeó y las risas de todos le hicieron eco. CJ disimuló, maldiciendo entre dientes.
— Eres un buen humorista, Loera.
Todos alzaron sus copas y brindaron, menos CJ. Sus ojos se desviaron hacia el bar, a la chica de cabellos castaños y ondulados que brillaban bajo las luces, detrás de la barra.
Su piel atezada se ajustaba a los colores de los focos, bajo las nubes de tabaco que llenaban el ambiente. Sin embargo, eso no le dificultó ver que ella lo estaba mirando; estaba seguro de que era a él.
En cambio, cuando ella se percató de que la estaba viendo de vuelta, disimuló al decirle a alguien, que pasaba justo por delante, que le recogiera algo que estaba en el suelo. Le señaló cuando esa persona no entendió a la primera. Carl comprobó y sí, había una bolsa.
— Mejor nos vamos al hotel —habló Sweet, sobresaliendo entre las risas de Zero y Smoke—. Debemos descansar si queremos dar ese gran paseo mañana.
— ¿Qué paseo?
La exaltación de Carl los dejó confundidos.
— Por Las Venturas, CJ —le contestó la mulata—. Vamos a pasear como verdaderos turistas.
La nuera se rió con sus gestos sobreactuados y se levantaron, saludando a Loera. Este besaba el cuello de la chica sentada en sus piernas.
— Estoy un poco viejo para estas salidas nocturnas... —comunicó el gordo, parándose con dificultad.
Zero lo siguió y, Loera, con un solo chasquido de dedos, logró que dos guardias aparecieran de la nada y llevaran al más risueño y de párpados hinchados a una suite.
Carl los ayudó a salir del pasillo entre la mesa y los taburetes. Justo en el momento en que salieron por la puerta principal, escoltados por los guardias, se sentó frente al narco.
— Escúchame —afirmó su voz y le apuntó, con la mano a la altura de sus cejas—. No sé lo que planeas, pero no metas más a mi familia en esto. ¿Me escuchaste, maldito? Es suficiente.
Recalcó en enojo y dejó el vaso con bebida en la mesa de centro.
— Carl, no planeo más nada que facilitarte estar junto a tus familiares —la diversión en sus palabras molestó más la furia del mulato—. ¿No los extrañabas?
— No es asunto tuyo.
— Disfruta la noche, niño.
Se levantó, agarrando a la chica por sus bragas. Carl vio perfectamente cómo metió uno de sus dedos en la parte trasera, llevándola como una bola de bolos.
— La casa invita.
Y se marchó. CJ se quedó pensativo, "que voz más repugnante tiene". No podía provocar un revuelo a esas horas; tenía lo que quedaba de su familia en su poder. Estaba atado de manos y pies.
Por otro lado, la vista le pesaba sobre los hombros y se volteó hacia el bar. Si lo estaba vigilando o no, saldría de dudas en ese preciso momento.
Se encaminó y tomó asiento cerca de su ubicación. Esperó que se acercara y pidió otro trago, justo a ella.
— Claro, señor —le contestó, sonriente, mientras lo preparaba—. Aquí tiene.
Él atrapó su mano al coger el vaso, como si con ese gesto y una sonrisa reluciente fuera suficiente para encantarla.
— Lo siento, no quise ser desubicado.
Ella rió, enrojecida de orejas. Estaba funcionando.
— Descuide, disfrute su bebida.
Bebió sin apartar la vista de la chica que le dio la espalda para atender a otro cliente. No pasaron más de las dos primeras rondas cuando la volvió a llamar, con un gesto de manos.
— ¿Otra ronda, señor?
La miró por un momento; sus pechos parecían querer reventar los botones de su camisa blanca.
— En realidad, quería invitarte a esta conmigo.
— No tengo permitido beber en horario laboral, señor.
— Oh, vamos, solo una copa. ¿Dejarás desanimado a este pobre hombre solo?
Se victimizó; siempre funcionaba dejarse ver débil ante ellas. Así se creerían leonas.
Ella asomó una sonrisa, llevando un mechón de cabello detrás de su oreja.
— Lo siento, señor.
Y se fue a atender a otro. Él volvió a tomar, sintiendo el mareo en su mente, lo cual era raro. Era muy difícil que una bebida le hiciera efecto antes de las tres horas de haberla consumido.
Pasaron más de cinco minutos hasta que la volvió a llamar, pero no salió. En su lugar, otra chica se interpuso en su camino.
— Quiero que me atienda la rubia —le dejó claro a la pelinegra, llamando la atención de la muchacha que dejaba su ficha sobre la mesa, del otro lado del bar—. ¿Qué no entiendes, perra? ¡Llama a esa mujer!
Se apoyó en sus codos, rabioso, esperándola. Dio por sentado que esos tragos tenían droga. La música se volvió un zumbido de abejas en su cabeza.
— ¿Qué pasa?
Llegó ella y el carácter de él cambió por completo. Se sentó como si la tempestad hubiera pasado en un abrir y cerrar de ojos.
— Quiero otra copita... —le dijo como un angelito caído del cielo.
— Señor, mi turno ha terminado, pero mi compañera aquí... —la señaló a su lado, manteniendo la profesionalidad— ...le atenderá con gusto.
— ¿Qué pasa si yo solo te quiero a ti? —le dijo, volviendo a su mirada seria.
— Como le dije, ella lo atenderá. Que disfrute la noche.
Y se despidió, perdiéndose en los pasillos del servicio. La muchacha que la relevó fue a atenderle; pero él la alejó de un manotazo, sin dejarla hablar.
Se paró decidido a encontrar la puerta de salida entre tantos muros que bailaban frente a él. Perdió el equilibrio por milisegundos y los guardias lo sujetaron. Él los detuvo, arisco.
— ¡No me toques, imbécil! —se alejó, erguido— Estoy bien, no los necesito.
Dejándolos atrás, salió de la prisión del vapor e inhaló el aire fresco de la noche. Cerró sus ojos, pasando su mano por sus rizos definidos.
— ¿Qué te pasa, Carl? —se habló a sí mismo, sacundiendo su rostro— Nunca te habías pasado de tragos desde el bachillerato.
Llegó a su auto y se apoyó en el capot. Frotó sus ojos, ardían.
Esperó a que se le pasara el mareo, masajeando su frente. Volvió a la cordura y, decidido a irse al viejo club de strippers que tenía, la vio salir del casino.
La observó mejor. Su camisa no era lo único que le quedaba ajustado.
Ella suspiró, ignorándolo, y siguió a la parada de la esquina.
Él le pasó revista al movimiento natural de sus caderas al caminar, despertando el deseo. La quería a ella esa noche.
Se subió al auto, haciendo unas llamadas para asegurarse de que ningún taxi pasaría por esa zona en las próximas horas.
Pasaron treinta minutos en los que ella decidió sentarse, ser paciente y esperar. Era el momento.
Arrancó y se estacionó enfrente de ella, bajando la ventanilla.
— Parece que no pasará nadie. ¿Quieres que te lleve?
— No, gracias.
Le esquivó la mirada, era muy intensa, y se colocó el abrigo, refugiándose de la frialdad de la noche.
— ¿De verdad quieres quedarte sola a estas horas?
Ella analizó la situación, a su alrededor. Todo estaba tranquilo y... oscuro. Se lo pensó, no muy bien, y subió.
— Es lo que creí. —dijo él, doblando a la derecha.
— Mi casa es por allá.
Le señaló en sentido contrario. Él, relajado, dio un timonazo, cruzó el césped entre las palmas que dividían la avenida central y dobló en U.
— ¡Estás loco! ¡Imbecil!
Sus gritos, a la par de las gomas que dejaron su marca en la avenida, le retumbaron en los tímpanos a Carl. Su única salvación es que era bonita y de tremendo cuerpazo.
Intentó abrir la puerta para bajarse y él cerró con seguro, pisando el acelerador.
— Te llevaré a casa, bonita.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 27 Episodes
Comments