El Magnate De Las Venturas

El Magnate De Las Venturas

Capítulo 1

Capítulo 1

Carl Johnson.

Y ahí estaba yo, en mi mejor momento, dándolo todo.

La suspensión del auto saltaba con cada embestida; crujía con la voz de la frialdad entre nuestros cuerpos, sin conexión emocional ni nada de esas tonterías.

Sí, mi lado poético no es muy bueno, pero esa chica de minifalda escocesa.... Santo Cielo, quería incrustarla sobre el volante.

Ella gemía, de dolor o placer, no me importaba la verdad. La agarré con brusquedad por las caderas y le di más sentones. Rápidos, feroces. Sentía que Carl Junior iba a explotar y necesitaba más, necesitaba que estuviera más apretada...

De cualquier forma, supe manejarla bien, a mi gusto hasta que me vine. No era tan novata como pensaba.

La moví a un lado, extasiado. Relajé mis músculos y respiré hondo, viendo el horizonte, aun era de día.

— Aquí tienes, nena.

Le lancé unos billetes de cien, quitándome el maldito condón. Subí la bragueta de mi pantalón y esperé a que se bajase del auto. Lo único bueno de ella era que no olía a tabaco, como sus compañeras.

— Estoy seguro de que no te habían follado así en años, perra.

Ella me miró de reojo, con una sonrisa más forzada que la de Tony Soprano.

— Hasta luego, guapo.

Cerró la puerta con cuidado, como le indiqué, y caminó hacia el otro lado de la carretera. Eran pocos los autos que pasaban, mas no escasos. Le tocaba esperar al próximo cliente, las cuentas del mes no se pagaban solas, o eso dicen todas.

No me miren así, no soy odioso. Ustedes lo son.

Sí, es cierto, no todas, pero la gran mayoría sí.

— ¿Carl, dónde demonios estás?

Eso fue el viejo de Loera. Me llamó por teléfono. Eran como las dos o tres de la madrugada... no estoy seguro.

— ¿Por qué me sigues cayendo atrás, hijo de perra?

— Ey, tómatelo con calma. Solo quería invitarte a unos tragos aquí, en el casino. ¿No te gusta la idea? Hay muchas mujeres lindas.

— Loera, te conseguí lo que querías —me dejé caer en el espaldar del asiento, rellenando mis pensamientos de una calma fría y calculadora—. La maldita tarjeta, otra vez. Me acosté con esa perra de Millie más veces de las que puedo contar, soportando que me golpeara, para terminar la maldita tarea que copiaste de tu antiguo jefe. Hermano, en serio, ¿qué más quieres de mí? ¿Tengo que acostarme contigo también?

— Tu propuesta es tentadora, pero no me gustan los hombres.

A mí tampoco.

— Hablemoslo aquí, CJ.

No tenía otra opción.

— Está bien, voy en camino.

Colgué y arranqué el auto, saliendo del estacionamiento del motel en Calle Ocultado; en dirección a Las Venturas.

Encendí la Radio Los Santos y la canción "Fuck With Dre Day" de Snoop Dogg resonó en los amplificadores. La mejor radio de la mejor ciudad, sin duda.

Con mi brazo izquierdo apoyado en el marco de la puerta, vi la caída del día tras las montañas de arena. Paz, confort, estabilidad... sensaciones que corrían entre las nubes coloreadas de naranja y toques de amarillo en el fondo.

*Claxon de auto*

— ¿Compraste tu licencia, idiota?

Le grité a un chófer que casi daña el tapiz oscuro de mi precioso ferrari. Con rabia, aceleré a fondo y le hice tragar polvo. No pude ocultar mi maniática sonrisa al escuchar lo bien que sonó. El verdadero rugido de motor de un Magnate.

Las Venturas, de noche, es una odisea. Palmas de tronco gordo envueltos en lucecitas rosadas. Igual de brillantes que el resto de la decoración festiva de la ciudad. Rojo, morado, azul, verde; una inmensa diversidad de colores vivos que van en conjunto con las personas que caminan por ella.

Hombres y mujeres, todos de trajes formales. Incluso, aquellas que les gustaran los vestidos, era por debajo de las rodillas, ajustados al cuerpo. Son elegantes, reservadas, a leguas se ve que todos están en esta ciudad por una razón específica: bañarse de dinero legal.

Son muy distintas a las mujeres en Los Santos, las de allá no son para nada conservadoras. ¿Trabajar por dinero limpio? O solo... ¿trabajar? Eso ni existe en el vocabulario de ellas. Solo abrirse de piernas a los jefes de las bandas.

Funciona diferente, allá podemos hacer lo que queramos con ellas. Las de aquí... al principio me costó tiempo adaptarme a no bofetearlas o ahorcarlas con el cinto sin que me denunciaran al minuto siguiente.

En las Venturas, sin importar la etnia, altas o bajitas, morenas, rubias o trigueñas, de relojes de arena o pera; lucen su hermosura de una forma distinta.

El olor perfumado en el ambiente limpio es impecable, tal y cómo lo recordaba. Después que te acostumbras a lo bueno.... no hay vuelta atrás.

En la acera, a unos metros del casino, divisé una mujer de vestido rojo. Largo, brillante, pero que marcaba bien su cintura y la subida de sus glúteos.

La miré por encima de las gafas oscuras y le chiflé.

— Mamacita, qué linda estás.

Ella miró con precaución y desconfiguró su gesto relajado para patearme con la mirada. Tan bella, para rasgarle el vestido y follarla entre los arbustos.

Adelanté unas cuadras más antes que los mariachis, cerca de la fuente, me vieran y aparqué en las afueras del casino. Estaba seguro de que nadie se atrevería a tocar a mi bebé, aún estando en una zona con prohibiciones para aparcar.

Al entrar, no recordaba bien cuánto hacía que pisaba las lozas de marrón rojizo y la enorme alfombra roja que enmarcaba la plataforma principal de Los Cuatro Dragones. Más de tres años, quizás. Todos los encuentros con Loera habían sido en mi cabaña en Tierra Robada.

Los guardias me guiaron a través de las barandillas, no se entusiasmen, después les describo mejor el lugar. Tenemos tiempo, nenas.

Desde lejos, a pesar de las luces moradas del antro, pude ver bien los rostros de Zero —drogado al lado de Loera—; mi hermana, Kendl; mi hermano Sweet con su mujer; y Somke. A este último no lo considero un amigo después de lo ocurrido, pero sin duda alguna, le convenía portarse bien conmigo. ¿Se estaban divirtiendo?

La canción "Road То The Riches" de Вір Moneyluv sonó justo cuando iba pasando entre las mesas y taburetes saturados de personas. Eso me dio un aire de poder, de dominio.

— Hola, niño.

El saludo de Loera sonó jocoso. Kindl de forma más natural que Sweet se levantó emocionada y me abrazó con una amplia sonrisa.

— ¡CJ, te extrañé!

Le correspondí, sin apartar la vista del narco con entradas y canas largas hasta las orejas. Kindl volvió a hablar.

— Hace tiempo que no nos veíamos. ¿Qué has estado haciendo?

— Algunos encargos. —la miré, sonriente— ¿Y César?

— Tenía unos asuntos que resolver y se quedó con el abuelo Vicente en San Fierro.

— CJ, te habías olvidado de este trasero gordo, ¿no es así?

Smoke se levantó y me dio un apretón de manos, con un pedazo de tarta en la otra.

— Eso es imposible —le respondí, aunque la ironía casi le borra la sonrisa.

Narra la autora

Kendl volvió a su sitio, al lado de Mary, la mujer de Sweet. CJ tomó asiento junto a su hermano y, tomando la oportunidad de que Loera se entretuvo con una de sus chicas; le susurró:

— ¿Qué diablos hacen aquí?

Sweet echó garra al vaso con whiskey y cubitos de hielo, colocándolo frente a su boca.

— Dijo que nos quería mostrar la ciudad. Pagó los boletos de avión. —y bebió.

Carl, acodado en sus rodillas, ojeó el sitio y a los guardias cada dos mesas.

— Esto no me da buena vibra, hermano.

— A mí tampoco.

Dejó caerse hacia atrás, cruzó sus piernas y pasó su brazo por detrás de los hombros de Mary.

— Carl, te pedí un cóctel. ¿Está bien para ti?

La voz vacilona de Loera los sacó de su plática y CJ cedió, sin bajar la guardia. Verificó, cuidadosamente, tener aún el arma debajo de su suéter negro. Solo por las moscas.

— Si insistes.

Dio otro vistazo al lugar, desinteresado. Lo había remodelado y, por desgracia, tenía buen gusto como para criticarlo. Loera, basado en las ideas que le robó a Carl, agregó sillas, mesas y cubiteras a cada esquina y alrededores; aprovechando el espacio libre.

— Ah... los hermanos Johnson —dijo Loera, mirándolos a cada uno de ellos—. Es una pena que Brian no pueda estar aquí con nosotros; de ser así, sería una verdadera felicidad.

CJ lo fulminó con la mirada, sin causar otro efecto que diversión en los labios del hombre de traje dorado y estampado de tigre. ¿Cómo se atrevía a mencionar el nombre de su difunto hermano?

— En fin, los invité aquí porque vi mal que CJ no los trajera a visitar nuestra ciudad.

— Y agradecemos mucho su gesto, señor Loera —expresó Kendl en serenidad.

— El placer es todo mío y de mi futuro fiel capataz, Carl.

Todos se quedaron callados y serios, hasta que Loera se carcajeó y las risas de todos le hicieron eco. CJ disimuló, maldiciendo entre dientes.

— Eres un buen humorista, Loera.

Todos alzaron sus copas y brindaron, menos CJ. Sus ojos se desviaron hacia el bar, a la chica de cabellos castaños y ondulados que brillaban bajo las luces, detrás de la barra. Aquella en la que dos bultos bajo su blusa rebotaban de un lado a otro mientras agitaba bebidas en una coctelera.

Su piel atezada se ajustaba a los colores de los focos, bajo las nubes de tabaco que llenaban el ambiente. Percibió el porqué sentía una mirada sobre él: ella lo estaba mirando; estaba seguro de que era a él.

En cambio, cuando la chica se percató de que la estaba viendo de vuelta, disimuló al decirle a alguien, que pasaba justo por delante, que le recogiera algo que estaba en el suelo. Le señaló cuando esa persona no entendió a la primera. Carl comprobó con la mirada, inclinándose al borde, y sí, había una bolsa.

— Mejor nos vamos al hotel —habló Sweet, sobresaliendo entre las risas de Zero y Smoke—. Debemos descansar si queremos dar ese gran paseo mañana.

— ¿Qué paseo?

La exaltación de Carl los dejó confundidos.

— Por Las Venturas, CJ —le contestó la mulata—. Vamos a pasear como verdaderos turistas.

La nuera se rió con sus gestos sobreactuados y se levantaron, saludando a Loera. Este besaba el cuello de la chica sentada en sus piernas.

— Estoy un poco viejo para estas salidas nocturnas... —comunicó el gordo, parándose con dificultad.

Zero lo siguió y, Loera, con un solo chasquido de dedos, logró que dos guardias aparecieran de la nada y llevaran al más risueño y de párpados hinchados a una suite.

Carl los ayudó a salir del pasillo entre la mesa y los taburetes. Justo en el momento en que salieron por la puerta principal, escoltados por los guardias, se sentó frente al narco.

— Escúchame —afirmó su voz y le apuntó, con la mano a la altura de sus cejas—. No sé lo que planeas, pero no metas más a mi familia en esto. ¿Me escuchaste, maldito? Es suficiente.

Recalcó en enojo y dejó el vaso con bebida en la mesa de centro.

— Carl, no planeo más nada que facilitarte estar junto a tus familiares —la diversión en sus palabras molestó más la furia del mulato—. ¿No los extrañabas?

— No es asunto tuyo.

— Disfruta la noche, niño.

Se levantó, agarrando a la chica por sus bragas. Carl vio perfectamente cómo metió uno de sus dedos en la parte trasera, llevándola como una bola de bolos.

— La casa invita.

Y se marchó. CJ se quedó pensativo, "que voz más repugnante tiene". No podía provocar un revuelo a esas horas; tenía lo que quedaba de su familia en su poder. Estaba atado de manos y pies.

Por otro lado, la vista le pesaba sobre los hombros y se volteó hacia el bar, otra vez. Si lo estaba vigilando o no esa hermosura de pechos jugosos, saldría de dudas en ese preciso momento.

Se encaminó y tomó asiento cerca de su ubicación. Esperó que se acercara y pidió otro trago, justo a ella.

— Claro, señor —le contestó, sonriente, mientras lo preparaba.

Oh... disfrutar una vez más del bailoteo de sus pechos e imaginarlos en su cara. Jamás la había visto en ese casino, ni en la ciudad. Su mirada acaramelada, atenta a todo lo que se moviera cerca de ella, le resultaba extrañamente familiar.

— Aquí tiene.

Dejó el trago servido delante de Carl, quién atrapó su mano al coger el vaso, como si con ese gesto y una sonrisa reluciente fuera suficiente para encantarla.

— Lo siento, no quise ser desubicado.

Ella rió, enrojecida de orejas. Estaba funcionando.

— Descuide, disfrute su bebida.

Bebió sin apartar la vista de la chica que le dio la espalda para atender a otro cliente. Intentó ver más abajo de su cintura, pero estaba muy oscuro detrás de la barra. Si ese casino hubiera sido de él, sin dudas tendría focos LED enormes en cada lado. ¿Cómo podía ser posible que no pudiera verle el cuerpo completo?

Ñe, daba igual. Se la llevaría esa noche con él.

No pasaron más de las dos primeras rondas cuando la volvió a llamar, con un gesto de manos.

— ¿Otra ronda, señor?

La miró por un momento; sus pechos parecían querer reventar los botones de su camisa blanca.

— En realidad, quería invitarte a esta conmigo.

— No tengo permitido beber en horario laboral, señor.

— Oh, vamos, solo una copa. ¿Dejarás desanimado a este pobre hombre solo?

Se victimizó; siempre funcionaba dejarse ver débil ante ellas. Así se creerían leonas.

Ella asomó una sonrisa junto a un suspiro dudoso, llevando un mechón de cabello detrás de su oreja.

— Lo siento, señor.

Y se fue a atender a otro. Él volvió a tomar, sintiendo el mareo en su mente, lo cual era raro. Era muy difícil que una bebida le hiciera efecto si a penas había tomado media botella.

Pasaron más de cinco minutos hasta que la volvió a llamar, pero no salió. En su lugar, otra chica se interpuso en su camino. Y el alcohol ya se había apoderado de su mal carácter.

— Quiero que me atienda la rubia —le dejó claro a la pelinegra, llamando la atención de la muchacha que dejaba su ficha sobre la mesa, del otro lado del bar—. ¿Qué no entiendes, perra? ¡Llama a esa mujer!

Se apoyó en sus codos, rabioso, esperándola. Dio por sentado que esos tragos tenían droga. La música se volvió un zumbido de abejas en su cabeza. Uno muy molesto.

— ¿Qué pasa?

Llegó ella y el carácter de él cambió por completo. Se sentó como si la tempestad hubiera pasado en un abrir y cerrar de ojos.

— Quiero otra copita... —le dijo como un angelito caído del cielo.

Un niño haciendo morritos por un caramelito prohibido.

— Señor, mi turno ha terminado, pero mi compañera aquí... —la señaló a su lado, manteniendo la profesionalidad— ...le atenderá con gusto.

— ¿Qué pasa si yo solo te quiero a ti? —le dijo, volviendo a su mirada seria.

La castaña empleó todas sus fuerzas en mantener la cordura, le tenía horror a los clientes borrachos.

— Como le dije, ella lo atenderá. Que disfrute la noche.

Y se despidió, perdiéndose en los pasillos del servicio. La muchacha que la relevó fue a atenderle; pero él la alejó de un manotazo, sin dejarla hablar.

Se paró decidido a encontrar la puerta de salida entre tantos muros que bailaban frente a él. Perdió el equilibrio por milisegundos y los guardias lo sujetaron. Él los detuvo, arisco.

— ¡No me toques, imbécil! —se alejó, erguido, con su chamarra desorganizada— Estoy bien, no los necesito.

Dejándolos atrás, salió de la prisión del vapor e inhaló el aire fresco de la noche. Cerró sus ojos, pasando su mano por sus rizos definidos.

— ¿Qué te pasa, Carl? —se habló a sí mismo, sacundiendo su rostro— Nunca te habías pasado de tragos desde el bachillerato.

Llegó a su auto y se apoyó en el capot. Frotó sus ojos, ardían.

Se quitó la chamarra, dejándola sobre el capot. Hacía mucho calor.

Esperó a que se le pasara el mareo, masajeando su frente. Volvió a la cordura y, decidido a irse al viejo club de strippers que tenía, la vio salir del casino.

Esta vez si pudo verla mejor. Su camisa no era lo único que le quedaba ajustado.

Ella suspiró, ignorándolo, y siguió a la parada de la esquina.

Él le pasó revista al movimiento natural de sus caderas al caminar. Silueta izquierda, silueta derecha, se movían de lado a lado agrandándose cada vez que apoyaba la pierna.

Eso claramente era una provocación para él. Una directa. ¿Por qué se hacía la difícil?

Se subió al auto, haciendo unas llamadas para asegurarse de que ningún taxi pasaría por esa zona en las próximas horas.

Pasaron alrededor de treinta minutos en los que ella decidió sentarse, ser paciente y esperar. Disfrutar de la brisa nocturna, del suave olor a jazmines que la arrastraba a sus recuerdos de la infancia.

Él lo vio como su oportunidad para atacar.

Arrancó y se estacionó enfrente de ella, bajando la ventanilla.

— Parece que no pasará nadie. ¿Quieres que te lleve?

Ella salió de la esfera de sus recuerdos, haciendo mala cara hacia él.

— No, gracias.

Le esquivó la mirada al moreno, era muy intensa. Unos ojos oscuros y brillosos, rasgados por un toque de felicidad endemoniada. Decidió ignorarlo y sacó un abrigo de su bolso, refugiándose de la frialdad de la noche.

No parecía ser mal hombre, según ella. Era un gesto muy caballeroso de su parte estar ahí, aunque no dejara de mirarla.

— ¿De verdad quieres quedarte sola a estas horas? —insistió una vez más.

Ella analizó la situación, a su alrededor. Todo estaba tranquilo y... oscuro. Se lo pensó, no muy bien, y subió.

— Es lo que creí. —dijo él, doblando a la derecha.

— Mi casa es por allá.

Le señaló en sentido contrario. Él, relajado, dio un timonazo, cruzó el césped entre las palmas que dividían la avenida central y dobló en U.

— ¡Estás loco! ¡Imbecil!

Sus gritos, a la par de las gomas que dejaron su marca en la avenida, le retumbaron en los tímpanos a Carl. Su única salvación es que era bonita y de tremendo cuerpazo.

Intentó abrir la puerta para bajarse y él cerró con seguro, pisando el acelerador.

— Te llevaré a casa, bonita.

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Comments

Marielba Carrasquel

Marielba Carrasquel

Empieza muy interesante 🤔👍🏼

2025-08-04

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