Sin Reglas

Narra París Miller

No podía quedarme callada. Nunca he sido de esas personas que se guardan lo que piensan. Así que, con las palabras dándome vueltas en la cabeza, fui directamente a buscar a Maximiliano. Él estaba en la zona de entrenamiento, como siempre, revisando a los demás mientras hacían ejercicios. Su postura firme y esa mirada concentrada que siempre lleva hacían que todo el mundo lo tomara en serio.

Yo, por supuesto, no podía evitar romper esa seriedad con mi típica forma de ser. Me acerqué y, sin que nadie se diera cuenta, lo llamé con un tono casi divertido.

—Maximiliano.

Él giró la cabeza hacia mí, algo confundido.

—¿Qué pasa ahora, París? ¿Algo explotó? ¿Perdiste algo? ¿Te metiste en problemas? —preguntó con sarcasmo, aunque su voz mantenía ese tono sereno que siempre me desarmaba.

—Nada de eso, señor William —respondí, enfatizando su rango solo para molestarlo—. Solo quería hablar contigo.

—¿Sobre qué? —preguntó, cruzando los brazos y dándome toda su atención.

—Sobre mí —dije con total naturalidad.

Lo vi arquear una ceja, claramente desconcertado por mi comentario. Pero no me detuve. Respiré hondo y continué:

—Mira, sé que probablemente piensas que soy una niña consentida que no sabe hacer nada, y la verdad es que no te culpo. Toda mi vida he vivido rodeada de comodidades. En mi casa hay cocineros, empleados que limpian, chóferes, lo que quieras. Y sí, crecí acostumbrada a que esas cosas simplemente... pasaran.

Maximiliano no dijo nada, pero vi en su mirada que estaba escuchando atentamente, así que seguí:

—Pero eso no significa que no sea capaz de hacer cosas por mí misma. Sé cocinar, aunque no lo haga todos los días, y también sé hacer cosas básicas en una casa. Es solo que... ese no es el ambiente en el que crecí. No es mi culpa, simplemente es lo que conocí desde pequeña.

Me detuve un momento, tratando de leer su expresión. Su rostro seguía siendo inexpresivo, pero sus ojos estaban fijos en los míos, algo que me hacía sentir más nerviosa de lo que quería admitir.

—Sé que aquí todo es diferente —agregué—. Este internado no se parece en nada a mi vida normal, pero estoy intentando adaptarme, aunque me cueste.

Finalmente, Maximiliano suspiró y se pasó una mano por el cabello, como si estuviera procesando todo lo que acababa de decir.

—París, nunca dije que fueras incapaz de hacer las cosas por ti misma —respondió con calma—. Pero admito que a veces parece que te gusta hacer todo a tu manera, sin importar las reglas.

—¿Es eso algo malo? —pregunté con una pequeña sonrisa, intentando aliviar la tensión.

—A veces sí, a veces no —respondió él, mirándome directamente—. Pero si lo que quieres es demostrarme que eres más de lo que aparentas, creo que ya lo estás haciendo. Solo no dejes que la arrogancia te gane, ¿de acuerdo?

Me quedé en silencio por un momento, sorprendida por su respuesta. No esperaba que me reconociera de esa manera, y mucho menos que me hablara con un tono tan sincero.

—Trato hecho, Maxi —dije finalmente, dándole una sonrisa más relajada.

Él negó con la cabeza, pero no pude evitar notar cómo una pequeña sonrisa se formaba en sus labios antes de que volviera a su seriedad habitual.

—Ahora, ¿puedes dejarme trabajar? —preguntó, señalando a los cadetes que seguían entrenando.

—Por supuesto, señor William —respondí con tono burlón, haciendo una pequeña reverencia antes de darme la vuelta.

Mientras me alejaba, no podía evitar sentirme un poco más ligera, como si finalmente hubiera logrado que él entendiera un poco más de quién soy. Tal vez, solo tal vez, esto podría ser el inicio de algo diferente entre nosotros.