El Amor Es Cosa De Dos

Cuando se fue, ella supuso que tardarían en verlo de nuevo. Por lo visto esa era la norma. Pero durante las semanas siguientes continuó apareciendo de improviso. A veces pasaba una noche allí, otras ni siquiera eso.

Al principio la sorprendió su comportamiento, pero luego supuso que intentaba buscar algún motivo para despedirla. Como nunca sabía cuándo podía aparecer, le resultaba difícil relajarse. Además, aunque tenía sentido que quisiera echarla, eso no explicaba que en una ocasión le hubiera llevado a Harry un libro lleno de fotos de galaxias y nebulosas.

El niño esperaba con anhelo sus visitas, y no era el único. Sin embargo, se preguntaba por qué iba alguien a desear la visita de alguien que era frío y distante un segundo y cálido y amistoso al siguiente.

***

Cuando llegaron al cruce, Adonis redujo la velocidad para parar en el semáforo. Alessandro cerró su tableta y, pasándose la mano por el cabello oscuro, miró por la ventanilla. Había pensado pasar el fin de semana en Londres, pero en el último momento había decidido conducir a Ravenwood, pensando que así podría leer el informe sin distracciones. «Seguro, sin distracciones», se burló una vocecita en su cabeza.

–¿Esos son...?

–Sí, Adonis –confirmó Alessandro , tras mirar en la dirección que indicaba su chófer.

–¿Están solos?

Alessandro , que había buscado el cabello oscuro y ese cuerpo en el que pasaba mucho tiempo pensando, asintió. Lo cierto era que le resultaba imposible no pensar en su ama de llaves.

–Eso parece.

Era bastante extraño. Marina Holler estaba lejos de ganar un premio por sus dotes domésticas, pero se tomaba muy en serio su papel de guardiana de los niños. No se la imaginaba permitiendo a los mellizos pasear solos por el pueblo.

–¿Quiere que pare?

Alessandro asintió, se desabrochó el cinturón de seguridad y bajó del coche. Cuando llegó a su lado, los niños discutían; no había rastro de su tía.

Harry fue el primero en verlo. Al ver el alivio de su cara pecosa, Alessandro sintió un pinchazo en el pecho. Tuvo que controlar su deseo de darle un abrazo; era consciente de que el niño lo había convertido en un modelo masculino a seguir. Sería una crueldad alimentar la dependencia del niño para luego desaparecer de su vida.

Así que le dio una palmadita en el hombro. El niño se merecía un sustituto de padre mejor que él. Se preguntó si el empeño de Marina en sacrificarse por sus sobrinos influiría también en su elección de pareja. ¿Elegiría a un «buen padre» en vez de a un buen amante? Parecía tener vocación de mártir. Acabaría sola o con un perdedor aburrido, pero sólido y responsable.

–Hemos perdido a la tía Marina. Bueno, nos escapamos y ahora también estamos perdidos.

Alessandro interpretó, correctamente, que su hermana se había escapado y él la había seguido. No había duda de quién era el dominante e imprudente de la pareja.

–No estamos perdidos –interrumpió su hermana–. Y si no me hubieras hecho volver...

–¡Era robar!

–No era robar. Íbamos a devolverlo y eso es pedir prestado, ¿verdad? –miró a Alessandro .

–Llevarse algo prestado sin permiso es robar. Y escaparos de vuestra tía es... ¿Tenéis idea de lo preocupada que estará? –la imagen de una Marina aterrorizada destelló en su mente–. ¡Estará frenética de miedo!

Los mellizos se miraron con preocupación.

–No lo pensamos –admitió Georgia.

Alessandro , oyendo el temblor de su voz, tuvo que esforzarse para mantener una expresión severa mientras los guiaba al coche. Pero cuando la niña se sorbió la nariz, no pudo aguantar más la pose.

–No os preocupéis –los tranquilizó–. Llamaré a vuestra tía y le diré que...

–No puedes –dijeron al unísono.

–¿Por qué no puedo?

–Su teléfono no tiene batería. Se acabó cuando estaba hablando con Cleo.

Él suspiró. Si hubiera estado en la situación de Marina, algo muy improbable, ya que a él no se le habría acabado la batería y nunca se habría hecho responsable de esos dos diablillos, en ese momento estaría volviendo atrás sobre sus pasos.

–Bueno, ¿dónde estabais cuando os escapasteis y dónde estuvisteis antes de eso?