Cuando el demonio egocéntrico Dashiell termina atrapado en el mundo humano, conoce a Brooke, una estudiante de arte que oculta sus propios secretos. Transformado en un husky que ella rescata, se convertirá en su inesperado protector. Pero, con Noche Buena acercándose y donde la luna se convertirá en carmesí, Dashiell deberá decidir si volver a su mundo o quedarse junto a la humana que ha empezado a significarlo todo.
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EL CINCEL Y EL ENCUENTRO (parte 1)
Mientras estaba en clases, trataba de concentrarme en lo que el profesor explicaba, pero... no podía. Mi mente estaba en otro lugar, perdida en pensamientos que no lograba ordenar. De pronto, sentí una vibración en mi bolsillo. Miré mi celular rápidamente, tratando de no llamar la atención, y vi que era un mensaje de Shannon.
El mensaje era directo:
“¿Por qué te ves tan mal? Hace unos días estabas diferente”.
Suspiré bajito, con el celular medio oculto en el pupitre, y aunque quise ignorarla, terminé respondiendo. No sé por qué lo hice, pero empezamos a hablar por mensajes. Le dije que estaba bien, aunque... era mentira.
La realidad es que no estaba bien. Ni remotamente cerca de estarlo. Mi mente era un caos, llena de pensamientos que no podía organizar, como si estuviera tratando de armar un rompecabezas con piezas que no encajan. No tenía idea de lo que decía el profesor, ni siquiera podía recordar de qué trataba la clase.
Para colmo, cometí errores en el trabajo. Mezclé órdenes de los clientes, y eso nunca me pasa. Soy organizada, siempre he sido eficiente, pero estos días... soy un desastre y sentí una punzada de vergüenza disculpándome varias veces.
Shannon, por supuesto, no se rindió. Siguió insistiendo, queriendo saber qué me pasaba. Incluso mencionó si algo había sucedido con mi tía o mi prima. Solo negué. No quería hablar de eso. Pero cuando levanté la mirada, mi prima estaba allí, sentada unas filas adelante. La observé de reojo, y para mí incomodidad, ella también estaba mirándome. Fue solo un segundo antes de que girara la cabeza hacia otro lado, como si nada hubiera pasado. Bajé la mirada al escritorio y apreté un poco los labios.
Suspiré de nuevo.
«¿Por qué siento todo tan pesado últimamente? Por más vueltas que le doy, no entiendo nada. ¿Qué haré?», me pregunté y es que desde hace un par de días, todo se siente más complicado.
Recuerdo esa noche como si acabara de ocurrir. Era una noche fría, tranquila, y la nieve caía suavemente afuera, cubriendo todo con un manto blanco. Había algo de paz en el ambiente, pero al abrir la puerta de mi habitación, esa calma desapareció en un instante.
Mis ojos se encontraron con él, un completo desconocido en medio de mi espacio seguro. Mi mente se quedó en blanco, incapaz de procesar lo que estaba viendo. No podía articular palabra alguna, y lo único que sentía era un nudo formándose en mi garganta. ¿Quién era? ¿Qué hacía ahí? ¿Dónde estaba Sky? Las preguntas comenzaron a amontonarse en mi cabeza, cada una más alarmante que la anterior.
Él también parecía desconcertado, aunque trataba de mantenerse tranquilo... o al menos eso intentaba. Trató de hablarme, pero sus palabras salieron torpes, casi tartamudeando.
—No... no te asustes. Por favor, escúchame... —dijo, dando un paso hacia mí.
No podía mantenerme calmada cuando todo en mí gritaba peligro. Mi voz se alzó sin que pudiera controlarla, cuestionándolo, exigiendo respuestas. ¿Quién es? ¿Y Sky? ¿Qué había hecho con mi perro?
Retrocedí instintivamente, mi corazón golpeando con fuerza en mi pecho. Lo señalé con un dedo tembloroso, incapaz de contener el pánico.
—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Sky? ¡RESPONDE! —le grité, mi voz saliendo más fuerte de lo que pretendía.
Él levantó las manos en un gesto de calma, pero su mirada estaba llena de nerviosismo. Desesperada, comencé a llamar a mi perro.
—¡SKY! ¡SKY, VEN AQUÍ!
Pero Sky no apareció. Sentí mi corazón acelerarse. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué significaba todo esto?
Él intentó acercarse de nuevo, tratando de calmarme, pero cada vez que lo hacía, yo retrocedía, negándome a dejar que cruzara la distancia que nos separaba. Lo aparté con las manos, torpemente, pero lo aparté. Él, a pesar de su tamaño y presencia imponente, parecía... dudoso, como si tuviera miedo de acercarse más.
Entonces, en un momento de desesperación, gritó algo que me dejó helada:
—¡SOY SKY! ¡SOY YO!
Mis labios se separaron, pero no salió ningún sonido. Mi mente se negó a procesar lo que acababa de escuchar. ¿Cómo podría ser cierto?
Mi mente se quedó en blanco. Parpadeé varias veces, tratando de procesar lo que acababa de decir.
—¿Qué...? ¿Qué estás diciendo? —susurré, mi voz quebrándose.
Me decía que él era Sky, que todo este tiempo había estado a mi lado como el husky que rescaté. Pero no se detuvo ahí. Lo siguiente que salió de su boca hizo que la incredulidad se transformara en algo más profundo:
—Yo… soy… un demonio…
Sentí cómo mis piernas flaqueaban. ¿Un demonio? ¿Sky? ¿Qué clase de broma era esa? Sacudí la cabeza, intentando despejar el torbellino de pensamientos.
—¡ESO NO TIENE SENTIDO! —exclamé, retrocediendo aún más.
Un demonio. Dijo que era un demonio no sé qué y que estuvo atrapado en la forma de un perro, que por razones que ni siquiera él entendía, había terminado transformado en Sky. Además, su nombre era… Dashiell.
Quería creer que todo esto era una broma, que alguien me estaba jugando una cruel y absurda broma o quizá Hannah había contratado a este tipo para así atormentarme ocultando a mi perro.
Cuando vio que no le creía, dijo que me lo demostraría. Que volvería a su forma original.
—Sé que suena absurdo, pero es la verdad. Puedo demostrártelo... —dijo, con desesperación en su voz.
—¡NO QUIERO QUE ME DEMUESTRES NADA!
Él cerró los ojos y respiró profundamente, como si se estuviera preparando para algo. De repente, frente a mis ojos, unas orejas de husky aparecieron en su cabeza y un brillo azulado desapareció mostrándolas. Me quedé paralizada. Ni siquiera pude gritar.
—No... no puede ser... —murmuré, incapaz de apartar la vista.
Él giró hacia el espejo, y al verse reflejado, pareció que tampoco podía creer lo que estaba ocurriendo. Sus manos se movían hacia su cabeza, palpando esas orejas.
—¡¿Qué mierda...?! —gruñó, claramente frustrado. Su reflejo parecía tan sorprendido como yo.
Comenzó a murmurar entre dientes, palabras que no logré captar del todo, pero que sonaban como maldiciones. Finalmente, se volvió hacia mí, con una mezcla de vergüenza y molestia en su expresión tratando de explicarse nuevamente. Su voz era grave, pero había algo en su tono, algo que casi parecía vulnerable.
—Por favor, Brooke. Escúchame… No quería que lo descubrieras así, pero…
No sé por qué, pero no pude soportarlo más y que dijera mi nombre fue el detonante. Grité como nunca antes lo había hecho.
—¡BASTA! —las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas y continué— ¡LARGO! ¡NO QUIERO UN MONSTRUO EN MI CASA!
Por un instante, pensé que iba a decir algo más, pero se quedó callado. Vi cómo esas orejas que parecían las de Sky se agachaban ligeramente, como si hubiera recibido un gran golpe. Tragó saliva y lo vi alejarse lentamente, como si cada movimiento le costara. Su postura, antes imponente, se volvió encogida, casi derrotada.
—Yo... entiendo… —murmuró finalmente.
Apenas cruzó el umbral, un viento frío cargado de nieve entró en mi habitación. Cerré la puerta con fuerza detrás de él y caí me derrumbé al suelo, abrazando mis rodillas mientras intentaba comprender lo que acababa de suceder. Mis manos temblaban. Mi corazón latía descontrolado. ¿Cómo había llegado a esto? Todo lo que creía conocer, todo lo que pensaba que era mi realidad... ¿era una mentira? ¿Todo este tiempo había convivido con alguien que no era de este mundo? ¿Me engañó todo este tiempo?
Miré el lugar vacío donde él había estado, intentando comprender. Pero las respuestas no llegaban. ¿Se estaba burlando de mí? ¿Disfrutaba engañándome, viéndome como una tonta?
Mi mente no dejaba de dar vueltas. Y, a pesar de todo, una parte de mí... una parte muy pequeña y casi imperceptible, sentía algo más. Algo que no quería reconocer. Pero no podía lidiar con eso ahora. No después de lo que acababa de ocurrir.
Cerré los ojos con fuerza, intentando calmar mi mente, pero las imágenes de él y esas orejas extrañas seguían apareciendo. No sabía qué pensar. No sabía qué sentir. Solo sabía que mi mundo ya no sería el mismo…