Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capítulo 19.
La tutora lo miró con desconfianza, pero al ver la expresión de Kael: seria, firme e inquebrantable, supo que insistir no serviría de nada.
Luciel, que observaba en silencio, suspiró e intento calmar el ambiente. Se dirigió a la tutora y la hizo calmarse.
—Mientras Laebe esté cómoda con ello, no veo problema — Dijo, lanzándole una mirada significativa a Laebe, para asegurarse de que era lo que ella quería.
Laebe se removió ligeramente bajo las sábanas. No estaba acostumbrada a que alguien tomara decisiones por ella… pero, por alguna razón, la idea de que Kael la llevara le daba una sensación de seguridad.
—E-Está bien — Murmuró finalmente, con las mejillas aún sonrojadas.
Kael sonrió apenas, satisfecho con su respuesta.
El doctor terminó de explicar algunos cuidados básicos antes de firmar los papeles de alta. Luego, con ayuda de una enfermera, Laebe fue levantándose lentamente. Aunque ya estaba más estable, sus piernas se sentían débiles, y un mareo leve la hizo tambalear.
Kael la atrapó de inmediato.
—Tsk, vas a caer de nuevo si sigues así — Murmuró, pasándole un brazo por la cintura sin darle oportunidad de protestar.
Laebe se quedó completamente quieta.
La tutora pareció a punto de decir algo, pero Luciel la detuvo con una mano en el hombro.
—Será mejor que nos adelantemos para organizar su salida — Sugirió, guiándola fuera de la habitación.
Con ayuda de Kael, Laebe se cambió la bata que había llevado puesta por su ropa anterior. Sin embargo, su blusa estaba demasiado manchada de sangre y su suéter igual. Para que no tenga que usar esa ropa sucia, Kael le dió su chaqueta.
Una vez lista, Kael no esperó a que Laebe intentara caminar por su cuenta. Con un solo movimiento, la alzó en brazos con facilidad.
—¡K-Kael! — Protestó ella, aferrándose a su camisa por reflejo.
Él solo la miró de reojo, con una expresión relajada.
—No me hagas dejarte en el suelo.— Dijo en un tono divertido. Quería mantenerla animada.
Laebe cerró la boca de inmediato, su cara completamente roja. Sin más, salieron de aquella habitación para salir del hospital.
Así, sin importarle las miradas curiosas del pasillo, Kael la llevó en brazos fuera del hospital.
Luciel, que los observaba acercarse a la distancia, no pudo evitar sonreír para sí mismo. Había algo en la manera en que Kael protegía a Laebe… que lo hacía feliz.
Al llegar a la sala inicial, dónde firmaban los papeles. Kael observo antes de disponerse a salir con Laebe; aún en brazos. Su agarre era firme, protector, como si no estuviera dispuesto a soltarla jamás.
Sin embargo, la tutora llegó a su límite, apresuró el paso y se plantó delante de él, bloqueándole el camino.
—¡Kael, basta! — Exgió con el ceño fruncido. — ¡No puedes llevarte a Laebe como si fuera de tu propiedad! ¡No creo ese cuento de que seas su novio! ¡Podrías intentar secuestrarla! ¡Sueltala o llamaré a la policía!.— Amenazo con fuerza.
Kael se detuvo, sus ojos oscuros brillando con furia bajo la visera de su gorra. Laebe negó con la cabeza, sin ser capaz de decirle algo a la tutora.
—No tienes ningún derecho. — Continuó la tutora, cruzándose de brazos. — Solo Luciel y yo podemos velar por ella. Somos sus tutores en la escuela y nosotros ¡debemos protegerla en ausencia de sus padres! — Añadió.
Laebe sintió cómo el cuerpo de Kael se tensaba por completo.
Entonces, él levantó la cabeza y soltó una carcajada seca, burlona, antes de clavarle una mirada que hizo que todos los presentes sintieran un escalofrío.
—¿Así que ahora sí te preocupas? — Su voz resonó con un tono bajo, gélido, peligroso.
—¿Cómo dices? — La tutora frunció más el ceño.
Pero antes de que pudiera replicar, Kael explotó.
—¡No digas mamadas! ¡Maldita perra! —rugió con furia, haciendo eco en los pasillos.
El hospital entero se sumió en un silencio sepulcral. La ira de Kael era un huracán imposible de contener. Su pecho subía y bajaba con violencia, los nudillos blancos por la fuerza con la que sostenía a Laebe.
La tutora intentó recomponerse, pero cuando Kael la miró con esos ojos oscuros y cargados de odio, sintió que su cuerpo se congelaba.
—¡No me vengas con tus pinches mamadas ahora! — Rugió, su voz rasposa y furiosa reverberando en los pasillos.
Los enfermeros dieron un paso atrás. El ambiente se había vuelto insoportablemente tenso.
—¿Ahora sí te importa, hija de puta? — Espetó con una risa fría, amarga. — ¡Cuando la golpeaban como si fuera un puto saco de arena, cuando la escupían en los pasillos como si fuera basura. . ! ¿dónde mierda estabas tú?— Pregunto con una risa sarcástica.
La tutora palideció, claramente afectada.
Kael dio un paso al frente, su voz impregnada de veneno.
—¡¿DONDE CARAJOS ESTABAN USTEDES CUANDO LA HUMILLABAN DÍA TRAS DÍA?! ¿Cuando le rompían sus cosas? ¿Cuando la trataban como si fuera un PUTO PERRO CALLERO QUE PUDIERAN PISOTEAR?—.
El impacto de sus palabras era brutal. La tutora incluso se cubrió de lágrimas, impresionada con todo lo que le había pasado a Laebe.
—¿Y cuando esos malnacidos la violaron? —su voz descendió a un tono gélido, letal. La tutora se sorprendió, levantando la cabeza nuevamente.
Laabe tembló en sus brazos, enterrando más el rostro en su cuello, su cuerpecito encogiéndose como si pudiera desaparecer.
Pero Kael no se detuvo.
—¡CUANDO ESOS HIJOS DE PUTA LA VIOLARON, nadie hizo NADA, cabrones. ¡NADIE! ¡NI TÚ, NI LOS PROFESORES, NI ESE COLEGIO DE MIERDA!— Continuó, su respiración volviéndose irregular mientras Laebe soltaba en llanto.
Cada palabra era una puñalada en la conciencia de la tutora, que no podía responder.
—¡Todos se quedaron de brazos cruzados! ¡¿Dónde mierda estaban, eh?! ¡¿Dónde estaban cuando esta niña tuvo que aguantarse el puto infierno sola?!— Repitió. — Ustedes solo sirven para hacer documentos de mierda y cobrar asquerosas mensualidades... Pero cuando un alumno sufre por culpa de los otros ¡USTEDES NO HACEN NADA! ¡SON UNAS MALDITAS ESCORIAS!—
Los murmullos en el pasillo se volvieron insoportables. Laabe sentía su piel arder de vergüenza, pero Kael no iba a dejarlo pasar.
No esta vez. Además, los murmullos no estaban contra Laebe. Todos, estaban sorprendidos de saber que... Una chica tan pequeña pudiera aguantar, había odio en el aire, hacia aquellos que debían de velar por ella, pero no lo hicieron.
—¿Te duele escucharlo? Pues pudrete. — Su mandíbula se tensó, sus venas marcándose en el cuello. —Porque si a alguien le debería doler, es a ella.—
La tutora tragó saliva, incapaz de enfrentar su mirada.
Kael chasqueó la lengua con desprecio.
—Y ahora sí vienen con su pinche "preocupación" de último minuto, cuando ya la dejaron hecha mierda. ¡No digas mamadas! ¡Perra!— Su furia no tenía límites. —Pero te voy a decir algo, y más les vale a todos escucharme bien, porque no lo pienso repetir. — Dijo mirando a todo aquel que se cruzara.
El ambiente se tensó al máximo. Las miradas estaban fijas en él.
—Si alguien vuelve a tocarla…— Su tono descendió a un susurro escalofriante. —Si alguien se atreve siquiera a lastimarla otra vez…— Sus ojos destellaron con una amenaza real, una promesa de muerte. —Voy a matarlos. Uno por uno.—
El hospital entero pareció contener el aliento. Nadie dudó de sus palabras.
La forma en la que lo dijo, con tanta seguridad, sin un atisbo de vacilación, dejó claro que él no era un hombre que lanzaba amenazas vacías.
Kael no hablaba por hablar.
Si decía que mataría, era porque lo haría sin pensarlo dos veces.
Finalmente, sin esperar una respuesta, sin mirar atrás, ajustó mejor a Laebe en sus brazos y avanzó con pasos firmes, desafiantes, apartando con el hombro a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Laabe no dijo nada.
No necesitaba hacerlo.
Su corazón latía rápido y descontrolado, pero no por miedo.
Era algo más.
Algo que ni siquiera ella podía comprender.