La Reina Oculta

La pasión entre ellos era una llama que había consumido todo a su alrededor. El aire, denso, cargado de deseos no expresados, se había impregnado en cada rincón.

Emma había sido el centro de esa tormenta, entre Sebastián y Marcus, dos hombres tan distintos como iguales en su poder. En la intimidad de esa tensión, había algo incontrolable, algo que los tres sabían que no debía estallar. No todavía.

Emma cerró los ojos por un momento, tomándose un respiro. El frío del aire nocturno le caló los huesos, y sin embargo, no era suficiente para calmar la fiebre que ardía en su piel.

Todo en su interior clamaba por más, por completarse, por ceder a la necesidad primitiva que la naturaleza había impreso en ellos.

Su loba lo exigía.

Gruñía dentro de su pecho, impaciente, ansiosa. La necesidad de completar el vínculo la dominaba, haciéndola temblar con una mezcla de deseo y desconcierto. Su loba sabía lo que eran Marcus y Sebastián para ella. Sabía que la luna los había destinado. Y no entendía por qué Emma se resistía.

Marcus y Sebastián no estaban mejor. Sus respiraciones eran irregulares, pesadas. Sus ojos, oscurecidos por el deseo, la devoraban como si en ella se encontrara todo lo que siempre habían anhelado. Cada fibra de sus cuerpos exigía tomar lo que les pertenecía, lo que la Luna les había concedido.

Las bestias en su interior estaban al borde del control.

EL lobo de Marcus rugía, exigiéndole que la marcara, que asegurara su lugar antes de que algo o alguien intentara arrebatársela. Pero su parte humana peleaba contra ese instinto, recordándose que Emma no era cualquier loba.

Era su fiera, su reina.

Sebastián estaba aún más cerca del borde. Su bestia empujaba, ansiosa por reclamarla, por devorarla, por enredarse con ella en cuerpo y alma. Sus ojos destellaban con un fulgor dorado, con el vestigio de su lobo queriendo tomar el control.

Pero entonces, Marcus parpadeó, con su mente se aferrándose a la última hebra de cordura que le quedaba.

“No así”

El pensamiento atravesó la bruma que lo consumía, como un rugido interno que lo obligó a reaccionar. Emma era su fiera y quería marcarla, reclamarla, asegurarse de que nadie más pudiera siquiera imaginar tocarla. Pero no podían hacerlo aquí. No en medio de un bosque helado, entre la nieve y la urgencia.

Con un gruñido bajo, casi dolido, Marcus tocó el brazo de Sebastián y lo presionó ligeramente.

—Emma… — murmuró Sebastián, con la voz rasposa, como si estuviera al borde de perderse en la marea de deseos.

—Lo sé, —dijo ella, sabiendo lo que iban a decir. —Lo sé.

El silencio cayó, pero no era un silencio incómodo. No, era el tipo de quietud que se da cuando dos seres se entienden sin necesidad de hablar. Este era un silencio denso, como si todos estuvieran a punto de explotar, pero se mantenían cautivos bajo su frágil voluntad. Sebastián se dio la vuelta, no sin antes lanzar una mirada cargada de incomodidad. Marcus, en cambio, no se movió. Su presencia parecía aún más sólida de lo habitual, más imponente, como si la tensión que se había creado entre ellos lo estuviera alimentando de alguna manera.

Emma suspiró, tomando el control de sus emociones. No podía dejarse llevar por ese abismo. Estaba claro que el deseo era un veneno dulce, pero ahora no era el momento de ceder. De hecho, el peligro que se avecinaba era mucho más grave, mucho más real. El Concejo había dejado caer una sombra sobre ellos, y sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre.

Sin saber exactamente cómo, Emma terminó sentada en una roca plana, con Sebastián a su derecha y Marcus a su izquierda. Ninguno de los dos se alejaba demasiado. Era como si una fuerza invisible los mantuviera cerca, como si romper la distancia fuera simplemente imposible.

Sebastián estaba inquieto. Sus dedos tamborileaban sobre su rodilla, sus ojos oscuros no dejaban de recorrerla, como si necesitara asegurarse de que aún estaba allí. Marcus, en cambio, parecía más contenido, pero su postura hablaba por sí sola: su cuerpo estaba tenso, su mandíbula apretada, sus manos apoyadas en sus muslos con los nudillos ligeramente marcados.

Emma suspiró cayendo en cuenta de todo lo que tenían por delante. No se arrepentía, tenía que haber una solución de alguna manera esto, ellos, debían poder funcionar, no estaba dispuesta a renunciar, no tan fácil:

—No será fácil, son muchas cosas. —Murmuró más para sí misma, analizando la situación —Sus hermanas… secuestradas. —su voz se quebró por un segundo, cargada de impotencia. —Astrid, su compañera elegida… —Las palabras le supieron, amargas en la lengua. Su loba gruñó internamente solo al pensar en otra mujer reclamando lo que era suyo. El ardor en su sangre fue inmediato, instintivo, como una advertencia feroz.

Marcus giró el rostro hacia ella con el ceño fruncido, notando el cambio sutil en su expresión. Sebastián, en cambio, dejó escapar un bajo gruñido de desaprobación, como si pudiera sentir exactamente lo que ella experimentaba en ese momento.

Emma sacudió la cabeza, alejando la ira que la recorría. Había más cosas en juego.

—El Concejo… que no me quiere con ustedes. —Su mirada se perdió en el lago por un instante, pero algo más cruzó su mente. Algo en lo que no había pensado hasta ahora, Kattie.

Sus pensamientos se detuvieron en seco.

Sus ojos se abrieron ligeramente, un atisbo de nerviosismo cruzó su mirada antes de que pudiera controlarlo.

Sebastián y Marcus lo notaron al instante.

—¿Qué pasa? —preguntó Marcus, ladeando la cabeza con sospecha.

Emma levantó la vista, encontrándose con la intensidad de sus miradas.

No lo sabían.

Ellos no tenían idea de quién era realmente.

Muy pocas personas sabían la verdad: sus padres, los cuatrillizos, Roderick, Adhara, la misma Kattie y ella.

Para la manada WinterMoon y para el mundo, ella y Kattie simplemente habían nacido con habilidades especiales, pero nunca se había hablado de su verdadero origen. Para todos, Kattie tenía magia debido a su herencia como hija de Roderick, el gran brujo. Y en su caso, simplemente asumieron que también era híbrida, la hija de una bruja y un lobo, o tal vez al revés.

Los cuatrillizos se aseguraron de difundir esa historia, incluso se la dijeron a los príncipes, alegando que era una forma de protegerlas, y no atraer invitados no deseados.

Aunque Emma sabía que en realidad lo hicieron más por Kattie que por ella.

Ese pensamiento le sacó una sonrisa. Su hermana había sido bendecida y al fin tenía su familia y su final feliz o al menos eso esperaba.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó Sebastián, sus ojos fijos en sus labios mientras su pulgar se deslizaba suavemente por la curva de su sonrisa.

Emma no tuvo tiempo de responder antes de que él, sin poder contenerse, se inclinara sobre ella, capturando sus labios en un beso demandante.

Su cuerpo reaccionó antes que su mente. No lo rechazó.

Pero tampoco le permitió profundizarlo.

Colocó una mano en su pecho y lo detuvo con suavidad, sin apartarlo del todo. Sebastián entrecerró los ojos, con su respiración entrecortada, como si el freno lo frustrara cada vez más.

—Son muchas cosas, debemos ser cuidadosos—susurró Emma, con su aliento aún mezclado con el de él.

Pero la verdad era que otros pensamientos cruzaban por su cabeza, el más importante: ¿El concejo iría tras su hermana? ¿Qué habían visto exactamente? ¿Debía contarles a Sebastián y Marcus la verdadera naturaleza de su poder?