Mi Pasado Bajo 7 Llaves

Tengo una noticia, Gerardo está saliendo con tu amiga la señorita Kenia. Él trabaja en el banco y vive en esta calle un poco más adelante.

Entonces ese Gerardo tenía que ser un hombre adinerado.

¿Otro destacado amigo tuyo?, preguntó ella.

Sí, Gerardo es un ciudadano ilustre.

No le extrañó que Kenia se hubiese fijado en un hombre que, seguramente era el segundo hombre más rico de la ciudad. Grace tomó la copa y fue hasta la ventana, abrió un lado de la cortina y miró a la noche. Los cristales estaban llenos de gotas de lluvia.

¿Te sientes sola aquí?

Sorprendió al oír su voz tan cerca. Miró por encima del hombro y lo encontró perturbadoramente cerca, la copa de la mano y la mirada clavada en la noche.

No, claro que no, contestó ella.

Si alguna vez te sientes sola, ¿me lo dirás?

No creo que tenga ocasión la casa está llena de actividad por la tarde. Betty y Paquito son una buena compañía durante el día.

Betty no habla, replicó él.

Lo hará, le aseguro ella.

Pero ¿me lo dirás?, insistió él. Una persona puede sentirse sola en un mar de gente y actividad.

Ella se sintió conmovida por su preocupación.

Sí, te lo diré porque me lo has pedido, Grace se dio la vuelta para mirarlo y dejó que la cortina se cerrara otra vez. ¿Te sientes solo?

Él miró su copa.

No me había dado cuenta, pero lo estaba... Antes de que tú llegaras.

¿Y ahora?

Ahora te tengo a ti, contestó él levantando la cabeza.

Me conoces muy poco.

Te conozco lo suficiente, Bruno la dejó la cabeza. Eres inteligente y sensible. No había conocido a nadie que agradeciera aprender cosas nuevas y que se entregara cada día como lo haces tú. Algunas veces me pareces tan inocente como uno de los niños y, acto seguido, tu mirada o algo que dice refleja el dolor de alguien que ha pasado una vida larga y complicada. Eres desconcertante.

No soy complicada, me explicó ella negando con la cabeza.

Pero eres un misterio.

Ella dio un sorbo de Jerez. No intento ser misteriosa.

Un trueno la sobresaltó y retrocedió un paso hacia él.

¿Te dan miedo las tormentas?, le preguntó Bruno.

El trueno solo la había sorprendido, pero, por algún motivo, hizo que se acordara de lo que le había dicho Celeste sobre la legalidad del matrimonio.

Bueno... sinceramente..., miró a los ojos, ...me avergüenza reconocer que los truenos y los rayos me asustan.

Se acercó un poco más a él, quien tomó su copa, dejó las dos en una mesa y se dio la vuelta para abrazarla.

No tienes nada que temer, aquí estás segura.

Grace apoyó la mejilla en su camisa. Se había quitado la chaqueta después de cenar y cuando lo agarró del brazo, notó su musculatura y la calidez de su piel debajo de la tela. Cerró los ojos y captó el olor a almidón y a jabón de afeitar que eran exclusivos de él.

No tenía miedo de las tormentas y nunca lo había tenido. No le daba miedo lo que pudiera pasar en el cielo, sino lo que pudiera pasar detrás de unas puertas cerradas. Le aterraba la idea de que dejara de ser bella y útil y que pudiera terminar como su madre. Por eso estaba allí. Su agudo sentido de la conservación superaba todos sus temores.

Él le acarició la espalda con una mano e introdujo la otra el cabello de la nuca. Se estremeció, se paró la cara de su pecho y lo miró. Tenía los ojos oscuros, pero no eran negros ni marrones. Eran de un profundo color avellana con puntos verdes y enmarcados por unas pestañas negras. Tenia unos ojos afables que suavizaban sus facciones serias y sus labios bien delineados.

Aquí estás segura, repitió él.

Si, lo creo.

Siempre que nunca supiera la verdad sobre ella.

Le acarició el poderoso bíceps y la espalda con una mano y le pasó la otra por la pechera de la camisa. Los músculos del pecho se pusieron en tensión, cerró fugazmente los ojos y cuando volvió a abrirlos, su mirada velada se clavó en su boca.

Puedes besarme, le ofreció ella, marido, añadió inmediatamente.

El deseo se reflejó en sus ojos, pero se contuvo con una como un santo. Grace había visto la ocasión y no estaba dispuesta a dejarse disuadir por su desconcertante vacilación.

Bésame, Bruno.

Él bajó la cabeza y la besó en los labios. Ella recibió el beso y descubrió algo sorprendente: gustaba mucho que la besara. Tenía un sabor dulce y ardiente y el placer la dejó sin respiración. Cerró los ojos se dejó llevar por esa experiencia mágica y le tomó el mentón con la mano.

Él, al notar su contacto, ladeó la cabeza para besarla más profundamente. Ella habría gemido si hubiera tenido fuerzas o aliento. Le flaquearon las rodillas y se aferró a él.

Bruno la sujetó fácilmente, en realidad, con gusto. Era delicada e... increíblemente excitante.

Era la mujer más generosa que había conocido y se entregaba a sí misma incondicionalmente, como entregaba su tiempo. Él se esforzaba por contenerse y reservarse y ella se entrega plenamente. El contraste lo avergonzó. No debería aprovecharse de ella de esta manera,pero tampoco podía resistirse.

Le pasó la punta de la lengua por el borde de los labios y ella los separó con entusiasmo. Para sorpresa y placer de él, ella correspondió a su beso descarado y elevó la intensidad del contacto. Su deseo por ella no había necesitado combustible para llegar al rojo vivo.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que lo que retumbaba no era su cabeza ni su cuerpo, sino que la tormenta era cada vez más atronadora. Grace se separó un poco.

¿Puedo quedarme esta noche contigo?, susurró ella.

Grace...

Me siento segura contigo, lo interrumpió ella.

Si quieres..., concedió él, incapaz de negarle algo.

Ella apoyó una mano en su pecho y lo miró a la cara.

¿Me esperas afuera mientras me cambio?

Esperaré, dijo él.