Desde hace mil años, una guerra silenciosa consume los reinos: las Bestias, criaturas feroces que prosperan en la oscuridad, buscan venganza contra las Hadas, cuya diosa, Madre Naturaleza, se atrevió a castigar a su propio dios, Némesis.
Esta guerra oculta una verdad mucho más profunda que la simple rivalidad.
Arthur, un lobo alfa nómada, ha viajado por años, prefiriendo la soledad y los placeres sin compromiso a la idea de una pareja destinada.
En el Reino de las Hadas,Titania creció en una cuna de oro que se convirtió en una sofocante prisión.
Una guerra que se desató hace mil años ha sobrevivido porque la verdad sobre su origen fue silenciada.
Cuando la inocencia se encuentra con la oscuridad, la línea entre el deseo y la destrucción se desdibujo.
Arthur y Titania están en el centro de un torbellino de intriga, magia y una atracción tan intensa que podría ser su perdición.
Libro final del Mundo de Reina Luna 🌙
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Cazar al orgulloso y posesivo Alfa.
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Áine regresó a la pantalla, su sonrisa regresó. La batalla en la calle se había intensificado. El Rey de las Bestias y Arthur se movían como si fueran uno solo, una brutal coreografía de golpes secos y feroces.
Titania desvió su mirada de Xander, el desprecio por él era un escudo. Fue directamente a la pantalla, buscando principalmente a Arthur. Aunque él también se estaba burlando de ella, la sensación era diferente. Lo que él le hacía sentir, sus caricias, su dominación, su cuerpo lo deseaba con una traición que la enfurecía y la excitaba. Además, en esos pocos días, él la había protegido a su manera, haciendo que se sintiera diferente a su vida entera en el Reino de las Hadas.
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La batalla entre el alfa nómada y el rey de las bestias seguía intensificándose, ninguno de los dos parecía ceder a la derrota. Pero el rey de las bestias podía sentir un poder emerger de Arthur, un poder que el mismo Arthur desconocía.
El Rey de las Bestias se apartó un poco, no por miedo, sino para analizar con más detención a Arthur. El Alfa nómada había absorbido la fuerza de su golpe con una resistencia que no era normal.
—¿Qué pasa? ¿Te rindes? —dijo Arthur con un tono de ironía.
—No, solo pensaba… —dijo el Rey de las Bestias, analizándolo de pies a cabeza—. No pareces un lobo —siseó.
Arthur sonrió, una mueca seca.
—¿Qué eres? —volvió a cuestionar el Rey de las Bestias, su voz gélida exigiendo una respuesta.
—Es un Alfa nómada, o eso dice —Noah intervino desde atrás, sin moverse de su posición de observador.
El Rey de las Bestias dirigió su mirada al Rey Noah. Sus miradas se encontraron, y en ese instante de conexión silenciosa, ambos se habían dado cuenta de algo: la negación y la defensa de Noah eran demasiado firmes. Simplemente, Arthur no era un simple alfa nómada.
—Ahora, será mejor que te retires. De lo contrario, tendré que intervenir —Noah dio un paso al frente. Ya había observado lo suficiente, y la batalla en la cascada era liderada con competencia por Oswaldo, su Beta.
—¿Qué puede hacer un simple mitad lobo? —se burló el Rey de las Bestias, el desprecio por la sangre humana de Noah era evidente.
Noah sonrió. Era normal que lo subestimaran por sus orígenes, pero él no era rey solo por herencia. Empezó a liberar su aura autoritaria. No podía permitir que esa batalla continuara; el choque de poder entre el Alfa nómada y el Rey de las Bestias podría causar un gran daño a la ciudad, y los refugios, a pesar de su solidez, no podrían resistirlo. Para él, lo primordial era defender a su gente.
Arthur, al sentir la presión del aura de Noah, se hizo a un lado. El Rey de Reyes no estaba mintiendo; su poder era silencioso, pero absoluto, y aunque quisiera continuar con la batalla y medir su fuerza, tenía que controlarse, incluso el sabía el daño que podrían ocasionar.
—Vaya, esto sí que se pone divertido. No pensé que un simple alfa y un mitad lobo fueran tan interesantes —dijo el Rey de las Bestias, la burla en su voz comenzaba a ser reemplazada por una concentración peligrosa.
—¿Y tú qué eres? ¿No eres una simple bestia? —cuestionó Noah, su voz firme. Sabía que no lo era, pero debían escuchar de su propia voz qué jerarquía representaba entre las bestias.
—Soy el Rey de las Bestias, ¿Suficiente con eso? —dijo, dándose cuenta de inmediato del objetivo de las preguntas de Noah.
—Sí, por supuesto —sonrió Noah.
Arthur, aunque al margen, miró a Noah con una mezcla de respeto y desconcierto. El Rey había obligado al enemigo a revelar su rango con tanta facilidad.
—Entonces, Rey de las Bestias, podrás entender que no seguiré permitiendo que sigas atacando mi País. Las hadas son mis invitadas y, por lo tanto, su protección me compete —dijo Noah con firmeza en sus palabras.
—Eso los convierte en nuestros enemigos —soltó el Rey de las Bestias, su voz de seda se hizo dura como el granito.
Noah suspiró. No quería intensificar la pelea más. La Luna apenas visible era una desventaja crítica para los lobos, sobre todo para él que era solo la mitad, y al parecer, el Rey de las Bestias se había dado cuenta de su debilidad.
—Les doy una semana, para que entreguen a la reina hada —pactó el Rey de las Bestias.
A pesar de su ferocidad y sed de venganza, también era un Rey. Tenía un reino a su cargo y sabía que en esos momentos las bestias estaban luchando ferozmente para cumplir su deber, pero incluso él no podía arriesgar más a su propia gente sin una mejor estrategia.
El Rey de las Bestias se marchó, disolviéndose en la oscuridad. Arthur y Noah no se inmutaron en seguirlo. Ambos sabían la desventaja que tenían en esa noche, aunque no tanto para Arthur, pues sin un lobo él podía pelear libremente, sin la dependencia de la protección o la fuerza de la luz de la Luna.
—No ataquen más. Dejen que las bestias se retiren —ordenó Noah mediante el enlace. Sabía que sus guerreros, impulsados por la furia de la defensa, no permitirían que se marcharan al menos que él lo ordenara.
Se hizo un silencio gélido en la calle. Noah soltó un suspiro de alivio contenido.
—En una semana volverán a atacar —rompió Arthur el silencio. Su voz era plana, simplemente declarando un hecho brutal.
Noah asintió, su rostro se hizo grave. No podía simplemente entregar a la Reina de las Hadas; no si querían asegurar una alianza futura. Pero tampoco podría involucrarse en una guerra que no le pertenecía, al menos no sin saber el verdadero motivo de la enemistad visceral entre las bestias y las hadas.
Y para eso, necesitaba reunirse con la Reina Hada. Con Áine.
—Tengo una semana para entender las reglas de este juego —dijo Noah, girándose hacia Arthur—. Regresaremos al refugio. Supongo que estás ansioso de estar cerca de la princesa hada —dijo con una sonrisa cómplice.
Arthur arqueó las cejas. Por un momento, pensó que el Rey de Reyes le prohibiría acercarse a la princesa hada, dado que estaban en un momento crucial de negociar una alianza. Sin embargo, la sonrisa de Noah era genuina y pragmática.
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El Rey de las Bestias esperaba en el oscuro bosque a su ejército que se retiraba. Recordaba la pelea contra Arthur. Ese alfa no era normal; había algo extrañamente primario en él, que incluso hubo un momento en que se sintió dominado ante su presencia. Pero también estaba el hecho de que su corazón, palpitaba con una fuerza inusual. Su instinto salvaje le decía que algo que le pertenecía estaba cerca, que debía reclamarlo tan pronto como fuera posible. Era una atracción magnética que competía con su propósito.
—Mi rey, discúlpenos —dijo una de las bestias, acercándose con cautela.
—Olvídenlo, atiendan a los heridos, volvemos al reino —dijo el Rey de las Bestias, sin siquiera parecer molesto por la retirada forzada.
Esa sensación de que estaba dejando lo que le pertenecía atrás era inquietante y fastidiosa. No podía entender por qué su cuerpo reaccionaba así ante la posibilidad de que estaba dejando atrás en el País del Sur algo o alguien que le pertenecía.
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Varek suspiro de alivio al ver a Noah entrar al búnker. Su Rey estaba sin ni una sola herida visible y, lo que era más alarmante, demasiado tranquilo para lo que acababa de ocurrir.
Noah ignoró la preocupación de Varek y se dirigió directamente al centro de mando. Arthur, siguiéndole de cerca, escaneó la sala y sus ojos encontraron de inmediato a Titania, ella ya tenía sus preciosos ojos verdes cristalinos en él.
—Reina Hada —dijo de inmediato Noah, al encontrarse con Áine—. Ya es hora de hablar —Sonrió de manera genuina, no con autoridad. No quería verse más que ella, pues simplemente quería entender todo para tomar la decisión: ayudarla o simplemente olvidar una alianza con las hadas.
—Estoy de acuerdo —respondió Áine. Estaba dispuesta a decir lo que fuera necesario, pues había escuchado la sentencia del Rey de las Bestias: una semana para que ella fuera entregada a él. Su sonrisa, llevaba un rastro de peligro.
—Pero, no esta noche, pues ahora necesito evaluar la condición de mis guerreros. Hay protocolos con los que debo cumplir —dijo Noah con firmeza. La deferencia hacia Áine desapareció, reemplazada por la obligación de su trono.
—Entiendo, esperaré ansiosa el llamado para la reunión —dijo Áine con firmeza. Entendía el deber de Noah.
—El palacio ya está seguro. Pueden regresar a su ala sin problemas —intervino Varek, su voz era neutral.
Áine simplemente asintió y dirigió su mirada a Xander, quien no dejaba de mirar a Arthur. Entendía el motivo de la furia de su Caballero, pero para ella no era importante. Su hermana, ahí, en el país del Sur, era libre de hacer lo que ella quisiera. Ese era el motivo por el cual decidió llevarla consigo: darle la libertad de elegir su propio destino en lugar de la prisión dorada del Reino Hada.
—Vamos, Titania —dijo Áine, dirigiéndose hacia la salida del búnker.
. La mirada de Titania en Arthur no se perdía. Él estaba recargado en la pared con una frialdad inexpresiva en su rostro, pero eso era lo que mostraba ante los demás. No a Titania, a quien solo podía devorar de deseo.
—Titania —llamó Xander, su voz un murmullo de advertencia a su espalda.
Titania finalmente rompió el contacto visual. Caminó hacia Áine. Sabía que cada paso la acercaba al ala del palacio y a la espera inevitable. Sí, ella lo esperaría para continuar con ese juego de posesión, esa cacería que Arthur había comenzado sin siquiera darle tiempo de defenderse.
Pero ahora todo cambiaría. No se dejaría más.
En su mente estaba decidido: Ella cazaría al orgulloso y posesivo Alfa.
El depredador creía que la presa esperaba, pero la presa se había convertido en el cazador silencioso.