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Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:454
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 18

Pasados dos días sin verse, sin recibir noticias de ella y ser ignorado en cada una de sus llamadas; Carl la llamó de nuevo en una última oportunidad. Ella contestó al primer tono. Se escuchó el ruido de la puerta de su casa cerrar.

— ¿Por qué no me contestabas?

Su voz fue gutural.

— Estaba ocupada. —contestó, sin dar más argumentos.

Él sintió su tono de voz raro. Y como un perro sabueso, como detector de mentiras; su bombillo rojo se encendió.

— ¿Qué pasa? —apoyó la espalda a la cabecera de su cama en la suite, en calzones— Ayer te lo dejé pasar porque trabajaste mucho. Estabas agotada. ¿Pero hoy también?

— Estoy agotada también.

— Si supieras lo mal que mientes. —miró la suite bajo la luz amarillenta, casi al apagarse. Entrecerró sus ojos, deseando verla— Dime qué pasa en realidad.

— Es que....

Dudó en seguir hablando, pero él fue paciente. Esperó a que se tomara su tiempo, en tanto él pensaba en todas las posibles respuestas. Las malas y las buenas.

— Estoy en mis días.

Menos esa. De los hombros de Carl se levantó un saco de veinte kilos. La risa aminoró la carga que quedó en ellos y dejó el celular sobre su abdomen con el altavoz activado.

— ¿Es solo eso?

— Sí...

— Pero con eso yo no tengo inconvenientes. ¿Sabes?

— Carl.

— Un verdadero soldado jamás teme a manchar su espada. —declaró con el índice en alto como todo dictaminador en su trono.

— No me gusta hacerlo así.

Él lo aceptó sin tanta insistencia. Entendía que no se sintiera cómoda.

— Entonces, ¿ni para darme mimos?

Ella se carcajeó del otro lado de la línea, sabiendo bien a qué clase de mimos se refería.

— Por cuatro días no.

— ¿Cuatro días? —jugó con un hilo suelto de sus calzones, hablando en asombro— Eso es mucho.

— Mira el lado bueno, ya pasaron dos días.

— Porque tú lo decidiste. Podemos resolverlo de muchas formas. En la ducha, por ejemplo.

Hizo un gesto de morderse los labios, pensando en el cuerpo de Abby. Tuvo ganas de soltarle cualquier vulgaridad caliente, cualquiera de las posiciones que se pasaban por su mente cada que ella reía.

— Ya te dije que no, Carl. ¿Comiste?

— Sí... —contestó, jugando con sus dos anillos en su abdomen— Compré comida rápida.

— ¿Sana?

— Sí, señora Abby. —la diversión rellenó sus mejillas.

— No me digas así.

— Bueno, si tanto te preocupas por mi, no tenías que haberme abandonado a mi suerte por algo que es completamente natural.

— Es mi decisión.

— No somos niños, Abby.

Escuchó un suspiro de su parte.

— ¿De verdad quieres pasar tiempo conmigo?

Pudo imaginársela a la perfección morder su dedo índice, inclinar su pecho por delante de sus rodillas, sentada, aumentando sus caderas.

— ¿Por qué crees que te llamo si no?

En cambio, ella estaba sentada en el sofá de su sala de estar, con las piernas a todo estirar sobre los pasamanos. Abby ahogó las risitas descontroladas, sintiendo el cosquilleo en su pecho. Se exaltó, agitó las piernas y se paró de repente, para luego sentarse y manetner la cordura en su voz.

— Voy a dormir. —esquivó contestarle como realmente quería.

— Sueña conmigo, hermosa.

Ella ahogó el grito. Era la primera vez que lo escuchaba decir esa frase junta. Siempre le tiraba uno de sus chistes malos.

— Que duermas bien, ogro.

Él no quiso colgar, así que fue ella la primera.

La pantalla se apagó. Espiró sin tener más remedio y buscó debajo de una de las almohadas. Sacó una de las bragas de Abby. Se la había robado, sin que se diera cuenta.

La olfateó con impudicia, como buceo saliendo a la superficie por falta de aire, como pirata que persigue un tesoro por su instinto. Como si el olor íntimo impregnado en el encaje rojo fuera su última opción para salvarse.

...*** ...

Al día siguiente, el gallo cantó cuando Carl pisó el césped del patio de la casa de Abby.

Antes de tocar la puerta, una notificación llegó a su celular. La confirmación de pago de la venta de la casa de Millie.

Los nudillos tronaron contra la madera y el rostro de Abby le dio el comienzo a su día.

— ¿Qué haces aquí? —abrió los ojos, frunciendo el ceño con ligereza. Entre sorprendida y temerosa, no se resistiría a tenerlo cerca.

Él obsequió su más sincera sonrisa, guardando el celular en su bolsillo y entrando sin pedir permiso.

— Para que veas que no soy malo, te traje de tu chocolate preferido.

Abby solo tuvo que darle la espalda unos segundos, esos en los que cerró la puerta, para voltearse y verlo sentado en el sofá. Sus pantalones deportivos ya estaban a medio muslo, con su miembro al aire libre, y los brazos por detrás de su cabeza. La apuntaba sin necesidad de tomarlo en sus manos.

— Carl... —intentó advertirlo, pero fue tarde para cuando el taconeó se asomó por el pasillo.

— Abby, ¿qué crees de estos pendient-?

Carl se inclinó hacia delante de manera abrupta, cubriendo sus partes.

— ¡No vi nada! —dijo ella, regresando por el pasillo para entrar al cuarto de Abby.

Carl se paró, guardando todo el paquete. Miró dos veces para ver si estaba cerca.

— ¿Quién es?

— Mi mejor amiga. —se carcajeó en risas cantarinas— Se está quedando unos días aquí.

— No me dijiste nada. —le abrió los ojos en espanto y se contagió de la contentura de ella.

Abby pasó sus manos por los brazos de él, calmándolo y miró a su derecha.

— Elisa, puedes salir.

La coreana de cabellos cortos abrió la puerta, saliendo casi de puntitas.

— Carl, ella es Elisa. Elisa, Carl. —dijo con formalidad.

— Oigan, disculpen. —saludó con la mano al aire para luego traquetear sus nudillos— No sabía que estabas aquí.

— No. Tranquila. —Carl llevó sus manos a sus bolsillos, mirando a Abby con una ceja enarcada en diversión.

— Te espero en el auto, Abs. —agarró su bolso en la mesa del comedor y verificó que todo lo que necesitaba estuviera dentro.

Abby asintió y Carl se balanceó en su eje, tocándola con el codo.

— Mejor te llevo yo.

Le vio. ¿Eran ideas suyas o estaba nervioso?

— Hablemos. —reiteró, cortando la distancia entre sus cuerpos sin quitarle la mirada de encima.

— Vale. —vio a su amiga por detrás de Carl— Me iré con él.

Ella le subió los pulgares en alto, emocionada. Se controló los movimientos y pasó a paso firme por al lado de ellos, fingiendo seriedad en su rostro.

— Bueno. —abrió la puerta— Adiós, chicos.

— Cuídate. —le dijo Abby, cerrando la puerta a sus espaldas.

Giró en su eje. Las pupilas de él estaban repletas de alegría. La castaña se puso de puntitas, rodeando el cuello ancho del moreno con sus brazos. Él la tomó por la cintura y le dejó un beso de encanto, acompañado de sonidos lujuriosos, mordidas exquisitas y apretones de cadera candentes.

— Mi chocolate favorito, ¿eh? —lo hizo retroceder con una mano en el pecho.

— Sí... —la besó otra vez, agarrándola por los cabellos para incrementar la intensidad.

Lo sentó, quedando con sus labios rojos e hinchados. A él le brilló el rostro en cortejo. La chica de traje se arrodilló enfrente suyo y él se levantó un poco, dejándola quitarle el pantalón.

...***...

— Bueno, aprovechando este tiempo... —comentó estacionándose frente al casino Los Cuatro Dragones— ...voy a Los Santos.

Ella lo vio con frío en sus mejillas, dejando el cinturón correr hasta su toque.

— ¿Te vas?

— Queremos hacer un trabajo que nos cambiará la vida y así dejaremos de robar unos pesitos en los bancos.

Ella bajó sus hombros, dando fe de que entendía todo. Desconectó su celular del cargador del auto.

— Regreso, a más tardar, pasado mañana en la noche.

Ella movió su cabeza en un sí repetidas veces, apretando sus labios en un "umju".

Carl se apoyó en la consola central y le subió el mentón, rozando sus labios. No se le olvidaba que a ella le encantaban los besos. Sus besos.

— Quiero que me esperes en mi suite.

La incertidumbre de una punzada en el pecho le hizo arrugar la frente. Observó bien cada poro de su rostro, cada grieta del paso de los años como si quisiera hacerle foto mental al rostro del moreno de ojos oscuros, rasgados como lobo y pestañas envidiables.

— No te va a pasar nada malo, ¿verdad?

— Claro que no. —se encogió de hombros sin dejar de lado sus aires de grandeza— Todo está pensado.

— ¿Vas con tu hermano y ese otro chico?

— Sí. —bajó su mano libre a sus muslos, apretándolos por encima de la tela.

Ella quería decirle que lo iba a extrañar, que no se fuera. No era lo mismo saber que estaba en su suite a que se iba a otro Estado. Lo sentía muy lejano, mucho tiempo. Pero se calló, se limitó a besarlo y apresurarse a entrar al casino mientras él la miraba desde el auto. ¿Qué si le dio movimiento de cadera? Claro que sí.

...*** ...

En pleno robo, Carl llevaba dos bolsas llenas de diamantes sobre sus hombros. Alumbró con una linterna fina el camino a seguir y guiar a sus compañeros. César y Sweet llevaban dos bolsas cada uno, a pesar de que pesaban una hostia.

En peso pluma, las pisadas de los tres eran imperceptibles sobre las barras de hierro, por los techos. Carl encontró la ubicación ideal y se agachó. Dejó las bolsas a sus lados y cayó como gato en el piso bajo. Sweet le lanzó las bolsas con la punta de sus zapatos.

Detrás de él cayó César, sofocado. Y ambos ayudaron a Sweet.

— ¿Dónde está la salida? —susurró César.

Sweet apuntó al otro lado de la bóveda. Les faltaba bajar un piso. El detector de calor vibró en las manos de Sweet y los tres se escondieron en un punto ciego. En la oscuridad de una esquina, reteniendo su respiración.

El guardia pasó por su lado, sin notarlos. Carl dejó las bolsas en el suelo con cautela y sacó el cuchillo de sus botas. Se le acercó por detrás y lo degolló sin perder un segundo, sin darle oportunidad a tan siquiera jadear.

Dejó el cuerpo con precaución en el suelo. Sweet y César tomaron sus bolsas y se las echaron al lomo. Carl fue por delante, vigilando el pasillo de entrada. Verificó que no hubiera nada y la indicación de Sweet lo hizo volver.

Caminaron a paso rápido unos metros, hasta las escaleras. Carl se asomó de a poco, con las rodillas flexionadas.

Estaba orgulloso de haber elegido la mejor hora en la que todos se entretienen viendo desafíos y deporte en las garitas. Nadie estaba rodeando la puerta de salida.

Le dio indicaciones a su hermanos para seguirlo, bajó con cuidado hasta media escalera donde se le dobló un tobillo y rodó por el resto de los escalones.

El cuchillo cayó a su lado, rebotó y se le encajó de lado en el bicep izquierdo. El moreno apretó los dientes, tragándose el dolor. Se fue de costado, pegando la frente en las lozas frías del suelo.

La alarma se activó y unas luces rojas y azules parpadeantes cubrieron todo el lugar.

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