¿Podría un hombre marcado por la sangre cambiar al encontrarse con una mujer que veía la esperanza en todo?
¿O el pasado de ambos sería demasiado fuerte para escribir una nueva historia?
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Cap. 11
Heridas que no se ven
La pelea en el callejón se intensificó. Uno de los agresores empujó a Eva con fuerza, haciéndola caer al suelo. Luego se lanzó contra Lucifer con un grito rabioso.
—¡Te vas a morir, cabrón! —gritó el tipo, blandiendo un tubo de metal.
Lucifer lo esquivó con una calma que parecía irreal. No contraatacaba, solo se movía con precisión, como si ya supiera cada paso que darían sus enemigos.
—¡Cuidado! —gritó Eva, preocupada.
Lucifer la miró con una expresión helada.
—Cállate —dijo, sin levantar la voz, pero con una mirada que cortaba el aire.
Eva se estremeció. *“Su mirada... parece que no tiene alma.”*
En cuestión de minutos, Lucifer tenía a los cuatro agresores rodeados. Aris y Hendra observaban desde la distancia, sin intervenir.
—¿Por qué no lo ayudan? —preguntó Eva, nerviosa.
—Tranquila, señorita. El patrón no necesita ayuda —respondió Hendra, como si estuviera viendo una película.
Eva no podía creerlo. Lucifer se movía como un profesional, sin mostrar señales de cansancio.
De pronto, uno de los ladrones levantó un palo y se lanzó por la espalda. Eva, sin pensarlo, corrió para interponerse.
El golpe la alcanzó en el hombro. Gritó de dolor y cayó justo en los brazos de Lucifer.
Por un segundo, sus rostros quedaron a centímetros. Eva lo miró, temblando.
—Eres una idiota —dijo Lucifer, apartándola con brusquedad.
Aris y Hendra la ayudaron a levantarse. Lucifer, furioso, se giró y lanzó un puñetazo directo a la cabeza del agresor. El tipo cayó como muñeco, sin moverse. Otro se desmayó. Los dos restantes huyeron despavoridos.
Eva corrió a recuperar su bolso. Miró al hombre tirado en el suelo, sin señales de vida.
—¿Está muerto? —preguntó, con la voz quebrada.
Lucifer no respondió. Solo caminó hacia el coche.
—No se preocupe, señorita. Seguro está dormido —dijo Aris, intentando calmarla, aunque sabía que no era cierto.
—Vamos —ordenó Lucifer.
—¿La llevamos a casa? —preguntó Hendra.
—¿Quién dijo que la llevaran? —respondió Lucifer, molesto.
Eva, Aris y Hendra se miraron, incómodos.
—No se preocupen, puedo ir sola. Ya estoy cerca —dijo Eva, con una sonrisa forzada.
—Gracias por ayudarme —agregó, mirando a los tres.
Lucifer no respondió. Solo se subió al coche. Aris y Hendra lo siguieron.
Eva los vio alejarse. Luego caminó hacia su carrito de fideos, sosteniéndose el hombro con dificultad.
Desde el coche, Lucifer no dejaba de observarla por el retrovisor.
—Pobre señorita Eva. Le dieron con todo —dijo Aris.
—Y aún así se metió a defenderlo. Tiene agallas —agregó Hendra.
Lucifer no dijo nada. Cuando Hendra intentó mirarlo por el espejo, se encontró con la mirada directa de su jefe. Bajó la vista de inmediato.
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—¿Ya llegaste, hija? —preguntó Marni, apenas Eva cruzó la puerta.
—¿Trajiste el dinero? —agregó Ferdi, con una sonrisa ansiosa.
Eva sacó cinco mil pesos en efectivo y los puso sobre la mesa.
—Aquí está. Úsenlo bien.
—Gracias, hija. Te prometemos que lo vamos a devolver —dijo Ferdi.
—No se preocupen. Solo úsenlo para lo necesario —respondió Eva, tocándose la mejilla adolorida.
—Bueno, nos vamos. Nos esperan en casa —dijo Marni, tomando el dinero.
—Cuídense —dijo Eva.
—Ojalá ya no vengan a pedirle nada —murmuró Lisna, molesta.
—Lisna... —susurró Eva.
—Ya nos vamos. Cuídense —dijo Ferdi, sin mirar atrás.
Cuando se fueron, Lisna se giró hacia Eva.
—No entiendo por qué sigues siendo buena con esos chupasangre.
—Son mis padres —respondió Eva.
—Adoptivos —corrigió Lisna.
—¿Y esa mejilla? ¿Qué te pasó?
—Me golpearon. Pero alguien me ayudó.
—¿Alguien? ¿Hombre o mujer?
—Hombre.
—¿Guapo?
—No sé. No lo vi bien.
—¿Lo has visto antes?
—Sí. Cuatro o cinco veces, creo.
—¿Y cómo es?
—Tiene cara de demonio.
—¿Sabes su nombre?
—Lucifer.
Lisna se quedó en silencio.
—¿Lucifer? ¿Así se llama?
—Sí. Y no es solo el nombre. Él también da miedo.
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En casa de Marni y Ferdi, la discusión comenzó apenas cerraron la puerta.
—Tú te quedas con tres mil y yo con dos —dijo Marni.
—¿Por qué tú más?
—Porque yo tuve la idea.
—No, no. A mí me toca igual.
—Entonces le digo a Eva que tú me obligaste a mentir.
—Y yo le digo que tú también mentiste.
—Está bien. Tú dos, yo tres. ¿Contento?
—Sí. Ya, no hagas drama.
Así eran ellos. Un par de adultos irresponsables, adictos al juego, sin rumbo ni vergüenza. Mientras tanto, su hijo Aldo, de secundaria, apenas iba a clases. Prefería perderse por las calles que volver a casa a verlos discutir.
Te felicito
espero que ese tipo le diga a Eva que su padre la vendió a el para pagar la deuda que tenia con el aver si con eso ya habré los ojos y se da cuenta que ellos no la quieren y solo la ven como un objeto que pueden usar del cual desacerse
y así ella se aleje y corta lazos con esa gente que si la buscan con escusas barata no los escuche ni les de dinero que solo se preocupe por ella y su hermano que se ve que la quiere y se preocupa por ella