Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
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CAPITULO 18
...Valeria....
La mujer entra en la sala con un vestido tan diminuto que deja poco a la imaginación.
Algo dentro de mí arde, se retuerce con furia cuando Santori desliza las manos por su cuerpo. Ella me mira, confundida, sin comprender el juego, pero aun así se deja hacer, como si no tuviera voluntad propia. Como si fuera solo eso… otra muñeca rota en sus manos
Quiero arrancarme esta sensación del pecho, extirpar esta maldita debilidad que se aferra a mí como una maldición. Me asquea, me envenena, me hace vulnerable. No debería estar aquí. Pero lo peor de todo es que cada vez que estoy con él, algo en mí se quiebra… y temo que, cuando termine de romperme, ya no quede nada de lo que solía ser.
—¿Te crees especial, Valeria? Te mostraré cuán especial eres.
Hay algo en su mirada, algo que intenta esconderse, disfrazarse para no ser descubierto.
Él la toca, pero sus manos no recorren su piel de la misma manera. No con ese deseo febril, enfermizo, que lo consume cuando me toca a mí. Sus besos son fríos, crueles, mecánicos. No hay rastro del descontrol con el que me devora a mí.
¿Está intentando negarlo o terminar de confirmarlo?
Porque, por mucho que quiera engañarse, es evidente que no soy una más.
Y aunque me joda admitirlo… él tampoco lo es.
¿Qué me está pasando? ¿Qué es esta sensación que se enreda en mi pecho, apretándome como un maldito nudo imposible de soltar?
¿Por qué no quiero que siga tocándola? ¿Por qué mi primer instinto es apartar la mirada en lugar de enfrentar lo que arde dentro de mí?
Quiero matarlo. Con todas mis fuerzas lo deseo.
Mi pulgar, ese que disloqué tantas veces desde que tengo memoria, vuelve a hacer su trabajo. Un movimiento preciso y la esposa cede lo justo para liberarme.
No voy a demostrar cuánto me afecta esto. Santori no merece nada de mí.
Nuestros ojos se encuentran, y es entonces cuando lo nota.
El grillete aún cuelga de mi muñeca, la prueba de que estuve atrapada… pero ya no más.
Santori me observa, sus manos todavía sobre ella, midiendo mi reacción, buscando algo en mí. Algo que no pienso darle.
Con un movimiento seco, acomodo mi dedo en su lugar y me alejo sin mirar atrás.
Necesito salir de aquí. Necesito distanciarme de él antes de que este incendio dentro de mí me consuma por completo.
Mostrar debilidad ante Santori no es una opción. Nunca lo ha sido.
Intento avanzar, pero antes de que mis dedos rocen siquiera el pomo de la puerta, su cuerpo se estrella contra el mío, aplastándome contra la pared.
—Vas a quedarte —su orden se desliza por mi piel como un filo oxidado, hiriéndome, infectándome con su maldita presencia.
La repulsión me sacude. No solo por él, sino por lo que está haciendo conmigo. Por este veneno que se esparce dentro de mí, corrompiéndome, arrancándome todo lo que fui y convirtiéndome en algo más.
Algo que no reconozco.
Algo que lo mira y lo ve diferente.
Pero no es distinto. No puede serlo. Solo es un hombre más. Una p0 lla más. Un maldito como cualquier otro.
Entonces, ¿por qué siento que mi vida está atada a la suya? ¿Por qué, cuando me aferra así, el odio y el deseo se confunden en un mismo infierno?
Su agarre se endurece, y su respiración se vuelve errática contra mi piel. Sus ojos, oscuros como la noche, me escudriñan, intentando doblegarme, queriendo arrancarme algo que no pienso darle.
—Déjame ir. Ya lo has dicho. Tienes a tu zorra de turno. No me necesitas para nada más.
Su mandíbula se tensa. Sus dedos se hunden en mis hombros. Hay algo en su expresión que no logro descifrar, algo que lo traiciona.
—No me da la gana dejarte ir, Valeria.
Su voz está cargada de furia, pero también de algo más. Algo que ni siquiera él parece entender. Está peleando consigo mismo, no conmigo. La guerra jamás ha sido contra mí.
—¡Maldita sea! ¿Qué mierda has metido en mis venas?
Su frente choca contra la mía, y por un instante, todo se detiene. Su aliento se mezcla con el mío, su rabia con la mía.
—Quiero matarte… acabar contigo y destruirte hasta que no quede nada por lo que estas haciéndome. Malditaseas, Valeria....Malditaseas.
Cada palabra es un filo que se clava en mi piel, pero lo que realmente me envenena es lo que no dice. Lo que ni siquiera él es capaz de aceptar.
Mi corazón se dispara de una forma distinta. Una que no consigo reconocer. Algo en mi interior se retuerce, como si una parte de mí supiera lo que está ocurriendo, pero se negara a admitirlo.
—Lárgate, Sasha —su voz es un filo de acero templado en rabia contenida.
Ella intenta protestar, pero la mirada que le dedica es tan fría y peligrosa que la silencia de inmediato. No dice nada más. Solo toma su dignidad y sale de la casa sin atreverse a desafiarlo.
La sangre de su brazo ha empapado la tela de su camisa, traspasándola con lentitud, marcando su piel como un recordatorio de lo que ha hecho. Pero él no se inmuta. No hace un solo gesto de dolor. Como si no sintiera nada.
¿Es siquiera capaz de sentir algo? ¿O acaso yo soy la única que logra atravesar esa muralla impenetrable?
Su toque me quema más que sus palabras. Es un roce calculado, medido, casi tierno… pero sé que detrás de esa caricia hay algo más oscuro, algo retorcido que me quiere consumir.
—No eres tan bueno —escupo con frialdad, levantando la muñeca para que vea el grillete colgando—. No quiero nada de ti, Santori. Aléjate de mi vida y haz de cuenta que jamás me crucé en la tuya.
Sus labios se curvan en una sonrisa que no alcanza sus ojos, esos malditos ojos que me desnudan sin permiso.
—No quiero hacer eso —su voz es baja, pero firme, como una sentencia inquebrantable—. No hasta que yo quiera, hasta que así lo decida. Hasta que no quede nada de ti. Porque voy a destruirte, Valeria. Y voy a encargarme de que así sea.
Su mano se desliza por mi rostro con una suavidad que no le pertenece, con una calma engañosa que es peor que su furia. Es un depredador jugando con su presa, disfrutando el momento antes del golpe final.
Pero lo que más me jode es que, por un segundo, esa maldita caricia me hace dudar de todo.
Cuando su boca se pega a la mía, la sensación que me asfixia se vuelve insoportable, como un veneno que se expande por mis venas sin freno. Su aliento me quema, su piel me consume, y lo odio. Lo odio con la misma intensidad con la que deseo que me toque, que me marque, que me folle hasta arrancarme esta maldita necesidad de él.
Porque eso es lo que quiero. Que me destroce. Que me use hasta que no quede nada de este deseo enfermizo, hasta que su nombre deje de arder en mi piel.
Sus manos se clavan en mi piel con posesión, como si ya fuera suya, como si estuviera perdiendo la razón por mí. Su boca devora mi cuello con frenesí mientras desliza mi ropa interior, sus dedos apretando mis glúteos con una desesperación casi violenta. Me pega contra él con una necesidad brutal, primitiva, imposible de contener. Es una bestia desatada, arrancándome el aliento, desgarrandome la piel y lo peor es que no quiero que pare.
Cuando se hunde en mí, el movimiento brusco me eleva una y otra vez contra la pared, arrancándome el aliento. Me aferro a él con las piernas, anclándome a su cuerpo, aferrándome a este instante en el que todo desaparece excepto nosotros. Por una vez, suelto el control, lo dejo tomarme, devorarme. Mi cuerpo se rinde sin reservas, sin barreras. Quiero que me destruya, porque pienso hacer exactamente lo mismo con él.
Voy a despedazarlo hasta que no quede nada de él que me importe. Hasta arrancarlo de mi piel, de mi mente, de cada maldito rincón de mi ser. Tal vez así… y solo tal vez, pueda recuperarme a mí misma. Volver a ser quien era antes de que él irrumpiera en mi vida como una maldita tormenta.
Su cuerpo se estremece contra el mío y ambos nos dejamos arrastrar por un torbellino de sensaciones que nos desgarra desde dentro, violentos, incontrolables, imposibles de contener. Cuando sus ojos se encuentran con los míos de nuevo, veo algo en su mirada, algo crudo, visceral… algo que ni siquiera él puede enmascarar.
—Me jodes la vida, Valeria. Me enfermas, me consumes… y aun así, aquí estoy, incapaz de soltarte —su voz es un veneno que se adentra en mis huesos, un eco maldito del que nunca podré escapar.
Me besa otra vez, esta vez con una lentitud tortuosa, como si saboreara cada segundo, como si el tiempo se hubiera rendido ante nosotros.
—Eres una maldita enfermedad, Valeria Montalban… y no hay cura para esto.
Una de sus manos atrapa mi mentón, forzándome a recibir su beso, uno que no es suave ni tierno, sino posesivo y brutal. Sus dientes atrapan mi labio, dejando su huella en mi piel, reclamándome sin necesidad de palabras. El ardor en mi mejilla se intensifica cuando la herida vuelve a abrirse, y la sangre, espesa y caliente, se desliza en un camino carmesí.
No retrocede. No se inmuta. Su lengua se arrastra lentamente sobre la herida, saboreándola como si fuera el más exquisito elixir.
—Dulce… caliente… adictiva —su voz es una sentencia, un maldito decreto grabado a fuego—. Me quemas desde dentro, Montalbán. Y cuanto más te pruebo, más me jodes la cabeza. Quizá esta sea la única forma de hacerte parte de mí para siempre.
No me da espacio para responder antes de devorarme otra vez, su boca aplastando la mía, su hambre desbordándose en cada roce, en cada jadeo. Quiere someterme, doblegarme, hacerme suya de una forma en la que jamás pueda escapar.
—Si sigues así… —jadeo contra sus labios, saboreando mi propia sangre en su boca— voy a empezar a pensar que, en el fondo, solo eres otro adicto… y yo, tu maldita droga.
Nuestros cuerpos vuelven a fundirse, encajando con una precisión malsana, como si siempre hubieran estado destinados a esto. Como si nunca hubiera existido un antes, solo este instante en el que todo lo demás deja de importar. ¿Qué somos? ¿Qué maldición nos arrastra? Su locura y la mía se entrelazan con una perfección perversa, devorándonos hasta los huesos.
—Quiero hacerte mía de todas las formas posibles, hasta que no recuerdes cómo era respirar sin mí.
Sus palabras quedan suspendidas en el aire, pesando sobre mi piel como una marca imborrable. Y en ese segundo de lucidez lo entiendo… No soy la única que ha perdido en esto.
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Me despierto sintiendo la cama vacía y fría, como si su ausencia hubiera drenado hasta el último rastro de calor. La oscuridad envuelve todo el lugar, pesada, casi tangible. Me levanto en silencio, mis pies deslizándose sobre el suelo mientras me acerco a aquella puerta que la vez anterior atrapó mi atención. Mi mano se dirige al pomo, pero un sonido, un susurro melódico en la penumbra, desvía mi interés.
Algo más está al otro lado de la casa. Un espacio que no exploré antes.
Me oculto tras la pared y, al asomarme, me encuentro con una escena que me deja sin aliento. Santori está ahí, sentado frente a un piano que parece haber estado esperando por él toda su vida. Sus dedos recorren las teclas con una fluidez hipnótica, y su voz—profunda, áspera y, al mismo tiempo, malditamente melancólica—canta con una pasión que nunca creí posible en alguien como él.
"...Something's got a hold of me lately
Algo me está afectando últimamente...
...No, I don't know myself anymore
No, ya no me conozco...
...Feels like the walls are all closin' in
Se siente como si todas las paredes se estuvieran cerrando..."
Cualquier persona que lo viera en este instante diría que es solo un hombre más, alguien común, perdido en la música. No el monstruo que conozco. No el hombre lleno de sombras, consumido por demonios que no intenta expulsar, sino que abraza como si fueran parte de su esencia. Demonios que se aferraron a él, que lo moldearon, que lo convirtieron en lo que es ahora.
Pero en este preciso momento, con la luz tenue acariciando su rostro y la melodía escapando de sus dedos, parece alguien distinto. Como si, por un instante, la oscuridad dentro de él le diera tregua. Como si hubiera algo más allá de la locura, más allá de la obsesión y el caos que nos rodea.
"...I lose control
Pierdo el control
When you're not next to me (when you're not here with me)
Cuando no estás a mi lado (cuando no estás aquí conmigo)
I'm fallin' apart right in front of you, can't you see?...
Me estoy desmoronando justo frente a ti, ¿no lo ves?..."
Su voz se desliza por mi piel como un veneno dulce, dejándome una sensación que no sé si quiero arrancarme o aferrarme a ella. Es un eco de algo más profundo, más oscuro. Un alma atormentada es lo que veo. Un alma rota, igual que la mía.
Por un instante, la música parece desnudarlo, revelando las grietas bajo su piel, aquellas que esconde tras su mirada fría y su violencia contenida. Y me odio a mí misma por entenderlo. Por sentir, aunque sea por un segundo, que nuestras sombras se reconocen.
"...Problematic
Problemático
Problem is I want your body like a fiend, like a bad habit
El problema es que quiero tu cuerpo como un adicto, como un mal hábito
Bad habits hard to break when I'm with you
Es difícil cambiar los malos hábitos cuando estoy contigo..."
La música se detiene de golpe cuando sus ojos me encuentran en la penumbra. Me observa como si hubiese sabido todo el tiempo que estaba allí, como si me hubiera estado esperando. El silencio que sigue es sofocante, más intenso que cualquier nota que haya salido de sus manos.
Intento descifrar qué es lo que me ata a él, qué es lo que me mantiene aquí, a pesar de saber que esta guerra solo tiene un final: mi derrota.
¿Qué es lo que me encadena a Lucas Santori?
Acaso es su cuerpo, desnudo frente a mí, esculpido con una precisión letal, diseñado para tentar, para hacer perder la razón.
O quizás sea su obsesión por el control, esa manera retorcida de hacerte sentir que no hay nada más allá de él, que cualquier otra cosa es irrelevante.
O tal vez… tal vez sea esa oscuridad en sus ojos, esa sombra densa y peligrosa que reconozco demasiado bien. Porque es la misma que arde en los míos.
Y juntos, esa oscuridad nos va a consumir. Nos va a destruir.