A veces perderlo todo es la única manera de encontrarse a uno mismo
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Capítulo 16: Renacer entre sombras
El primer sonido que percibió Juliana fue un pitido constante, suave y rítmico, como el compás de un corazón ajeno que se confundía con el suyo. Tardó unos segundos en distinguir que era el monitor cardíaco, y otros más en darse cuenta de que no estaba en su cama ni en su casa. El olor a desinfectante y la sensación fría de las sábanas de hospital la envolvieron en una nube de confusión.
Abrió los ojos lentamente, pestañeando ante la luz blanca que inundaba la habitación. Todo parecía demasiado nítido, demasiado real, pero a la vez lejano. Un peso incómodo en el pecho le recordó lo sucedido: Martín, sus manos en su cuello, la oscuridad que la arrastraba… y después nada.
Su respiración se agitó en un instante, pero antes de que pudiera dejarse llevar por el pánico, una voz grave y tranquila la ancló de vuelta.
—Tranquila, Juliana. Estás a salvo. —Mattia estaba sentado a su lado, inclinado hacia adelante, con una expresión tan intensa que parecía contener el mundo entero en sus ojos.
Ella lo miró, con las pupilas aún nubladas por la confusión, y en ese instante comprendió que no estaba sola. Él le sostenía la mano, cálida y firme, como un cable a tierra.
—¿Qué… qué pasó? —preguntó ella, la voz áspera, como si hubiera tragado fuego.
Mattia apretó con suavidad sus dedos.
—Lo peor ya quedó atrás. Martín fue arrestado. No va a volver a hacerte daño.
El simple hecho de escuchar su nombre la estremeció. Cerró los ojos un momento, dejando escapar un sollozo ahogado. Mattia, sin dudarlo, se inclinó un poco más y le acomodó un mechón de cabello que le caía sobre el rostro. El gesto fue tan delicado que Juliana se sintió quebrarse por dentro.
—Yo pensé… —murmuró ella— pensé que no iba a despertar.
—Yo no iba a permitirlo —contestó él, con una firmeza que no dejaba espacio a dudas.
El silencio se extendió unos segundos, interrumpido por el golpeteo nervioso de uñas contra madera. Al girar la cabeza, Juliana vio a Micaela y Alessandro en un rincón de la habitación. Mica tenía los ojos hinchados de tanto llorar, pero una sonrisa aliviada le suavizaba el rostro. Alessandro, en cambio, mantenía su postura erguida y seria, aunque había un brillo de ternura en la forma en que observaba a Mica sostener una botellita de agua como si fuera lo más importante del mundo.
—¡Juli! —exclamó Mica, levantándose de un salto para acercarse—. No sabés el susto que nos diste. Yo… yo pensé que… —su voz se quebró y no pudo seguir.
Juliana extendió su mano libre hacia ella, y Mica se la tomó con fuerza.
—Estoy acá, Mica. Estoy viva. Gracias a vos… y a ellos. —Miró fugazmente a Mattia y Alessandro, con un nudo en la garganta.
Alessandro carraspeó y dio un paso adelante.
—Fue Mattia el que no se movió de tu lado, ni un segundo. Yo me encargué de llamar a todo lo necesario, pero él… él no iba a dejar que nada te pasara.
Mattia lo fulminó con la mirada, incómodo con la revelación, pero Juliana lo notó. Lo notó en la manera en que él la miraba como si hubiese estado dispuesto a pelear contra el mundo entero por ella.
—Gracias —susurró, con un hilo de voz, y sus ojos se humedecieron.
Mattia negó con la cabeza.
—No tenés que agradecerme nada. Lo único que importa es que estás acá.
Un silencio cargado de emociones envolvió a los cuatro. En ese instante, Juliana observó cómo Alessandro se acercaba un poco más a Mica y, con una torpeza inusual en un hombre tan seguro de sí mismo, le ofrecía un pañuelo. Mica lo aceptó, sonrojada, mientras sus dedos se rozaban apenas. Fue un gesto pequeño, pero suficiente para que Juliana, incluso en su estado debilitado, percibiera un inicio de complicidad.
Ella sonrió débilmente. En medio de su dolor, la vida seguía buscando maneras de entrelazar caminos.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Juliana, todavía con la garganta cerrada por el miedo—. ¿Y si Martín…?
—No —la interrumpió Mattia, categórico—. Martín va a enfrentar a la justicia. No volverá a tocarte.
Sus palabras eran como un escudo. Por primera vez en mucho tiempo, Juliana no sintió que tuviera que defenderse sola. Había alguien ahí, dispuesto a cargar con parte de su peso.
Cami acarició la mano de su amiga.
—Y yo voy a estar con vos en cada paso. Te lo prometo.
Juliana tragó saliva, emocionada, y se permitió por un segundo recostarse un poco más sobre la almohada, dejando que su cuerpo descansara. Mattia seguía a su lado, inmóvil, como si no pudiera concebir la idea de apartarse.
Sus miradas se encontraron de nuevo. Esta vez, Juliana notó algo que la hizo estremecer de otra manera: no era lástima lo que veía en esos ojos, era respeto, protección… y una intensidad que le despertaba algo dormido dentro suyo.
No estaba lista para pensar en eso, no todavía. Pero era imposible negarlo.
—Quiero… —dijo al fin, apenas audible— quiero salir adelante. Quiero terminar con todo esto.
Mattia inclinó la cabeza.
—Y lo vas a hacer. No estás sola, Juliana. Nunca más.
La fuerza en sus palabras le devolvió un poco de oxígeno al alma. Tal vez, solo tal vez, estaba empezando a renacer entre las sombras.
En el rincón, Mica y Alessandro compartieron una sonrisa silenciosa, como si hubieran encontrado en la tragedia una chispa de algo inesperado. Y Juliana, viéndolos a todos ahí, supo que la vida le estaba dando una segunda oportunidad.
Una que no pensaba desaprovechar.