Issabelle Mancini, heredera de una poderosa familia italiana, muere sola y traicionada por el hombre que amó. Pero el destino le da una segunda oportunidad: despierta en el pasado, justo después de su boda. Esta vez, no será la esposa sumisa y olvidada. Convertida en una estratega implacable, Issabelle se propone cambiar su historia, construir su propio imperio y vengar cada lágrima derramada. Sin embargo, mientras conquista el mundo que antes la aplastó, descubrirá que su mayor batalla no será contra su esposo… sino contra la mujer que una vez fue.
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CAPÍTULO 19. La llave dorada.
Capítulo 19
La llave dorada.
El silencio dentro del vehículo era cómodo, como si cada cosa estuviera perfectamente en su sitio: el rugido del motor, la música suave que salía apenas audible de los altavoces, y el leve tecleo de Gabrielle en su celular.
Issabelle se recostó contra el asiento de piel, ignorando deliberadamente el nudo apretado en su estómago. Dejó que la velocidad la alejara de la mansión Milani, de Beatrice y de su juicio medieval, de Enzo y su silencio cobarde, de Eva y su sombra venenosa.
Afuera, los árboles y las fachadas antiguas de Verona pasaban como manchas de acuarela.
No dijo una palabra durante el trayecto. No era necesario. Giordanno tampoco la apuró. Solo condujo.
Y luego, sin aviso, el Maserati giró en una calle discreta y arbolada. Al fondo, se alzaba como una joya en una vitrina una torre moderna, de vidrio oscuro y acero, rodeada por jardines esculpidos. Los guardias abrieron el portón sin hacer preguntas.
Cuando el vehículo se detuvo frente al ingreso privado de la torre, Giordanno bajó primero. No la miró, simplemente rodeó el coche y se recostó con despreocupación sobre el capó.
Gabrielle no tardó en girarse desde el asiento delantero, con una sonrisa que era más una orden disfrazada de cortesía.
—Ve —dijo, quitándose los lentes de sol—. Él no se tumba así por cualquiera.
Issabelle bufó con sarcasmo.
—¿Eso debía convencerme?
—No. Solo recordarte que el peligro y la oportunidad a veces se parecen demasiado.
La joven dudó un segundo, luego salió. El aire le golpeó el rostro con una frescura inesperada, pero no tan fría como la mirada de Giordanno cuando alzó la vista hacia ella.
Había en sus ojos un atisbo de algo inusual: vulnerabilidad, o al menos su eco más lejano.
—¿Qué es este lugar? —preguntó ella, cruzándose de brazos.
—Uno de mis muchos errores… y quizá, una forma de redimir al menos uno de ellos.
—¿Redimir?
Él asintió, incorporándose. Tenía el rostro limpio, sin la sombra habitual de arrogancia.
—Sé que fuiste expulsada de tu casa —dijo sin rodeos—. Sé que tu apellido ahora pesa más de lo que protege. Y sé, Issabelle, que fui en parte culpable de que todo se precipitara. Aquel escándalo, el bar, las fotos filtradas… Fui descuidado.
—¿Tú lo hiciste?— preguntó ella, entrecerrando los ojos.
—No —respondió sin reservas—. Pero lo supe antes de que se dispersara en las redes y no hice nada para evitarlo. No con la intención de perjudicarte. Me dejé llevar por la idea de que eras mía, al menos en ese momento.
Ella bajó la vista. Las palabras, por más suaves que fueran, habían cortado.
Giordanno sacó algo del bolsillo interior de su chaqueta. Una llave, dorada y elegante, colgaba de un llavero de cuero negro con las iniciales "GL" grabadas con discreción.
—Este lugar es tuyo —le dijo, entregándosela—. Puedes vivir aquí de ahora en adelante.
Issabelle no la tomó de inmediato. Miró el edificio detrás de él, sus ventanales espejados, sus columnas blancas y pulidas, la discreta marquesina con su nombre: Torre del Sogno.
Sabía lo que representaba. Entrar allí no era solo tener una dirección nueva. Era poseer prestigio, poder, libertad.
Incluso para hombres como Giordanno, conseguir un departamento allí era una hazaña que implicaba millones, contactos y favores. No se otorgaban alquileres. Solo ventas. Solo acceso por recomendación directa del consejo de inversores.
Y él se lo estaba dando… a ella.
Su pecho se agitó, como si su cuerpo respondiera antes que su razón.
—¿Por qué harías algo así por mí? —susurró, apenas audible.
Giordanno no respondió de inmediato. Se acercó un paso más, lo suficiente para que ella sintiera el calor de su cuerpo, el perfume exquisito que lo envolvía como una segunda piel.
—Porque cada vez que te veo salir de una pelea con los hombros erguidos, con la dignidad intacta, siento que el mundo necesita más mujeres como tú —dijo, en voz baja—. Y porque si no puedo tenerte como quiero, al menos quiero que estés donde mereces.
Un silencio denso se instaló entre ellos.
Issabelle sintió su propia respiración acelerarse. Él no la tocó, pero su cercanía era una presión en su espalda, un roce invisible pero abrasador.
—No estoy segura de poder aceptar —dijo ella, aunque su voz titubeó.
—No te estoy pidiendo que lo aceptes —respondió él—. Solo que lo uses. Un regalo sin condiciones, Issabelle.
—Si lo tomo, juro que te lo pagaré, junto con la deuda que tenemos.
Gabrielle bajó del coche justo en ese momento, fingiendo buscar algo en la guantera, pero evidentemente escuchando todo.
Alzó la voz con fingida ligereza.
—Te advierto, Issabelle, el penthouse tiene jacuzzi con vista al atardecer. Si no lo usas tú, lo usaré yo para mis fiestas privadas de tarot y champán.
Issabelle rió, aunque no supo bien por qué. Quizá por los nervios. Quizá por la ironía de Gabrielle. Porque la vida, con sus giros tan absurdos, la estaba poniendo una vez más frente a una elección peligrosa: confiar en el lobo… o volver a la jaula.
Giró la llave entre los dedos.
—Qué sea como quieras. Podrás pagarlo en mil ochenta y tres días a partir de hoy —respondió con una sonrisa ladeada y su mano extendida hacia ella.
Issabelle levantó la vista y lo miró a los ojos.
—Lo pensaré —dijo finalmente.
—Hazlo pronto. La vista desde el piso treinta y cuatro puede hacerte cambiar de opinión más rápido que yo.
Issabelle caminó hacia la entrada de la torre. El mármol, las flores exóticas, la seguridad discreta. El lujo, en estado puro. La posibilidad de comenzar de nuevo, sin muros, sin suegras, sin Enzo.
Cuando volvió a girarse, Giordanno ya estaba de nuevo en el coche, el motor encendido, los ojos ocultos tras sus gafas oscuras. Gabrielle, sonriendo como siempre.
Issabelle guardó la llave en el bolsillo de su abrigo.
Y por primera vez en mucho tiempo, supo que tenía una puerta propia por abrir.
Dentro del vehículo, mientras el Maserati se deslizaba por la avenida, Gabrielle soltó un bufido y le dio un suave golpe en el hombro a Giordanno, lo justo para que él lo mirara de reojo por encima de sus gafas oscuras.
—¿Tú sabes enamorar a una mujer o estás improvisando sobre la marcha? —lo increpó con una ceja arqueada—. Porque regalarle un penthouse y después cobrárselo… eso no es romántico, es bipolar. ¿Te volviste loco?
Giordanno no perdió la compostura. Apenas curvó una sonrisa.
—Fue solo una estrategia —respondió con esa calma suya que irritaba y fascinaba a partes iguales—. Sé bien que Issabelle no acepta regalos. Pero si cree que me debe algo, tengo una razón legítima para verla cuando yo quiera. Y cada vez que lo haga, será bajo mis términos.
Gabrielle lo miróboquiabierto.
—Dios mío… ¿manipulación envuelta en terciopelo?
—Persuasión —corrigió él, ajustando el retrovisor con elegancia—. Y tú deberías tomar nota. Funciona mejor que tus fiestas de tarot y champán.
Gabrielle rió, tirando su celular en la guantera.
—Claro. Porque el verdadero arte está en hacer que te deban… y disfruten de deberte.
—Exactamente —murmuró Giordanno, con una sonrisa traviesa.