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EL MAESTRO DE LA MUERTE

EL MAESTRO DE LA MUERTE

Status: Terminada
Genre:Escena del crimen / Completas
Popularitas:277
Nilai: 5
nombre de autor: José Luis González Ochoa

Haniel Estrada ha logrado obtener su título oficial de detective de la policía tras los eventos ocurridos en contra de su ahora muerto padre.🕵️‍♂️

Ahora como el tutor de su hermana adolescente y de la hija del detective Rodríguez, debe dividir su tiempo entre ser "Padre" y su pasión, pero toda felicidad tiene su fin.🙃

Su medio hermano Carlos ha jurado venganza en contra de Haniel y sus protegidas por la muerte de su padre y promete ser el próximo asesino serial y superar a su padre😬

¿Podrá Haniel proteger a sus seres queridos y evitar tantas muertes como las que ocurrieron antes?💀

NovelToon tiene autorización de José Luis González Ochoa para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

PIEZAS DEL ROMPECABEZAS

El amanecer en el condado tenía un aire distinto al de la ciudad. Aquí no se escuchaban disparos a lo lejos, ni sirenas interrumpiendo el sueño de la gente. El viento olía a tierra húmeda y a pan recién horneado de alguna panadería que abría temprano. Todo parecía diseñado para transmitir calma.

Pero Haniel, acostumbrado a mirar debajo de la superficie, no se dejaba engañar. Esa quietud era como una sábana blanca que cubría un cadáver: debajo de ella había algo podrido.

El día inició en la sala de investigaciones del cuerpo forense, una habitación demasiado fría para el gusto de Erick. Las paredes blancas parecían absorber cualquier atisbo de humanidad, y el zumbido del aire acondicionado se mezclaba con el eco de los pasos.

La doctora Martínez, una mujer de voz grave y mirada calculadora, se plantó frente a ellos con una carpeta bajo el brazo.

—Gracias por venir temprano. El caso exige discreción.

Haniel asintió, observando cada gesto de la mujer. Ella abrió la carpeta y deslizó varias fotografías sobre la mesa metálica. El brillo del flash rebotaba en la piel muerta, congelada en un instante perturbador.

—La versión oficial —dijo la doctora— señala que la víctima cayó desde el acantilado. Una muerte accidental.

Erick se inclinó hacia las fotos y arrugó la frente.

—Pero eso no parece una caída.

—Exacto. —La doctora señaló con un bolígrafo—. Estos cortes en la piel fueron hechos antes de la muerte. Líneas rectas, repetitivas, como símbolos. Además… —sacó otra hoja— en el examen toxicológico encontramos restos de midazolam. Fue sedada, inmovilizada, y después colocada en la escena.

Haniel cruzó los brazos, sus ojos grises recorriendo los documentos.

—Esto no es un accidente. Es un mensaje.

Un silencio incómodo llenó la sala. Erick carraspeó, nervioso.

—Doctora, ¿alguna coincidencia con otros casos?

Ella negó con la cabeza.

—Nada que coincida en nuestros registros… pero ustedes vinieron aquí porque sospechan de alguien. ¿Estoy en lo cierto?

Haniel no respondió. Solo cerró la carpeta con calma, como quien guarda un secreto demasiado grande para ser compartido.

Al salir, un oficial del condado les entregó otra carpeta con las declaraciones de testigos. El aire en el pasillo era más cálido, impregnado de desinfectante barato. Erick hojeó los papeles mientras caminaban.

—Mira esto —dijo señalando un párrafo—. Una testigo afirma que vio a un hombre con traje oscuro rondando el bar donde la víctima fue vista por última vez. Delgado, con una mirada que la hizo sentir observada.

Haniel apretó la mandíbula. Demasiado parecido a la descripción que ya conocía.

—¿Qué más?

—Otros dicen que la chica parecía nerviosa, como si alguien la estuviera siguiendo desde días antes. —Erick cerró la carpeta—. Todo apunta a que fue elegida. Preparada para este final.

Se detuvieron frente al ventanal que daba al exterior. Desde allí se veía el condado: casas impecables, autos costosos y niños jugando en calles limpias. Una postal perfecta.

Haniel sacó un cigarrillo y lo encendió. El humo subió lentamente, difuminándose con la luz de la mañana.

—Recuerda lo que nos dijo Víctor —murmuró—. Solo habló de la caída. Nada de símbolos, nada de sedantes, nada de un hombre rondando la zona.

Erick frunció el ceño.

—Nos mintió desde el principio.

—No. —Haniel exhaló el humo—. Nos dio exactamente lo que quería que escucháramos. La versión que mantenía al condado tranquilo, que lo hacía parecer un accidente. Y ahora, con lo que encontramos, el encubrimiento es más evidente.

Erick se apoyó en la baranda.

—¿Y si todo esto es una trampa? ¿Y si Carlos está usando incluso a los forenses para llevarnos justo por el camino que él quiere?

Haniel giró hacia él con una media sonrisa amarga.

—Claro que es una trampa. La diferencia es que… —pausó para dar otra calada— esta vez vamos a entrar en ella sabiendo que lo es.

El viento sopló fuerte, agitando las hojas de los árboles y el cabello de Erick. Un escalofrío lo recorrió. Por primera vez, sintió que estaban caminando en terreno diseñado por alguien más.

Haniel apagó el cigarrillo contra la baranda.

—Carlos siempre ha jugado con símbolos, con mensajes. Esta escena no es solo un crimen. Es un rompecabezas. Y si lo resolvemos demasiado tarde, no habrá nada que salvar.

Erick lo miró en silencio, comprendiendo que las reglas del juego estaban escritas mucho antes de que ellos llegaran al condado.

El rompecabezas apenas empezaba, pero cada pieza encajada los acercaba más a Carlos… y a la certeza de que estaban entrando en una trampa imposible de evitar.

La dirección estaba escrita con tinta negra en la carpeta. El GPS los llevó hasta las afueras del condado, a una calle menos transitada. Allí, entre casas pintadas de blanco y jardines cuidados, la vivienda de la víctima se levantaba como una herida sin cerrar.

Las cortinas seguían corridas, el césped del patio delantero crecido y seco. La puerta tenía marcas de haber sido forzada en algún momento. La familia, según el informe, había abandonado el lugar apenas una semana después del funeral.

Erick estacionó frente a la acera y silbó bajo.

—Parece un fantasma en medio de tanta perfección.

Haniel no respondió. Caminó hasta la entrada, con la carpeta bajo el brazo. Giró la perilla y la puerta cedió con un quejido largo, como un lamento. El olor a polvo y humedad los recibió de inmediato.

El interior era un retrato detenido: fotografías familiares aún colgadas en la pared, juguetes olvidados en el piso, platos sucios en la cocina como si alguien hubiera salido con prisa.

—Se fueron rápido —murmuró Erick, recogiendo una muñeca caída en el suelo—. Ni siquiera empacaron todo.

Haniel recorrió la sala con la mirada. Cada objeto parecía hablar de una vida interrumpida. Sobre una mesa, encontró una libreta abierta: apuntes universitarios, fórmulas de química, frases subrayadas con marcador fluorescente.

—Era aplicada —comentó, pasando la mano por la hoja. Luego, miró alrededor con los ojos entrecerrados—. Pero hay algo raro aquí.

Subieron las escaleras. El crujido de la madera acompañaba cada paso, y el aire se volvía más espeso. En la habitación de la víctima, todo seguía tal cual: la cama sin tender, un perfume medio vacío sobre el buró, ropa tirada en una silla.

Haniel se acercó a la ventana y la abrió; un rayo de luz iluminó el polvo en suspensión.

—Carlos no deja nada al azar —dijo en voz baja—. Si esta chica fue elegida, aquí debería haber alguna pista.

Erick rebuscó en los cajones, encontrando recortes de periódico. La mayoría hablaban de crímenes pasados en el condado, artículos que la chica parecía haber coleccionado.

—Mira esto… ella investigaba.

Haniel hojeó los recortes. Había círculos rojos marcando ciertos nombres y fechas. Una cronología improvisada.

—Estaba siguiendo un patrón —concluyó—. Y eso la convirtió en objetivo.

El silencio se volvió más pesado. Erick dejó los papeles en la cama, exhalando con frustración.

—Entonces Carlos no solo la mató. La usó para enviar un mensaje. Y ahora nosotros estamos caminando directo en su tablero.

Haniel asintió despacio, recogiendo un recorte que hablaba de un caso cerrado años atrás: un incendio en un almacén que nunca se esclareció. El nombre de Rodríguez aparecía en la nota, subrayado en rojo.

El corazón de Haniel se tensó. Jessica. Sofía. Todo se enredaba otra vez con el pasado.

Guardó el recorte en su bolsillo.

—Este lugar ya nos dijo suficiente. Vámonos antes de que alguien note que estuvimos aquí.

La puerta se cerró tras ellos, dejando la casa sumida de nuevo en su silencio polvoriento. Afuera, el condado seguía mostrándose perfecto, como si nada hubiera ocurrido.

Pero Haniel lo sabía: esa perfección era el disfraz de un monstruo que los estaba guiando paso a paso hacia su propia trampa.

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