LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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19. Empresario precoz.
—¿Qué haces? —pregunta María Teresa, frunciendo el ceño al ver cómo Marcello comienza a desnudarse.
Él respira profundamente. Lleva tanto tiempo sin tener que dar explicaciones de sus actos que esa pequeña pregunta le parece una intromisión innecesaria.
—Necesito quitarme el sudor del cuerpo. El evento aún no termina y no quiero dar una mala impresión —responde con frialdad, más por cortesía que por un deseo de querer hablar.
María Teresa no quiere mezclar las cosas. Su intención no es incomodarlo, pero le gustaría aprovechar la oportunidad para obtener algún contacto útil. Si tan solo él pudiera presentarle a alguno de los encargados…
—¿Conoces al dueño o al gerente? —pregunta nerviosa, mirándolo de reojo.
Marcello frunce el ceño. ¿Cómo es posible que ella esté aquí y no sepa que él es el dueño? Las invitaciones incluyen un brochure con su foto. Por un momento, se pregunta si ella está colada.
—Se podría decir que sí —responde, sin mucho interés.
El tono desinteresado de Marcello no pasa desapercibido para María Teresa. Mejor no insistir; no quiere deberle favores a alguien que parece tan arrogante.
—Entiendo —replica con el mismo tono cortante.
Marcello ignora su disgusto y se adentra en la regadera, dándose un baño rápido. Su hijo lo está esperando.
Tal como promete, en pocos minutos ya está listo.
María Teresa, sintiéndose también sudorosa, duda por un momento antes de hablar:
—¿Puedo ducharme? —pregunta con cautela, sin querer parecer abusiva.
—Por supuesto, en el gabinete superior hay toallas —responde él, señalando el clóset.
—Perdona que no pueda brindarte el tiempo que mereces, pero mi hijo está afuera y él es mi prioridad.
—No te preocupes, no hay problema por eso —responde ella, intentando mostrarse indiferente.
Marcello sonríe de medio lado.
—Te dejo mi tarjeta. Llámame y me dices de qué quieres hablar.
María Teresa frunce el ceño; quien realmente le interesa es alguno de los encargados. Sin embargo, al tomar la tarjeta y leer "Marcello Dosantos. Repostero internacional. Propietario", su mandíbula casi cae al suelo.
—Dios mío, ¿qué te cuesta hacerme las cosas un poquito sencillas? Enviarme aunque sea una misera señal… Ahora perdí la posibilidad de un negocio —murmura, mirándose en el espejo.
***
A Dante le resulta sospechosa la actitud de su padre. Aunque estaba sudoroso, siente que algo más está ocurriendo. Con la curiosidad a flor de piel, se acerca a la puerta de la habitación, pero no escucha nada. Frunce los labios, recordando de golpe lo que su padre había dicho: "Estas puertas son antirruidos, ¡todo un lujo!". Suspirando, regresa al sofá.
Unos minutos después, Marcello sale de la habitación con una sonrisa enorme y los ojos radiantes de alegría. En su corazón, no hay nada más importante que compartir este momento de éxito y grandeza Con su pequeño.
—¿Nos vamos, campeón? —le pregunta mientras avanza hacia él.
Dante lo mira fijamente con un ligero arqueo de ceja. En su cabeza, una idea comienza a rondar.
—Sí —responde, saltando del sofá.
Mientras caminan, Marcello rompe el silencio:
—¿Qué te pareció el lugar?
Dante lo observa de reojo y hace un gesto exagerado con la boca, simulando pensar profundamente.
—Uhhh... —murmura, llevándose la mano al mentón como si fuera un crítico gastronómico experimentado.
Marcello lo analiza con una sonrisa, preparado para cualquier cosa que su hijo pueda decirle. Sabe que su opinión siempre es honesta, por dura que pueda ser. Se inclina a su altura y, con tono serio, lo anima.
—Dime, necesito tu sinceridad.
—No vi nada para niños —dice mientras saca su mejor expresión de empresario precoz—, La mayoría de tus clientes tienen hijos, hermanos o nietos pequeños. ¿Qué pasa si empiezan a llorar? Tú atmósfera elegante y tranquila se va al caño. Berrinches por todo lado, papás avergonzados y visitantes incómodos… No creo que sea lo que buscas, ¿verdad?
Marcello parpadea, procesando la escena que su hijo le ha plasmado. Alcanza a imaginar un panorama desastroso. Un grito puede hacer que el postre pierda la textura ideal y la decoración se vea torpe y sin atractivo como si fueran hechas por un principiante. Eso estaría en contra de la excelencia que se esfuerza por brindar.
Siente una pequeña punzada en la cabeza solo de pensarlo. Crear un postre perfecto necesita concentración y calma… un niño descontrolado puede arruinar todo ese esfuerzo.
—Hmm… interesante. ¿Y qué propones? —pregunta, cruzando los brazos como si estuviera hablando con un socio.
Dante sonríe ampliamente, saboreando el momento.
—Aún tienes espacio en el tercer piso. Ahí podrías montar una mini guardería para los más pequeños y, al otro lado, juegos electrónicos para los más grandes. ¿Qué tal?
Marcello lo observa con una mezcla de asombro y diversión.
—Campeón, creo que voy a contratarte como mi asesor.
—Ja. Ja. Debes saber que soy una persona muy exigente y no aceptaría tus escapadas en medio de una inauguración.
Marcello abre los ojos como platos, ante la excelente percepción de su hijo. Niega con su cabeza y sonríe de medio lado.
Padre e hijo caminan juntos recorriendo la Repostería. Varios comensales se acercan a Marcello para felicitarlo por tan magnífico lugar.
Dante ve la oportunidad de colocar en marcha su plan. Finge buscar en la mochila su celular.
—Papi dejé mi celular. Ya regreso —dice, desapareciendo en un pestañeo.
Dante Dosantos.