Grei Villalobos, una atractiva colombiana de 19 años, destaca por su inteligencia y un espíritu rebelde que la impulsa a actuar según sus deseos, sin considerar las consecuencias. Decidida a mudarse a Italia para vivir de forma independiente, busca mantener un estilo de vida lleno de lujos y excesos. Para lograrlo, recurre a robar a hombres adinerados en las discotecas, cautivándolos con su belleza y sus sensual baile. Sin embargo, ignora que uno de estos hombres la guiará hacia un mundo de perdición y sumisión.
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Capitulo 20 Entrega a la sumisión 2/2.
Este capítulo incluye una escena de contenido sexual. 🔞🔞🚫
Grei Villalobos
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No deseaba morir; anhelaba seguir viviendo y volver a ver a mi hermana Rosario. Quería tener una vida bonita, ¿acaso era demasiado pedir? Ya tenía claro que no podía escapar, que no contaba con esperanza alguna; lo único que me quedaba era rendirme ante Matteo y suplicarle que me perdonara la vida. Estaba dispuesta a cumplir con todos sus deseos, con la esperanza de que, al final, me dejaría libre para marcharme de este país.
Me levanté, me di un baño y luego caminé hacia el clóset. Allí vi los disfraces y apreté el puño, suspirando mientras elegía el que él me había indicado: el de colegiala. Lo observé por un instante, sintiendo cómo las lágrimas caían de rabia. Me apliqué crema en el cuerpo y me puse el disfraz. Al terminar de colocarme los accesorios, me senté en un rincón de la habitación, incapaz de evitar el llanto. Tal vez esto era un castigo por todo lo que había hecho; no había sido una buena persona y ahora estaba pagando por ello. Lloré hasta que sentí la presencia de alguien frente a mí.
Al elevar la mirada, vi a Matteo. Me levanté rápidamente y le supliqué que no me matara; no quería morir. Le prometí que no desobedecería. Mi corazón se aceleró y mis ojos se nublaron por las lágrimas mientras él levantaba su mano. Cerré los ojos, esperando lo peor, pero solo se dedicó a limpiar mis lágrimas. Su rostro reflejaba irritación.
Él me llevó hacia el sofá y me dejó en claro que no me mataría ni me haría daño. Sin embargo, volvía a llorar al darme cuenta de que no serían solo cuatro semanas las que estaría encerrada, sino un mes, y debía ser su amante por seis meses. Esa era mi condena. No tenía más opciones que aceptar. Al final, me amenazó con matarme si intentaba hablar con alguien. No lo haría; quería vivir, además de entender que su familia era poderosa y yo me encontraba en un país extranjero. Solo era una colombiana más. Nadie podría ayudarme; estaba perdida y solo debía seguirle el juego, siendo su amante hasta que pasara el tiempo y pudiera regresar a mi país sin mirar atrás.
Él comenzó a besarme y, aunque correspondí entre caricias y besos, solo podía mirar hacia un lado mientras las lágrimas seguían cayendo. Me resigne que tuviera mi cuerpo. Pero él se alejó de mí. Al preguntarle, me sorprendió y me llenó de temor; si no lo complacía, nunca me dejaría ir. No quería verme llorar; quería que disfrutara, como lo había hecho ayer. Sin embargo, ¿cómo podría disfrutar con alguien a quien despreciaba y temía? Lo vi alejarse, pero sabía que debía complacerlo para poder irme, y entendía que le gustaba esa habitación.
Suspiré, recogiendo fuerzas, y lo llamé por su nombre, pidiéndole que me llevara a la habitación roja. Me enferma decirle “amo”, pero debía actuar. Su mirada se llenó de sorpresa y luego se acercó a mí.
—Vuelve a pedirlo —me dijo.
—Por favor, lléveme a la habitación roja, amo —le respondí en voz baja, algo tímida, aunque en realidad sentía rabia e impotencia hacia mí misma.
Lo vi sonreír mientras me tomaba de la mano y me conducía hacia esa habitación, prendiendo las luces. Escuché cómo cerraba la puerta con llave y caminaba hacia un sillón. Lo seguí y vi que tomaba una cuerda y unas velas antes de sentarse. Me hizo una señal para que me detuviera, y así lo hice.
—Quiero que te pongas de rodillas, gatees hacia mí y me pidas perdón.
Asentí, colocándome de rodillas y sintiendo la ira y la impotencia. Comencé a gatear hasta llegar a sus pies.
—Perdóname, amo. Por favor, castígame; me he comportado muy mal —dije en un tono fingido de arrepentimiento.
Observé cómo sus ojos brillaban con una marcada sonrisa. Con la mano que sostenía la cuerda, levantó mi rostro para mirarme.
—¿Quieres mi perdón, muñeca?
—Sí, amo.
—Gánatelo, muñeca.
Me doy cuenta de que comienza a quitarse la correa lentamente mientras me observa. Ya sé lo que quiere. Suspiro con resignación y me acerco a su pierna, arrodillánda para ayudarlo a quitarse la correa, desabrochar su botón y bajar la cremallera. Luego, bajo el bóxer y, tomando entre mis manos su parte, que ya está despierta, comienzo a acariciarlo. Hago un pequeño círculo en la punta con mi pulgar y, al elevar la mirada, veo que él me está observando con deseo. Me acerco y paso la lengua, lo que provoca un gemido.Cierro mis ojos y trato de no pensar en nada. Comienzo a lamer su pen€ de punta a punta hasta que me lo llevo completamente a la boca, donde empiezo a mover mi cabeza, acelerando mi ritmo mientras mi mano lo masajea de arriba a abajo. Escucho sus gemidos llamándome 'muñeca'. Él me toma del cabello, haciéndome ir al ritmo que él quiere, logrando que todo su amigo entre en mi boca completamente, lo que hace que me ahogue. Él tenía un pen€ grande y grueso. Lo sigo masturbando, succionando con mi boca, hasta que siento un líquido tibio , y él me toma de la mejilla, haciendo que me lo trague.
Al tragar su líquido, sentí una cierta náusea, pero lo disimulé. Él me levantó y me acercó a él mientras seguía sentado. Pasó su mano por mi zona, dejando de lado mi panty, y comenzó a meter sus dedos, lo que hizo que gemidos involuntarios salieran de mi boca. Sacó sus dedos, y con fuerza me rompió el panty. Con su mano hizo que abriera las piernas y se posicionó en mi zona, donde pasó su lengua y comenzó a chupar mientras metía sus dedos. Me estaba succionando, penetrándome con su lengua. Aprieto mis ojos, sintiendo cómo una calentura invadía mi zona, hasta hacerme gemir. Mis piernas comenzaron a temblar; los movimientos de sus dedos se volvieron más rápidos hasta que no lo soporté más y llegué al clímax. Él se apartó de mí, se colocó de pie y observó cómo tenía mi líquido en la boca. Se saboreó y luego me besó con desesperación por unos segundos, hasta que se alejó de mí y comenzó a observarme de pie a cabeza. Sonrío.
—Te ves muy sexy con ese uniforme - dijo.
Lo vi sentarse; me llamó para que me acercara a él. Al hacerlo, me colocó de boca abajo en sus piernas y comenzó a darme nalgadas en mis glúteos, una más fuerte que la otra. Luego sentí el primer latigazo, lo que hizo que un pequeño grito saliera de mi boca.
—¿Volverás a portarte mal? - me preguntó con voz autoritaria.
—No, amo - le respondí con la voz entrecortada.
Me volvió a dar otro latigazo, lo que hizo que presionara mi puño y gritara.