En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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El reino casi perfecto.
La luz cálida de las velas danzaba suavemente sobre la mesa, reflejándose en las copas de vino recién servidas. Cada detalle estaba perfectamente dispuesto: las delicadas flores silvestres en el centro, el tenue aroma a lavanda que impregnaba el aire. Sin embargo, mi atención estaba fija en el verdadero clímax de la noche: el vino.
Lo observé desde el otro lado de la mesa. Leif, con su risa relajada y sus ojos brillantes, irradiaba una despreocupación que siempre me intrigaba. Algo en su manera de ser me llamaba, como una melodía lejana que no podía ignorar.
Me levanté cuando mi asistente llegó y me susurra al oído, luego entro con un sirviente sosteniendo una jarra de vino, tomé una copa entre mis manos y me incliné ligeramente hacia él luego de llenarla, cuidando que el contacto entre nuestros dedos se prolongara un segundo más de lo necesario al entregársela.
Le dije que debía recuperarse y que era un remedio enviado del doctor que mezclé con vino, se lo dije con mi voz envolvente, casi un susurro.
Leif aceptó la copa incrédulo diciendo que no necesitaba nada más, aunque con una pizca de curiosidad. Sé que lo tomó solo para salir de mí.
Mientras él bebía el primer sorbo, no aparté mis ojos de los suyos, que brillaban con una mezcla de confianza y esa chispa de vulnerabilidad que siempre intentaba ocultar. Leif no lo sabía, pero con cada trago estaba cayendo un poco más en la red que había tejido cuidadosamente para él.
Einer, sentado cerca, tensó los hombros. Aunque no miró directamente, sus palabras llegaron como una advertencia velada:
—No bebas demasiado, Leif—lo escuché murmurar.
Pero Leif ya no lo escuchaba, el vino se impregna en su cerebro bloqueando sus sentidos coherentes.
Leif sonrió, ajeno al significado oculto, y levantó la copa hacia mí.
— Gracias —respondí con una sonrisa encantadora, ignorando deliberadamente la tensión en Einer.
Podía ver cómo la poción empezaba a surtir efecto. Sus dedos se crisparon ligeramente sobre el cristal, y un rubor sutil comenzó a colorear sus mejillas.
—¿Está todo bien? —preguntó Einer, inclinándose hacia él.
—Sí… es solo que… siento algo extraño.
Einer se asustó de inmediato, su voz firme y cargada de una preocupación que no lograba disimular.
—Leif, creo que deberías descansar. Esta noche ha sido agotadora.
Leif sacudió la cabeza, intentando mostrarse seguro, pero el sudor que perlaba su frente decía lo contrario.
— Me siento muy caliente.
—Te llevaré a tu habitación —insistió Einer, poniéndose de pie antes de que Leif pudiera oponerse.
Yo también me alerté, mi expresión tranquila, pero con una determinación férrea detrás de los ojos.
—No es necesario que te preocupes tanto, Einer. Estoy segura de que Leif puede manejarlo.
Einer me miró fijamente, sus ojos oscuros cargados de sospecha.
—Astrid, no te metas en esto.
Ignoré sus palabras, observando cómo ayudaba a Leif a levantarse. Sabía que, aunque Einer lograra llevarlo a su habitación, no podría controlar lo que estaba por venir.
—¡Solo dame un minuto! —es lo único que recuerdo haber escuchado antes de que ellos salieran.
Cuando salieron del comedor, fui a mi anexo y me vesti rápidamente con una bata casi transparente y mi sirviente me dió un perfume afrodisíaco y una pastilla que evitaba que perdiera la razon, mis pasos ligeros los siguieron a cierta distancia, el eco de mis tacones resonando en los pasillos del castillo. Me detuve frente a la puerta de la habitación de Leif, escuchando cómo Einer intentaba calmarlo.
No sé que hablaron exactamente.
Cuando Einer salió finalmente de la habitación, su rostro estaba cargado de emociones encontradas. Se veía excitado. Me miró como si quisiera decir algo más, pero se limitó a murmurar y querer detenerme. Sentí como me retaba pero él no era menos que un caballero y aunque se una en matrimonio con Leif, seguirá siendo un rango más bajo que el mío. Será un príncipe pero nunca un rey mientras yo esté viva.
Me deslicé a su lado luego de responder, y poniéndolo en su lugar, empujando suavemente la puerta para entrar. No sé a dónde fue porque cuando mire atrás ya no estaba.
Leif estaba tumbado en la cama, su respiración agitada y sus ojos brillantes. Su vulnerabilidad era palpable, y eso despertó algo profundo dentro de mí. El se había abierto la cremallera y se estaba dando placer él mismo sin conseguir nada, él como Omega al fin, necesita de mis feromonas alfas para climatizar.
—Einer… —murmuró, con su voz un hilo cargado de incertidumbre.
Me acerqué despacio, dejando que mi bata de seda flotara suavemente con cada paso.
—Shhh, estoy aquí —susurré, sentándome a su lado. Coloqué una mano en su frente, notando el calor que irradiaba.
—¿Quieres que te la chupe?¿Quieres sentir mis feromonas?¿Quieres que te ayude con eso?
—Ayudame...me quema.
—No pasa nada, Leif. Es solo el efecto del vino. Relájate.
Mis dedos recorrieron su cabello, despeinándolo ligeramente. Sus ojos se cerraron por un instante, entregándose al momento.
—Astrid, esto… esto no es normal.
—Confía en mí —respondí, mi voz firme pero cálida.
Me incliné hacia él, nuestras respiraciones mezclándose mientras mi mano bajaba hasta su virilid**. Este era el momento que había planeado, y no pensaba dejar que nada lo arruinara. Cuando estaba más que listo me trepé sobre el y me uni a él en un baile mágico.
Leif abrió los ojos, encontrándose con los míos. Su vulnerabilidad, esa que siempre trataba de esconder, estaba al descubierto.
—Astrid… necesito que…
—Shhh, no digas nada. Estoy aquí para cuidarte.
Cuando nuestros labios se encontraron, fue como si el mundo se desvaneciera. El beso era una mezcla de deseo y emoción contenida, una chispa que finalmente había prendido fuego.
Dejé que él tomara la iniciativa, guiándolo suavemente mientras exploraba esa conexión que había estado latente entre nosotros. Cada caricia, cada mirada, cada susurro era un paso más hacia el vínculo que siempre había anhelado con él.
Y aunque sabía que la poción había jugado un papel crucial, en el fondo estaba segura de que este momento era más que magia. Era la manifestación de algo que había estado allí desde siempre, esperando el momento adecuado para florecer. Lo arañe mientras el se hacía camino dentro de mi, era doloroso pero tuve que soportarlo. Su semilla entró en mí, más de una vez me sentí llena. Y sólo cuando estuvimos agotados y secos, el ritual terminó.
Cuando finalmente se quedó dormido, me quedé a su lado, observándolo bajo la luz tenue de las velas. Esta noche había marcado el inicio de algo mucho más grande, algo que ninguno de los dos podía imaginar aún.
Me quedé allí, acostada en el borde de la cama, observándolo mientras su respiración se volvía más pausada, como el murmullo tranquilo de una marea al retirarse. Llame y alguien vino, limpié su cuerpo con ayuda de la servidumbre, pero yo debía permanecer tendida por lo menos el resto de la noche para asegurar que él esperma encontrara su camino. La luz de las velas danzaba sobre su rostro, destacando esos pequeños detalles que siempre me habían fascinado: la curva suave de sus labios, la línea de su mandíbula, la forma en que su cabello rubio caía desordenado, como si cada hebra fuera un secreto que solo yo podía entender.
Había algo hipnótico en él, una dualidad que nunca dejaba de intrigarme. Leif era una tormenta disfrazada de calma, un hombre que, aunque aparentaba despreocupación, cargaba con más peso del que dejaba ver. Esta noche, por fin, lo había visto vulnerable. Y esa vulnerabilidad era mía.
Me incliné hacia él, dejando que mis dedos trazaran un sendero delicado por su frente hasta su mejilla. Mire su cuello esa vena del vínculo fisico. Quise marcarlo y que fuera mío, pero conociéndolo y sabiendo que no me ama, sé que eso sería un error, el tenía el poder de rechazar el vínculo de la marca y ambos no podríamos estar con otra pareja jamás. El calor que irradiaba su piel era embriagador, como si toda su esencia estuviera al alcance de mis manos.
—Siempre tan fuerte, tan seguro —susurré, casi para mí misma—. Pero incluso tú necesitas descansar, ¿no es así, Leif? Descansa amado mío.
No esperaba una respuesta, pero en el silencio de la habitación sus palabras anteriores resonaban en mi mente: "Esto no es normal." Había una verdad en ellas que no podía ignorar. Nada de esto era normal, ni el vino, ni la tensión que había tejido entre nosotros durante semanas, ni el papel que Einer jugaba como una constante sombra entre los dos.
Einer.
Pensar en él era como un golpe frío en medio del calor de la habitación. Sabía que había visto a través de mí, que su lealtad hacia Leif lo hacía desconfiar de mis intenciones. Pero no importaba. Lo que había comenzado esta noche no era algo que Einer pudiera detener. Si algo me pasa en la próxima, guerra el futuro heredero alfa sería príncipe heredero de sangre pura, tendría el pelo dorado como el sol y tendría los ojos de su padre. Cuando nazca este bebé, deberé partir, y no se siquiera si volveré a verlos. Pero estoy dispuesta a dar mi vida hasta acabar con el enemigo y mi familia este a salvo. Esa es la bendición de un alfa.
Miré lentamente hacia la ventana. El aire fresco de la noche se coló por la rendija, acariciando mi piel y despejando mi mente. Afuera, las estrellas brillaban como diminutos fragmentos de un secreto que el universo intentaba revelarme.
¿Qué estoy haciendo realmente?
La pregunta surgió como un eco incómodo en mi interior. Había planeado todo con precisión, calculando cada movimiento, cada palabra, cada mirada. Y, sin embargo, ahora que Leif estaba allí, rendido a mi lado totalmente desnu**, no podía evitar sentir una punzada de duda. ¿Era esto lo que realmente quería? ¿Controlarlo, manipularlo, asegurarme de que siempre dependiera de mí?
Volví la vista hacia él. Dormía profundamente, sus labios entreabiertos en un gesto que tenía algo de niño y algo de hombre. No, esto no era solo control. Era más.
—Te necesito, Leif —murmuré, con una intensidad que casi me sorprendió—. No lo sabes aún, pero tú también me necesitas.
El peso de esa verdad me golpeó con fuerza. Lo necesitaba, no como un medio para un fin, sino como alguien que llenaba un vacío que ni siquiera sabía que existía. Y, aunque mis métodos podían ser cuestionables, mis sentimientos eran reales.
Me acerqué de nuevo a él, dejando que mis dedos jugaran con un mechón de su cabello. Una sonrisa suave se dibujó en mi rostro.
—Cuando despiertes, todo será más confuso para ti. Te prometo que lo entenderás.
Me incliné, dejando un beso fugaz en sus labios antes de rendirme a un manto de sueño reparador. Cada latido que daba mi corazón era una mezcla de confianza y duda, de seguridad y un miedo que no quería admitir.
Al quedar dormida sabía que esta noche era solo el comienzo. Había plantado una semilla en mí, y ahora solo quedaba esperar a que creciera. Pero el verdadero desafío sería enfrentar no solo a Leif cuando la verdad saliera a la luz, sino también a mí misma.