Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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La hora de la verdad
El beso que me dio Alberto, provocó en mí una intensa conmoción. A pesar de ser consciente de que estaba cruzando una línea, no podía comprender por qué, de manera tan extraña, él me hacía perder la razón. En ese instante, mi único deseo era que el momento se prolongara indefinidamente. Nunca antes había experimentado algo similar, y era evidente que él sentía lo mismo. Sin embargo, decidí separarlo de mí mientras, entre sollozos, le decía:
— Alberto, esto no está bien. ¿No te das cuenta de que mi hermana Ernestina está muy cerca de esta habitación? Esto no puede ser; todo esto es una locura.
— Salomé, yo te amo. Después de lo que vivimos aquella noche, no he podido tener relaciones con Ernestina. Es algo que me supera. Te amo a ti, y no puedo permitir que te cases con Diego.
— No puedo retractarme de mi boda con él. Las circunstancias han cambiado, y aunque quisiera, ya todo está decidido.
— ¿Por qué? He reflexionado al respecto; aún estamos a tiempo de terminar con esta farsa y revelar la verdad. No puedo ni quiero vivir sin ti. Además, necesito que me expliques cómo es posible que ese hombre haya aceptado casarse contigo tras enterarse del embarazo.
— Diego sabe toda la verdad.
Alberto mostró una expresión de asombro, su rostro palideció. No comprendía la situación.
— ¿Qué dices? ¿Sabe que yo soy el padre del niño?
— Sí, lo sabe todo.
— Pero no entiendo. ¿Y aun así pretende casarse contigo? ¿Por qué no nos delató?
— Porque, para mi sorpresa, Diego está en quiebra y eso es algo que mi padre aún ignora. A cambio de su silencio, me pidió todas las acciones de la empresa que mi padre puso a mi nombre, más el dinero que mi padre me dará al casarme, que en realidad es lo que me corresponde de mi herencia.
— ¡No puede ser, Salomé! Ese hombre es un canalla. No puedes casarte con él. ¿No te das cuenta de la clase de persona que es?
— ¿Qué quieres que haga? ¿Que le diga a todos que este hijo no es de Diego, sino tuyo? ¿Conoces las consecuencias que eso traería?
— Justamente tú lo has mencionado, ese hijo es mío y tengo todo el derecho a estar con él.
— ¡No podemos estar juntos! Debes entenderlo. No me arriesgaré a que Ernestina sufra una recaída por mi culpa. Ya el daño está hecho y Diego está dispuesto a darle su apellido.
— ¡No! No permitiré que un canalla como Diego sea el padre de mi hijo.
Alberto, sin darse cuenta, alzó cada vez más la voz, mostrando su desesperación. Intentaba calmarlo, pero su angustia era evidente. En ese momento, alguien tocó la puerta de mi habitación. Ambos nos quedamos paralizados, mirándonos a los ojos, temerosos de quién podría ser. Le hice una señal para que guardara silencio mientras preguntaba quién estaba en la puerta a esa hora de la madrugada.
— ¿Quién es? —pregunté, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza, mientras tapaba la boca de Alberto con mi mano, temerosa de que su voz pudiera delatarnos.
— Soy yo, Ernestina. Ábreme, hermana, por favor. Necesito hablar contigo.
Nos miramos fijamente, conscientes de la gravedad de la situación. Sentía que todo se iba a descubrir en ese instante.
— Ernestina, estoy muy cansada. Será mejor que hablemos mañana —le dije, tratando de convencerla de que se fuera, pero fue inútil. Su insistencia me hizo pensar que tal vez se sentía mal o estaba pasando por algo más grave. Alberto me hacía señas para que no le abriera, pero era evidente que no se iría sin hablar conmigo. No me quedó otra opción que encontrar una solución urgente.
— ¡Ya voy, Ernestina! Dame un minuto, por favor.
— ¿Por qué le vas a abrir? ¿Y dónde me escondo? —me susurró Alberto.
Miré a mi alrededor y, de pronto, se me ocurrió esconderlo en el baño, pero rápidamente me retracté; podría ser peligroso si ella decidía entrar. Entonces, pensé en la única alternativa que parecía más segura y menos probable de ser descubierta.
— Ya sé, debajo de la cama.
— ¿Qué? ¿Te has vuelto loca? No me voy a meter allí.
— No hay otra opción. La cama es grande y tiene un volado que llega hasta el piso. Ella no imaginará que alguien pueda estar allí. Además, haré que se vaya rápido.
Finalmente, Alberto se metió debajo de mi cama tamaño King. Era amplia y parecía la opción más segura en ese momento. Intenté calmarme antes de abrir la puerta a Ernestina, respiré hondo y luego abrí la puerta bostezando, como si realmente me hubiera interrumpido el sueño.
— ¿Qué pasa, Ernestina? ¿Por qué quieres hablar conmigo? ¿Te sientes mal?
Sin decirme nada, Ernestina entró en mi habitación y se sentó en mi cama. Con lágrimas en los ojos, me dijo, muy afligida:
— Hermana, se trata de Alberto.
Al escuchar esas palabras, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sentía que estaba fría, pálida, casi a punto de desmayarme. Y ni hablar de Alberto, que se encontraba debajo de la cama, tratando de no moverse y de no respirar más de lo necesario para evitar hacer ruido. Fue un momento de verdadera tensión, ya que no sabía qué iba a decirme, si había descubierto la verdad o si se trataba de otra cosa. Mis pensamientos se agolpaban en mi mente a mil por hora.
— Pero… ¿qué pasa con Alberto? —le pregunté, casi tartamudeando.
Ella me miró fijamente con los ojos a punto de botar una lágrima. En ese momento pensé que ya todo estaba perdido, no cabía dudas, Ernestina había descubierto la verdad.
(…)