Las Cicatrices Del Pasado Lastiman Lo Que Mas Amo...

Alexander Dy Galyz, consciente de que la situación con Juan Rodríguez había escalado a un nivel mucho más peligroso de lo que había anticipado, sabía que tenía que tomar medidas inmediatas. No solo por su propia seguridad y la de su madre, sino también por la de su hermana Valentina. Sabía que Rodríguez estaba al tanto de la existencia de Valentina, y ese hecho lo aterraba. Si había algo que Alexander no permitiría, era que nadie, ni siquiera ese monstruo del pasado, se atreviera a tocar a su hermana.

Pero además de Violeta y Valentina, había alguien más en quien Alexander confiaba plenamente, alguien que, aunque era más joven y a menudo se metía en líos, tenía una habilidad innata para la acción. Mateo, su hermano menor.

Mateo Dy Galyz, a pesar de su amor por las carreras y su reputación de ser un rompe corazones y un joven amante de las motos, siempre había sido un hombre de acción. Había heredado la audacia y el carácter de su padre, Enzo, pero con una versión más moderna de este: un joven impulsivo y audaz, pero con un corazón feroz cuando se trataba de proteger a su familia.

Alexander sabía que, cuando se trataba de su hermana Valentina, Mateo era capaz de acabar con un ejército entero para protegerla. No era solo el hermano mayor quien sentía un instinto protector sobre ella, Mateo también lo hacía. Valentina era su “pequeña demonio”, y a pesar de que Mateo solía ser un joven que se metía en problemas con facilidad, cuando alguien amenazaba a su familia, se convertía en una máquina de combate imparable.

Con ese pensamiento claro en su mente, Alexander levantó el teléfono y marcó el número de Mateo. El teléfono sonó un par de veces antes de que la voz familiar de su hermano menor respondiera, un tono desenfadado y lleno de energía que no dejaba entrever el peligro que acechaba.

—¿Qué pasa, hermano? —dijo Mateo, sonando como si estuviera de fiesta o metido en algún tipo de carrera.

—Mateo, necesito que vengas. —La voz de Alexander era seria, sin lugar a bromas—. Juan Rodríguez ha regresado, y la situación con Valentina es grave.

El tono de Alexander cambió, haciendo que la adrenalina empezara a fluir en los venas de Mateo, quien ahora escuchaba atentamente. El ruido de una moto al fondo, típico de su hermano menor, se detuvo de inmediato.

—¿Rodríguez? —Mateo replicó con voz firme, sintiendo el cambio en el ambiente—. ¿Lo que estás diciendo es que este cabrón está de vuelta? Y amenaza a Valentina, ¿no?

Alexander no tuvo que responder, Mateo lo entendió perfectamente. El peligro era real, y nadie tocaba a su hermana. El tono de la conversación se volvió urgente.

—Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad? —Alexander dijo, su voz grave—. Necesito que vengas con tus hombres. Esto ya no es solo una amenaza personal, es una guerra. Y necesitamos estar listos para todo.

Mateo respiró hondo. Su amor por las motos y las carreras siempre había sido una forma de evadir problemas, pero cuando se trataba de su familia, todo cambiaba.

—Estoy en camino, hermano. —La determinación de Mateo era palpable—. Nadie toca a mi hermana, nadie.

Al colgar, Alexander sintió un pequeño alivio. Aunque su hermano menor a veces era impulsivo y prefería la diversión a las responsabilidades, sabía que, cuando se trataba de proteger a Valentina, Mateo era más feroz que cualquier otro hombre que pudiera enfrentar. Sabía que este joven, que se parecía tanto a su padre Enzo cuando tenía la misma edad, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para mantener a su familia a salvo.

Valentina no estaba sola.