Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
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capítulo 3
La Reunión en la Empresa
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Era una mañana gris y fría cuando Rachely entró al edificio de la empresa. Aunque la fachada imponente y las paredes de mármol podrían intimidar a cualquiera, ella caminaba con total seguridad, como si el mundo le perteneciera. A esa edad, Rachely ya había demostrado que no solo era una joven consentida, sino una de las personas más inteligentes y capacitadas en el mundo de los negocios. Había salido con las máximas calificaciones de la universidad, y su formación en Estados Unidos había sido la clave para conseguir el puesto de dueña de una de las empresas más prestigiosas del país. Su hermano, aunque co-dueño, había delegado en ella gran parte de la gestión, confiando en su habilidad para dirigir.
Hoy, sin embargo, era un día clave: Daniel Montenegro, el hombre frío y calculador con el que pronto se asociaría, estaba a punto de entrar en su vida profesional. La idea de tener que compartir su empresa con alguien como él no le emocionaba ni un poco, pero sabía que su hermano había insistido en la necesidad de esta asociación para expandir la empresa.
Rachely llegó a la sala de juntas con pasos firmes. Sus tacones resonaban en el suelo de mármol mientras cruzaba la puerta. Con un gesto arrogante, dejó su bolso en la mesa y observó a Daniel, que ya estaba allí, mirando con aire pensativo a través de la ventana. Su presencia, a pesar de su porte distante, le provocaba una mezcla de irritación y curiosidad. Daniel no era su tipo, ni física ni mentalmente, pero sabía que, como hombre de negocios, era un adversario formidable. La diferencia era que ella no iba a dejar que le diera lecciones, ni mucho menos a permitir que subestimara su capacidad.
Daniel no la miró de inmediato. Siguió observando el paisaje urbano, como si fuera indiferente a la joven que acababa de entrar. Cuando finalmente se giró, la miró con una expresión fría y calculadora.
—¿Llegaste tarde? —dijo con tono impersonal, dejando claro que no tenía intenciones de perder el tiempo con cortesías.
Rachely lo miró fijamente, sin alterar su expresión.
—¿Te crees tan importante, Daniel? No me impresiona tu actitud fría ni tu discurso calculador. Soy la dueña de esta empresa, y si alguien va a perder el tiempo, ese serás tú, no yo —respondió, su tono cargado de arrogancia. A pesar de la juventud que podía reflejar, su voz tenía la autoridad de alguien que sabía lo que estaba haciendo.
Daniel, sin embargo, no mostró ni una pizca de emoción. Era difícil leerlo, y eso la frustraba aún más.
—No se trata de eso, Rachely —dijo, cruzándose de brazos. Sus ojos brillaban con un destello de superioridad que hizo que Rachely se sintiera incomodada. —Se trata de tomar decisiones estratégicas. Y tú, aunque seas joven y tengas toda esa energía, aún tienes mucho que aprender sobre el verdadero mundo de los negocios.
Rachely soltó una risa burlona.
—¿Y tú? ¿Vienes a enseñarme lo que ya sé? —preguntó, desafiando con su mirada. —Es cierto que no tengo tantos años de experiencia como tú, pero sé lo suficiente para saber que este lugar no se maneja solo con frialdad y dinero. Hay algo más, algo que tú no tienes: visión. La visión para ver oportunidades donde otros solo ven riesgos. Si piensas que vas a imponer tus términos sin escucharme, estás muy equivocado.
La tensión en la sala creció, pero Rachely no se echó atrás. Sabía que Daniel era un tipo calculador, pero no iba a dejar que su arrogancia la aplastara. Si algo le había enseñado la vida, era que los hombres como él solo respetan a aquellos que saben cómo jugar sus cartas. Y ella iba a jugar las suyas con astucia.
Daniel la observó, su mirada fría y analítica, como si estuviera calculando cada palabra que ella había dicho. No dijo nada, pero Rachely sintió que él empezaba a reconsiderar su postura, aunque no lo admitiría. A pesar de la fachada de indiferencia que intentaba mantener, algo en sus ojos había cambiado.
—Te respeto por tu inteligencia, Rachely —dijo finalmente, pero sin mostrar demasiada emoción. —Pero recuerda que aquí no solo se trata de tener buenas ideas. Se trata de saber cómo hacerlas realidad. Y cuando se trata de hacer que las cosas sucedan, yo soy el que tiene la experiencia.
Rachely frunció el ceño y se levantó de la silla, caminando hacia la ventana, igual que él lo había hecho antes. Miró la ciudad, pero lo hizo con una nueva perspectiva. Sabía que esta asociación iba a ser un desafío. Un desafío que no iba a permitir que Daniel le ganara. Pero también entendía que su hermano tenía razón. Necesitaban expandir la empresa, y a pesar de su arrogancia, Daniel era el socio ideal para hacerlo.
Cuando se giró de nuevo hacia él, su rostro se suavizó un poco, pero no perdió la firmeza en su voz.
—Lo que tú no entiendes, Daniel, es que aquí yo soy la que toma las decisiones. Tú solo serás un socio. Eso significa que las reglas las pongo yo. Y si no te gusta, entonces tal vez este no sea el lugar para ti.
Daniel la miró, evaluándola, como si en ese momento estuviera decidiendo si valía la pena el trato o si ella solo era otra joven más con ilusiones. Pero en su interior, algo le decía que ella era más de lo que parecía. Rachely era un reto que no podía ignorar, y eso, por alguna razón, le parecía interesante.
—Lo que sea, Rachely —dijo con una sonrisa fría—. Pero no olvides que no solo tienes que imponer tu voluntad. También tienes que saber escuchar. Y por mucho que te creas una experta, todavía tienes mucho que aprender.
Rachely lo miró desafiante, pero esta vez algo en su interior le dijo que tal vez tenía razón. Sin embargo, no iba a dejar que se lo demostrara. Su rostro permaneció impasible, y no le respondió. Sabía que este enfrentamiento era solo el inicio de lo que se convertiría en una batalla aún más grande.
Ambos se sentaron a la mesa, y aunque ninguno de los dos lo admitiera, ambos sabían que ese primer encuentro había marcado el inicio de una asociación que, aunque parecía llena de diferencias, también estaba cargada de una tensión que ninguno de los dos podría ignorar. El tiempo diría quién sería el verdadero ganador en este juego.
[...]
Narra Daniel Montenegro.
Nunca he sido un tipo que entienda las obsesiones de las chicas con su apariencia. No me malinterpreten, las mujeres pueden ser hermosas, pero hay algo en el aire de esas chicas como Rachely que me revuelven las tripas. Siempre preocupadas por su imagen, por la última marca, por el último tratamiento. La superficialidad que desprenden es insoportable, como si fuera lo único que importa en el mundo. Y, por supuesto, esa necesidad constante de que su físico sea perfecto, como si no pudieran dejar de dudar de si es natural o si detrás de todo eso hay un bisturí bien afilado.
Rachely no es diferente, y la odio por eso. Cada vez que la veo, me imagino cómo pasa horas frente al espejo, ajustando su cabello, sus pestañas, su maquillaje. Todo tiene que ser perfecto. Y no solo eso, esa actitud arrogante de creerse superior porque, aparentemente, lo tiene todo: belleza, dinero, poder. Estoy convencido de que su cuerpo no es tan natural como ella quiere hacer creer. Esa perfección que exhibe solo puede ser el resultado de una operación bien hecha. La forma de sus labios, la perfección de su figura... hay algo que me grita que no es solo genética. Pero bueno, si ella quiere seguir engañándose, allá ella.
Raúl, su hermano, ha tratado de llevarse bien conmigo, como si eso fuera posible. A pesar de la frialdad con la que me ve, el tipo no deja de ser amable y cordial, tratando de hacer las paces entre los socios. Como si fuera fácil. Ya sabía lo que esperaba: un trato de negocios, sin que las cosas se salieran de control, sin que nos metiéramos en problemas personales. Pero hay algo que no me gusta en su forma de actuar. Siempre con esa sonrisa de hermano mayor, tan protector con ella. Casi como si estuviera sobreprotegiéndola, pero lo entiendo. Es su hermana, su adorada hermanita, la que ha criado como su hija. Y lo peor de todo, no es que Raúl lo haya dicho de manera explícita, pero sé que está advirtiéndome en cada conversación: "No hagas molestar a Rachely." Como si esa pequeña princesa fuera intocable.
No puedo evitar sentirme frustrado cuando me lanza esas miradas cargadas de advertencias. ¿Acaso no se da cuenta de que es un negocio, no un juego? Pero claro, él tiene su propia forma de ver las cosas, y no puedo hacer más que soportarlo.
La sala de reuniones estaba llena de ejecutivos, todos sentados en sus lugares asignados, cada uno con carpetas, laptops y miradas serias. Este era mi ambiente, donde las emociones se dejaban en la puerta y los resultados eran lo único que importaba. Claro que esa calma profesional se esfumó en el momento en que ella entró.
La reunión estaba programada para las 10 de la mañana, y no pasó mucho tiempo antes de que Rachely llegara tarde. No fue una sorpresa para mí. Me esperaba encontrarla con la misma actitud de siempre, como si el mundo girara a su alrededor. Y como siempre, en su mano, un montón de bolsas de marcas caras que me hicieron alzar una ceja. ¿De verdad creía que me iba a impresionar con todo eso? Si quería llamar mi atención, no lo estaba haciendo de la manera correcta.
—Disculpen la demora —dijo, como si en realidad no le importara en lo más mínimo—. ¿Qué me perdí?
—¿Por qué no puedo confiar en ella para llegar a tiempo a una simple reunión? —me murmuro a mí mismo mientras la observo caminar hacia la mesa con su paso seguro y esa sonrisa arrogante que me pone los pelos de punta.
En cuanto se sentó, empezó a sacar una de las bolsas de diseñador, como si la reunión fuera solo una excusa para mostrarse. Me quedé en silencio, pero mi malhumor aumentaba al verla tan despreocupada. Se veía tan inmadura, tan fuera de lugar, como si no le importara nada más que su reflejo en el espejo. Pero eso cambió cuando la reunión comenzó.
Un ejecutivo comenzó a resumir los puntos principales de la reunión, pero yo no podía evitar observarla con incredulidad. ¿Cómo podía alguien ser tan... exagerada? Desde su peinado impecable hasta su sonrisa arrogante, todo en ella me resultaba irritante.
La paciencia que había acumulado se agotó cuando uno de los directores mencionó un problema crítico relacionado con un nuevo contrato. Era un tema serio, y mientras hablaban, Rachely parecía más interesada en revisar el contenido de una de sus bolsas.
—Señorita Villalobos, ¿hay algo que quiera aportar? —pregunté con tono seco, mi molestia claramente palpable.
Ella levantó la vista, y en lugar de parecer avergonzada, sonrió con ese aire confiado que me sacaba de quicio.
—De hecho, sí. —Se levantó y caminó hasta el proyector con la misma gracia de alguien que sabe que todas las miradas están sobre ella.
—Con todo respeto, señor López, pero su planteamiento tiene una falla evidente —dijo, señalando la pantalla. Sus palabras eran firmes, claras y, para mi sorpresa, completamente acertadas—. Si continuamos con este modelo, perderemos rentabilidad en menos de seis meses. Lo que necesitamos es esto… —Procedió a explicar su solución con una claridad y seguridad que dejó a todos en silencio.
Incluso yo estaba impresionado, aunque jamás lo admitiría.
Cuando terminó, el director al que había corregido asintió con una mezcla de asombro y resignación.
—Tiene razón. Es un excelente planteamiento.
Rachely volvió a su asiento, sonriendo como si fuera lo más natural del mundo. Yo seguía mirándola, tratando de reconciliar la niña malcriada que había conocido con la mujer brillante que acababa de deslumbrar a toda la sala. Era desconcertante.