Me preguntó si hay en el mundo una mujer que no me de dolores de cabeza. Una mujer que nunca desarrolle sentimientos por mi, una mujer que entienda la diferencia entre sexo y amor. Si la hay me encantaría conocerla. Hacerla mi amante y disfrutar la compañía sin compromisos.
¿Dónde encuentro una mujer así?
NovelToon tiene autorización de Regina Cruz C. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
¿Y si te casas conmigo?
Pasaron un par de semanas en que ella se mantuvo alejada de mi. Evitaba el contacto visual, yo la molestaba de vez en cuándo tocando sus manos, quería ponerla nerviosa, pero en lugar de eso sólo conseguía molestarla.
— ¿Esther estás bien? — Escuché a Amber, y salí corriendo a ver qué pasaba.
— Estoy bien. Un poco mareada nada más.
— Ven. Sientate. — Esther se sentó, me acerque a comprobar.
— ¿Señorita Tordoya?
— Ella está mareada, pero no debe ser nada grave, seguro es por su embarazo.
— ¿Estás embarazada? — Esther asintio.
— Ve a buscarle un poco de agua. — Ordené a Amber. Ella obedeció de inmediato.
— ¿Vas a tener a mi hijo?
— ¿Está usted loco? — Me vio furiosa. — ¿Cómo se atreve a decir una tontería de ese tamaño?
— Pasamos una noche juntos hace unas semanas, tu novio murió hace más de seis meses, tu panza no se nota, intuyo que tienes poco tiempo.
— Yo jamás he pasado la noche con usted.
— No te hagas la desmemoriada. Se muy bien lo que pasó entre nosotros.
— ¡Qué no! — Grito frustrada. — No se que se imagina pero mi bebé no es suyo.
— ¿Y de quién es? — Se quedó en silencio. — ¿Acaso te acostaste con el primo de tu novio muerto? ¿Eres ese tipo de mujer?
— A usted no le interesa. Déjeme en paz. — Sostuve su muñeca.
— Dime de quién es el bastardo.
— No se atreva a llamarlo así. — Sus ganas de golpearme fueron evidentes.
— Eres una cualquiera. Decías amar mucho a tu novio, pero pasaron sólo unos meses y ya te revolcaste con su primo, conmigo y quien sabe con cuántos más. — Ella me dió una bofetada. — ¿Y te haces la digna? — La observé furioso.
— Qué le importe un cacahuate lo que yo hago con mi vida. ¿Acaso yo le ando preguntando con cuántas mujeres se ha revolcado?
— ¿Qué acabas de decir?
— Qué no se de aires de pureza, usted a pasado por más camas de las que podría contar. Y se atreve a insultarme. — Me vio indignada . —Además. — Me apartó. — No tengo por qué darle explicaciones. Al único que se las debo partió de esté mundo. Usted es mi jefe. No tiene porque meterse en mi vida. Con quién me acuesto o no es mi problema.
— ¿Cómo te atreves a responderme? Soy tu dueño.
— Mi único dueño es Dylan Harrison. Usted no es, y jamás será remotamente importante para mí.
— Eso dices ahora, pero ya verás. En unos meses vas a estar enamorada de mi como una loca.
— Ni loca me enamoraría de usted. — La vi con severidad. — Mi corazón le pertenece a Dilan, jamás amaré a otro hombre. Y menos a alguien que me trata cómo si yo fuera una prostituta.
— Así es como actúas.
— Usted no sabe nada. Mejor cállese. — De nuevo se mareo. Está vez incluso se desmayo.. La lleve al sillón y la recosté. Un pequeño bulto apareció en su falda. Está embarazada. Si tuviera un mes no se le notaría en absoluto. ¿Será Diego el padre de su hijo? ¿Quién más? No he visto más hombres a su alrededor.
— ¿Señor que paso?
— ¿Acaso no estás viendo? — Me molestó su pregunta. — Cuídala. — Me levanté y baje al estacionamiento.
— ¿Señor se siente bien?
— ¿Qué pasó la noche que me drogaron? — El guardo silencio. — Te estoy haciendo una pregunta. ¿Qué pasó?
— Pues... Se puso muy mal. Estaba tocando a la señorita Esther de manera inapropiada. Ella lo alejaba y usted insistía en tocarla. Le sugerí que lo habían drogado, y debía ayudarlo. Ella se negó rotundamente. Me dijo que conseguiría ayuda, me pidió llevarla a un club. Usted estaba inconsciente, ella salió con una mujer muy guapa, ella lo atendió en el auto hasta que se sintió mejor. La señorita llamo a su padre, el la recogió y yo los lleve al hotel para que siguieran con lo que estaban.
— ¡¿Dormí con una prostituta?! — Eso era humillante.
— Lo siento señor. Pero era la única manera de ayudarlo.
— Debiste convencer a Esther.
— Intenté. Pero ya le dije. Se negó más de díez veces. También me dijo que está embarazada, y no quería poner en peligro a su bebé. — Maldita sea. Odio el hecho de que esté embarazada de otro.
Esther.
Me molesta la actitud que tiene mi jefe. ¿Qué le pasa? Yo no soy propiedad de nadie. Habla estupideces. Y no entiendo por qué, ¿cuando le di el derecho de meterse en mis asuntos?
— Hija. ¿Cómo estás?
— Bien mamá.
— Tenemos una cita mañana. Ya quiero ver a mi nieta.
— Todavía no sabemos si es niña.
— Yo se que lo es. — Pensar en mi bebé me puso de buen humor.
— No fuiste planeada, pero llegaste en el momento que más te nececitaba. Gracias por salvarme la vida. — Acaricié mi abdomen, quería transmitirle a ella lo mucho que la amo. Aunque no tengo ni la remota idea de quién es su padre.
— Hola Esther.
— ¿Diego? ¿Qué haces aquí?
— Pase a verlas. — Tocó mi panza. — ¿Cómo está el bebé?
— Muy bien.
— Me encantaría que fuera niña. Qué tenga tus ojos, tu cabello y tu rostro angelical. — Sonreí.
— Gracias. Si fuera niño me encantaría que tuviera los ojos azules. Aunque no se que color de ojos tiene su padre.
— ¿Han investigado algo sobre el incidente?
— No quise seguir con eso. Temo que realmente me hayan violado. Y si es así no podré ver la cara de mi bebé. No quiero odiarla por algo de lo que no es culpable.
— ¿Dejaras las cosas así?
— Si. De todos modos el padre y yo no vamos a tener ninguna relación. Y tampoco quiero que el se enteré de que sus asquerosos actos tuvieron consecuencias.
— ¿Y que planeas? ¿Vas a seguir trabajando después de tener al bebé?
— Si. Mamá la cuidará en las mañanas.
— ¿No te gustaría estar con tu bebé todo el día?
— Me encantaría, pero no puedo, Tengo que trabajar.
— Esther. — Tomó mi mano. — ¿Y si te casas conmigo?
— ¿Qué?
— Yo te quiero. Y quiero a tú bebé. Dylan no está, pero seguro le gustaría que tú estuvieras con un buen hombre, alguien que te respete, cuide y valore. Yo quiero ser el papá de tu hijo.
— No. — Solté su mano. — Eso no sería justo para ti.
— Por favor Esther. Te juro que no tengo malas intenciones. Quiero cuidar de ambas. Piénsalo.
— Si nos casamos querrás que atienda tu cama. Y no quiero acostarme contigo. Ni con nadie.
con que necesidad meter al primo loco, patético este capítulo, nada que ver