El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Picazón (+18)
Sofía
Pateo las mantas de mi cama fuera de mi cuerpo. Esta noche hace calor. Tomo el monitor que está en mi velador, casi esperando que Mía esté despierta para tener la excusa perfecta para salir de mi habitación. Pero no, la pequeña duerme plácidamente. La tarde de piscina la dejó agotada.
Muerdo mi labio al recordar lo que pasó esta tarde. Fue extraordinario para mí, y muy educativo, entender el poder que tiene una mujer sobre un hombre, aunque ese hombre sea un Capo de la mafia. Gabriele estaba perdido con mis caricias, y si soy sincera yo también.
Aprieto mis muslos al recordar cómo se sintió en mi mano, pesado, grande. Mi cuerpo se calienta cuando fantaseo con qué sentiría si me acostara con él. Sentir como mi cuerpo se abre para albergarlo, como se amolda a su tamaño.
Maldita sea, que calor tengo.
Levanto mi camiseta y paso mis manos por la piel de mi vientre, el cual está ardiendo en este momento.
Siento en todo mi cuerpo una picazón, sobre todo en mis pechos y en mi bajo vientre. Me rasco, pero no consigo el alivio que necesito.
Cierro los ojos y todo lo que veo es a Gabriele con su sonrisa seductora, cerniéndose sobre mí, exigiéndome que me rinda a él.
Gruño.
–Otra noche sin dormir.
Me levanto y salgo de mi habitación. Necesito tomar aire y enfriar mi cuerpo.
Miro hacia el dormitorio de Gabriele y me detengo.
Qué pasaría si hiciera lo que deseo por una vez en mi vida. Qué pasaría si caminara a la habitación de Gabriele y le pidiera que terminara con esta picazón que recorre mi cuerpo. Qué pasaría si fuera egoísta y me diera ese regalo.
¿Sería tan malo?
Mis pies caminan por si solos hacia su habitación. Mi corazón comienza a martillear en mi pecho y mis manos comienzan a sudar, pero no puedo evitar sentirme extasiada.
Por fin estoy haciendo lo que necesito.
Golpeo la puerta, porque hasta yo sé que no debes meterte en la habitación de un Capo sin avisar si no quieres terminar con una bala en medio de los ojos. Imagino que tiene el sueño ligero.
Espero y nada. Vuelvo a golpear y nada.
Quizá debo volver, pienso. Quizá es Dios o el universo ayudándome. Quizá es una advertencia.
Intento volver a mi habitación, pero siento mis pies pegados al suelo. Abro la puerta despacio y trato de ver en la penumbra, pero no consigo distinguir nada. Avanzo unos pasos y la puerta se cierra a mi espalda, sobresaltándome.
–Gabriele –lo llamo, pero sigue sin responder.
Enfadada prendo la luz, pero mis hombros caen al ver que la habitación está vacía.
Quizá abandonó la mansión nuevamente, y no lo vuelva a ver en meses.
Me rio y niego con mi cabeza. Soy una tonta. Supongo que debiera estar agradeciendo no habérmelo encontrado, pero no consigo encontrar la energía para ello.
Realmente quería verlo.
Suspiro resignada y abro la puerta.
–Mierda –grito llevando la mano a mi pecho cuando veo a Gabriel, descalzo y desnudo de la cintura para arriba. Solo lleva unos pantalones de tela, que están muy bajos en su cadera. Maldito sea, no tiene piedad con mis hormonas revolucionadas–. ¿Quieres matarme?
–¿Qué haces aquí?
–Yo… yo…–Rasco mi cabeza mientras pienso en una excusa.
Gabriele sonríe y entra a la habitación cerrando la puerta.
–¿Tú?
–Mía –digo sin pensar.
–¿Está bien?
–Sí, claro, ella está bien. Durmiendo tranquilamente.
Levanta mi mentón y me obliga a mirarlo a los ojos. –¿Por qué estás en mi habitación? –pregunta con la voz ronca y los ojos oscuros.
Este hombre es mi perdición.
–Me pica –suelto, de nuevo sin pensar.
–¿Te pica?
–Olvídalo –digo molesta conmigo. Pensé que esto sería fácil, pero estoy quedando en ridículo–. Estoy media dormida, no sé lo que estoy diciendo. Gracias por la agradable conversación, Capo –agrego y camino hacia la puerta, pero Gabriele me detiene.
–No vas a ir a ninguna parte, Sofi.
–Claro que sí –replico con ganas de discutir.
–No. Esta noche vas a ser una buena chica y vas a obedecer, sin protestar.
Cruzo mis brazos bajo mi pecho. –¡Estás demente!
–No lo estoy. Viniste a mi habitación por tus propios medios, y no vas a irte de aquí hasta que te lo ordene.
–Si piensas que te voy hacer caso…
–Desnúdate –ordena con una voz que nunca había escuchado en él. Es ronca, deliciosa y poderosa, tanto que mis rodillas se sienten inestables y todos los vellos de mi cuerpo se erizan.
Sus ojos hambrientos me exigen que obedezca y mis manos comienzan a bajar mi pantalón de pijama. Estoy segura que yo no le ha dado la orden a mi cuerpo. Hoy mi cuerpo está siendo un rebelde.
Sus ojos siguen mis movimientos atentamente y su boca se tuerce en una media sonrisa cuando ve mi ropa interior verde con encaje.
–Gírate –ordena cuando ya me he sacado el pantalón corto y la camiseta.
Lo hago sin siquiera pensar en poner resistencia.
Siento el calor de su cuerpo en mi espalda cuando se acerca.
–Sin brasier, me gusta –murmura en mis oídos mientras coge mis pechos en sus grandes manos.
Afirmo mi cabeza en su pecho y disfruto con sus caricias suaves. Mi boca comienza a soltar gemidos sin poder detenerlos.
–¿Por qué estás aquí? –pregunta mientras retuerce mis pezones entre sus dedos, logrando que estos se endurezcan y crezcan.
Jadeo sorprendida ante el relámpago de dolor y placer que recorre mi cuerpo centímetro a centímetro.
Muevo mis manos hacia atrás, quiero tocarlo y acariciarlo como lo hice más temprano en la piscina.
–Maldita sea, Sofi, ¿es que acaso no puedes quedarte quieta? –pregunta entre molesto y satisfecho.
–No puedo, no ahora, me pica –me quejo–. Todo mi cuerpo pica.
Me gira y sonríe. –Yo te ayudaré con eso, preciosa.
–Sí –suspiro aliviada.
–¿Estás lista para llegar al final?
–¿Ayudará a sentirme mejor? –pregunto esperanzada.
Sonríe. –Sí, lo juro.
–Por favor –pido en un sollozo.
Me coge el rostro y me besa con fuerza, tomando de mí todo lo que quiere. Sin darme un segundo para respirar.
Esto se siente tan bien.
Coge mi cintura y me presiona contra su cuerpo. Sollozo en su boca al sentir un calor líquido recorriendo mi piel, empeorando la picazón.
Me alejo. –Dijiste que me ayudarías –me quejo sintiéndome decepcionada–. Pica más.
Besa la punta de mi nariz y sonríe. –Y va a picar mucho más antes de que sientas algún alivio, tienes que soportarlo –ordena.
Me coge en volandas y me lleva a su enorme cama. No alcanzo a disfrutar de la suavidad del colchón muchos segundos porque Gabriele se acuesta sobre mi cuerpo y solo puedo sentirlo a él. Por todos lados.
Su boca recorre mi barbilla antes de besar y morder mi cuello. La picazón que siento empeora.
–Pica –me quejo.
Su boca baja por mi esternón y el crecimiento de su barba raspa mi piel empeorando mi malestar.
–Tienes que soportarlo, Sofi –masculla antes de enterrar su cabeza entre mis pechos–. Hueles como el puto cielo –suelta antes de besar y morder mis pechos.
Comienzo a mover mi cabeza de un lado hacia el otro, desesperada por el calor que siento. Entierro mis dedos en su cabello intentando… no sé qué estoy intentando, solo sé que lo necesito más cerca.
–Algún día voy a follarte los pechos –dice.
–¿Ah? –pregunto sin entender. Cómo podría alguien follarme los pechos.
Maldice. –Eres tan inocente, voy a disfrutar mucho enseñándote.
–Oye, Capo, es solo esta noche –me apresuro en decir. Mi intención no es transformarme en la amante de mi jefe–. Quiero tu ayuda solo por esta noche –insisto, no sé si para convencerlo a él o a mí.
Pasa su lengua por mi estómago, bajando hacia mi ombligo.
–Eso no te lo crees ni tú, fierecilla.
Trato de incorporarme, pero sus manos me obligan a recostarme de nuevo.
–Tienes mucha confianza, ¿no?
–¿Se te olvida el orgasmo que te di hace unos días? –pregunta con diversión–. Eso no fue nada, Sofi.
–Lo recuerdo bien, tuve que imaginarme en todo momento a Adrián –digo por molestarlo.
Su sonrisa se pierde y me mira furioso. –No vas a volver a nombrar a ese tipo. Nunca –ordena molesto–. Eres mía.
–No soy de nadie –replico.
–Eso lo veremos –dice antes de bajar mi ropa interior y enterrar su rostro entre mis muslos.
Abre mis piernas con sus hombros, y separa mis muslos con sus manos.
–Eres preciosa –susurra mirándome intensamente.
Todo mi cuerpo se sonroja de vergüenza. No debería mirarme así.
Su boca besa mi centro y mis ojos se cierran de inmediato. La vergüenza sale de mi cuerpo al primer lametón. Abro más mis piernas, dándole más acceso y con mis manos acaricio su cabello.
La picazón en mi cuerpo empeora, sobre todo cuando me abre con su pulgar, y acaricia lentamente mi montículo.
Coloca una mano en mi vientre bajo y presiona a la vez que mete su dedo índice en mi boca.
–Chupa –ordena y así lo hago.
Succiono su dedo con fuerza mientras su lengua da golpes en la parte más sensible de mi cuerpo.
–Gabriele –pido con su dedo todavía en mi boca–. Por favor.
Comienzo a mover mis caderas y presiono mis muslos atrapando la cabeza de Gabriele. Necesito más, no sé qué precisamente, pero lo necesito, me pica mucho.
Gabriele saca su dedo de mi boca y antes de darme cuenta lo introduce en mí. Grito al sentir su dedo abriendo mi carne, se siente tan bien.
–Dámelo –ordena.
–¿Darte, darte qué? –pregunto moviendo mi cabeza desesperada. Qué mierda quiere que le dé en este momento. Ni siquiera puedo pensar con claridad.
–Déjate ir, fierecilla –masculla sobre mi piel hipersensible.
Presiona mi vientre en contraposición con los golpes que da su dedo dentro de mí y grito.
Mi cuerpo arde furiosamente y se eleva al cielo antes de caer a toda velocidad de vuelta a la tierra. Mi cuerpo se siente cansado y libre a la vez.
Trato de incorporarme y me quedo pegada viendo como Gabriele lame cada gota de placer que mi cuerpo expulsó.
Al ver eso vuelvo a caer a la cama, sintiéndome débil y ansiosa nuevamente. Vuelvo a sentir la comezón en mi cuerpo como si nunca se hubiese ido. Quizá todo esto sea un error, quizá no debí buscarlo. Quizá ni siquiera debería haber aceptado este trabajo.
Gabriele me mira y mi cuerpo arde en llamas nuevamente.
Santo Dios, ¿podré sobrevivir a esta noche?