Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 18
Su abuelo, lo único bueno que tuvo de su familia, terminó sucumbiendo al alzhéimer y muriendo luego de que ella diera a luz a su segundo embarazo. Gracias a sus hijas y su esposo, el dolor fue llevadero; sin embargo, ahora que tenía dos hijas desaparecidas, el peso de la realidad se hacía cada vez más evidentes.
Sin poder negarse más al pedido de Anastasia, la duquesa fue al palacio para reunirse con su hija mayor. Allí, al verla tan decaída y ojerosa, un sentimiento de remordimiento hizo que su corazón se detuviera unos segundos. Suspirando con pesadez, le pasó una espada, la cual estaba cubierta por una capa con el escudo familiar.
—Es la espada de mi padre—respondió—antes de abdicar, la reina Regina logró crear una nueva, a partir de la original que se destruyó. Te la entrego con el emblema familiar, ahora eres oficialmente la heredera del ducado.
—¿Madre?—preguntó emocionada—¿Eso quiere decir que...?
—No será fácil, hija. Verás un infierno allí adentro, pero la diferencia es que tú nos tienes a nosotros y yo estaba sola—admitió con dificultad—la diferencia es que tienes unas hermanas que estarán contigo, aunque tu padre y yo te faltemos. Así que sí, he enviado la solicitud para que ingreses al ejército.
La duquesa no quería, quería proteger a toda costa a sus tesoros, incluyendo a su esposo. Aun si tuviera que encerrarlos para siempre en una jaula de oro, pero lo correcto era confiar en ellos y en la fuerza que su primogénita había demostrado.
Anastasia asintió mientras sus lágrimas caían en la tela de la capa, sentía que podía tener una oportunidad para redimirse por su debilidad. Para que el pecado, de no haber protegido a sus dos hermanas desaparecidas, fuera perdonado.
Debido a que una vez dentro del ejército debía cortar comunicación por un mes con su familia, Anastasia pidió hojas y tinta para hacer diversas cartas que serían entregadas a su familia y a Scott. Una vez que lograron curar las heridas de su pie, aunque aún no estaba del todo recuperada, salió rumbo a la academia militar.
Con suerte, puesto que estaba en el mismo terreno del palacio, podría ir a visitar directamente a sus hermanas. No obstante, su ida a la academia fue tan sorpresiva como rápida. Por eso, la doncella de ella fue la que se encargó de repartir las respectivas cartas.
"Para sir Scott Adams,
¡Señor Scott! El cielo ha decidido bendecirme haciendo que mi madre por fin me apoye en mi deseo de entrar en el ejército, si puedo soportarlo y hacerme fuerte, podré luchar también por mis hermanas en esta desgraciada maldición. Perdone mis palabras, me estoy tomando cierta libertad en esta carta.
Señor Scott, gracias por haberme apoyado y gracias por no asquearse de mí por la situación que viví. Lo que pasé aquella noche con usted, el toque cálido y suave de sus labios, su piel contra la mía... será uno de mis recuerdos más valiosos.
No quiero que se sienta atado a hacerse responsable de mí, eso será nuestro mayor secreto. Por lo que, deseando que pueda encontrar su felicidad... he decidido retirar mis sentimientos por usted. Espero que encuentre a alguien digno de estar a su lado, ¡gracias por todo!".
Sintiendo una fuerte punzada de dolor en su corazón, Scott dejó caer la carta antes de caer el de rodillas. Agradeciendo el estar en la soledad de su habitación, comenzó a llorar como si sus lágrimas tuvieran vida propia y fueran ellas las que hubieran decidido salir a flote.
—Ana...—susurró tocando su corazón—¿Por qué me duele tanto?
Recordando cada una de sus palabras, temiendo el haber sufrido una especie de infarto, se acostó en el frío piso mientras seguía sobando su corazón. En lo único que pensaba era en Anastasia, en cómo ella había podido irse sin siquiera decirle algo directo a la cara. Así fue que supo, que la ausencia de ella era lo que lo estaba matando en vida.
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En la mañana del día siguiente, mientras Scott se terminaba de recuperar por el dolor en su corazón que seguía presente, a miles de kilómetros de distancia, un barco atravesaba el mar en plena madrugada. Los empleados del turno nocturno agradecieron que pronto amanecería sin ningún accidente en alta mar, mientras las mucamas del día se alistaban.
Una joven mujer estaba terminando de colocarse su uniforme de mucama, lista para su primer día de trabajo en el crucero. Luego de haber sido encontrada desmayada, sobre un tronco, en el mar, fue rescatada por varios miembros de la tripulación.
Si bien la ayudaron a curar la herida de golpe que tenía en su cabeza, el hecho de que ella no hablara y que no tuviera recuerdo alguno de lo sucedido antes de ser encontrada, no fue de mucha ayuda. Debido a que el barco iba a hacer su segunda parada en el trayecto, iban a dejarla a su suerte en una iglesia.
No obstante, la más anciana de las doncellas, apiadándose puesto que su nieta también era mujer muda, logró conseguirle un trabajo abordo. De ese modo, aunque no tuviera recuerdo alguno, al menos tendría una fuente de ingreso con el que defenderse.
Debido a que la joven llamaba mucho la atención a causa de su belleza, y sabiendo que había pasajeros problemáticos, la anciana, que accedió a compartir su camarote con ella, decidió amarrar su largo cabello y ocultarlo en una cofia.
—¡Bien! ¡Perfecto!—respondió dando una vuelta alrededor de la chica—nada ajustado, nada revelador. Con suerte pasarás desapercibida... ahora lo que necesitamos es darte un nombre.
La joven ladeó con cuidado la cabeza, la cual estaba punzando un poco. La mujer sonrió con dulzura, la chica sin nombre y sin recuerdos, tenía una mirada tan transparente como el agua que enternecía su alma.
—¿Te gusta si te llamo Corinne?—preguntó la anciana—era el nombre de mi madre, así que si te gusta te llamaré así hasta que recuerdes tu verdadero nombre.
Corinne asintió con alegría, sentía que ese nombre era muy valioso. Tras escuchar la primera campanada para comenzar el turno del día, las dos mucamas salieron del camarote en el cuarto piso del barco, hasta subir finalmente al comedor de empleados.