En un futuro distópico devastado por una ola de calor, solo nueve ciudades quedan en pie, obligadas a competir cada tres años en el brutal Torneo de las Cuatro Tierras. Cada ciudad envía un representante que debe enfrentar ecosistemas artificiales —hielo, desierto, sabana y bosque— en una lucha por la supervivencia. Ganar significa salvar su ciudad, mientras que perder lleva a la muerte y la pérdida de territorio.
Nora, elegida de la ciudad de Altum, debe enfrentarse a pruebas físicas y emocionales, cargando con el legado de su hermano, quien murió en un torneo anterior. Para salvar a su gente, Nora deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en este despiadado juego de supervivencia.
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Por el honor
Llego el día de marcharse los dos días que había estado esperando que no llegaran, al final llego, ese día se levantó más temprano de lo habitual tomo toda su ración de agua del día de igual manera se iría sin saber, si saldría viva de ese lugar
Su madre que la miraba desde atrás, tenía sus ojos tan rojos y hinchados de tanto llorar, no pudo evitar llorar tan fuerte, lo hizo hasta quedar sin aliento mientras Nora sola la abrazaba y trababa de no decir nada más para que no fuera aun más difícil la despida.
Isabel permaneció un momento más en la puerta después de que Nora se fue, viendo cómo la silueta de su hija amada se perdía al doblar la esquina. El eco de sus pasos resonaba en la calle vacía, hasta que todo volvió a quedar en silencio. Un silencio roto solo por la brisa cálida que traía consigo el polvo y un soplo de melancolía.
Nora respiró profundo, sintiendo el peso de lo inevitable. Era tiempo de despedirse.
Bajó los escalones del porche lentamente, sus botas resonaban contra el cemento agrietado. Las calles estaban desiertas, salvo por alguna que otra figura esquelética, sombras de quienes alguna vez vivieron llenos de esperanza. Los edificios se erguían como fantasmas del pasado, la pintura descascarada, los cristales rotos y las señales oxidadas eran testigos de lo que la ciudad había sido antes de la ola de calor que devastó el mundo. Las tiendas y comercios, donde alguna vez la vida bullía, ahora estaban desmoronados, algunos saqueados y otros simplemente abandonados, consumidos por la resignación.
Nora caminaba con una sensación extraña, como si su cuerpo flotara pero sus pies estuvieran amarrados al suelo. Todo le parecía más real y, al mismo tiempo, más efímero. Sabía que quizá esta era la última vez que recorrería su hogar, la ciudad que la vio crecer y que ahora estaba a punto de decidir su destino en el torneo. Los rostros que se asomaban por las ventanas la miraban con una mezcla de respeto y compasión. Algunos incluso la saludaban con un leve asentimiento de cabeza.
Pasó por la plaza central, donde las fuentes estaban secas y la estatua de un antiguo líder se encontraba envuelta en telarañas. En el lugar donde antes se hacían mercados y fiestas populares, ahora solo había escombros y unos cuantos árboles marchitos, sobrevivientes tenaces del calor infernal. Los pájaros habían desaparecido hacía mucho, y el cielo siempre estaba teñido de un naranja tenue, como si el sol nunca terminara de ocultarse.
Siguió caminando hacia el parque donde solía jugar de niña. En la entrada, la verja oxidada crujía al viento, y las hamacas estaban inmóviles, colgando como esqueletos de un pasado alegre. Se sentó en un banco viejo, sintiendo el calor de la madera que había absorbido el sol ardiente. Cerró los ojos e intentó grabar en su mente cada detalle. Se esforzaba en recordar los sonidos que alguna vez llenaron ese lugar; las risas de los niños, las conversaciones de los padres, los ladridos de los perros. Ahora todo eso era un eco distante en su memoria.
—Te prometo que haré todo lo posible... —susurró al viento, como si las palabras fueran a alcanzar a todos los que dependían de ella. Pero en el fondo, sabía que no podía hacer promesas. En el torneo, nada estaba garantizado.
Cuando el sol comenzó a esconderse más allá del horizonte, Nora se puso de pie y siguió caminando. Cada paso se sentía como un adiós, una despedida de cada callejón, cada edificio que guardaba recuerdos de una vida que parecía muy lejana. El aire era pesado y denso, el calor persistía incluso cuando el sol desaparecía, y Nora podía sentirlo en sus pulmones. La desesperanza y el cansancio eran casi tangibles.
Finalmente, llegó al punto de encuentro. Un terreno baldío en las afueras de la ciudad, donde el viento levantaba polvo en pequeños torbellinos y la hierba seca crujía bajo sus pies. A lo lejos, un rugido mecánico comenzó a hacerse presente. Nora entrecerró los ojos, tratando de distinguir la figura del avión. Era un viejo modelo, un vestigio de la tecnología de antes de la devastación, con el metal cubierto de óxido y las hélices luchando por mantenerse girando. La aeronave se tambaleaba en el aire mientras descendía, como un pájaro cansado que apenas podía volar.
El avión aterrizó con un golpe seco y el ruido ensordecedor llenó el ambiente. La puerta lateral se abrió con un rechinar, y un hombre uniformado, con la cara oculta tras unas gafas oscuras y una máscara que lo protegía del polvo, hizo una señal a Nora. Ella asintió, tomando una última mirada hacia su ciudad. Era una imagen que quería mantener grabada para siempre en su mente, el último vestigio de su hogar, incluso si el futuro que le esperaba era incierto y posiblemente trágico.
Nora dio un paso adelante, y luego otro, hasta que comenzó a subir las escalerillas del avión. Cada escalón crujía, el metal vibraba bajo sus pies, y con cada paso sentía el peso de las expectativas de todos los que dejaba atrás. Tan pronto como puso un pie dentro del avión, un murmullo lejano comenzó a alzarse.
Nora se giró, mirando desde la puerta abierta del avión. Desde cada rincón de la ciudad, hombres, mujeres y niños salían de sus casas. Los rostros estaban marcados por la fatiga y la tristeza, pero sus voces alzaban un grito que resonaba en el terreno baldío, un grito unificado:
—¡Por honor! ¡Por la ciudad!
El eco de las voces llenó el aire, cargado de una mezcla de dolor, esperanza y desesperación. Nora se mordió el labio, tratando de no dejarse llevar por la emoción. Aquellas voces eran un recordatorio de lo que estaba en juego. Eran sus vidas, sus hogares, todo lo que conocían. Aunque era solo una, sentía el peso de todos los que la observaban, los que depositaban su esperanza en ella.
Nora levantó la mano, saludando a todos desde la puerta del avión. No necesitaba palabras. Apretó los labios con determinación y, con el corazón latiendo con fuerza, se giró para entrar al avión. La puerta se cerró detrás de ella con un estruendo metálico, sellando el destino de Nora.
Dentro del avión, el ambiente era opresivo. El aire estaba viciado, una mezcla de calor y olor a combustible. Los asientos eran duros, forrados en cuero rasgado, y las ventanas pequeñas permitían ver el paisaje desolador mientras el avión se elevaba nuevamente.
Nora se dejó caer en uno de los asientos y cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su mente. Podía escuchar el rugido del motor y el zumbido de las hélices mientras el avión se alejaba de su ciudad. Era como si un peso enorme se hubiera colocado sobre sus hombros, una presión que solo crecería mientras se acercaba al torneo. Se preguntó si habría una manera de regresar, si el esfuerzo y el sacrificio tendrían algún sentido al final. Pero, por ahora, todo lo que podía hacer era seguir adelante.
La vista desde la ventanilla era desoladora. Las tierras secas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, interrumpidas solo por montañas escarpadas y los restos de lo que parecían ser bosques carbonizados. Nora apoyó la frente en el vidrio, sintiendo el leve temblor del avión bajo su piel. Su mente volvió a la conversación con Nolan, a su oferta de huir juntos.
—Si tan solo fuera tan fácil... —susurró para sí misma, mientras el avión se alejaba más y más, llevándola hacia lo desconocido, hacia un destino del cual no estaba segura si regresaría.
Las luces en el interior del avión parpadearon por un instante, y Nora sintió una punzada de ansiedad. Pero cerró los ojos y respiró profundo. Había tomado su decisión, y no había vuelta atrás.