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5.2
Existía un solo motivo por el cual Edward estaba en contra de cualquier hombre que quisiera pretender a su hermana. Y era que todas las mujeres que nacían o se integraban a la familia Green morían después de dar a luz a su segundo hijo, como fue el caso de su abuela y de su madre.
Eso le generó un trauma insuperable y se negaba a aceptar que su hermana podía correr el mismo riesgo. La ceremonia de graduación fue puro protocolo, entrega de diplomas, fotografías más palabras y promesas vacías de amistades que en la vida volvería a ver luego de la preparatoria.
Carrie se negó a tener un almuerzo de celebración, prefirió correr a casa para arreglarse. Al caer la noche, fue Edward quien la llevó en su coche al hotel donde tendría lugar la celebración. El mal nacido que se había atrevido a ponerle las manos encima seguramente entraría en cualquier momento, por eso había ideado todo un plan para impedir que esos dos se reunieran.
Le pagó a uno de los edecanes que estuvo dispuesto a unirse a su causa sin hacer preguntas. Le pidió que dirigiese al sujeto al salón equivocado, dónde él estaría esperando para atarlo de manos y pies a una silla durante el tiempo suficiente para que el baile acabara. Carrie estaría tan decepcionada que lo enviaría al demonio sin conmiseraciones.
Se frotó las manos fraguando el plan perfecto, nada podía salir mal o al menos era lo que creía antes que una misteriosa mujer vestida de rojo cruzara la puerta rociándole un centelleante polvo blanco, que al instante lo puso a dormir.
—Este mundo está atestado de maniáticos —se quejó Alicia Johnson, arrastrando el cuerpo de Edward Green atrás de una cortina—. Estoy cansada de estos jueguitos. Un hombre caliente es todo lo que pido, ¿por qué no me lo concedes?
Se quejó, dirigiéndose al universo. De pronto Edward gimió abriendo los ojos con dificultad, ¡eso no debería estar sucediendo! Había usado una dosis de polvo mágico lo suficientemente fuerte como para adormecer a un centauro. Alicia se mordió los labios tratando de pensar, no podía volver a enfrentarse físicamente a él, era demasiado tosco y grande.
Parpadeó percatándose del apuesto rostro del sujeto, además poseía un físico nada despreciable. Se lamió los labios meditando su siguiente acción.
—¿Cómo te llamas? —le susurró Alicia al oído, cerniéndose sobre él.
Edward balbuceó su nombre, arrastrando la lengua como cualquier borracho.
—Dime, ¿eres casado? —Edward negó—, ¿tienes novia?
Edward se echó a reír, tratando de enfocar sus ojos en ella.
—Estoy buscando una —intentó incorporarse pero todo a su alrededor daba vueltas—. Mi hermana dice que ya no soy atractivo… y quiero demostrarle que eso no es cierto.
Alicia sonrió, quizás esa era su oportunidad. Chaqueó los dedos, utilizando su magia para trasladarse a su pequeña cabaña en medio del bosque encantado de reino mágico. Así Edward Green gritase despavorido, nadie lo escucharía.
La oscuridad y el silencio eran densos esa noche. Aparecieron sobre una cama, en la que Edward comenzó a recuperar la conciencia. Cientos de velas se encendieron a su alrededor, las paredes estaban inusualmente tapizadas con cortezas de árbol y el aroma a canela y sabia llenaba el ambiente.
El corazón comenzó a palpitarle desenfrenado, ¿dónde estaba? ¿Acaso era un tipo de castigo divino por haber tenido el pensamiento de asesinar a otra persona? Notó el peso de alguien más sobre su cuerpo, dio un respingo, reconociendo ese rostro.
—Eres la loca de las galletas —musitó, intentando zafarse de su agarre.
—Alicia Johnson, para los amigos —ronroneó ella. Era la primera vez que secuestraba a un humano, estaba ansiosa por descubrir qué tan buenos eran en la cama.
Chasqueó nuevamente los dedos, cambiando el escenario a uno más erótico. Edward estaba amarrado a la cama con las esposas que él mismo había guardado en su bolsillo y la mujer que reposaba encima de él yacía completamente desnuda.
En medio de su aflicción, Edward sintió su sangre arremolinarse en esa parte de su cuerpo que no debía reaccionar ante ese inminente ataque de terrorismo. Se descubrió agitando sus manos inútilmente, ya que se encontraban aprisionadas. Lo irónico fue que no lo hizo para escapar, sino más bien, como un reflejo masculino de tocar esa piel con sus manos.
—¿Quién eres? —Más bien, quiso preguntar «¿qué eres?»
Alicia le acarició el rostro, sonriendo mientras adivinaba sus pensamientos.
—Soy justo lo que deseas —sentenció, chasqueando sus dedos nuevamente. Edward exclamó sin saber cómo diablos había perdido su ropa, ahora los dos estaban desnudos—. Dame una oportunidad, sé que pronto estarás rogándome para que no te deje ir nunca.
Edward tragó pesado. Si eso era un sueño, quería despertar hasta saciar la última de sus fantasías. Jadeó entregándose al juego, esa mujer podía estar loca y ser muy peligrosa, pero era jodidamente exquisita.