En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 5: El Velo del Engaño
El aire en los aposentos privados de la reina Catherine se sentía denso, cargado con un peligro inminente. Arabella mantenía la mirada fija en la reina, tratando de discernir la verdad detrás de sus ojos gélidos. Las palabras de Catherine aún resonaban en el silencio de la habitación: “Hay un traidor en la corte”. La declaración era directa, pero el contexto permanecía oculto en un manto de ambigüedad y recelo.
Alexander fue el primero en romper el silencio. Dio un paso adelante, su expresión estoica, pero la rigidez de sus hombros delataba la tensión en su interior.
—Su Majestad, si hay una traición en la corte, es necesario identificar de inmediato al culpable y sus motivos —dijo Alexander, su voz firme, pero con un matiz de urgencia—. ¿Qué es lo que se ha descubierto exactamente?
La reina se levantó de su asiento y caminó lentamente hacia un escritorio adornado con filigranas doradas. Arabella no pudo evitar notar cómo la luz de los candelabros titilaba sobre el perfil severo de Catherine, acentuando las sombras en su rostro.
—Mis informantes han descubierto planes para socavar la seguridad del reino —respondió la reina, con una frialdad que parecía rayar en la indiferencia—. Y no son solo meras habladurías o rumores. Hay documentos que revelan una red de aliados dispuestos a desestabilizar la corona, y se cree que la traición proviene de una de las casas más cercanas a nosotros.
Arabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La forma en que Catherine los observaba, con esa mirada penetrante y escrutadora, le hizo pensar que la reina estaba dejando entrever más de lo que decía.
—¿Está sugiriendo que nosotros tenemos algo que ver con esto? —preguntó Arabella, sin poder evitar que el tono de su voz se tornara más desafiante de lo que había planeado.
Catherine giró la cabeza hacia ella, y la duquesa percibió un destello de satisfacción en sus ojos, como si hubiera estado esperando esa reacción.
—No sugiero nada, querida —dijo la reina, con una sonrisa casi imperceptible—. Solo señalo que, en tiempos de incertidumbre, la desconfianza es un arma que no debe ser subestimada. Hay quienes se han aprovechado de antiguos resentimientos y alianzas caídas en desgracia para buscar una ventaja. Y cuando hay sangre azul de por medio, las lealtades pueden volverse… flexibles.
Alexander frunció el ceño, claramente consciente de que la reina estaba insinuando los pecados del pasado de los Pembroke.
—Si insinúa que nuestra familia es la responsable, su Majestad, entonces exijo ver esos documentos. Necesitamos pruebas antes de que la acusación manche nuestra reputación de manera irreparable —respondió él con voz tensa.
Catherine se detuvo a solo unos pasos de Arabella, con los ojos fijos en ella como si quisiera leer sus pensamientos. Luego, se dirigió al escritorio y tomó un pergamino sellado. Sin apartar la vista de Arabella, extendió el documento en la mesa.
—Aquí encontrarás lo que buscas. Pero debo advertirles que lo que está escrito en estas páginas puede cambiar el destino de más de una familia. El traidor no siempre es quien aparenta ser.
Esa misma noche, mientras el castillo se sumía en el silencio, Arabella y Alexander revisaron el documento en su cámara privada. Arabella sostenía la hoja con manos temblorosas mientras leía los nombres y las transacciones que aparecían detalladas. A medida que avanzaba en la lectura, un nombre en particular destacaba, repitiéndose una y otra vez: Lord Edmund Ravenswood.
—¿El esposo de la duquesa? —exclamó Arabella, levantando la vista hacia Alexander—. Esto… esto no puede ser. Los Ravenswood son una de las familias más influyentes de la corte. ¿Cómo podrían estar involucrados en un complot contra la corona?
Alexander, que había estado observando en silencio, tomó el pergamino de sus manos. Sus ojos recorrieron los detalles con una expresión que mezclaba sorpresa y suspicacia.
—Los Ravenswood han jugado a ambos lados del tablero durante generaciones —respondió él, con un tono de voz cargado de desprecio—. Si Edmund ha tomado parte en esto, es probable que no lo haya hecho solo. La pregunta es, ¿qué buscan obtener con este riesgo?
Arabella sintió que su cabeza daba vueltas. Si la información era cierta, entonces la duquesa también podría estar involucrada, lo que explicaría su actitud inquietante durante el banquete. La situación se volvía más peligrosa con cada momento que pasaba. Y si Catherine estaba dispuesta a revelar esto a ellos, ¿cuántas más podrían estar manipulando?
—Tenemos que actuar con cautela, Alexander —dijo Arabella en voz baja—. Si la reina sospecha de los Ravenswood, tal vez esté tratando de usarnos para exponerlos. Pero si cometemos un solo error, podrían convertirnos en los culpables.
Alexander asintió con gravedad. —Entonces debemos buscar pruebas adicionales. Algo que confirme o desmienta lo que se dice aquí. No podemos permitirnos acusar a alguien sin estar seguros de su culpabilidad.
—¿Y si el traidor es otro? ¿Alguien que esté usando a los Ravenswood como señuelo? —Arabella se mordió el labio, pensativa. La idea le había llegado como un relámpago, trayendo consigo una posibilidad aún más oscura.
Alexander la miró con intensidad. —En este juego, cada movimiento es una máscara para ocultar el verdadero propósito. No confíes en lo que ves a primera vista, Arabella.
Los días siguientes transcurrieron en un estado de tensa vigilancia. Arabella y Alexander comenzaron a investigar en secreto, interrogando a criados y escuchando conversaciones furtivas. Poco a poco, se dieron cuenta de que algo más profundo acechaba bajo la superficie de las cortesanas sonrisas de la nobleza. Los rumores sobre tratos secretos entre la familia Ravenswood y facciones exiliadas del reino comenzaban a aflorar, pero las piezas no encajaban del todo.
Una noche, mientras Arabella se dirigía de regreso a su habitación después de otra reunión en la que los nobles fingían cordialidad, notó una figura que se deslizaba furtivamente por uno de los pasillos más oscuros. Reconoció el perfil del hombre de inmediato: era Lord Edmund. Sin pensarlo dos veces, decidió seguirlo.
Arabella lo siguió hasta una galería abandonada en la parte más antigua del castillo, un lugar olvidado por la mayoría de la corte. Edmund se detuvo frente a una puerta de madera oscura y, tras asegurarse de que nadie lo veía, la abrió y entró. Arabella esperó unos segundos y luego, conteniendo el aliento, empujó la puerta para adentrarse también en el recinto.
Lo que encontró la dejó sin aliento. Dentro de la pequeña sala había mapas del reino y correspondencia de diversas partes del continente. Y en el centro de la habitación, Edmund hablaba en voz baja con… la duquesa de Ravenswood.
—No podemos permitir que descubran la verdad, Edmund —decía la duquesa con desesperación—. Si lo hacen, no solo nosotros caeremos… habrá consecuencias para toda la nobleza.
Arabella sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho. Si lo que decía la duquesa era cierto, entonces la conspiración no era solo una cuestión de ambición, sino de supervivencia para muchos. Y, de alguna manera, Arabella y Alexander se encontraban en medio de un juego mortal, donde la traición era tan natural como respirar.