Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 18 Yo voy a defenderte
Belle llegó a su departamento hecha un nudo de cansancio y preocupación. Encontró a Samira desparramada en el sofá, absorta en su celular. Al verla entrar, su hermana menor saltó como un resorte y corrió hacia ella.
—¡Hermana! ¡Mira, mira! Preparé la cena, algo rico para celebrar tu primer día —gritó, saltando de alegría.
Belle no pudo evitar sonreír, sintiendo cómo una parte de su estrés se evaporaba.
—Pequeño terremoto, gracias. Te quiero mucho —dijo, lanzando su cartera a un lado y dejándose caer en el sofá como un fardo.
—Estoy tan cansada... Hoy fueron reuniones interminables. Algunos me miraban como a un bicho raro y otros no veían la hora de ser mis amigos, pero solo por mi apellido y la amistad entre los Breton y los Ferrer. Estoy realmente agotada. —Hizo una pausa dramática.
—Y para colmo, tuve que reunirme con Diego.
Samira se acercó de inmediato, con los ojos brillando de puro morbo.
—¿Y? ¿Qué hicieron? ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —preguntó, tan afligida como si fuera su propio drama.
Belle negó con la cabeza, cerrando los ojos.
—Hablamos profesionalmente. De que vamos a hacer todo para que este proyecto sea el mejor, y nada más.
Samira rodó los ojos hasta el cielo, totalmente molesta. No podía creer que esos dos fueran tan estúpidos.
—Hermana, ¿has pensado en hablar con él sobre esa tal Kendall? Pregúntale de una vez qué pasa entre ellos dos. A lo mejor todo es solo una confusión gigante.
—No —respondió Belle con firmeza—, todavía no quiero hablar de eso con él. Voy a esperar a que las cosas en la oficina se calmen un poco. Aún soy la nueva, y no quiero que me vean como una trepadora que quiere conquistar al CEO.
Esbozó una sonrisa amarga. Pero en el fondo, muy en el fondo, sabía la verdad: anhelaba estar con Diego. Sin embargo, el orgullo, ese enemigo antiguo y familiar, les había golpeado la cabeza a los dos con toda su fuerza, una vez más.
Al día siguiente, Belle se había instalado en su oficina, intentando concentrarse, cuando unos golpecitos suaves en la puerta la hicieron sobresaltar. Al alzar la vista, encontró a Mía, su compañera, en el marco de la puerta, con una sonrisa amplia y dos paquetitos en las manos.
—Hola, compañera de trabajo —saludó Mía, entrando sin ceremonia.
—Solo quería decirte oficialmente que eres bienvenida. Oye, te traje algo para comer. No sé si te gustan estas, pero son mis favoritas. —Aclaró de inmediato, con una sonrisa encantadora, pero llena de franqueza.
—Y no, no te estoy lamebotas, no alucines. La verdad, yo ya trabajo aquí y tengo mis métodos para quedarme: soy eficiente, responsable, puntual... prácticamente la empleada ideal. Así que no necesito que nadie me patrocine. —Hizo una pausa dramática.
—Pero tú me caes bien. Y por un solo hecho: esa tal Kendall... cielos, qué es odiosa. Si tú eres su enemiga, automáticamente eres mi amiga. Dalo por hecho.
Mía levantó la barbilla y alzó la mano, como si estuviera haciendo un juramento solemne.
—Yo voy a defenderte a capa y espada. Nadie te hará daño. Es más, puedo asegurar con mi vida que serás la mujer más tranquila en esta oficina, porque yo amortiguaré todos los golpes.
Belle le hizo señas para que se acercara, con una sonrisa cómplice que iluminó su rostro.
—Bueno, ya que tenemos el mismo enemigo —dijo en un tono más bajo y confidencial—, creo que deberíamos conocernos más.
Cuando Mía abrió los paquetitos para revelar un trío de deliciosos pastelillos, la sonrisa de Belle se amplió.
—Parece que también tenemos los mismos gustos —comentó, señalando la comida.
Ambas soltaron una carcajada, y ese fue el sonido que selló su alianza. Mientras comían, Mía se lanzó de inmediato a darle a Belle el reporte completo de todas las maldades y la cizaña que Kendall sembraba habitualmente. Le contó sobre las personas a las que había hecho la vida imposible y a quienes había opacado profesionalmente con sus artimañas.
Curiosamente, para Belle, ninguna de esas noticias fue una novedad. No le sorprendió en absoluto. En el ego desmedido y la mirada envenenada de Kendall, Belle había reconocido al instante a ese tipo de persona tóxica: la que, al no poder brillar con luz propia con la misma intensidad que los demás, se dedica a apagarles el brillo para, así, sentirse la más luminosa de la habitación.
Mía estaba encargada del área de marketing así que tenía que relacionarse con Belle todo el tiempo ambas fueron a hacer unos tours por las galerías donde se iba a realizar las principales demostraciones de arte fue un día largo, pero muy divertido y nada tedioso, sin embargo, alguien andaba observando con los dientes apretados y la mirada afilada Kendall definitivamente estaba furiosa ella había entrado inmediatamente había llamado la atención de todos y con solo una sonrisa podía conseguir que todo el mundo haga lo que ella quería y no era por su belleza, sino que era por su educación por el respeto que mostraba por los demás.
Mía, al estar encargada del área de marketing, tenía que colaborar con Belle constantemente. Juntas realizaron un tour exhaustivo por las galerías donde se montarían las principales exposiciones de arte. Fue un día largo, pero la complicidad entre ellas lo hizo divertido y nada tedioso.
—Mía, estos salones son perfectos, las dimensiones son ideales —observó Belle, con la mirada crítica de una artista.
—Ya sé exactamente qué obras van a estar aquí. La iluminación las hará ver exquisitas.
Mía asintió, tomando notas rápidas en su tablet. Su trabajo era traducir la visión artística de Belle en una estrategia de marketing impecable.
—Bien, todo anotado. Pero, Belle, debes tener cuidado —advirtió, bajando la voz.
—Cuando presentes tu propuesta final, te vas a topar con un muro. A veces Kendall se opone solo por oponer, inventando problemas. O, lo que es peor, te copia el trabajo y luego te acusa a ti de haber plagiado. Es de lo más bajo que hay.
Belle dio un suspiro, pero una sonrisa resuelta se dibujó en sus labios.
—Está bien. Entonces me voy a poner en modo resguardo —dijo, con un guiño.
Sin embargo, desde la sombra de un pasillo contiguo, alguien observaba la escena con los dientes apretados y una mirada tan afilada como un cuchillo. Kendall estaba furiosa. Durante años, ella había sido quien, al entrar a una sala, capturaba inmediatamente la atención de todos.
Y lo lograba no solo con su belleza, sino con algo mucho más poderoso: una educación impecable y una fachada de respeto hacia los demás que sabía usar como un arma. Ver a Belle, con su autenticidad y su talento natural, ganarse ese espacio tan fácilmente, era un insulto directo a todo su modus operandi.