Luisa escapó de un matrimonio arreglado, pero su prometido la encontró, la llevó de regreso a Grecia y la obligó a contraer matrimonio, sobre todo, a darle un hijo, porque de lo contrario, la herencia familiar pasaría a manos de fundaciones, y Francesco Nikolauo, no estaba dispuesto a perderla.
En un país que ya no siente suyo, encerrada en las cuatros paredes de una mansión, mientras su abuela está en el calabozo, Luisa le súplica a su cruel esposo, la dejé en libertad, pero él, firme en su posición le propone.
"Libertad a cambio de que seas mía, y me des un hijo".
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Capítulo 18
Francesco se cruzó de brazos, esperando la respuesta de Luisa, la cual ya sabía—. Me hace feliz que Alessandro regrese —dijo Luisa—, pero yo no regresaré. Esta noche viajaré a Grecia.
—Luisa, no sigas con eso, no tengas miedo, mira que ese hombre no podrá hacerte nada porque estás conmigo.
—Es que no tengo miedo, en verdad quiero estar con él.
—¡Luisa ya deja de fingir! Sé perfectamente que ese hombre te está obligando —Francesco se mantuvo tranquilo, apacible, sin muestra de remordimiento por lo que había hecho.
—Nadie me está obligando, si estoy aquí es porque quiero. La que quiere que haga algo que no quiero, eres tú. Por favor, si Alessandro decidió irse contigo vete, Francesco no se opondrá a que se marche contigo, pero en lo que a mí respecta, no me iré contigo. Me iré a Grecia con mi esposo.
—¡Por dios Luisa! ¿Te estas escuchando? Ni siquiera muestras en tu rostro que quieras estar con él —Luisa sonrió, porque no sabía que tenía que hacer para que Eliane creyera que en verdad quería estar con Francesco.
Cuando sintió las manos de este posarse en su cintura, todo su cuerpo reaccionó a ese toque. Inconscientemente lo miró, pero él no la miraba a ella, si no a Eliane—. Ya lo dijo, quiere estar conmigo, formar un hogar ¿Qué parte no entendiste?
—¡Uy, cállate porque te aseguro que te golpeo! —dijo con la ira a punto de explotar.
Francesco sonrió y miró a Luisa, al conectar la mirada con la de ella, la sonrisa se le borró y, solo sintió unas ganas intensas de besarla. Sin meditación ni nada por el estilo, acercó su rostro y estrelló sus labios con los de Luisa.
Después de ese beso, Luisa le dejó claro a Francesco que solo había aceptado besarlo para que Eliane terminara desistimiento de la idea que estaba ahí porque él la tenía obligada. Si bien era cierto que la había chantajeado, en gran parte estaba ahí porque en verdad quería, pero eso era algo que no iba a aceptar, porque según su ella interna, odiaban a Francesco y, nunca se fijarían en él por ser un mujeriego.
Luisa esperaba en la sala a que Francesco bajara para irse al aeropuerto, su maleta estaba armada, solo faltaba que Francesco hiciera la suya. Mientras esperaba Elda, la tía de Francesco se sentó frente a ella y dijo.
—Yo de ti me habría ido con tu amiga, porque quedarte con ese hombre, será tu perdición —bebió de la copa y espero la respuesta de Luisa, pero Luisa permaneció en silencio, con la mente perdida en aquel beso.
—¿Nos vamos? —preguntó Francesco al bajar. Sacó a Luisa de los pensamientos y, esta procedió a levantarse.
—Vamos —Luisa se despidió de Elda, seguido se dirigió a la puerta, mientras ella salía, Francesco miraba con desdén a su tía que le sugería a Luisa tuviera mucho cuidado con ese hombre.
Al entrar en el auto, Luisa perdió la mirada en las luces de la ciudad. Sus ojos admiraban la belleza, pero su mente recordaba con una carga abrumadora el rostro triste de su abuela, el de Eliane, incluso el de ella mismo. Un largo suspiro se le escapó, mientras las recordaba con anhelo.
—Podrás invitarlas cuando quieran, no tendré problema en que te visiten —¿Eso la reconfortaba? No, nada que la reconfortaba, porque ella tenía un conflicto interno entre la felicidad y el enojo. Debería estar enojada con ese hombre porque la estaba sacando del país, debería estar pataleando porque la estaba obligando a hacer algo que no quería (¿Seguro no quería?) sonrió al pensar en eso. Sin embargo, estaba ahí, tranquila, yendo hacia un país que claramente no extrañaba, porque todas las personas que querían estaban en Italia. Acaso eso era ¿síndrome de Estocolmo? O en verdad estaba sintiendo cosas por ese hombre.
Cuando subieron al avión, Luisa sintió que ya no había marcha atrás, que su destino era Grecia y, Francesco. Luisa cerró los ojos, entregándose al dios del sueño, esperando que al despertar estuviera al lado de su abuela, de Eliane, jugando, haciéndose bromas, riendo a carcajadas hasta que la barriga le doliera.
No obstante, al abrir los ojos se encontraba en Grecia, al lado de Francesco y, una vida por delante junto a él. Soltando un suspiro Luisa se levantó, salió del avión y, al entrar al auto volvió a perder la mirada en la ciudad. Otra vez ahí, nuevamente en Grecia, pero está vez sin su abuela, sin nadie que le haga compañía.
Al llegar a casa, Luisa observó el lugar, el cual estaba intacto como lo dejaron. Nada había cambiado, solo la cantidad de personas que lo habitarían. En esta vez su abuela no estaría, en esta vez era ella, y Francesco. Este bajó y dijo—. Dejé tu maleta en la misma habitación —Luisa le miró y, él le mantuvo la mirada.
—Iré a descansar —no quería estar ni un segundo más cerca de ese hombre. Al menos era eso lo que quería pensar.
Luisa se metió a la ducha, el agua caía en cálidas cascadas sobre su cuerpo, deslizándose por su piel con delicadeza. Cerró los ojos, dejando que la sensación del líquido recorriendo su silueta la envolviera por completo. Su mente, no podía apartar aquel beso que Francesco le había dado.
Aún podía sentir la suavidad de sus labios, la intensidad de su mirada, la calidez de su contacto. Ese momento se había reproducido una y otra vez en su memoria, como una danza cautivadora que no lograba detener.
Luisa salió de la ducha, abrigó su cuerpo con una bata, se lanzó a la cama aun con su cabello chorreando agua y, sus pensamientos seguían reproduciendo ese momento, hasta llevarla a sentir unas ganas infinitas de volver a probarlos.
No sabía cómo llegó, pero ya estaba tocando la puerta de Francesco. Este también acababa de salir de la ducha, con una toalla envuelta en su cintura y otra sobre sus hombros. Al abrir la puerta y ver a Luisa su mirada lanzó deseo en ella.
Solo se miraron por un instante y, sin previo aviso estrellaron sus bocas, intensificando un beso largo y apasionante.
Con las puntas de los dedos, Francesco cerró la puerta, seguido llevó a Luisa hacia la cama y, con agilidad soltó el nudo de la bata, la rodó hacia la espalda de Luisa, dejando el cuerpo de este desnudo.
gran historia .muchas felicidades escritora