En un mundo donde los ángeles guían a la humanidad sin ser vistos, Seraph cumple su misión desde el Cielo: proteger, orientar y sostener la esperanza de los humanos. Pero todo cambia cuando sus pasos lo cruzan con Cameron, una joven que, sin comprender por qué, siente su presencia y su luz.
Juntos, emprenderán un viaje que desafiará las leyes celestiales: construyendo una Red de Esperanza, enseñando a los humanos a sostener su propia luz y enfrentando fuerzas ancestrales de oscuridad que amenazan con destruirla.
Entre milagros, pérdidas y decisiones imposibles, Cameron y Seraph descubrirán que la verdadera fuerza no está solo en el Cielo, sino en la capacidad humana de amar, resistir y transformar la oscuridad en luz.
Una historia épica de amor, sacrificio y esperanza, donde el destino de los ángeles y los humanos se entrelaza de manera inesperada.
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Encuentro.
El día amaneció cubierto por un cielo de tonos pálidos, como si el sol temiera mostrarse del todo.
Cameron miró por la ventana de su departamento mientras se abrochaba el abrigo.
Era un día más, idéntico a tantos otros, y sin embargo… algo en su interior la inquietaba.
Una sensación leve, como una brisa que no cesa.
Una voz sin sonido que le murmuraba: “Ve.”
—¿Lista? —preguntó Jhon desde la puerta, con una sonrisa algo nerviosa.
—Sí, solo déjame tomar mi bolso.
Salieron juntos. Jhon hablaba de su nuevo trabajo, de los proyectos que había retomado después de tanto tiempo sin esperanza.
Cameron lo escuchaba, sonriendo con dulzura, aunque su mente estaba en otra parte.
El nombre “Linda” aún dolía como una herida abierta, pero junto a Jhon había aprendido que el dolor puede transformarse en compañía.
—Tengo hambre —dijo Jhon de pronto—. ¿Qué te parece si desayunamos algo?
Cameron dudó, pero una imagen fugaz cruzó su mente: una cafetería con luz cálida y olor a café tostado.
—Sí, está bien —respondió—.
Caminaron unas calles hasta llegar al Café Lumina.
El mismo lugar donde Seraph trabajaba desde su caída.
El tintinear de la campanilla anunció su entrada.
El aire olía a pan dulce y esperanza.
Y detrás del mostrador, Seraph alzó la vista.
Por un segundo, el mundo se detuvo.
Sus ojos encontraron a Cameron, y la respiración se le quebró.
No podía creerlo.
Ella estaba allí, tan real, tan viva, tan cerca…
Y, a su lado, Jhon.
El corazón del ángel —ahora humano— se contrajo.
Sintió el fuego del cielo arderle por dentro, el mismo fuego que había perdido.
Trató de sonreír, pero su rostro apenas pudo sostener la serenidad.
Cameron, sin comprender por qué, sintió un estremecimiento recorrerle la espalda.
Algo en aquel hombre tras la barra la desconcertaba profundamente.
Su presencia era tranquila, casi familiar, como si lo hubiera visto antes… aunque sabía que eso era imposible.
—Buenos días —dijo Seraph, con voz suave.
—Dos cafés, por favor —respondió Jhon, distraído.
—¿Alguno en especial? —preguntó Seraph, dirigiendo la mirada hacia Cameron.
Sus ojos se cruzaron por un segundo demasiado largo.
Cameron sintió el impulso de hablar, de decir algo, pero no encontró palabras.
—El de ella —dijo Jhon— con leche y un toque de canela. Siempre le gusta así.
Seraph asintió lentamente.
Esa frase —ese detalle— lo golpeó con fuerza.
Canela.
Recordó el aroma que siempre la envolvía en el hospital cuando visitaba a Linda.
Recordó el suspiro de Cameron en las noches en que lloraba sola, y cómo él la consolaba con susurros invisibles.
El destino era cruel, pensó.
Cruel y hermoso.
Preparó los cafés con manos temblorosas.
Cada movimiento era una plegaria silenciosa.
Cuando los sirvió, su voz se quebró apenas.
—Aquí tienen.
Cameron tomó la taza, pero al hacerlo, sus dedos rozaron los de Seraph.
Una corriente cálida, casi eléctrica, recorrió ambos cuerpos.
Ella soltó un leve jadeo; él se quedó inmóvil.
Durante un segundo, todo el universo pareció detenerse.
El sonido, la luz, la respiración.
Solo existía ese roce, esa conexión que el cielo no había logrado borrar.
Jhon, ajeno a lo invisible, bebió un sorbo y sonrió.
—Excelente café —dijo, rompiendo el hechizo.
Cameron apartó la mirada, nerviosa.
—Sí… sí, está muy bien.
Pero dentro de ella, algo se había encendido.
Una chispa.
Una sensación que no entendía, pero que la hacía temblar de emoción y miedo.
Seraph observó cómo se marchaban, cómo la puerta se cerraba detrás de ellos.
Su pecho ardía, dividido entre la felicidad y el tormento.
Había vuelto a verla.
Pero ella… ya pertenecía a otro mundo.
Esa noche, de regreso en su habitación, se arrodilló una vez más.
El silencio del cielo lo envolvió.
Solo el viento, suave y distante, respondió a su oración:
“El amor que nace del cielo no busca poseer… busca comprender.”
Y Seraph entendió que su prueba no había terminado.
Apenas comenzaba.
gracias Autora