Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo XVIII: Malentendidos
Las luces cálidas iluminaban el salón, las copas chocaban en brindis repetidos, y los invitados reían con la alegría medida de un evento perfectamente orquestado.
Pero para Rómulo, Katherine y Natalia, la atmósfera se sentía suspendida entre apariencias y silencios.
—No sabía que bailabas tan bien —dijo Rómulo, con una sonrisa diplomática.
Katherine pensó, sin amargura, pero con claridad, que era muy poco lo que su esposo sabía sobre ella, y se preguntó si valía la pena entrar en detalles cuando dentro de tres años estarían divorciados.
—Hay mucho que no conoces de mí —respondió con calma.
Rómulo asintió, consciente de que desde su primer encuentro hasta el altar había transcurrido apenas un par de meses.
—Supongo que tengo tiempo para conocerte.
—¿Tú crees? —replicó Katherine, sin cambiar el tono.
Rómulo iba a continuar la conversación, pero en ese instante, la llegada de un nuevo invitado hizo que el rostro de Katherine cambiara por completo.
—Qué bueno que pudo venir —murmuró, apenas audible.
Ibrahim entró en el salón con su uniforme de gala impecable, atrayendo miradas como si llevara la noche bordada sobre los hombros.
Katherine se iluminó de inmediato, con una expresión que Rómulo jamás había visto en ella, no era amor, ni deseo, era algo peor para él: confianza absoluta.
—¿Lo conoces? —preguntó Rómulo, con un deje de molestia que no pudo disimular.
—Por supuesto que lo conozco —respondió Katherine, sin girarse siquiera.
Para ella, Ibrahim no era cualquier persona, él era, junto a su hermana, la única figura con la que se sentía segura, vista, sostenida y dado que su matrimonio con Rómulo era solo una alianza estratégica, no pensaba darle explicaciones.
Rómulo no dejó pasar el detalle y su mirada se endureció cuando vio cómo su esposa caminaba hacia Ibrahim con una sonrisa cómplice, casi íntima.
—Por fin llegaste. Pensé que te habías olvidado de mí —dijo Katherine.
Ibrahim soltó una risa breve, cargada de familiaridad.
—¿Cómo olvidar a la única persona que tolera mi sarcasmo sin asesinarme?
—Supongo que alguien tiene que hacerlo —respondió Katherine con una sonrisa ligera.
El abrazo entre ellos fue natural, nada impropio, pero a los ojos de Rómulo, demasiado cercano. Él se aproximó con gesto controlado.
—Mucho gusto. Soy Rómulo, el esposo de Katherine —dijo extendiendo la mano con una cordialidad forzada.
Ibrahim le devolvió el apretón sin entusiasmo.
—Espero que sepas valorarla… y que la cuides como merece.
Rómulo bebió un sorbo de su copa, su expresión impecablemente neutra, aunque su mandíbula apretada lo traicionaba.
—Por supuesto. Es mi esposa.
Y aunque prometió no involucrarse, añadió con tono afilado:
—No sabía que tenían tanta confianza.
Katherine se giró hacia él, la sonrisa intacta, pero el brillo de sus ojos más templado.
—Ibrahim ha sido mi amigo desde hace años y me ha ayudado más de una vez.
—Tu esposa sabe confiar en las personas adecuadas —añadió Ibrahim, sin dejarse provocar.
Un breve silencio cayó sobre los tres, había mucha tensión y era cuestión de tiempo para que alguien terminara explotando.
Rómulo sostuvo la mirada de Ibrahim durante un segundo más de lo necesario, luego dejó su copa sobre la mesa con elegancia letal.
—Eso espero.
Para él, la escena no pasaría desapercibida, y la idea ya estaba sembrada: Katherine sentía algo por ese hombre. Lo veía en cómo lo miraba, en cómo se hablaban, en esa comodidad peligrosa que los envolvía.
Lo que no sabía, y lo que nadie pensaba aclararle, era que Ibrahim no era rival, sino el amante de Karin y que Katherine lo quería como a un hermano, no como a un hombre.
Alguien lo llamó, y Rómulo se alejó del grupo sin agregar una palabra.
—Parece que tu esposo no está encantado con mi presencia —comentó Ibrahim, divertido.
—Seguramente —respondió Katherine sin inmutarse—, pero no pienso justificarme, además, él tampoco está libre de pecados.
Ibrahim sonrió, y Katherine retomó la conversación con elegancia. Después de todo, no alejaría a sus personas de confianza por un hombre cuyo corazón claramente no le pertenecía. Rómulo, desde la distancia, seguía sus gestos con una mezcla de impaciencia y sospecha.
—Espero que ella sea discreta —murmuró para sí, con los dientes apretados.
Mientras fingía escuchar las palabras de su interlocutor, Rómulo mantenía la mirada vacía, los gestos programados.
Solo cuando vio a Ibrahim ofrecerle el brazo a Karin y llevarla a la pista de baile, su respiración se estabilizó por un instante. Karin. Tan parecida a su esposa en presencia, tan distinta en todo lo demás.
Pero ese breve alivio se disolvió tan rápido como llegó, porque entonces vio a Natalia.
Ella estaba moviéndose entre los invitados con la misma elegancia de siempre, pero con una frialdad pulida que le resultaba demoledora, no cruzó su mirada con él ni una sola vez, ni cuando él pasó cerca o cuando los comentarios sobre la “pareja del recién casado” resonaban entre las mesas.
Porque para ella, él no existía, y cuando la música cambió a un ritmo más animado, después del tradicional primer baile de los novios, Natalia se levantó con gracia medida y aceptó la invitación de Javier Alcalá, el primogénito de una de las familias más influyentes del país.
Mientras cruzaban la pista, el murmullo fue inevitable:
—Hacen muy buena pareja.
—Se ven tan bien juntos.
—Javier parece encantado con ella.
Eran solo frases de cortesía social, pero para Rómulo, cada palabra le rebanaba el pecho como una hoja afilada. Porque, aunque no quisiera admitirlo, y su orgullo gritara que no, era cierto: ambos encajaban muy bien.
Javier irradiaba aplomo, Natalia respondía con una dulzura y una timidez que jamás había mostrado frente a Rómulo. Y cuando él le dijo algo al oído, ella esbozó una sonrisa leve, íntima, genuina y el golpe emocional fue certero, porque esa sonrisa, la misma que alguna vez fue suya, ahora se mostraba abiertamente frente a otro.
—No entiendo por qué no es más discreto —murmuró Katherine, sin perder su compostura.
A pesar de notar la incomodidad de su esposo, Katherine mantuvo el equilibrio exacto: bebió su vino con calma, respondió a los saludos con cortesía controlada, sonrió cuando se esperaba que lo hiciera, sin embargo, en su interior, la incomodidad crecía.
El hecho de que Ibrahim y Karin ahora compartieran el mismo espacio tampoco la hacía sentir particularmente cómoda, pero ella sabía comportarse, y su esposo, claramente, no.
Y aunque nadie parecía haberlo notado aún, si no hacía algo pronto, alguien más lo haría.
Cuando la música cambió una vez más, cuando las copas se llenaron de otra ronda de burbujas doradas, y la mirada de Rómulo se volvió a perder en Natalia, Katherine se acercó, con una sonrisa medida, perfectamente social, y murmuró en tono bajo, lo suficientemente discreto para que solo él la escuchara:
—Sé más discreto.
Rómulo la miró, aturdido por su propio torbellino interno. Salió de su ensimismamiento, pero no respondió de inmediato.
Solo exhaló despacio, bebió otro sorbo, y apartó la vista, ¿Discreto?, y ¿Cómo se le pedía discreción a un hombre, el cual tenía a una mujer junto a él y a otra clavada en su pecho?
Katherine retomó su impecable postura como si nada hubiese ocurrido, pero ambos sabían que las cosas estaban lejos de estar bien.
—Es momento de cortar el pastel —anunció el animador,
rompiendo la tensión con su tono festivo. La recepción siguió su curso ante los ojos de los invitados, pero entre ellos, el silencio se volvió más denso. Y, sin embargo, cuando llegó el turno del corte del pastel, y Katherine le ofreció a Rómulo una cucharada, él la tomó con serenidad fingida, y luego limpió con cuidado la crema que había quedado en su dedo.
Aquella escena breve, cuidada, ensayada, arrancó varios suspiros entre los presentes. Natalia obtuvo el permiso de su tío para retirarse de la fiesta, pero antes de marcharse, necesitaba un respiro.
La noche había sido una coreografía de máscaras, y ella ya no podía sostener la suya.
—Solo quiero hablar con ella... una última vez —se dijo Rómulo,
Mientras cruzaba el salón impulsado por la desesperación. Katherine, desde la distancia, comprendió de inmediato, no lo amaba, pero no iba a permitir que la humillaran en el día de su boda.
—Juro que si hace algo para avergonzarme… lo va a lamentar —masculló, cerrando los puños, y fue tras él.
En el baño, Natalia se aferraba al mármol del lavabo como si eso la mantuviera de pie.
La frialdad del espejo no devolvía su imagen con la dignidad que había intentado sostener toda la noche. Sus lágrimas, contenidas por horas, empezaron a caer sin permiso.
Justo entonces, la puerta se abrió abruptamente y Rómulo irrumpió como un hombre que ya no podía fingir control.
Sus miradas se encontraron. Fue un segundo, pero bastó.
En ese instante, Rómulo entendió lo que sus ojos no querían aceptar: Natalia había estado fingiendo tanto como él.
—Natty… perdóname. —dijo con la voz quebrada.
Ella se giró de golpe, el dolor transformado en una furia helada.
—¡FUERA DE AQUÍ! ¡ESTE ES EL BAÑO DE MUJERES!
Pero él no se movió. No podía.
—Háblame. Dime que me perdonas…
La súplica flotó en el aire como un eco tembloroso, pero Natalia ya no estaba dispuesta a escucharlo.
—¡NO PUEDO PERDONARTE, RÓMULO! ¡POR FAVOR, DÉJAME EN PAZ!
El grito fue la última barrera, Natalia salió del baño, sin mirar atrás, y sin darle a Rómulo la oportunidad de reparar lo irreversible.
—Lo siento tanto, Natty… —susurró él, conteniéndose.
Pero Natalia ya no lo escuchaba, porque a partir de ese día, para ella, Rómulo estaba muerto.