Pesadillas terribles torturan la conciencia y cordura de un Hombre. Su deseó de proteger a los suyos y recuperar a la mujer que ama, se ven destruidos por una gran telaraña de corrupción, traición, homicidios y lo perturbador de lo desconocido y lo que no es humano. La oscuridad consumirá su cordura o soportará la locura enfermiza que proyecta la luz rojo carmesí que late al fondo del corredor como un corazón enfermo.
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El Hombre Sin Ojos. Pt6.
Al llegar, solo me detengo y apago el motor. Héctor parece perdido entre la luz azul de la pantalla. Solo baja en automático sin soltar su laptop. Bajo junto con él y caminamos directo a la entrada.
La comisaría del Distrito Sur nos recibe con su olor a café rancio y papeles viejos. El ventilador del techo gira lento, cortando el aire en pedazos desiguales. Algunos oficiales levantan la vista cuando entro; otros fingen no verme. Los que saben quién soy prefieren no cruzar miradas.
Me siento frente a la computadora de mi viejo escritorio y enciendo el monitor. Como costumbre, coloco mi placa sobre el escáner, la pantalla se ilumina de verde dándome acceso:
El zumbido molesto del monitor es más constante que la moral de este edificio. Héctor deja su chaqueta sobre la silla de al lado, abre un paquete de cigarrillos y me lanza uno.
—¿Qué buscas exactamente? —pregunta.
—Motivo. Siempre hay uno. Hasta para un ciudadano verde, sobre todo, si se arranca los ojos.
Poso el cigarrillo en mi boca, saco mi encendedor y lo enciendo. Héctor saca el cenicero enterrado bajo los archivos de los casos estancados. Tecleo el nombre: “Mat Slim”. El sistema parpadea un instante y luego despliega el historial. Lo leo en voz baja.
—Exempleado de “Inversiones Liv”. Cargo: Subdirector de Finanzas e Inversiones. Diez años de empleado modelo. Despedido hace una semana por divulgación no autorizada de informes internos.
Los informes están archivados en la base de datos del tribunal. Solicito acceso y, como siempre, el sistema me pide un rango que aún no tengo. Ingreso la clave del teniente “Miriam1234”, la pantalla se ilumina verde, dándome acceso:
Cientos de archivos y fotos de documentos se abren en el monitor. Cada documento tiene números contables de cifras de dinero, nombres de cuentas, sellos notariales. Nada fuera de lo común, al menos para mí.
—Linova… —murmura Héctor, leyendo por encima de mi hombro.
El apellido me da un nudo en el estómago. La familia Linova es la mano invisible que sostiene al Distrito Norte. Casinos, transporte, seguridad privada, burdeles, tráfico de influencias. Nadie los toca. Nadie que siga respirando.
Sus ojos de niño genio siempre encuentran las conexiones de las letras sobre la pantalla, yo solo veo letras y papeles que no entiendo.
—Según esto, Slim entregó informes sobre lavado de dinero —digo—. Los documentos fueron filtrados a un periodista.
—¿Tenemos algún Nombre? —pregunta Héctor sin dejar de ver el monitor.
Tecleo otra búsqueda. El sistema tarda, como si también dudara en hablar. Finalmente aparece la ficha.
—Su nombre es “Marcus Valdés”. Periodista independiente. Encontrado muerto hace cuatro días en su departamento, Distrito Norte.
—Cuatro días… —dice Héctor—. Un día antes de que Slim desapareciera y lo encontraran muerto.
Abro el reporte forense. Las palabras están frías, impersonales, como si intentaran domesticar el horror…
Causa de muerte: hemorragia masiva por corte profundo en la garganta. Lesión secundaria: herida penetrante en abdomen, autoinfligida. No se reportan signos de lucha ni robo. Escena: víctima de rodillas frente al espejo del baño.
Cierro el archivo. Me froto el rostro con las manos. El cigarrillo se apaga entre mis dedos.
—De nuevo el espejo —digo, susurrando.
Héctor asiente, en silencio.
Un patrón empieza a dibujarse, pero es como mirar una sombra a través del agua. No puedo afirmar nada, pero todo dentro de mí grita que no son suicidios. Son mensajes. O castigos.
—Necesitamos entrar al Norte —dice Héctor, golpeando la mesa con los nudillos.
—Ya lo sé. Pero no podemos movernos sin la orden aprobada.
Mando la solicitud de permiso inter-distrital. El sistema emite su pitido metálico y el monitor muestra el aviso en letras rojas:
—Veinticuatro horas… —repito.
—Podrían ser cuarenta y ocho, si alguien mueve los hilos —responde Héctor, encendiendo su cigarrillo—. Sabes cómo es cuando tu nombre aparece en la orden.
Lo sé. En Cuatro Leguas, mi nombre es una mancha. Los del Norte no me quieren pisando su territorio. La última vez que lo hice, dos concejales terminaron esposados y un fiscal se “retiró por motivos de salud”.
—Podemos esperar —digo, aunque no lo creo.
—Podemos vigilar —corrige Héctor.
Mientras Héctor revisa con detalle cada documento, yo me estiro sobre el sofá viejo a ver las horas pasar. No puedo hacer nada, —maldita burocracia—. El reloj del pasillo marca las 10:33 p.m. El murmullo de la comisaría se apaga lentamente. La mayoría del turno se va, los que quedan saben que esta noche no trae descanso.
Abro mi libreta roja y anoto dos nombres: Mat Slim. Marcus Valdés. Bajo ellos, trazo una línea fina. Y debajo, escribo dos solitarias palabras: Espejo. Linova.
Me quedo mirando esas palabras por varios segundos. El reflejo del monitor se cuela en el vidrio que separa el sofá del escritorio, y por un instante tengo la impresión de que algo se mueve en el reflejo. Algo detrás de mí.
Me doy vuelta. No hay nadie.
—Mañana —digo para mi—. Mañana entramos al Norte. Con o sin orden.
Héctor me mira desde el escritorio y no dice nada. No hace falta. Sabe que, en Cuatro Leguas, la ley llega siempre un día tarde.
Siento el cuerpo agotado, Héctor no deja de teclear cosas en su laptop mirando los documentos y el monitor. Llevo la mano a mi pecho y de mi abrigo, saco nuevamente mi libreta de sueño, la abro y busco la última entrada. Bajo lo último escrito, grabo una vez más con mi lápiz, mis pensamientos:
"Mat Slim. Hombre justo. Murió por ver lo que no debía. Pero no fue una víctima cualquiera. Se manifestó. Busca justicia. Lo vi en el corredor. En el sueño. Pidió mi ayuda. Creo que su alma está atrapada allí. Del lado izquierdo. Con los que suplican redención. Esta noche volveré a buscarlo. A hablarle. A escuchar su historia. Quizás así, pueda descansar."
Las horas pasan y no logramos nada, solo siento el tictac del reloj tras de mí. La orden de permiso se tardará; al distrito Norte no le gusta que el distrito Sur se meta en sus asuntos, mucho menos si la solicitud lleva mi nombre.