La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo XIII El examen de la Baronesa
Elena llegó a la enorme casa de la Baronesa, era un espectáculo de lugar digno de la época, los ojos de la joven brillaron con admiración ante semejante majestuosidad. Y es que la dispuesta con la Baronesa no le iba a impedir apreciar una verdadera obra de arte.
El salón de la Baronesa Valeska estaba inundado de luz y de cotilleos silenciados por la llegada de Elena. Solo había ocho damas reunidas, la élite de la sociedad que más influencia tenía sobre el Conde Alistair. Era, como había predicho Elena, un ambiente íntimo y mortal.
Valeska recibió a Elena con una sonrisa demasiado dulce.
—Mi querida Condesa Elena, qué placer que te sientas lo suficientemente fuerte para acompañarnos. Por favor, toma asiento. Estábamos justamente discutiendo la importancia del linaje en estos tiempos difíciles.
Elena tomó asiento, notando que todas las sillas estaban dispuestas en un semicírculo, enfocando la atención inevitablemente sobre ella. La Baronesa había organizado la escena como un tribunal social.
El té se sirvió. La conversación, dirigida por Valeska, pronto se centró en la historia de la Casa Alistair.
—Hemos de ser pilares para nuestros esposos —comenzó Valeska, mirando a Elena con ojos de depredadora—. Por ejemplo, el Conde Alistair siempre habla del bisabuelo Theron. Es fascinante cómo, en el conflicto de las Nueve Casas, Theron logró asegurar la lealtad del Duque de Montclair. ¿Recuerdas el año, querida Elena? Es un punto vital de la genealogía de tu esposo.
La pregunta era una trampa. La antigua Elena no sabría, y la nueva Elena tenía poco tiempo para asimilar ese dato específico.
Elena sonrió, deslizando la mano hacia su sien con un gesto elegante y levemente apesadumbrado. Era su "escudo de amnesia".
—Qué pregunta tan específica, Baronesa. Me temo que mi accidente me ha dejado con una "memoria selectiva de corto plazo" para los hechos históricos, ¿sabe? —respondió, con un tono más de lamento médico que de ignorancia—. No recuerdo los años, pero sí el impacto estratégico. Si no me equivoco, Theron aseguró la lealtad de Montclair cediendo las tierras del Sur a cambio de una ruta comercial marítima crucial. Eso fue un movimiento brillante de logística que salvó a su linaje.
Elena había fallado en el detalle, pero triunfado en el concepto. Había ignorado la fecha para destacar el valor estratégico del evento, hablando con la autoridad de una estratega. La Baronesa Valeska apretó los labios, frustrada, y las otras damas se miraron, impresionadas por la inusual perspicacia de la Condesa.
Valeska no cedió. Pasó al tema de la caridad, un dominio crucial para demostrar la sensibilidad de una Condesa.
—El Conde Alistair, como sabes, apoya la Casa de las Flores Silvestres para niñas huérfanas. Yo soy la patrona de los Pobres de San Judas. Cuéntanos, Elena, ¿cuál será tu enfoque filantrópico personal? El pueblo espera el liderazgo de su nueva Condesa.
La Baronesa creía que Elena, sin tiempo para estudiar la situación, revelaría su desconocimiento de las complejas estructuras de caridad de la época.
—Una pregunta excelente, Baronesa —respondió Elena, tomando un sorbo de té con calma. Recordó el consejo de la Señora Hudson sobre la Caridad Aceptable.
—Mi enfoque, por supuesto, será apoyar el trabajo esencial del Conde. Pero la caridad, en mi nueva perspectiva, debe ser un proceso sostenible, no solo una donación. Pienso que no solo basta con ayudar a unos pocos, en cambio se unimos fuerzas nuestros donativos llegarían a muchos.
Ella se enderezó, sus ojos miel brillando con una convicción que no era de la época.
—El problema de los huérfanos y los pobres no es solo el dinero, es la falta de infraestructura. He decidido que, en lugar de financiar un solo refugio, patrocinaré un programa de formación profesional para que las jóvenes huérfanas puedan ser autosuficientes. Pagaré el sueldo de maestras de oficios, dándoles una habilidad comercial que eleve su valor en el mercado laboral. Obviamente se necesitara de los aristócratas para llevar a cabo este proyecto.
El silencio que siguió fue diferente. Ya no era un silencio de burla, sino de impacto. Elena no había hablado de sentimientos, sino de inversión, capacitación y productividad. El concepto de formación profesional no existía con esa terminología, pero su lógica era innegable y peligrosamente moderna.
Valeska, perdiendo terreno, lanzó su golpe final, usando la amnesia de Elena contra ella.
—¡Es un concepto audaz, Condesa! Pero, ¿cómo puede usted, con su mente inestable, supervisar un programa tan complejo?
Elena se encogió de hombros con una serenidad perfecta.
—No lo supervisaré yo, Baronesa. He ascendido a mi ama de llaves, la Señora Hudson, para que sea la Gerente de Operaciones de mi caridad. Su lealtad al Conde es impecable y su conocimiento del personal es invaluable. Yo proveeré la visión estratégica y ella se encargará de la ejecución. El Conde Alistair no tendrá que preocuparse por las finanzas; seré totalmente eficiente y autosuficiente.
La Baronesa Valeska se hundió en su asiento. Elena no solo había respondido a la pregunta, sino que había creado una estructura de gestión delegada, demostrando capacidad de liderazgo y, lo que era peor, había elogiado la eficiencia de su esposo en el proceso.
El resto de la reunión fue un fracaso para Valeska. Las otras damas, intrigadas por la "nueva Condesa", ahora la veían no como una loca, sino como una fuerza inusual e inteligente.
Al final, Elena se despidió con la reverencia perfecta que la Señora Hudson le había enseñado. Valeska se quedó de pie, observando cómo Elena se marchaba, con una expresión de derrota furiosa.
Maldita sea el golpe en la cabeza, pensó la Baronesa. Esa mujer es una estratega de guerra en traje de seda. —No será fácil destruirla, Pero tampoco imposible.
Valeska se fue directo a su habitación, la cabeza le daba vueltas tratando de entender por qué la condesa tenía tanto conocimiento y como de la noche a la mañana se habia vuelto una estratega tan eficiente. Ella presentía que algo no andaba bien y que seguramente está nueva mujer había tenido que recurrir a métodos poco convencionales para ser tan inteligente.