En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Un beso inesperado
Dylan sonríe ligeramente, capturado por la serenidad que le ha provocado la voz de Bellerose, pero también intrigado por cómo ha llegado a ese rincón secreto del jardín. La curiosidad le gana, y su tono de voz, suave y curioso, se deja llevar por la pregunta nuevamente al notar que no responde, él da la vuelta y queda frente a ella
—¿Escuchaste lo que te pregunté?… —dice en voz baja—este jardín es un lugar bastante escondido. En realidad, solo mis hijas saben cómo llegar aquí sin perderse. ¿Cómo lograste entrar?
Las palabras de Dylan parecen tocar un punto sensible en Bellerose. Su mirada se llena de preocupación, y su mente empieza a correr en todas direcciones. No quiere involucrar a las gemelas en un problema ni revelar que ellas le mostraron el camino hacia el jardín. Prefiere evitar preguntas incómodas y, antes de pensar demasiado, decide levantarse rápidamente, con la intención de irse.
—Yo… creo que debería irme —murmura, nerviosa, mientras se levanta del columpio, sin medir el espacio a su alrededor y el tambaleo del columpio..
Pero al incorporarse de manera tan brusca, sus pies tropiezan en el borde del columpio, y pierde el equilibrio.
—¡Cuidado si te levantas asi puedes caer!
Dylan, al percibir el movimiento repentino, extiende su mano de forma instintiva, intentando sostenerla. Sin embargo, sus movimientos también se ven torpes, y en lugar de detener la caída, ambos se encuentran en una inesperada colisión.
—¡Ahhhh!
Bellerose cae hacia adelante, y sus labios chocan accidentalmente con los de Dylan en un contacto suave, fugaz pero intenso. En ese instante, ambos se congelan, sorprendidos y sin saber cómo reaccionar.
Para Dylan, la sensación es desconcertante y a la vez embriagadora. Aunque su mundo está envuelto en sombras, el toque de sus labios le despierta un torrente de sensaciones: es como si la energía de Bellerose lo recorriera, iluminando rincones de su interior que creía perdidos. Una calidez inexplicable lo envuelve, y un cosquilleo surge desde su pecho, llenándolo de una extraña paz y, al mismo tiempo, de una emoción que no logra comprender del todo. Es como si su corazón estuviera recordando algo que su mente no puede alcanzar.
Bellerose, por su parte, siente cómo la calidez de Dylan la envuelve y la hace temblar. El contacto accidental de sus labios despierta en ella una ternura inesperada, una sensación de pertenencia y vulnerabilidad que nunca antes había experimentado. Una oleada de emociones se despliega en su interior: miedo, anhelo y una profunda conexión que la deja sin aliento. Siente que el momento dura una eternidad, y, a la vez, un segundo.
Dylan se queda inmóvil con el pequeño cuerpo de ella sobre él, puede sentir todas sus curvas, atrapado entre la sorpresa y la confusión. Al separarse apenas unos centímetros, murmura, con voz entrecortada:
—Perdona… no fue mi intención asustarte. No sé… qué acaba de suceder.
Bellerose, aún intentando procesar el torbellino de sensaciones, siente sus mejillas arder. Se lleva una mano a los labios, todavía sintiendo el roce del accidental beso, y balbucea:
—Yo… tampoco lo esperaba. Lo siento… no quería…
Ambos permanecen en silencio, sin saber cómo deshacer la intensidad de ese instante. Dylan, con el corazón latiendo rápidamente, siente una certeza inexplicable de que este momento no es cualquier coincidencia. Es algo profundo, algo que ha despertado en su interior, como una conexión que no logra entender.
Finalmente, él se atreve a romper el silencio, intentando suavizar el ambiente:
—Es curioso… cómo a veces la vida nos lleva a estos… accidentes, ¿verdad?¿no te hiciste daño?
Bellerose asiente lentamente, sintiendo que, a pesar del desconcierto, algo en ella ha cambiado con ese instante compartido.
—Estoy bien ¿y tú?
—Estoy bien, estoy acostumbrado a caer.
Bellerose, aún con el corazón acelerado y las mejillas encendidas por la vergüenza, aparta la mirada de Dylan. La incomodidad la embarga y decide que es mejor retirarse antes de que esta confusión se vuelva aún más complicada de explicar.
—Creo que… debería irme —murmura, esforzándose por mantener la calma. Intenta levantarse con delicadeza, pero aún afectada por el desconcierto del momento, se tambalea ligeramente. Sin pensarlo, le ofrece su mano a Dylan para ayudarlo a ponerse de pie también.
—Dame tu mano te ayudo a ponerte de pie.
Él acepta el gesto, dejando que la suavidad de la mano de Bellerose lo guíe. La calidez de ese contacto lo hace sentir una conexión intensa, que no sabe cómo describir. Cuando ambos están de pie, Bellerose baja la vista, aún turbada y sin atreverse a mirarlo a los ojos, temiendo que pueda percibir algo más allá de su exterior, algo que revele la verdad que oculta.
—Gracias… —dice Dylan suavemente, y sus palabras contienen un matiz de ternura, como si quisiera consolarla—. Si deseas marcharte, lo entiendo. Pero…
Hace una pausa, y sus palabras se quedan suspendidas en el aire. Siente que no quiere dejar que esta conexión desaparezca de su vida, aunque apenas la esté conociendo.
—Me pregunto… —dice finalmente, con una sonrisa casi imperceptible— cuándo podría verte de nuevo. No tienes que preocuparte, no haré preguntas ni te pondré en una situación incómoda. Solo quiero… volver a escuchar tu voz.
Bellerose lo observa en silencio, sin saber qué responder. La sinceridad y la calma en sus palabras la sorprenden, y siente una punzada en el pecho. Quiere decirle algo, pero las palabras no le salen; solo puede asentir, esperando que ese gesto le baste como respuesta. Se da la vuelta, preparándose para irse.
Justo entonces, las risitas de Meredith y Marina llegan a sus oídos, y al levantar la vista, ve a las dos pequeñas espiando desde detrás de un seto. Ambas la miran con los ojos bien abiertos, claramente fascinadas y sorprendidas por lo que acaban de presenciar. Bellerose intenta mantener la compostura y les sonríe tímidamente, sintiendo que su pequeño secreto está a punto de quedar expuesto.
Dylan, aún percibiendo la presencia de alguien más a su alrededor, ladea ligeramente la cabeza, como si estuviera tratando de captar algún detalle que no puede ver.
—¿Meredith? ¿Marina? ¿Están ustedes ahí? —pregunta, divertido.
Las gemelas emergen lentamente de su escondite, compartiendo una mirada de complicidad y alegría. Con sonrisas traviesas, se acercan a su padre y a Bellerose, como si todo esto hubiera sido parte de un plan magistralmente orquestado.
—¡Hola, papá! —responde Meredith, tratando de sonar casual mientras le lanza una mirada significativa a su hermana.
—Nosotras… solo buscábamos a Bellerose pero vemos que ya te encontró —añade Marina, en tono juguetón.
Dylan frunce ligeramente el ceño, sin saber a qué se refieren, pero decide no preguntar. Al final, en este instante de silencio, siente una extraña paz.
—La verdad, fue una sorpresa muy agradable conocerla —responde Dylan, dedicándoles una sonrisa a sus hijas, y luego dirige sus palabras hacia Bellerose, aunque sus ojos no la ven, como si quisiera enviarle su agradecimiento.
Bellerose, que aún se siente avergonzada y sobrepasada por lo que acaba de suceder, no sabe si responder o simplemente despedirse. Con una sonrisa nerviosa, se inclina hacia las gemelas.
—Será mejor que me vaya —dice en un susurro, mirando a las niñas, quienes asienten en señal de comprensión—. Ha sido un placer, Dylan.
Y sin añadir nada más, da unos pasos hacia atrás, intentando mantener la compostura mientras las gemelas la observan. Pero antes de girarse por completo, Dylan toma la palabra una vez más.
—Bellerose… —su voz suena suave, como un hilo de esperanza que no quiere romperse—. Espero que… nos volvamos a encontrar pronto.
Ella se detiene, y en un impulso que ni ella misma entiende, se gira un momento para darle una última sonrisa, aunque él no pueda verla.
—Claro... —dice, y con un último ademán hacia las gemelas, se retira del jardín, sintiendo que su corazón late de una forma distinta, como si el destino la estuviera guiando en una dirección inesperada.
Fantástica y Unica