Nuestro planeta, este hermoso nido donde vivimos parece no querernos aquí. es un planeta feroz, estamos a diario expuestos a todas sus infamias desde lluvia hasta volcanes, el mar que nos refresca nos da oxígeno y alimento y también se eleva, inmisericorde borra ciudades enteras de sus costas, tifones, terremotos. La tierra cuando así le provoca se hunde, se desliza sin importar cuantos de sus hijos queden tapiados Los seres humanos nos hemos abocado a socorrernos los unos a los otros, siempre nos sentimos inclinados a proteger al más débil. Desde tiempos inmemoriales nos hemos organizados para paliar embates de la madre gea. allí donde un accidente natural nos lesione estaremos prestos a ayudarle. en esto basamos nuestra existencia. Ustedes no están solos cuentan con nosotros. Estamos en el mismo barco tratando de mantener el rumbo. Aqui nacimos y moriremos. pero mientras tanto con ilusión y con esperanza parimos hijos, sembramos árboles y forjamos futuro para las nuevas generaciones.
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CAPITULO XVIII
La cálida mañana en pleno agosto en el valle
no deja de sorprendernos. Suerte que escogió el paseo. Desde las seis el sol
brillo fuerte, la tupida vegetación forma un techo natural con altos y viejos
samanes de raíces gruesas expuestas y tallos anchos, Los caobos largos y flacos
que a duras penas sobreviven entre los apamates y entre ellos los bucares y
josefinos. Por eso es tan vistoso el paseo ya los apamates lucieron su dorada
carga, los josefinos rellenan espacios matizando aquí y allá con hojas color
oro- rubí mientras el bucare se viste de Nazareno. El fresco paseo se volvió
con el tiempo un largo túnel de amplias veredas demarcadas por Los arbustos de
“tú y yo” con sus diminutas flores rojas en par y protegidas por pequeñas púas.
Recorre paralelamente la entrada principal y baja hacia el centro de la ciudad
bordeando el rio. Da acceso a los balnearios y es lugar obligado de los atletas
y aficionados para mantenerse en forma o entrenar. Cuenta con dos puestos de
vigilancia policial y una carpa militar.
Camuflada entre la multitud, Eduardo la
divisó fácil: alta, delgada vestía un traje deportivo gris, zapatos deportivos
y su mochila azul de nubecitas blancas. Son tantos y ella no está pendiente de
nadie, solo disfruta la naturaleza y se entrena. Sometió su melena roja con una
cola y la tapo con una visera. corren a diferentes velocidades el grupo grande.
Adecuó su velocidad a la de ella a diferente distancia, no se distrajo cumplió la
distancia y tiempo. La vio lavándose en las pilas públicas y sentándose a
descansar. Cerró los ojos y miro el verde techo. Esperó que descansara, se lavó
y acortó la distancia. Se sentó detrás de su banco. Le mandó un mensaje.
-Hola, -saludo - buenos días. ¿Cansada?
-Buenos días. Si, corrí una hora y ¿tu
saliste a correr?
-Si también termine. Estoy en el paseo, te
pondrías brava si me acerco a ti. – vio que se alteró - Quédate quieta. Por
favor solo me voy a sentar a tu lado.
-No Eduardo, no - suplicó-
-Es necesario Maggie – vamos a enfrentarlo
poco a poco. juntos. Solo respira y si quiere cierra los ojos- se sentó a su
lado, la noto muy alterada, temblaba. Le quitó el celular de las manos. Lo apagó
y lo metió en la mochila, se quede quieto sintiendo su olor. La niña estaba
aterrada, tenía tenso los músculos y los ojos cerrados. Hizo un movimiento para
escapar. Le atrapó la mano. Forcejeo para soltarse.
-Quieta – la amenazó Eduardo- por favor trata
de comportarte, te van a salir cardenales. Solo tranquilízate. Respira. -le
alcanzo la botella de agua- la acepto con la mano libre. no la soltó. No hicieron
movimientos, se calmaban. Relajo la mano. Sin mirarla aprovechó y entrelazo los
dedos. Sintió su calor e hizo el mayor esfuerzo por controlarse. Sonó el
celular.
Se lo alcanzó. Leyó el mensaje.
El grupo de la cuadra, preocupado la interrogan.
- ¿Necesitas ayuda? -Eloy el entrenador y dos jóvenes desde
lejos. Saludan-
-No. -contestaba- Gracias. Ya voy para la casa. Nos vemos en la tarde en el
rio. Levantaron la mano despidiéndose. Ellos lo conocen, en la fonda nunca se le
acercaron. Pero siempre lo tienen vigilado. Además, de alguien muy
especializado indagando la historia de la vida de Eduardo y la de mi familia, su
padre preocupado se lo advirtió, no son ellos.
-Me voy para la casa. suéltame -exigía Maggie
-Yo te acompaño, estas molesta- le besaba la
mano.
-No hagas eso. No, no lo estoy. Al menos no
contigo –
La miró a hurtadilla, entendió lo que le
pasaba. No sabía afrontar el cúmulo de emociones y optaba por llorar. Es una
niña.
-Maggie, te lo ruego, en el nombre de Dios no
llores. -Cuanto diera por abrazarla -pensaba - y
transmitirle todo mi afecto. Así la calmaría más fácil. Pero no es el momento.
Me siento tan impotente, miro sin ver las copas de los árboles. Reprimió sus
lágrimas.
-Me odias, le pregunte- trate de soltar su
mano, me atrapo los dedos. Aun temblaba y tenía la cara trasfigurada. Estaba
pálida. Parecía de mármol. Con un rictus extraño.
-Tampoco. Es que me siento tan extraña. Tenía
tanto miedo a este momento y tenía razón. No sé qué decirte. Le apretó la mano
y calló.
-No digas nada. Solo estemos aquí un rato y
luego te acompaño a tu casa -le soltó la mano, y se relajó en el banco, con la
mirada perdida entre las hierbas y la planta espinosa con flores pares rojas,
vi como poco a poco los músculos de su cara se relajaban, los árboles
abanicaron y la brisa nos refresco. La miro, ya tenía color en su cara, sus
labios eran rojos y su mirada seguía siendo verde. Volvía a ser la Ninfa del
Aire, del Agua. Solo una lagrima en la mejilla la delataba, pensó en sorberla y
comprobar la dulzura de la lagrima solitaria, no se atrevió a tanto. Solo le dio
más agua. que agradecida la tomo.
-A regañadientes se levante le ofrece la mano
para que se levante, la ayude con la mochila. Tenía la mano tranquila, tibia y
le toqué sus uñas cortas bien cuidadas y las sentí en mi espalda, que
inmisericorde se enterraban. Las perfile con las yemas de mis dedos y cambio mi
respiración, me controle, pero era tarde ella sintió hasta el brusco cambio de
mis palpitaciones cardíacas.
-Vamos Maggie, somos más fuerte que esto – la
instaba, le soltó la mano y la dirigió por la cintura. Respiró hondo. Reconoció
que estar juntos es su tortura.
Caminaron en silencio tres cuadras. La
calurosa mañana amenazo la frágil piel de Maggie. Eduardo se quitó la chaqueta,
está sudada, pero en trescientos metros se le achicharra esa piel dorada.
Acepto agradecida, bajo la visera para cubrir su cara. La fonda estaba repleta.
Olía a café, arepa, a pan, a huevos, a plátanos maduros fritos, a queso asado,
a empanada. Era la hora del desayuno. Marian los vio y preocupada le hizo una
seña a uno del equipo que allí estaba y lo sentó en la caja. Se acerco sigilosa.
Mientras señala una mesa casi escondida cerca de la lavandería. Adela llego
primero, quito las hojas muertas de la mata de parchita que al crecer formo una
enramada que aprovecharon como pérgola y se veía bien el ambiente de tres mesas
bajo los bejucos enredados de la planta con sus frutos y flores colgando al
descuido. Las frutas redondas, olorosas y amarillas al alcance de la mano.
Les trajo una cesta de pasteles andinos. Los antojos de Maggie
-Anoche junto con los dulces preparo cincuenta pasteles –
comentó - por eso se acostó tarde. Pero que decir. Le quedaron divinos. Solo
logre apartarle estos cinco. Los dejo - continuo la muchacha- no peleen tanto.
Tienen cara de hambre y esa dama es mala aconsejando.