El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Ecos de la penumbra.
La noche en la mansión pesaba sobre Claudia como una manta sofocante. Desde la revelación de los rituales y las sombras que acechaban a Gabriel, el aire mismo parecía más denso, como si la casa estuviera absorbiendo la energía de ambos. Las paredes crujían levemente, susurros invisibles que, si no los escuchabas atentamente, se confundían con el viento. Pero Claudia sabía que esos murmullos eran algo más, algo que iba más allá de lo físico. Sentía que la mansión estaba viva, un ser con intenciones propias.
Gabriel se había retirado a su habitación después del extraño encuentro frente al espejo. Apenas había hablado con Claudia, más allá de un murmullo apenas audible: "Gracias". Esa simple palabra había pesado sobre Claudia como una confesión. Sabía que Gabriel había pasado la mayor parte de su vida enfrentando sus demonios solo, pero ahora las grietas de su fortaleza eran visibles. Claudia también se enfrentaba a sus propios miedos, pero la vulnerabilidad de Gabriel le estaba haciendo confrontar más de lo que había anticipado.
Esa noche, Claudia no pudo dormir. El miedo había calado en sus huesos, y cada crujido en la casa hacía que su piel se erizara. Decidió que necesitaba aire fresco, aunque sabía que la mansión parecía estar más despierta durante la noche. Como un ser en reposo, pero al acecho, esperando el momento adecuado para mostrarse.
Bajó las escaleras, evitando mirar las sombras que se arrastraban por los pasillos, hasta llegar al amplio salón donde había encontrado el diario del padre de Gabriel. Ese libro la había atormentado desde el momento en que lo leyó, y sentía que todavía guardaba secretos que necesitaba desvelar. Caminó hacia la mesa, encendiendo la lámpara que estaba junto a los sillones, y vio el libro donde lo había dejado.
Al tocarlo, sintió una punzada de frío en la punta de los dedos. Abrió las páginas con cuidado, leyendo pasajes que describían rituales de control mental y manipulación a través del miedo. Pero mientras avanzaba, encontró algo que no había visto antes. En una de las últimas páginas, había una anotación hecha en tinta más reciente, como si alguien hubiera añadido algo mucho después de que el padre de Gabriel muriera. La letra era temblorosa, casi ilegible, pero las palabras estaban claras:
"El que se enfrenta a sus sombras debe estar preparado para ser consumido por ellas. La mansión alimenta lo que oculta. Todo tiene un precio."
Claudia sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Algo estaba profundamente mal en esa casa, y la clave para entenderlo no estaba solo en Gabriel, sino en la mansión misma. El aire a su alrededor parecía haberse enfriado, y el sonido de sus propios latidos retumbaba en sus oídos.
Mientras volvía a leer la anotación, Claudia no pudo evitar que su mente viajara hacia su propio pasado. Había llegado a esa mansión buscando un refugio, un escape de sus propios fantasmas. La muerte de su hermana, el dolor que la había consumido durante años, todo parecía tan distante ahora. Pero en ese momento, los recuerdos volvieron con una claridad aterradora.
Su hermana, Isabel, había sido su único apoyo cuando el mundo se derrumbaba a su alrededor. Habían compartido secretos, miedos y esperanzas. Y luego, en un fatídico accidente, Isabel había muerto. Claudia se había sumido en una profunda depresión, culpándose por no haber hecho más, por no haberla salvado. Durante años, la imagen de Isabel había sido una sombra constante en su vida, hasta que decidió huir, mudándose a esa maldita mansión para alejarse de todo lo que la recordaba.
Ahora, comprendía que no podía escapar de sus demonios. En cierto modo, la mansión los había atraído a ambos, a ella y a Gabriel, como si fuera un imán para las almas rotas.
El sonido de una puerta cerrándose suavemente la sacó de sus pensamientos. Se levantó de un salto, su corazón acelerándose. El silencio que siguió fue aún más perturbador. El eco de la puerta resonaba en su mente, pero no había visto a nadie pasar.
Lentamente, caminó hacia el pasillo, mirando a su alrededor. La mansión estaba envuelta en sombras, pero había algo en la atmósfera, una sensación de ser observada. Algo la estaba vigilando.
—¿Gabriel? —llamó, su voz temblorosa.
Ninguna respuesta.
Sus pasos resonaban en el suelo de madera mientras avanzaba por el pasillo, hasta que llegó a la puerta de la habitación de Gabriel. Dudó antes de tocarla. La última vez que lo había visto, él estaba luchando contra algo profundo dentro de sí mismo. Parte de ella temía lo que pudiera encontrar al otro lado de la puerta.
Tocó suavemente, esperando una respuesta.
—¿Gabriel?
Silencio.
El terror crecía en su pecho. Abrió la puerta lentamente y lo que vio la dejó sin aliento.
Gabriel estaba de pie en el centro de la habitación, mirando fijamente hacia la ventana. La luz de la luna iluminaba su rostro, pero lo que realmente inquietaba a Claudia era la expresión en su rostro. Sus ojos estaban vacíos, como si estuviera viendo algo que ella no podía ver.
—Gabriel —repitió, su voz un susurro.
Él no respondió. Permaneció inmóvil, perdido en algún lugar dentro de su mente. Claudia se acercó lentamente, sin querer asustarlo, pero mientras se acercaba, escuchó algo que la hizo detenerse. Eran murmullos. Voces que parecían surgir de las paredes mismas.
—No puedes escapar, Gabriel —decían—. Siempre estaremos aquí. Siempre.
Claudia sintió el pánico crecer en su interior, pero no podía permitirse caer en él. Sabía que si Gabriel se dejaba consumir por sus propios demonios, perdería todo. Se acercó aún más, hasta que pudo tocar su brazo.
—Estoy aquí, Gabriel. No estás solo.
Gabriel parpadeó, sus ojos moviéndose lentamente hacia ella. Parecía confundido, como si hubiera estado soñando despierto, atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.
—Las voces... —murmuró él—. No paran.
Claudia apretó su mano con fuerza, su propia mente luchando por mantenerse firme. Las voces que él oía no eran reales, pero de alguna manera, la mansión las amplificaba, las hacía tangibles. Sabía que la única manera de sacarlo de ese abismo era enfrentarse juntos a lo que fuera que la casa ocultaba.
—No les escuches —dijo ella con determinación—. Esto no es real. Son solo sombras.
Gabriel cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso.
—No sé qué es real y qué no —confesó él, su voz quebrada—. Siento que estoy volviendo a ser el niño que mi padre manipulaba. Esa oscuridad... está dentro de mí, Claudia.
Ella lo miró fijamente, y por un momento, todo el miedo que había sentido durante esos días se desvaneció. Gabriel no era su padre. No era la criatura que su padre había intentado moldear. Era un hombre roto, pero también un hombre que tenía la capacidad de sanar, si se lo permitía.
—No eres tu padre, Gabriel —dijo firmemente—. No tienes que ser lo que él quería que fueras.
Gabriel la miró con una mezcla de miedo y gratitud. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que había una posibilidad de que no estaba solo en su lucha. Claudia, con todos sus propios demonios, se estaba convirtiendo en el ancla que lo mantenía conectado a la realidad.
—Quiero creer eso —susurró—. Pero las voces...
Claudia lo interrumpió, abrazándolo fuertemente.
—Estamos juntos en esto. Encontraremos una manera de callarlas.
Mientras lo sostenía, Claudia sentía que las sombras de la mansión retrocedían ligeramente, como si la conexión entre ellos dos fuera suficiente para mantenerlas a raya. Pero sabía que la batalla no había terminado. Había secretos en esa casa, secretos que debían descubrir si querían tener alguna esperanza de escapar de su influencia.
Y sabía, con una certeza que la aterrorizaba, que la mansión no iba a permitirles hacerlo fácilmente.