Volverá... y los que la hicieron sufrir lloraran
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8 - ACUERDOS
Acomodó sus cosas en el armario riéndose, pues sobraba mucho espacio. Lo más voluminoso era la mochila y, aun así, no ocupaba más que una pequeña parte del sitio disponible.
Salió de la habitación buscando el baño. Hacía mucho tiempo que no podía darse un baño y ya disfrutaba anticipadamente imaginando el agua caliente sobre su piel. Había mantenido su higiene lavándose la cabeza en baños públicos y pasándose toallitas húmedas por el cuerpo. Pero nada podía reemplazar a una buena ducha. Encontró lo que buscaba y entró a higienizarse.
Luego de un baño relajante, se sintió verdaderamente dichosa. Investigó un poco más y descubrió un pequeño lavadero con un lavarropas automático y un tendedero. Fue a buscar su ropa al armario, pues sintió que era mejor lavarla toda, incluso la mochila y las zapatillas.
Puso una carga de lavarropas y se dirigió a la cocina a ver si hallaba algo para comer. Abrió las alacenas y las encontró bien surtidas. También la heladera tenía frutas y verduras más que suficientes para un batallón. Volvió a su cuarto a buscar una libreta, pues quería anotar todo lo que consumía para luego reponerlo.
Estaba distraída pensando en qué cocinar cuando un sonido estridente la asustó. Era un teléfono que sonaba. Fue hasta la sala y levantó el tubo.
- Hola.
- Hola, Señorita Katrina. Soy Eduardo Gómez.
- Hola, Señor Gómez.
- Hoy, con el apuro, olvidé pedirle su número de teléfono.
La chica se rió con ganas.
- Señor Gómez, no tengo ni para comer. ¿De dónde sacaría un teléfono?
Del otro lado de la línea se hizo silencio.
- Lo siento, Señorita. No pensé en eso.
- No se haga problema. Es normal. ¿Para qué necesitaba comunicarse conmigo?
- Dos cosas quería decirle: la primera es que use lo que necesite en la casa. Incluso la comida que está en la heladera. Si no lo consume, se terminará venciendo. Y no se preocupe por reponerlo.
- OK. Muchas gracias por eso.
- Otro tema es que al salir del trabajo iré por allí. Necesito retirar algunas cosas y me gustaría que establezcamos algunas reglas para el uso del departamento, así en el futuro no habrá malos entendidos.
- Me parece perfecto. Lo esperaré entonces.
- Nos vemos más tarde. Adiós.
Katrina colgó el teléfono y volvió a la cocina a prepararse algo para comer. No podía creer en su suerte. Hoy el día había comenzado igual de difícil que en los últimos años, pero ahora tenía un lugar lujoso donde dormir y alimentos para mucho tiempo en la alacena. De todos modos, la vocecita que siempre le advertía de los problemas sonaba insistente en su cabeza, diciéndole que no se acostumbrara y que viera cuál era el precio que debería pagar. Decidió que, por hoy, la ignoraría. Pero sabía que tenía razón.
Eran las nueve de la noche y Eduardo no llegaba. Katrina ya tenía hambre, así que decidió prepararse algo rápido para comer. Batió un par de huevos para hacerlos revueltos, cuando estaba por encender la cocina, sonó el timbre del departamento.
Dejó todo sobre la mesada y fue a atender. Por la mirilla vio a Eduardo parado en el pasillo, así que le abrió la puerta.
- Buenas noches. Disculpe la hora. Surgió algo de último momento y no pude terminar antes.
- Está bien. No es como que tuviera mucho que hacer.
Entraron a la sala y Eduardo se cambió los zapatos por las pantuflas. Notó el detalle de que el zapatero estaba vacío. Miró los pies de la muchacha y estaban descalzos.
- Estaba por hacerme algo de comer. ¿Usted ya cenó?
- No. Aún no. Pero no se preocupe.
- No es problema. Solo son unos huevos revueltos. No me cuesta nada agregar un par más. Aunque entiendo si esa es una comida demasiado sencilla para usted.
- No es por eso. Es que no quiero causarle molestias.
- Para nada. Siéntese, por favor. Solo llevará unos minutos.
Se dirigieron a la cocina. El hombre se sentó a la mesa mientras que la mujer se dirigía a la heladera a tomar un par de huevos más.
- ¿Hay algún condimento que le haga mal o que no le guste? - Preguntó ella sin voltearse.
- No. Ninguno.
Eduardo la miraba mientras se movía en la cocina. No pudo más que admirar la capacidad de adaptación de la chica. Hoy por la mañana estaba en la calle y ahora se movía con total seguridad en su cocina.
- Ya está. ¿Prefiere pan común o lactal?
- Hace muchísimo tiempo que no comía pan con huevo revuelto, desde mi época de estudiante. - Tomó una rodaja de pan y la cubrió con la preparación. La mujer hizo lo propio y ambos cenaron en silencio.
- Tiene buena sazón. Está muy rico.
- Gracias.
Terminaron de cenar y Eduardo se levantó y recogió los platos de la mesa. Katrina lo miró asombrada.
- Deje. Yo lo hago.
- Usted cocinó, así que yo lavo los platos.
- No hace falta. Déjeme a mí.
La chica le quitó los platos de la mano y lo envió a la sala. Después de unos minutos, ella también fue hacia allá.
- ¿Quiere tomar un té o un café?
- Está bien así. Hablemos. De otra manera, se hará muy tarde.
Katrina miró el reloj que estaba colgado de la pared y vio que ya eran más de las diez de la noche.
- Está bien. Hablemos.
Bueno. A grandes rasgos, ya dijimos que usted se hará cargo del mantenimiento del lugar y de las expensas mientras ocupe el departamento.
- Correcto - Respondió ella.
- Pero quería decirle que, lamentablemente, tendré que pasar algunas noches aquí. No me malinterprete. Siempre que eso pase, le voy a avisar. Además, tengo algunas cosas y algunos papeles que me conviene que estén guardados aquí y no en otro lugar, por lo que tendré que venir por ellos alguna que otra vez. Pero intentaré que sea la menor cantidad de veces posibles.
- Entiendo. No se preocupe. El departamento es suyo. Yo trataré de irme lo antes posible para no ser una molestia.
- Por otra parte, así como usted me pidió que no trajera mujeres mientras usted esté aquí, yo le voy a pedir lo mismo.
- Eso es fácil: No tengo amigos que traer.
Las palabras de la chica le provocaron a Eduardo una sensación rara. Era una mezcla de lástima y de admiración. Era muy joven, pero ya había vivido muchas cosas.
- Bueno. Ese punto está claro. - El hombre se levantó y se dirigió hacia un mueble cercano. Abrió un cajón y tomó algo. Luego se dirigió nuevamente hacia los sillones.
- Tome - le dijo al tiempo que le entregaba un teléfono y un cargador. Katrina lo miró sin hacer ni un amague de agarrarlo.
- Necesito que esté comunicado para poder avisarle cuando vengo. No se preocupe, no es un regalo. Solo se lo presto hasta que usted se compre el propio.
A Eduardo no le importaba el teléfono. Ya lo había descartado. Pero sabía que si no decía esto, ella no lo aceptaría.
- OK. Lo tomaré prestado por un tiempo.
El hombre sacó una tarjeta del bolsillo.
- Aquí está mi número. Cuando tenga una línea, agéndelo y mándeme un mensaje para agendar yo su contacto. Le pido discreción, pues es mi número privado.
Katrina se rió sin tapujos.
- No tengo amigos ni familia. ¿A quién se lo podría dar? Su preocupación es innecesaria. Pero para que se quede tranquilo, se lo prometo: no le daré a nadie su número.
- Eso está bien. Me voy ahora. Ya es tarde. Nos vemos el lunes.