En un mundo donde la lealtad y el deseo se entrelazan, una joven se encuentra atrapada entre la pasión y el peligro. Tras un encuentro inesperado con un enigmático mafioso, su vida da un giro inesperado hacia lo prohibido. Mientras la atracción entre ellos crece, también lo hace el riesgo de entrar en un juego mortal de poder y traición.
Sumérgete en una historia cargada de erotismo y tensión, donde cada decisión puede costar caro. ¿Podrá su amor desafiar las sombras del crimen, o caerá presa de un destino que la dejará marcada para siempre? Una novela que explora los límites del deseo y la redención, perfecta para quienes buscan emociones intensas y giros inesperados.
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Cap 3: Decisiones Peligrosas
La música vibrante de “El Refugio” se sentía como un pulso en el aire, un latido constante que resonaba en el pecho de Ana. La experiencia de la noche anterior todavía ardía en su memoria, un cóctel de emoción, peligro y deseo que la había dejado con ansias de más. Al lado de Luca, cada paso que daban la llevaba más allá de su mundo conocido, sumergiéndola en un entorno donde la vida y la muerte parecían jugar al borde de la misma línea.
“¿Listo para más?” Luca preguntó, su voz grave y segura, mientras se acercaban a una sala más privada, apartada del bullicio del club.
Ana asintió, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Había una mezcla de miedo y emoción que la envolvía, pero a pesar de las advertencias, no podía resistirse. “Sí, quiero ver más de este lugar.”
“Recuerda, Ana, este mundo tiene sus reglas. No todos son lo que parecen”, advirtió Luca, su tono grave. “Y tú no eres solo una espectadora aquí.”
Las palabras de Luca resonaron en su mente mientras cruzaban el umbral de la nueva sala. Era más pequeña y estaba decorada con lujosos tapices y luces tenues que creaban un ambiente íntimo. En el centro, una mesa de poker esperaba, rodeada de hombres que parecían estar en medio de una intensa partida. Las miradas se volvieron hacia ellos, y Ana sintió el peso de la atención.
“¿Quién es la nueva?” preguntó uno de los hombres, un tipo de cabello oscuro y mirada astuta.
“Una amiga”, respondió Luca con firmeza, colocándose a su lado como un escudo. “Estamos aquí para observar.”
“Siempre hay algo que aprender en un juego como este”, dijo el hombre, esbozando una sonrisa. “Pero, ¿realmente quieres estar aquí, Ana?”
“Sí”, contestó, intentando sonar más segura de lo que se sentía. “Quiero entender.”
“Bien. Pero ten en cuenta que este juego no es solo cartas. Es un reflejo de la vida. Arriesgas lo que tienes para obtener lo que deseas”, explicó el hombre, su tono grave. “Y la mayoría de las veces, las decisiones vienen con consecuencias.”
Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Esa advertencia resonaba en el aire, como un eco de la vida que había dejado atrás. Aun así, la curiosidad y el deseo por lo desconocido la mantenían firme.
Mientras se acomodaban alrededor de la mesa, Luca la tomó de la mano, transmitiéndole una sensación de protección. La atmósfera era densa, llena de tensión, y a medida que la partida comenzaba, Ana se sintió atraída por el juego. Las cartas se barajaban, y los hombres intercambiaban miradas cargadas de significado. Cada jugada parecía estar cargada de decisiones que podían cambiar el rumbo de sus vidas.
“¿Cómo funciona?” preguntó Ana, mirando con atención.
“Es simple en teoría. Apuestas, estrategias y, sobre todo, lealtades. Tienes que saber cuándo jugar y cuándo retirarte”, explicó Luca, sus ojos fijos en la mesa. “Pero aquí, la traición es la norma. Debes ser astuta.”
Ana observó cómo se desarrollaba la partida. Los hombres hablaban en susurros, haciendo apuestas y revelando sus cartas con una mezcla de orgullo y desdén. La tensión era palpable, y ella se sintió como una espectadora en un drama de intrigas.
“¿Estás lista para jugar un poco?” preguntó Luca, rompiendo su concentración. Su tono era ligero, pero Ana pudo notar la seriedad tras sus palabras.
“¿Jugar? ¿Yo?” La idea la sorprendió, pero al mismo tiempo, la excitación burbujeaba en su interior.
“Por supuesto. Ven aquí, es hora de que demuestres lo que vales”, dijo, guiándola hacia un lugar en la mesa.
Ana se sentó, el corazón latiéndole con fuerza. Luca la miró con una mezcla de orgullo y advertencia, como si quisiera transmitirle que, aunque era un juego, había mucho más en juego.
La partida continuó, y Ana observó mientras los hombres intercambiaban miradas y palabras entre dientes. Las cartas iban y venían, y ella comenzó a sentir el flujo del juego. Al principio, solo observaba, pero pronto se dio cuenta de que su instinto la guiaba.
“Quiero jugar”, dijo de repente, sorprendiendo a todos en la mesa.
Luca levantó una ceja, impresionado. “¿Estás segura?”
“Sí. Quiero arriesgarme”, contestó, con una determinación que no sabía que poseía.
Con una sonrisa, Luca le pasó un par de fichas. Ana sintió una oleada de adrenalina. La primera vez que se sentó a jugar, el aire era diferente. La atmósfera estaba cargada de expectación, y aunque sentía miedo, también se sentía poderosa.
“Que comience el juego”, dijo el hombre de cabello oscuro, sonriendo mientras la miraba. “Vamos a ver qué tienes.”
Las cartas se repartieron, y Ana sintió que el mundo a su alrededor desaparecía. Se concentró en las cartas frente a ella, analizando cada una con atención. A medida que la partida avanzaba, la tensión aumentaba. Las miradas fijas en ella la hacían sentir vulnerable, pero a la vez, poderosa.
“¿Qué apuestas, Ana?” preguntó Luca, su voz suave y alentadora.
“Voy a igualar”, dijo, sintiendo la confianza crecer dentro de ella. Su decisión sorprendió a algunos, pero la mirada de Luca la animó.
Las rondas continuaron, y Ana se dio cuenta de que el juego no era solo sobre cartas; era una batalla de voluntades. Cada jugador intentaba leer al otro, descubrir sus intenciones, sus miedos. Se sentía como un pez en el agua, sumergiéndose más en ese mundo, sintiendo la emoción del riesgo.
Finalmente, llegó el momento crucial. Ana tenía una buena mano, y con cada jugada, la tensión crecía. “Voy a subir la apuesta”, dijo, sintiendo el peso de sus palabras. La mesa quedó en silencio, todos mirándola con sorpresa.
“Esto se pone interesante”, dijo el hombre de cabello oscuro, su voz llena de desafío.
Luca la miró con una mezcla de orgullo y preocupación. “Piensa bien tu decisión. Si subes, puedes perder más de lo que crees.”
Ana se mordió el labio, contemplando las opciones. “Lo sé”, respondió, con una determinación renovada. “Pero estoy aquí para arriesgarme.”
La tensión aumentó, y el hombre de cabello oscuro se inclinó hacia ella. “Voy a igualar”, dijo, su sonrisa desafiadora.
Ana sintió un cosquilleo en su estómago. Había algo electrizante en la competencia. Las cartas fueron reveladas, y el aire se cargó de expectativa. Ana ganó la ronda, una victoria que la llenó de una mezcla de euforia y sorpresa. Las miradas de asombro la rodearon, y ella no pudo evitar sonreír.
“Buena jugada”, dijo Luca, su tono lleno de admiración.
Ana se sintió invencible, pero en el fondo, una sombra de duda la atravesó. ¿Qué pasaría si esa victoria le traía problemas? Sin embargo, la emoción del momento la mantenía centrada. Cada jugada era una danza peligrosa, y ella estaba decidida a continuar.
Con cada ronda, Ana se adentraba más en el juego. La adrenalina corría por sus venas, y aunque había un riesgo inminente, la atracción por el desafío la mantenía alerta. Sin embargo, la tensión en el ambiente era palpable. Los otros hombres comenzaron a mirarla con más intensidad, y eso la hizo sentir vulnerable.
Finalmente, después de varias manos emocionantes, el juego llegó a un punto culminante. Las fichas se acumulaban, y Ana sabía que no podía retroceder. Las decisiones se tornaban más arriesgadas, y la presión aumentaba.
“Es hora de que subas de nuevo”, dijo el hombre de cabello oscuro, su voz desafiando a Ana. “No puedes quedarte atrás.”
Ana sintió el desafío en el aire, y aunque un escalofrío le recorrió la espalda, la emoción la impulsó. “Voy a igualar y aumentar”, dijo con firmeza, y la mesa se llenó de murmullos.
“¿Segura de que quieres arriesgar eso?” preguntó Luca, mirándola fijamente. “Recuerda lo que hay en juego.”
Ana lo miró a los ojos, buscando la confianza que había encontrado en él. “Estoy lista. Quiero seguir adelante.”
Mientras el hombre de cabello oscuro igualaba la apuesta, Ana sintió que el peso de la decisión la aplastaba. La tensión en la sala era palpable, y mientras las cartas se revelaban, se dio cuenta de que había más en juego de lo que había imaginado.
Las cartas se dieron vuelta, y su mano no era tan fuerte como pensaba. Un silencio tenso envolvió la habitación mientras la realidad de la derrota la golpeaba. Ana se sintió expuesta, vulnerable. La victoria se desvaneció, dejándola con un vacío en el estómago.
“Buena jugada”, dijo el hombre de cabello oscuro con una sonrisa satisfecha