«Una Amante Por Contrato»

Miró a Muriel, después volvió la mirada a lo dejo. Le dio una fumada a su cigarrillo y le dijo; — Te tiraste al millonario y ahora estás arrepentida. A eso le llamo, una puta sin valor. Cobarde.

La joven al escuchar esas palabras se sorprendió.— ¿Quién es usted y por qué me hablas así?

— Yo… soy un libro abierto, lleno de experiencias vividas. Conozco el rostro de una satisfecha sexualmente, pero arrepentida de lo que hizo.

Muriel no sabía que decir.— No lo disfruté.

La señora la volvió a mirar.— Tus pupilas dicen lo contrario. Pero allá tú, si lo quieres negar. ¿Quieres un cigarrillo?

— No, gracias.

— Te voy a dar un consejo gratis, porque el próximo te costará dinero. Si te gusta y lo disfrutas, gózalo. No todos los días encontramos a un hombre que nos lleve a un orgasmo.

La señora se retiró, dejando a Muriel más confundida que anteriormente. De toda forma, era una locura pensar en placer, pero por desgracia, su cuerpo reaccionaba a ese hecho.

Muriel volvió a la mansión Brown. Ya se imaginaba que Noah y su mamá estarían en la sala de estar. Antes de entrar, acomodó su vestido y caminó como una diva en tacones, hacia ellos.

— Hola. Aquí están.— tomó asiento con las piernas cruzadas.

Noah y Beatriz se quedaron atónitos. La mujer frente a ellos no era Muriel, la habían cambiado. No solo por el vestido, sino por la expresión de su rostro.

— Dijiste que ibas a la iglesia, ¿Dónde carajos estabas?— preguntó Noah.

Beatriz la escaneó detenidamente.— Muriel, volviste con otro vestido nuevo. ¿Cuál es la historia de este?

— ¡Ah! No. No tengo una historia. Simplemente, después de salir de la iglesia, recapacité en cuanto a mi vida. A partir de hoy, no soy religiosa.

— Primero muerta, a qué la esposa de mi hijo deje de seguir los caminos de Dios, y se vista de esa forma tan vulgar.— gritó Beatriz.

— Beatriz, no pedí tu opinión.— dijo Muriel.

— Pareces una prostituta barata. ¿Cómo te atreves a contestarle de esa manera a mi mamá? Todo lo que eres se lo debe a ella. Pídele perdón de rodillas. Ahora. — ordenó Noah, con estruendo.

Muriel se puso de pie, fastidiada de escuchar esas palabras.— Tienes razón, gracias a ella soy lo que soy. Por ustedes soy como soy.

Ella se dirigió a la habitación sin prestar atención a los insultos y reclamos que vociferaba Noah.

La señora Beatriz, notó el cambio drástico en la actitud de su nuera. Tenía que buscar una solución, antes de que todo se complicara y no hubiera vuelta atrás. Ella sabía que Muriel amaba a su hijo, solo necesitaba un poco de afecto y comprensión.

— Hijo, tenemos que hacer algo. Muriel está muy extraña.

— ¿Qué quieres decir, madre?

— Hay que tratarla con cariño, sabes cómo hacerlo. No le discutas. Recuerda que ella va a conseguir el dinero de tu operación.

— Mamá, pero tienes que aprender a no contestar. De todo forma, ella tiene que buscar el dinero para mi operación, es su deber como mi esposa.

Mientras ellos planeaban como manipular a Muriel, ella lloraba en silencio.

Noah le hizo caso a su mamá. A la hora de dormir, Muriel y él, estaban acostados, distanciados. Él tenía que romper el hielo, y pedirle una disculpa por los insultos que le había dicho. Se acercó a ella y le colocó la barbilla en el hombro.

— Amor, lo siento. Perdóname, por favor.

Ella se exaltó al tenerlo así de cerca. Pues, cada vez que lo hacía quería tener sexo y eso era imposible, debido a su dificultad física.

— No pasa nada.— dijo ella.

— Muriel, soy un bruto que no te merece, pero te amo más que a todo en el mundo. Tengo miedo de perderte. Te juro que cuando pueda caminar, voy a buscar un trabajo y no volveré a un casino.

Él dijo las mismas palabras de siempre. Palabras que ella no creía, pero que esta vez, le causaron aflicción y un sentimiento de culpa que le quemaba el pecho. Era un dolor que se imponía ella misma, por haberlo traicionado y poner en riesgo su relación.

Movida por el remordimiento, se volteó hacia él, lo abrazó y le dio un beso. — Te amo. Perdóname.— expresó apenada.

— No tengo nada que perdonarte. Tú eres perfecta.

— Te prometo conseguir el dinero para la operación.

A la mañana siguiente, todo parecía estar bien en la mansión Brown. Pero, ¿Cuánto durará?

En la sucursal número seis del Banco Richardson, todos los empleados se organizaban para empezar su labor.

Carlota y Sofía, como de costumbre, charlaban de lo sucedido en el fin de semana. Era una conversación aburrida para Muriel, ya que ella nunca argumentaba palabras. Y no precisamente porque no tuviera cosas que contar, sino porque era muy reservada con su vida privada.

— Muriel, ¿qué hiciste este fin de semana?— preguntó Carlota.

— Ay, ¿pues tú qué crees? Lavar, planchar, limpiar, cocinar. Esa es la diversión de ella los fines de semana.— dijo Sofía, con una sonrisa.

Muriel continuó organizando las carpetas en su computador, pero les dijo; — Pues, tuve mucho sexo.

Sus amigas se miraron y rieron a carcajadas.

— Te pasaste. Qué buena broma.— dijo Carlota entre risa.

Muriel sonrió y las miró.— Si saben la respuesta, para qué me preguntan. Ilusas.

Horas más tarde, Muriel se presentó en la oficina del señor Pedro, a saldar su deuda. Él no hizo preguntas, puesto a qué no era de su incumbencia. Llamó a finanzas para que se encargaran del proceso, y dijo; — Señora, Brown, estamos a la orden.

— Gracias.

Después del almuerzo, los empleados esperan en su área de trabajo, los minutos faltantes para continuar con su ocupación. Muriel descansaba tomándose un refresco.

Yoselin, era una de las empleadas de dicho lugar. Se creía en centro de atención, porque tenía un romance con el jefe de finanzas. Además, era una mujer muy hermosa, pero con una prepotencia de los mil demonios. Ella se encargaba de difundir todos tipos de rumores y de hacerles burlas a sus compañeras.