Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 14: En el mercado
No quiso expresar en voz alta la duda que sentía. Solamente entró al mercado. Le llamó la atención que, luego de escuchar a Argelia y a Fabián hablar sobre la necesidad de ir a hacer las compras a un lugar al que llamaban "los chinos", hubieran entrado a ese supermercado, ubicado a cinco cuadras del complejo ¿Qué pasó con ese otro sitio qué habían mencionado varias veces los dos? ¿Fabián se habría arrepentido, prefiriendo optar por ese establecimiento? Al entrar, Carolina no tardó en notar la presencia de rasgos asiáticos en las dos personas a cargo del local ¿A eso se habrían referido su abuela y el papá de Germán con aquel nombre? No entendió por qué no se refirieron a ese sitio por el nombre que figuraba en el enorme cartel del exterior (Tres montañas), como ella haría si estuviera en su lugar, pero no siguió pensando en el asunto. En su lugar, atendió al llamado de su amigo, quien la esperaba junto a un pequeño estante con libros.
—Siempre vengo a ver si trajeron algo nuevo —le comentó él a la niña, comenzando a revisar el contenido de ese apartado.
—Acordate de no salir del mercado sin mí —le recordó al chico su padre, antes de dar inicio a su búsqueda de todo lo que tenía en su lista de compras, y de todo lo que Argelia le había encargado comprar—. Lo mismo vos, Caro. Si se aburren, búsquenme. No se van a perder, el mercado es chico.
—¡Sí, está bien! —exclamaron ambos niños casi a coro, con la atención puesta en unos libros de carácter claramente infantil.
Fabián, empujando el carrito de compras, siguió su camino. Una parte de él tenía miedo, pues las cosas parecían marchar "demasiado bien". Solamente había transcurrido una semana desde que Carolina se mudó a las torres, pero ella y su abuela se sentían casi como miembros de la familia. Fabián estaba cada vez más unido a Argelia, y cada vez más cómodo al hablarle de su vida y sus problemas. La anciana hacía lo propio, por lo que quedaba claro que la confianza era mutua.
Veía como Germán se la pasaba anhelando ir a jugar con su nueva amiga. También mencionaba a la nena de la torre 7, pero notoriamente Carolina era con quien mejor la pasaba. Esta era sincera respecto a la simpatía que decía sentir por Germán, sin lugar a dudas. Unos pocos días atrás le había sido instalado el internet en su casa, así que ya no necesitaba ir a la de su amigo a usar el suyo; no obstante, lo hizo. Fue ahí de todas maneras, demostrando que disfrutaba genuinamente de su compañía.
Aquellos 7 días los pasaron divirtiéndose mucho, tanto en las torres como en la plaza, ganándose retos y llamadas de atención de más de un adulto, ya que no podían evitar cometer errores de niños y meterse en problemas. Fabián ni siquiera se sentía seguro de estar al tanto de todas las metidas de pata de ese par, y se preguntaba si Argelia sí lo estaría. "Así son los niños" se decía él. No podían evitar meterse en algunos problemas menores de vez en cuando, lo consideraban casi como una obligación de ellos. Era su deber aprender ciertas cosas de esa manera.
De todos modos, al menos para esas alturas, habían sido únicamente travesuras que solo podían ser clasificadas de "muy pequeñas". Lo peor que hicieron fue salir corriendo después de tocar el timbre de uno de los departamentos. No obstante, se preguntó cuántas veces habrían hecho eso. Que solo hayan sido reprendidos una vez, no significaba que no hubieran llevado a cabo el mismo juego en otras ocasiones, pero impunemente.
Consiguió que su hijo prometiera que no volvería a hacer algo así nunca más (igual que, probablemente, Argelia hizo con su nieta). También les indicó a ambos que tuvieran cuidado con la pelota, después de que casi golpean con esta a esa mujer de la Torre 2 (aunque le gustó que ninguno quiso cargarle toda la culpa al otro, en ninguno de los casos).
Por supuesto que también recibieron reclamos por cosas que, en su opinión, de ninguna manera lo ameritaban, como el haberse metido a "explorar" ese departamento sin inquilinos, que tenía la cerradura de la puerta rota. No obstante, a la pareja del departamento de abajo esto les molestó, por lo que acudieron a ordenarles que salieran de ahí, a lo que los dos obedecieron de inmediato.
En ese caso, Germán y Carolina no tuvieron que soportar reprimendas por parte de sus tutores, pues Argelia opinó lo mismo que Fabián. Ambos querían que los dos nenes fueran obedientes, pero no que aceptaran cualquier tipo de regla, y de trato, solo porque un adulto decía que así debía ser. Coincidían en la importancia del respeto por parte de ambos menores, pero igualmente en la del desarrollo de un buen criterio, para que fueran capaces de diferenciar entre bien y el mal por sí mismos en todo momento.
Mientras buscaba la marca de yerba mate que Argelia le había encargado, otra vez acudió a su mente la duda respecto a sus propios métodos de crianza: ¿lo que hacía era realmente lo correcto? Al no haber tenido nunca un modelo a seguir, en ese sentido, no estaba seguro de esto, y por eso le había dicho más de una vez a su hijo que no le mencionara ninguna de esas travesuras a su madre cuando fuera a visitarla. Tan temeroso se sentía, que imaginaba que ella podía usar esas nimiedades en su contra. La creía capaz de eso.
En esto pensaba Germán en esos momentos, tratando de distraerse con los libros que tenía delante suyo. Parecía mentira, pero ya había llegado nuevamente la fecha en la que debía realizar aquella visita. Para él el tiempo pasó volando.
—Hace mucho que no traen nuevos —le comentó a Carolina, tras volver a colocar el colorido libro, que ya había ojeado otras veces antes, en su lugar—. Todos estos ya los leí.
—¿Esos también? —preguntó la niña, desviando su atención del libro que tenía en las manos, y señalando unos cuantos con portadas más simples, y menos coloridas, en comparación.
—No, son para los grandes. No los entiendo, ni dibujos tienen, así que no los he leído. El único que sí leí fue ese de ahí, El caballero de la armadura oxidada.
—Yo también leí ese una vez. Me lo prestó uno de mis primos. Me gustó mucho.
—A mí también. Lo leí de a poquito, cuando mi papá empezó a venir a comprar acá. Cada vez que me traía, yo me quedaba acá leyendo un poco mientras él compraba, hasta que lo terminé.
—Qué bueno. Vienen acá desde hace mucho, ¿no?
—Sí, desde antes de mudarnos a las torres. Mi papá dice que los precios "nos convienen", por eso siempre compra acá. Lo bueno es que ahora nos queda cerca, no necesitamos venir en el auto como antes.
La conversación hizo que Germán recordara cómo ambos habían conocido en ese lugar a aquella anciana llamada Argelia, la cual oyó cuando Fabián le preguntaba a una de las personas a cargo del mercado si conocía alguna vivienda en venta, o en alquiler, en cualquier parte de la ciudad. La señora rápidamente le sugirió acudir a Daniel, dueño del complejo de torres donde ella vivía, a unas pocas cuadras de ese lugar, pues ahí aún había departamentos disponibles. Los tres se encaminaron juntos ahí al terminar sus respectivas compras. Aunque el dueño no se encontraba en su casa, ubicada en la vereda frente al complejo, Fabián pudo apreciar superficialmente el sitio, y anotar el número de teléfono del hombre. Gracias a esto fue capaz de arreglar un encuentro con él, y así verificar si era o no el sitio que tanto estaba buscando.
La conversación que sostuvo con Argelia, mientras caminaban hacia las torres, y los futuros encuentros que tuvieron en el mercado, provocaron que surgiera entre ambos una amistad, que se consolidaba poco a poco. A Germán también le agradó la mujer, ya que siempre lo trató cariñosa y afectuosamente.
Fue él quien le recordó a su padre que lo mejor era preguntarle a la abuela si necesitaba algo del mercado, para ahorrarle la molestia de ir allá. Minutos después, con la lista de las compras aumentada, con el dinero de Argelia, y con la inesperada inclusión de Carolina, que insistió en acompañarlos, se dirigieron a Tres montañas.
—También leí Cree en mí —recordó la nena, luego de dejar el libro en su lugar, pues solo contenía cuentos clásicos que ella ya conocía muy bien—. Son los únicos libros sin dibujos que leí, esos dos. Ese, Cree en mí, era de mi tía. Tuve que leerlo a escondidas, porque ni ella ni mi tío querían que yo lo leyera. Se enojaron un poco cuando vieron que lo estaba ojeando, y me dijeron que era nada más para la gente grande. No sé por qué dijeron eso, yo lo entendí.
—¿Estás segura? —quiso saber Germán.
—Sí, muy segura. Es una historia de amor, entre un hombre y una mujer que son guardabosques. El hombre está divorciado. Aunque, lo que más me gustó no fue todo lo del romance, sino la historia de la mujer y de la hija del tipo. Las dos tenían un padre que tomaba mucho, y por eso eran malos con ellas... Bueno, la protagonista era la que tenía un padre borracho, en la otra era la madre la borracha. Su papá era bueno, por eso se pudo ir a vivir con él. La mamá tomaba tanto que una vez le pegó...
—Igual que me pasó a mí.
Esas últimas palabras de Germán hicieron que Carolina dejara abruptamente de hablar, tratando de entender todo.
—¿Cómo que "igual que te pasó a vos"? —se interesó la niña— ¿Tu mamá también te pegó?
—Sí, algunas veces, y también tiene alcoholismo —respondió su amigo, experimentando una mezcla de sentimientos, pues por un lado se arrepentía de haber cedido ante la sorpresa que le causó escuchar que la historia de un personaje ficticio era muy similar a la suya, y haber dicho eso; pero, por otro lado, sentía cierto placer morboso al tener algo interesante que relatar, al contarle a su nueva amiga lo que su mamá había hecho.
Además, creyó que había llegado el momento para darle a conocer a Carolina los detalles de la separación de sus papás, tema que ella solo conocía superficialmente
—Así me dijeron que se llama lo que le pasa a mi mamá, y que tiene que tratar de curarse —siguió él.
—Algo así se decía en el libro también ¿Por eso no vivís con ella?
—Sí. Mi papá y unos señores me dijeron que voy a estar mejor así, y me parece que tenían razón. Ya no me gustaba vivir con ella. Prefiero estar con mi papá.
Sabiendo esto, la niña no pudo evitar sentir algo de pena por su amigo, luego de recordar lo que este le había dicho respecto a las visitas que tenían que llevar a cabo durante determinados periodos de tiempo que ella desconocía. No imaginaba que a Germán no le disgustaba ir a ver a su madre. Ya no le parecía tan mala como antes. No quería vivir con ella, pero estaba bien con las visitas ocasionales.
Conversando con su amiga, el muchacho ya había olvidado por completo que había visto a Sofía entrar en el mercado unos minutos atrás. Ella también lo vió a él. Sin embargo, ambos prefirieron ignorarse mutuamente.
Si Carolina la hubiese visto, la habría invitado para que pudieran pasar el rato los tres juntos. Como no fue así, la recién llegada y Germán fingieron no haberse visto entre sí. El niño continuó mirando los libros, y Sofía siguió su camino.
Esta última llegó a escuchar la mayor parte de la conversación de sus dos amigos, al conseguir escabullirse detrás de una góndola cercana a ellos. Las palabras de ellos le hicieron pensar en su propia madre, debido a la gran cantidad de veces que la había visto beber eso a lo que la gente llamaba bebidas alcohólicas, y no obstante a esto, jamás fue mala con ella. Al menos era lo que ella suponía, ya que sentía un gran cariño por su mamá, y tenía la seguridad de que este era recíproco. El único efecto que parecía tener en su madre lo que bebía, era el de provocarle una especie de mezcla entre cansancio y mareo.
—Los papás de un amigo mío también se separaron —escuchó que Germán le dijo a Carolina—. Él y su hermana dicen que le gustaría que volvieran a estar juntos, pero conmigo es diferente. Cuando estaban juntos se la pasaban peleando todo el tiempo. Mi mamá lo niega, pero siempre era ella la que empezaba. Nunca le gustó que mi papá trabajara, y por eso peleaba con él. Cuando se enojaba lo llamaba con unas palabras raras. "Facho" o "cheto", por ejemplo. Todavía le dice así cuando habla de él. Yo todavía no sé muy bien qué significa, mi papá no me lo dice, y siempre me olvido de buscarlo por internet.
—Yo tampoco sé —le dijo Carolina, deseando acabar con esa conversación, pero sin poder evitar seguir contribuyendo al desarrollo de esta—. Pero yo también las escuché antes. Así le decían a mis tíos otras personas. Nunca estuve cuando eso pasó, pero siempre contaban que tenían que andar soportando que los llamen así. Decían que era por envidia a su plata, y que los que los llaman así son vagos.
Si Germán hubiese obedecido su primer impulso, habría hablado en defensa de su madre en ese momento, pues pese a todo, la quería y debía decirle a Carolina que no podía ser eso en su caso, ya que su mamá no era así. Pero no consiguió darle inicio a su idea siquiera. No podía recordar cuándo fue la última vez que vio a su mamá en alguna ocupación, incluyendo labores domésticas, antes de la separación familiar. Luego de esto, durante sus visitas, solo ocasionalmente se ocupaba de alguna actividad como la limpieza de la casa. Ni siquiera necesitaba cocinar, recurriendo casi siempre a comprar comida ya preparada y a la entrega a domicilio. Por lo que sabía, Hada nunca había trabajado, a diferencia de Fabián, lo que no era de extrañar, tomando en cuenta la rabia que le provocaba saber que este sentía cariño y apego por la profesión que había elegido.
—A mí me pasó parecido a vos —decidió decir Carolina ante el silencio de su amigo, tratando de mostrar interés por él—. También se peleaban todos los días mis papás. Nada más eran buenos cuando estábamos fuera de casa. A veces la discusión la empezaba mi papá, y a veces mi mamá. También se separaron, pero de una manera diferente a los tuyos.
—Sí, es verdad —dijo Germán, recordando lo que sabía respecto a la situación que llevó a su amiga a vivir a las torres—. Lo bueno es que vos tenés a tu abuela, y que yo tengo a mi papá.
Al terminar de pronunciar esa última oración, pudo notar que detrás de la góndola que se encontraba a poca distancia de los dos, y a espaldas de Carolina, se asomaba lo que parecía ser la cabeza de una persona de una estatura aproximada a la de ellos.
—¡Hola, chicos! —los saludo Sofía, después de salir del pasillo, tras notar que ya la habían visto, justo cuando Germán comenzó a notar que esos cabellos se le hacían familiares.
Antes de que él pudiera decir algo, Carolina saludó afectuosamente a la otra chica. Esta les comentó que acababa de llegar con la simple intención de curiosear por el lugar, y al verlos ahí, suspendió su actividad para unirse a ellos. Germán no pudo comunicarle a Carolina la sospecha que tenía respecto a que Sofía los estaba espiando, ya que no se le presentó la oportunidad con esta última ahí presente, por lo que pronto lo olvidó.
—Vinimos a comprar con el papá de él —comentó Caro.
—Sí, nosotros lo esperamos acá —continuó Germán, aún pretendiendo que no la había visto entrar al local— ¿Vos viniste con tu mamá?
Aunque quisiera, Sofía no podía mentir, pues sentía que la verdad saltaba a la vista.
—No, vine sola a comprar algo —respondió, lo que la llevó a recordar el motivo por el que estaba ahí—. Voy a aprovechar ahora, que el de la caja no está atendiendo a nadie, así no tengo que esperar.
Fabián, después de haber arrojado dentro del carrito el siguiente artículo de la lista, contempló cómo su hijo y sus dos amigas se dirigían a hablar con el cajero. Germán iba detrás de ellas. No dejó de llamarle la atención el proceder de los dos, y de la recién llegada, pero a ver que era esta última la que empezó a dialogar con el hombre, con los otros dos como testigos silenciosos, asumió que la niña había acudido por un mandado, encargado por su madre, a aquel lugar.
Al permanecer alejado de los niños no pudo oír a Sofía solicitando unos chocolates en barra, y al joven de la caja negándose a acceder a aquella solicitud, debido a la deuda, ya muy elevada, que la madre de la niña tenía con el mercado.
Debido a que Reyna vivía muy cerca del local, y a la frecuencia con que iba a realizar las compras ahí, consiguió ser una de las pocas personas a las que se le permitía pagar en otra ocasión, cuando contara con el dinero para poder hacer eso, agregando su deuda una lista reservada para ella.
El hombre no trató con paciencia a la niña, ya que aquel no fue su primer intento. Además de la ya extensa cuenta de su madre, la niña también había agregado cosas a estas sin consultarlo previamente con ella. Ninguno de los que trabajaba ahí sabía si Reyna hizo algo al respecto en alguna de esos casos, aplicándole algún tipo de castigo o reprimenda, ni les importó nunca. Solo les importaba que la menor hacía el intento de comprar golosinas de vez en cuando, asegurando en cada ocasión que su mamá le había encargado efectuar dicha compra. Ese día llegó a pedir que le dieran aunque sea un solo chocolate, pero el hombre que la atendió insistió en su negativa. Con una expresión de enojo en el rostro, le recordó a la niña que su madre debía ir con ella, y saldar algo de la deuda, para que él pudiera anotarle otra cosa.
Frustrada, y reprimiendo un berrinche, Sofía se encaminó a la puerta de entrada y salida del mercado, seguida por Carolina, quien no quería verla enojada de esa manera, por lo que intentaba hacer algo al respecto. Germán intentó detenerla, ya que su padre les había dicho que no salieran del mercado, pero no lo logró. No obstante, ninguna de las chicas atravesó el umbral de la puerta doble. Sofía se detuvo a un par de metros de distancia de este, y Carolina la imitó.
—¿Qué pasó? —quiso saber esta última— ¿Estás bien? ¿Por qué te enojaste?
—Sí, estoy bien —respondió su amiga, malhumorada—. Es que me molesta que nunca me quieran vender ni un chocolate. Tenía muchas ganas de probar ese, pero no puedo. Solamente tienen que anotarlo y ya está, pero no quieren. Bueno, me voy, nada más vine para intentar eso.
—¡Esperá! ¿No querés quedarte y volver con nosotros? Ya no debe faltar mucho para que nos vayamos.
Sofía no necesitó que le insistieran. Aceptó de buena gana. A pesar de no haber participado de todas las diversiones de Germán y Carolina en aquella última semana, sí pudo divertirse con ellos en más de una ocasión, llegando a sentirse muy cómoda en compañía de la nena nueva de las torres. Esto no se debía simplemente a qué se trataba de una niña, como ella, a diferencia de Germán. Era un motivo, pero había algo más. La consideraba una nena bastante agradable. Aunque sabía que era un juicio algo apresurado, empezaba a creer que podía ser mucho más amable y gentil que todas sus amigas del colegio juntas. Siempre la invitaba a jugar con ella y Germán, buscando incluirla en todo constantemente. Sofía disfrutaba cada vez más estando en su compañía. Ninguna de las chicas que había conocido hasta el momento se le hizo tan buena como esa niña. El interés que demostró ese día, en el supermercado, no hizo más que contribuir a mejorar la opinión que tenía de esa nena, la que jamás la ignoró ni olvidó tenerla en cuenta durante aquella última semana, y claramente nunca lo haría. Esa era la impresión que Sofía tenía de su nueva amiga. No podía decir que Germán le cayera mal, pero le daba lo mismo jugar con él o no, caso contrario con Carolina.
Decidió que, algún día, cuando tuviera la suerte de encontrarla sola, la invitaría a su casa. Estaba convencido de que su madre tendría la misma opinión sobre ella, de que era digna de visitar su departamento, pese a no vivir junto a su mamá, cosa que parecía no agradarle para nada a Reyna.
Hasta el momento no había dicho nada al respecto, al menos no con palabras, pero su hija notó sus modos y expresiones, antes y después de contarle todo lo que Carolina le había relatado sobre el abandono de sus padres y sus tíos.
Ya la conocería, y le caería tan bien como a ella, estaba segura. Carolina regularmente trataba de complacerla, y de convencer a Germán de cambiar su opinión en favor suyo cuando los tres no se ponían de acuerdo en algo. Eso era lo que más le gustaba a Sofía de esa niña.
Ambas regresaron junto Germán, quien no sabía si ir con ellas o con su papá, por lo que se quedó parado donde estaba, siendo ignorado por el cajero, que dejó de prestarle atención a ese trío de niños, en cuanto la hija de Reyna se retiró de ahí.