Emma jamás imaginó que amar a Andrew significaría estar condenada a huir. En un mundo donde humanos, brujos y cambiaformas coexisten bajo frágiles pactos, Emma, una joven común, se ve arrastrada al corazón de una guerra silenciosa tras enamorarse de Andrew, el heredero de una poderosa manada de licántropos. Su amor es puro, peligroso… y totalmente prohibido. Mientras la manada se tambalea y aliados inesperados caen uno por uno, Emma deberá encontrar la fuerza para sobrevivir, escapar y luchar por lo que ama. Pero no está sola: cada elección que haga resonará en un destino mayor, donde el sacrificio, la magia y la sangre van de la mano. Un amor prohibido. Un secuestro brutal. Una guerra inminente.
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Capitulo 9: Peligro en el bosque
El amanecer trajo consigo una brisa fresca que se colaba por las ventanas de la cabaña. Los rayos de sol se filtraban tímidamente a través de las cortinas, iluminando los cuadros que colgaban en las paredes.
Me quedé allí, frente a ellos, como si fueran un portal a un tiempo más sencillo, más feliz.
Las fotos me devolvían miradas llenas de vida: mi madre riendo con esa carcajada tan contagiosa mientras mi padre intentaba alzarme en brazos; mis hermanos y yo compitiendo para ver quién llegaba primero a la cima de una colina; y todos nosotros juntos, abrazados frente a un paisaje que parecía sacado de un sueño.
Por un momento, cerré los ojos e imaginé cómo sería si todo pudiera volver a ser así, si las risas aún llenaran los espacios vacíos de la cabaña, si las discusiones no hubieran dejado grietas en nuestra familia.
Una punzada de melancolía se instaló en mi pecho, pero la ahogué con un suspiro profundo.
Hoy no era un día para lamentarse. Decidí que era un buen momento para retomar una de las tradiciones familiares: el senderismo. Siempre había sido una actividad que nos unía, un escape de todo lo demás. Aunque ahora estuviera sola, pensé que quizás podría encontrar algo de esa vieja paz en los senderos que tanto nos gustaban.
Me cambié rápidamente, optando por ropa cómoda: una camiseta ajustada, unos pantalones deportivos y unas botas de senderismo. En la mochila coloqué una botella de agua, algo de comida y un pequeño botiquín, por si acaso.
No tenía un destino en mente, pero el bosque que rodeaba la cabaña ofrecía infinitas posibilidades.
Antes de salir, me detuve una vez más frente a los cuadros.
—Ojalá las cosas fueran como antes —murmuré, dejando que las palabras se escaparan como un pensamiento que se niega a quedarse dentro.
El aire frío de la mañana me recibió al cruzar la puerta, despejando cualquier rastro de dudas. El sendero comenzaba justo detrás de la cabaña, serpenteando entre los árboles y ascendiendo suavemente hacia las colinas.
Me adentré en él con pasos decididos, escuchando el crujir de las hojas bajo mis botas y el canto de los pájaros que despertaban.
El bosque era un lugar que siempre me había hecho sentir en paz. La mezcla de olores a tierra húmeda, pinos y flores silvestres me envolvía, transportándome a aquellos días en los que corría junto a mis hermanos, persiguiéndonos sin preocuparnos por nada más que por quién ganaría la carrera.
A medida que avanzaba, el paisaje se abría, ofreciendo vistas impresionantes del valle abajo.
Me detuve en un claro para beber un poco de agua y dejar que mi mente divagara. Había algo reconfortante en estar rodeada de tanta belleza natural, como si el bosque supiera exactamente cómo consolar un alma cansada.
Sin embargo, no podía ignorar la sensación persistente de ser observada. Había algo en el aire, una presencia que no podía identificar. Me giré un par de veces, escaneando los árboles y el sendero detrás de mí, pero no vi nada.
—Debes estar imaginando cosas —me dije, sacudiendo la cabeza.
Aun así, no podía quitarme la sensación de encima. Retomé el camino, esta vez con un poco más de prisa, aunque intentaba convencerme de que no había nada de que preocuparse. No tenía sentido sentirme paranoica. Era solo un paseo.
Pero en el fondo, algo me decía que no estaba tan sola como quería creer.
La tranquilidad del sendero se rompió de repente con un sonido que me hizo congelarme en el lugar: el crujido de una rama rompiéndose bajo el peso de algo, o alguien. Me quedé inmóvil, con el corazón latiéndome en los oídos mientras miraba a mi alrededor.
El bosque, que hace un momento parecía tan acogedor, ahora parecía hostil. Los árboles se alzaban como sombras amenazantes, y cada pequeño ruido me ponía la piel de gallina.
—¿Hola? —mi voz salió apenas como un susurro, temblorosa y llena de incertidumbre.
Nada respondió.
Seguí avanzando unos pasos, intentando ignorar el nudo que crecía en mi estómago, pero entonces lo vi. De entre un arbusto cercano emergió una figura que me dejó paralizada: un lobo, grande y de un gris plateado, que brillaba bajo la luz del sol.
Sus ojos ámbares estaban fijos en mí, y un gruñido bajo salió de su garganta, reverberando en el aire helado.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Di un paso hacia atrás, tropezando ligeramente con una raíz, mientras el lobo avanzaba lentamente hacia mí. Su gruñido se intensificó, mostrándome sus colmillos.
—Oh, Dios mío… —susurré, sintiendo cómo el pánico me envolvía.
Sin pensarlo dos veces, giré sobre mis talones y empecé a correr. El ruido de mi propia respiración era lo único que escuchaba, mezclado con el latido descontrolado de mi corazón.
El aullido que vino después me heló hasta los huesos. Era un sonido largo, profundo, que se propagó por el bosque como una advertencia.
—¡No, no, no! —jadeé, mirando brevemente por encima del hombro.
El lobo no estaba detrás de mí todavía, pero sabía que no tardaría. Corrí tan rápido como pude, sintiendo cómo mi mochila golpeaba mi espalda con cada paso, desequilibrándome. Maldecí entre dientes mientras intentaba sujetarla, pero era inútil.
—¡Demonios!
Tropecé con una piedra que no vi a tiempo y casi caigo de cara al suelo, pero logré mantenerme en pie, aunque con dificultad. La mochila me estaba retrasando. Era pesada y me impedía moverme con libertad. Sin pensarlo demasiado, la deslicé de mis hombros y la dejé caer al suelo.
No tenía tiempo para nada más. Solo necesitaba correr.
El bosque parecía un laberinto interminable, y cada vez que creía que estaba ganando distancia, el sonido de ramas crujiendo detrás de mí me decía lo contrario.
Mi aliento formaba nubes de vapor frente a mí, y mis piernas ya comenzaban a doler por el esfuerzo, pero no podía detenerme.
En algún punto, mis pies resbalaron en una fina capa de hielo que no había visto. Todo ocurrió en un instante: el suelo se me escapó de debajo y caí de bruces, golpeando contra unas rocas que sobresalían del sendero.
—¡Ah! —grité al sentir el impacto.
El dolor fue inmediato. Mis manos se raspaban contra la piedra, dejando pequeñas manchas de sangre en su superficie, y mis rodillas palpitaban con un dolor agudo. Intenté incorporarme, pero el hielo hacía que el suelo fuera traicionero.
Me deslicé de nuevo y caí sobre mis codos esta vez, arrancándome otro gemido de frustración y miedo.
Detrás de mí, escuché otro aullido. Más cerca esta vez.
—¡Por favor, no! —rogué, aunque no había nadie para escucharme.
Finalmente, logré levantarme, aunque las piernas me temblaban y cada movimiento era una agonía. El frío mordía mis heridas abiertas, pero no me atreví a mirar atrás. Solo corrí, tambaleándome, sintiendo cómo la sangre se filtraba por mis pantalones y los hacía pegajosos.
El lobo estaba cazándome, y yo sabía que no podía escapar para siempre.
Seguí corriendo hasta que vi el arroyo que bajaba de la montaña. El sonido del agua rugiendo mientras bajaba con fuerza por el arroyo llenó mis oídos, pero no era suficiente para ahogar el martilleo frenético de mi corazón.
Me detuve en seco al llegar a la orilla, viendo cómo la corriente era un torbellino de espuma blanca y agua helada que se estrellaba contra las rocas. Mis piernas temblaban de cansancio y miedo, y mis manos sangraban por las heridas abiertas que me había hecho al caer.
Miré a mi alrededor desesperadamente, buscando una forma de cruzar, pero no había puentes ni troncos caídos que pudieran ayudarme. El agua era traicionera; incluso si lograba lanzarme, la corriente me arrastraría como un muñeco de trapo, y sabía que no saldría viva de allí.
Si no me mataba la corriente lo haría el lobo. Era morir o morir.
El bosque detrás de mí parecía guardar un silencio expectante, como si todo estuviera al borde de estallar.
—Vamos, Emma… piensa… —susurré entre dientes, tratando de no ceder al pánico.
Una idea se formó lentamente en mi mente: seguir la corriente a pie, bajar río arriba hasta encontrar un lugar más seguro para cruzar o, con suerte, escapar del lobo. Era riesgoso, pero quedarme quieta era peor.
Ya veo venir el giro que tomara la trama
Digo, no es normal que ella como humana pueda sentir el aroma de Andrew, se supone que es entre especies.
Es eso o tiene muy buen olfato mi chica Emma 😂😂😅
Necesito mi dosis diaria de Andrew