Una cirujana brillante. Un jefe mafioso herido. Una mansión que es jaula y campo de batalla.
Cuando Alejandra Rivas es secuestrada para salvar la vida del temido líder de la mafia inglesa, su mundo se transforma en una peligrosa prisión de lujo, secretos letales y deseo prohibido. Entre amenazas y besos que arden más que las balas, deberá elegir entre escapar… o quedarse con el único hombre que puede destruirla o protegerla del mundo entero.
¿Y si el verdadero peligro no es él… sino lo que ella empieza a sentir?
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Capítulo 18
Durante años me enseñaron a elegir. El que tiene poder no tiene amor y el que ama, pierde.
Crecí entre verdades frías, entre lecciones dadas con la punta de un arma y un latigo mojado en aceite y acepté. Como se acepta una cicatriz: primero duele, luego se integra. Pero ya no.
Porque por primera vez, después de tanto, entendí que el poder que no protege lo que amas… no es poder. Es solo miedo disfrazado de fuerza.
Me levanté de la cama sin pensarlo dos veces.
Todavía sentía el calor del beso de Alejandra y me ardían las palabras de mi madre.
El amor o el trono.
Como si fueran mutuamente excluyentes. Como si yo, de todos los hombres, no pudiera construir una corona lo bastante fuerte para sostener ambos.
No.
Yo voy a tenerlo todo.
Me moví por el pasillo con pasos firmes, sin importarme el dolor en mis costillas o el ardor de las heridas que aún cicatrizaban. Había guardias vigilando las entradas, empleados reorganizando suministros, Clara y Gabriel en uno de los salones, pero no los miré.
Solo buscaba a una persona y la encontré en el jardín trasero.
Sentada en una banca de piedra, con los brazos cruzados sobre las rodillas, el cabello revuelto por el viento. Tenía los ojos fijos en la línea del bosque, donde el cielo empezaba a cubrirse de nubes pesadas.
No hizo falta que me anunciara.
Alejandra giró la cabeza al sentir mis pasos.
Su rostro cambió apenas. Había tensión en su expresión, como si no supiera si prepararse para discutir o para huir.
—¿Qué hacés acá? —preguntó, sin moverse. —Te dije que debias irte a descansar.
—Necesito hablar contigo— Dije y me detuve frente a ella. No demasiado cerca, aún.
—¿Sobre qué? ¿Sobre cómo estás confundiéndolo todo? ¿Sobre cómo piensas que porque compartimos un beso ahora...
—Voy a tenerlo todo, Alejandra— La interrumpì.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Qué?
—No voy a elegir entre el poder y tu. No voy a elegir entre cuidarte… y mantener este imperio. Voy a construir algo más fuerte. Algo donde estés a salvo, incluso si el mundo se prende fuego.
Ella se puso de pie con los brazos tensos a los costados.
—¿Escuchas lo que dices? ¿Piensas que puedes simplemente... construir un mundo donde todo se doblegue a tu voluntad?
—Lo he hecho antes.
—Y a cuántos has destruido en el proceso, Damián.
—No te quiero destruir. Te quiero a mi lado.
El viento se arremolinó entre nosotros.
Alejandra bajó la mirada, como si necesitara ordenarse por dentro.
Cuando volvió a hablar, su voz fue más baja. Más cansada.
—No estoy hecha para tu mundo. Soy médica, no asesina. No puedo ver cómo se derrumba todo a mi alrededor y fingir que está bien.
Me acerqué un paso más. Ella no se apartó.
—Entonces has que ese mundo cambie. Cambiémoslo juntos.
—¿Y tu madre?
—No me importa lo que quiera.
—¿Y el resto? ¿Tus aliados, tus enemigos?
—Voy a protegerte de todos ellos. Voy a protegerte incluso de mí, si hace falta.
Ella parpadeó, como si mis palabras la golpearan más fuerte de lo que esperaba.
—No puedo prometerte una vida tranquila, Alejandra. Pero puedo prometerte que si te quedás… nunca más vas a estar sola y nadie… nadie se atreverá a tocarte.
Ella apretó los labios.
Y en ese silencio, entendí que aún no estaba lista, pero también que no me había rechazado, solo necesitaba tiempo y yo… por ella, podía esperar.
—No vengo a exigirte nada —dije más suave—. Solo quería que lo supieras.
Me di media vuelta, dispuesto a dejarla.
Y entonces su voz me detuvo.
—Damián.
Giré el rostro.
Ella me miraba con los ojos brillantes, pero firmes.
—No me mientas. No me prometas cosas que no puedas cumplir.
—Nunca te voy a mentir— Le respondí, y la miré a los ojos como si pudiera grabarme en su alma. —Me estoy abriendo a ti por completo, como nunca lo he hecho con nadie.