Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
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Capitulo XV Primer paso
Punto de vista de Marcelo
Diana se estaba comportando de manera extraña, evitaba a toda costa mirarme, y fue cuando entendí que se sentía incómoda porque andaba sin camisa. Mi esposita no era tan fría como lo imaginaba. Estaba sonrojada y, la verdad, se veía hermosa.
La cena estuvo deliciosa y la compañía fue genial, aunque el postre que quería no me permitía acercarme.
—Veo que sabes cocinar muy bien. Dicen que el amor entra por la cocina —comenté, llevando un poco de ensalada a mi boca.
—Solo es pollo con ensalada, no es la gran cosa —Ya me esperaba esa respuesta.
—Para mí es el pollo con ensalada más rico que he probado —Quería provocarla.
—Si tú lo dices... Bueno, he terminado, iré a descansar.
Se levantó rápidamente de la silla sin darme tiempo a detenerla. Sabía que había logrado despertar algo en ella, solo que no sabía cómo manejar la situación, pues Diana ha demostrado no ser como las otras mujeres que he conocido. Por lo que decidí dejarla tranquila y dormir en el sillón esta noche. Tenía que darle su espacio y dejar que fuera el tiempo quien hablara por nosotros. Igual, lo que menos quería era enredarme sentimentalmente con la hija del hombre responsable de la destrucción de mi familia, y si lo pensaba mejor, seguramente la hija era igual a la madre.
Me quedé toda la noche en el sofá, procurando descansar. Sin embargo, la imagen de mi esposa durmiendo en mi cama, sus mejillas sonrojadas al verme y su figura bien definida se plantaron en mi cabeza, haciendo que me olvidara del dolor de mi gente. La necesidad de hacerla mía crecía cada vez más. Estaba volviéndome loco de tanto pensar. El sofá no era lo suficientemente grande como para sentirme cómodo, así que a medianoche me levanté y fui hasta el dormitorio.
Lo primero que vi al entrar fue a Diana usando un pijama cómodo, pero demasiado corto; sus largas piernas estaban al descubierto, abrazada a la almohada. El reflejo de la luna sobre ella fue simplemente provocador. La verdad no sabía cómo iba a escapar de mi propio juego.
Caminé lentamente hasta ella, y fue entonces que una luz aún más brillante nos iluminó. Ella se despertó sobresaltada, y yo dirigí la mirada hacia el helicóptero que nos sobrevolaba. Diana se apresuró a mis brazos, escondiendo su rostro en mi pecho. Yo la protegí por instinto con mis manos, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.
—Vamos, salgamos de la habitación —La llevé hasta el baño, el cual era el único lugar sin paredes de vidrio. Tomé mi teléfono, llamando a mi chófer para que se hiciera cargo de los intrusos.
Una vez la situación fue controlada, Diana salió del baño. Se veía bastante molesta por lo ocurrido.
—¿Imagino que ya solucionaste lo ocurrido? Esto no puede volver a pasar. ¿Y qué tal si hubiésemos estado en una posición comprometedora? No hay cosa que me moleste más que invadan mi intimidad.
Diana caminaba de un lado a otro furiosa. Si la persona del helicóptero estuviera frente a ella, hasta yo lo compadecería.
—Debes calmarte. Además, con nuestra situación actual veo imposible que nos consigan haciendo algo más que dormir y pelear —dije, mostrando una sonrisa sarcástica, aunque me alegraba que se preocupara por la posibilidad.
—¡Eres un idiota! Mejor llevo una almohada y una sábana al baño. Al menos ahí nadie me molestará.
La vi decidida a irse a dormir al baño. Me pareció ridículamente divertida la forma en la que estaba actuando, pero se veía tan linda que no pude evitar tomarla del brazo y atraerla hacia mí.
—Ya no nos molestarán más. Volvamos a la cama y tratemos de descansar.
Ella mordió su labio inferior en un movimiento tan sensual que la resistencia que había mantenido hasta el momento desapareció. La abracé por la cintura, pegándola a mi cuerpo. Acaricié la piel desnuda de su brazo, sintiendo chispas que aparecían en el camino por el cual pasaba mi pulgar.
—Tienes una piel muy suave —dije, siguiendo el camino de su brazo hasta su cuello.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, doblegando su voluntad, su aliento acelerado en mi pecho.
—No sé qué me pasa contigo. Quiero mantenerte alejada, pero al mismo tiempo, cerca de mí —Estaba mostrando mis sentimientos, estaba siendo vulnerable, algo que no había hecho en años.
—Sabes que no puedo confiar en ti. Eres un mujeriego que solo busca meterme en su cama —dijo, su voz agitada.
—Eres mi esposa. Es normal que quiera estar contigo. Si tan solo olvidaras la parte en la que te quiero como un trofeo más...
—No puedo dejar de lado eso. Mejor ve a descansar...
No la dejé terminar lo que estaba diciendo. Sus provocativos labios me impulsaron a besarla. A lo que ella no se resistió. Pensé que finalmente conseguiría lo que tanto anhelaba, pero algo me detuvo. No entendía qué me pasaba, sin embargo, con ella quería que las cosas fueran diferentes.
Me separé, apoyando mi frente contra la suya, mi respiración agitada.
—Podemos intentar conocernos, Diana. Si algo se da entre nosotros, entonces damos el siguiente paso, ¿te parece?
—Sí, me parece perfecto —respondió con una dulzura inesperada.
El acuerdo al que habíamos llegado se estaba convirtiendo en algo más, y lo peor de todo era que no había manera de resistirme a lo que pasaba por mi mente, por mucho que lo negara.