Catalina una joven hija de un ex convicto, creció sin madre con una crianza llena de armas y entrenada por su padre desde niña, decidió no seguir sus paso cuando su padre fue arrestado, arreglándose sola a los 18 años,terminó sus estudios alistandose al ejército.
Pero su vida dio un giro al morir en combate, reencarnando en la protagonista Eludy Volcania de su libro que nunca le gustó, donde la Emperatriz era sumisa a su esposo, quien siempre se mostró el " Gran hombre y esposo" terminando ella con un final colgada frente a todos para ser decapitada.
- Maldita sea, soy la Idiota de la Emperatriz ¿ Porque ella? - Maldecía mientras gritaba al cielo
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Verás...
Eludy llegó rápido, llamando la atención de Jef, que la saludó muy amable con una sonrisa cálida.
—Mi señora, qué bueno que esté fuera de peligro —sonríe.
—Muchas gracias, Jef. Vengo porque la Duquesa Celia dice que salí en la madrugada el día de mi accidente —lo miró fijo. Jef la miró, luego vio a los Duques e hizo una reverencia. Celia lo estaba matando con la mirada.
—¿Es verdad, Jef? ¿Eludy salió tarde en la noche? —interrogó el Duque.
Eludy le sonrió a Jef, pero antes de que hablara, agregó:
—Padre, Jef fue quien me llevó ese día, y fue por la mañana —dijo sonriendo. Jef asintió confirmando sus palabras.
—Sí, mi señor. Ese día la señorita solo quería tomar un paseo —dijo mirando de reojo a Eludy, que asentía. Celia chistó los dientes: la habían dejado como mentirosa, y eso no le convenía.
—Oh… Las doncellas me mintieron, entonces —sonrió nerviosa, tratando de arreglar su error ante la mirada del Duque—. Discúlpame, Eludy, habré entendido mal… —dijo en tono forzado.
—Está bien, cariño. Todos cometemos errores, y no quisiera verlas peleadas a mis dos hermosas mujeres —sonrió el Duque—. Bien, ahora iré a descansar, como es debido —se marchó contento.
Celia miró a Jef con odio y luego a Eludy, que sonreía con evidente burla.
—Te crees muy inteligente, mocosa. No olvides con quién estás hablando —advirtió.
Eludy rió.
—Pensé que ya lo sabías, madre. Siempre fui más inteligente —dijo burlona. Celia chistó los dientes y trató de agarrarla del brazo, pero Eludy recordaba muy bien su vida pasada y cómo defenderse.
Le sujetó la muñeca y la dobló con tal fuerza que Celia soltó un sollozo de dolor.
—Mírame bien, maldita bruja. Estás hablando con la futura Emperatriz, y desde hoy no dejaré que tú ni tu idiota hija me toquen. Así que, si fuera tú —la miró con tal odio que Celia tembló— tendría cuidado con quién estás hablando —sonrió soltando su agarre, haciéndola retroceder incrédula antes de irse.
(Espera y verás todo lo que me hiciste pasar, bruja), sonrió por dentro.
—Señorita… —Jef miró a todos lados—. Eso estuvo increíble…
—Gracias por ayudarme, Jef —Eludy soltó un suspiro de alivio. Tener un amigo en ese palacio la tranquilizaba. Ahora más que nunca necesitaba ojos y oídos.
—Es un honor, mi señora. Siempre estaré de su lado —dijo bajando y subiendo su sombrero.
—Ahora que lo dices… —se acercó mirando que nadie estuviera cerca— necesitaré tu ayuda —sonrió levantando las cejas. Jef se puso algo incómodo por esa mirada, pero asintió.
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El Duque, después de la ducha, quedó dormido como un oso. Celia, en la sala, derrochaba humo mientras se frotaba la muñeca roja.
(Esa maldita mocosa… ¿desde cuándo es tan valiente para enfrentarme? Tengo que darle una lección), caminaba nerviosa de un lado a otro.
—Madre, necesitaré ir con la modista. No me gustan estos vestidos —se quejó Astrid, sentándose.
—¡Habla más bajo! —miró hacia arriba—. Tu padre está acá. Se quedará tres días, así que compórtate. No puede saber que gastas tanto —murmuró ( es tan idiota que seguro ni cuenta se da ).
—No sabía —hizo una mueca—. ¿Qué hiciste con Eludy? ¿Le diste latigazos como la otra vez? —preguntó con una sonrisa emocionada.
—La maldita mocosa me dejó en ridículo con el Duque. Pude arreglarlo, pero no quedará así —suspiró.
—¿Qué? —Astrid abrió los ojos—. Podemos dejarla en ridículo el día del debut, madre. No podrá hacer nada cuando quede sola… o peor aún, hacerla ver como una fácil —sonrió levantando las cejas.
—Mi niña, eres igual que tu madre —rió, y continuaron hablando.
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Jef llegó al pueblo, ayudando a bajar a Eludy. Ella estaba segura de que la información que necesitaba estaría, ni más ni menos, en un bar.
Pidió un postre y se sentó frente a un grupo de hombres que bebían y hablaban. Notó que uno llevaba un arma igual a la que usaban los maleantes aquel día. Su capucha tapaba su rostro, pasando inadvertida.
—¿Estás seguro de que esta noche llegará la entrega? —fumó uno, tomando un trago.
—Sí, la vieja estará ahí —susurró a su compañero.
Eludy tenía un oído excelente, y además sabía leer labios gracias a su entrenamiento de su vida pasada. Por eso había llegado a ser general.
—En el muelle, a las cuatrocientas… —leyó en sus labios. Una sonrisa ladina apareció en su rostro. Esperó a que se fueran para retirarse. (Esa forma de hablar no es de un maleante común), pensó.
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Jef estaba nervioso, pero la esperaba paciente en el carruaje.
—Mi señora, no sabe lo preocupado que estaba. No puede hacer eso otra vez —se secó el sudor.
—Tranquilo, ya conseguí lo que quería —se subió, quitándose la capucha—. Dime, ¿pudiste conseguir lo que te pedí?
—Sí, están en el baúl todos los libros de magia. También supe que la Oficina General de Delitos está investigando la mercadería… pero el informante que investigaba lo mataron. Lo encontraron en el río —murmuró.
(La vieja no es tan lista pata eso.. Alguien más tapa muy bien sus huellas), pensó.
—Bien. Quisiera pedirte una última cosa —dijo con poca fe de que aceptara. Tenía que tener un señuelo.
Eludy le contó su plan y le pidió que consiguiera a alguien para enviar un mensaje. Jef dudaba, pero al verla tan seria terminó aceptando.
—Cuando lo consigas, te diré dónde y cómo debe ser. Le pagaremos para que no hable. Y si nos traiciona… —hizo el gesto de cortar el cuello. Jef asintió y arrancó el carruaje.
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A mitad del camino, se escuchó el grito de un hombre. Eludy sacó la cabeza, reconociendo ese grito de dolor.
—Señorita, no salga, podría ser una trampa —pidió Jef, pero ella insistió cuando vio a un hombre de ropa fina caer al suelo, sangrando del abdomen.
—Detente, Jef —bajó del carruaje y se acercó
—Jef, trae esas hierbas, las flores y un trapo —ordenó.
Cortó su vestido para hacer un torniquete, deteniendo la hemorragia. Con los trapos hizo un tapón y usó el cinturón del hombre para ajustarlo. Trituró flores de león, que enfriaban la sangre y permitían coser la herida.
—Traga despacio, esto te ayudará —le dijo al hombre, que apenas pudo tragar. Él la miraba con ojos fríos, sintiendo que se iba.
(Este es mi final entonces, madre..), pensó antes de desmayarse.
Con la ayuda de Jef, lo subieron al carruaje.
—No podemos llevarlo al palacio. Necesitamos otro lugar —dijo Eludy. Jef asintió y avanzó rápido.
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Llegaron a una casa humilde. Una mujer salió sorprendida, y detrás de ella dos jóvenes ayudaron a llevar al herido a la cama.
—Necesito agua caliente, una aguja, hilo y vendas —ordenó Eludy, atándose el cabello.
Quitó el torniquete y comenzó a coser la herida como una experta. Todos la observaban boquiabiertos.
—Listo —suspiró dejándose caer al suelo del cansancio.
(Tengo que poner en forma este cuerpo. Nunca me cansé tanto en mi vida). Notó el silencio incómodo y miró hacia atrás: todos estaban impactados.
—Ah… yo… —balbuceó.
—Nuestra futura Emperatriz —exclamó la mujer abrazándola—. Qué alegría tenerla en mi humilde hogar —dijo emocionada—. Siéntese, debe estar exhausta.
—Cariño, tenemos que volver —dijo Jef a su esposa.
—No importa, me muero de hambre. Además, no creo que nadie me extrañe si demoro en la “boutique” —respondió Eludy con una sonrisa. La mujer rió feliz.
—Señorita, le presento a mis hijos, César Kos y Luis Kos, y a mi esposa, Marta —dijo Jef. Los jóvenes reverenciaron.
—Un gusto, joven César y joven Luis —sonrió, haciéndolos sonrojar.
—Majestad, usted estuvo increíble. ¿Cómo sabe de medicina? —preguntó César.
—¡César! —regaño Jef.
—Tranquilo, no me molesta —intervino Eludy—. Mmm… no sé si estés listo para esa historia —dijo misteriosa, haciendo que César se emocionara.
—A mí me gusta leer, y un día encontré un libro de medicina. Me gustó tanto que practiqué con frutas —relató.
Todos escuchaban fascinados. Las mujeres no solían estudiar medicina, pero la guerra había obligado a muchos a aprender, aunque pocos podían pagar institución.
(Menos mal que la memoria de Eludy es tan buena… si no, no podría explicar cómo sé tanto), pensó, aliviada.
—Jef, ¿conoces el emblema del hombre? —preguntó dudosa. Ese rostro le sonaba, pero en los recuerdos de Eludy aparecía solo como una sombra.
—No, mi señora. Debe ser del reino vecino —murmuró confundido—. Es hora de irnos, Majestad, antes de que el Duque note su ausencia.
—Sí. Muy rico estuvo todo, señora Marta. Un gusto conocerlos.
Marta sonrió y le dio galletas.
—Espero volver a verla, Majestad. Y no se ponga en peligro.
—Vendré cada vez que pueda. Y si ese hombre da problemas, vayan al ducado del palacio —dijo subiendo al carruaje.
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(¿Por qué me resulta conocido ese hombre?), pensó. (¿Será algún príncipe? Bueno… mientras no sea el primer príncipe o el villano de la novela que lleva a mi reino a la extinción después de mi muerte, estaré conforme.)
Sacudió la cabeza para espantar esos malos pensamientos que le daban escalofríos.
o se porque pero pareciera que le pagarán por colocar esa frase que incómodo ya se me hace ha mi en lo personal