Me hice millonario invirtiendo en Bitcoin mientras aún estudiaba, y ahora solo quiero una cosa: una vida tranquila... pero la vida rara vez sale como la planeo.
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Capítulo 17: ¡Desvergonzado!
—Déjame pensarlo con calma… —dijo Derek Hall, dándose un par de palmadas en la cabeza mientras el leve efecto del alcohol parecía disiparse—. Escúchame bien, Adrián: tú, que siempre fuiste un roble firme, casi inamovible, de pronto floreces… Eso no pasa porque sí.
Su expresión, por una vez seria, tenía un peso inusual.
—Esto no es un capricho, ni una tontería pasajera por soledad o aburrimiento. Se nota en tu cara, en tu mirada… No es algo que hayas decidido solo porque sí. Adrián, ¿me vas a decir que te enamoraste de alguien?
El tono solemne de su amigo lo hizo reír. Adrián Foster esbozó una sonrisa franca, limpia, radiante. Una sonrisa que confirmaba más que mil palabras. Asintió despacio.
—¡No puede ser! —Derek abrió los ojos y la boca como si acabara de presenciar un milagro. Su sorpresa fue tan grande que se quedó petrificado unos segundos, antes de que su lengua se soltara como ametralladora—. ¡¿De quién se trata?! ¿La conozco? ¿Cuántos años tiene? ¿Es de Nueva York? ¿Es rubia, morena, pelirroja? ¿De qué familia viene? ¿Dónde la conociste? ¿Dónde trabaja?
Adrián lo miró con fastidio.
—¿Qué es esto, Derek? ¿Me estás haciendo una entrevista para el registro civil?
Derek rió a carcajadas, pero sus ojos brillaban de pura curiosidad.
Antes de que pudiera seguir presionando, una figura interrumpió la escena: Anna, la novia de Derek, se acercó con paso seguro y una gran sonrisa. Tomó a Derek de la mano y le dijo con dulzura:
—Cariño, ya casi es medianoche y todos esperan que el cumpleañero corte el pastel.
Derek se detuvo un segundo, miró la mano de Anna entrelazada con la suya y luego volvió la vista hacia Adrián. Lo normal habría sido dejarlo todo e ir a cortar el pastel, pero su instinto lo traicionó.
—Un momento, nena. Esto es más importante.
Anna arqueó una ceja, aunque supo leer el ambiente. Con toda la inteligencia emocional que la caracterizaba, se retiró sin protestar.
—Sigan hablando, yo los espero en la pista de baile —dijo, sonriendo con naturalidad.
El ruido ensordecedor del club volvió a alzarse, la música vibró en cada rincón, y la pista estalló en luces y movimientos. Adrián y Derek quedaron otra vez a solas, rodeados del caos, pero aislados en su propia burbuja de conversación.
—Bien —dijo Derek, volviendo a la carga—. Ahora sí, suéltalo. Quiero saber qué clase de mujer logró lo que parecía imposible. ¿Quién fue capaz de conquistar al mismísimo Adrián Foster?
Adrián suspiró y, aunque no tenía obligación de darle detalles, no iba a evadirlo.
—No es ninguna celebridad, ni una chica de Instagram buscando fama. Es alguien que trabaja conmigo. Una ejecutiva, jefa de departamento en mi empresa. Inteligente, seria, independiente. Y sí, me atrae.
Derek silbó, divertido.
—¡Vaya, vaya! Así que la oficina dio fruto. Y yo que pensaba que solo firmabas cheques y jugabas en la bolsa. —Se inclinó hacia él con descaro—. Dime que al menos es tan hermosa como las modelos que te rondan.
—Para mí lo es. —La firmeza de Adrián lo dejó claro—. Pero no estoy aquí para que te burles, sino para pedirte un consejo.
Derek alzó las manos, fingiendo inocencia.
—Hermano, me conoces. Nunca he tenido que perseguir a una mujer. Ellas siempre vienen a mí. ¿Qué consejo podría darte yo?
—Exacto. —Adrián sonrió con ironía—. Eres un descarado.
Derek tomó un trago de cerveza y, de pronto, su tono cambió. Aunque solía presumir, había en él cierta sabiduría mundana.
—Está bien, escucha. Te lo digo en serio: lo primero es nunca ser un lamebotas. Los hombres que hacen eso terminan humillados. Si vas detrás de una mujer como un perro faldero, lo único que logras es que te pierdan el respeto.
Adrián lo escuchó en silencio.
—El amor —continuó Derek— es un ida y vuelta. No se trata de que ella se conmueva porque le mandes flores todos los días, ni de que te mates por complacerla. Se trata de que ambos se inspiren mutuamente. Si no hay reciprocidad, no hay nada.
Por una vez, Adrián admitió que su amigo tenía razón.
—Supongo que hasta tú, con tu vida de playboy, puedes tener un momento de claridad —dijo, medio en broma.
—Por supuesto. Soy un experto —respondió Derek, inflando el pecho como si acabara de dar una conferencia universitaria—. Tal vez no persiga a nadie, pero sé cómo piensan. Créeme, sé reconocer cuándo una mujer está de verdad interesada… y cuándo solo busca un apellido o una cuenta bancaria.
La conversación se interrumpió cuando los gritos en el club aumentaron. La música bajó de golpe y las luces apuntaron al centro del local. Allí, un enorme pastel en forma de barco pirata era traído entre aplausos y vítores.
Derek fue empujado suavemente hacia adelante. Todos lo miraban expectantes.
—Vaya, es hora de cortar el pastel —dijo Adrián, cediendo ante la multitud.
Con una sonrisa amplia, Derek tomó el cuchillo y alzó la voz:
—Hoy solo pedí un deseo: una vida tranquila. Pero ya que la codicia nunca falta, pediré otro… que mi hermano Adrián tenga éxito inmediato en esta nueva etapa.
Todos aplaudieron, y las luces lo envolvieron como si fuera el protagonista de una película. Adrián levantó su vaso de cerveza y brindó junto a él.
El ambiente estalló en euforia. La música volvió a reventar, la gente se lanzó a la pista y el pastel terminó convertido en munición. Crema por todas partes, chicas riendo con sus vestidos arruinados, chicos con el rostro cubierto de chocolate. El caos era absoluto.
Adrián, sin embargo, se apartó. Comió un pedazo en silencio, observando desde fuera. Él no encajaba en ese tipo de locuras.
Fue entonces cuando volvió a aparecer la mujer del vestido negro. Su silueta, resaltada por las luces, caminó hacia él con paso seguro.
—Siempre pareces fuera de lugar, incluso aquí —dijo, sonriendo.
—Quizás porque no necesito encajar en todo. —Adrián respondió tranquilo.
Ella rió suavemente.
—Me gustas por eso. —Le extendió una tarjeta—. ¿Vienes conmigo esta noche?
Sus ojos brillaban como un arma seductora. La mayoría de hombres habrían aceptado sin pensarlo. Derek, seguro, ya la tendría en brazos.
Pero Adrián negó con la cabeza.
—No siento nada por ti. Lo siento.
La mujer lo miró incrédula, como si nunca antes la hubieran rechazado.
Adrián terminó su vaso, lo dejó en la mesa y añadió:
—Tengo algo más que hacer. Pásala bien.
Se giró sin más y se marchó del club. El ruido, el exceso, el caos… ya era suficiente. Él tenía metas más claras que todo eso.
Derek lo vio irse y sonrió con resignación. Lo conocía demasiado bien: incluso quedarse hasta medianoche ya era un logro para él.
Cuando Anna le preguntó, sorprendida, si Adrián de verdad le había dejado el Rolls-Royce, Derek lanzó la llave al aire y la atrapó con un guiño.
—Claro. Soy su mejor amigo. Para él, un coche de lujo es solo una gota en el océano.
Anna intentó insistir, insinuando que su mejor amiga —la mujer del vestido negro— aún quería otra oportunidad con Adrián. Pero Derek la cortó en seco.
—Ni lo sueñes. Adrián ya tiene a alguien que le importa de verdad. Y créeme, ese tipo de mujeres… no le interesan.