Ella necesita dinero desesperadamente. Él necesita una esposa falsa para cerrar un trato millonario.
El contrato es claro: sin sentimientos, sin preguntas, sin tocarse fuera de cámaras.
Pero cuando las cámaras se apagan, las reglas empiezan a romperse.
NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El guardián inesperado
...CAPÍTULO 20...
...----------------...
...EMMA RÍOS ...
...💎...
Desperté con un nudo en el pecho y un dolor fuerte en la cabeza.
Había dormido poco.
Las palabras de anoche —las suyas, las mías, las de mi padre— se repetían en mi cabeza como un eco que no sabía cómo apagar.
La habitación estaba fría. Leonardo ya no estaba.
No dejaba rastro de nada, solo ese leve aroma a su colonia que se aferraba a las sábanas.
Me metí bajo la ducha, intentando borrar el temblor de mis manos. Pero no lo logré.
Cuando salí, con el cabello húmedo y la bata ajustada, escuché un golpe suave en la puerta.
—¿Señora Blake? —La voz de Susan, su asistente, sonaba formal pero amable.
Abrí la puerta apenas un poco.
—¿Sí?
—El señor Blake quiere verla en su despacho —anunció con esa sonrisa de siempre—. Dijo que la espera antes de irse a la empresa.
Parpadeé, confundida.
—¿Ahora?
—Ahora —repitió Susan, sin inmutarse.
Genial. Ni siquiera me había tomado el café.
Me vestí con lo primero que encontré: unos pantalones beige, una blusa blanca sencilla y el cabello suelto. No tenía ánimos para impresionar a nadie.
Cuando llegué al despacho, él estaba de pie, junto a la ventana. Impecable, con el traje gris oscuro perfectamente ajustado. Pero lo que realmente llamó mi atención fue el hombre que estaba a su lado.
Era imposible no notarlo.
Alto. De hombros anchos y postura militar. Su piel era de un tono dorado, los ojos verdes, casi felinos. Tenía el cabello castaño oscuro y una barba de unos días que le daba un aire salvaje, peligroso, demasiado atractivo para mi paz mental.
Y esa voz…
—Señora Blake —dijo él con una ligera inclinación de cabeza—. Un placer conocerla.
Su acento era distinto.
No era de aquí. Algo entre británico y del norte de Europa, grave, arrastrado, que se sentía más que se escuchaba.
—Emma —respondí, intentando sonar neutral mientras le tendía la mano.
—Abel Maxwell —replicó, estrechándola. Su toque fue firme, cálido, casi eléctrico.
Aparté la mirada antes de que mi cerebro decidiera traicionarme con algún pensamiento estúpido.
—¿Y a qué debo esta reunión tan temprano? —pregunté, dirigiéndome a Leonardo.
Él soltó un suspiro leve, sin siquiera voltear.
—Quiero saber qué harás hoy.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que salgas sola después de lo que pasó ayer —respondió con calma forzada. Luego me miró—. Así que, por seguridad, tendrás acompañamiento.
—¿Acompañamiento? —repetí, casi ofendida.
Leonardo asintió, imperturbable.
—Abel será tu nuevo chofer y guardaespaldas personal. Te llevará a donde necesites y se encargará de todo lo que requieras.
Me tomó dos segundos procesarlo.
—¿Me estás poniendo un guardaespaldas?
—Te estoy cuidando —corrigió, con ese tono de autoridad que tanto detestaba—. No pienso discutirlo.
Quise replicar, pero su mirada me lo impidió. Era de esas miradas que no admitían negociación.
—Encantador —murmuré con sarcasmo.
Leonardo solo tomó su blazer del respaldo de la silla y se lo colocó.
—Susan, vamos. Llegaremos tarde.
—Por supuesto, señor Blake. —La mujer le siguió de inmediato.
Antes de salir, Leonardo se giró un instante hacia mí.
—Y, Emma… si necesitas algo, pídelo a través de él.
Y se fue. Así. Como si acabara de encargarme a un niñero.
Suspiré, apretando los labios.
Me quedé a solas con Abel, que parecía divertirse con la escena.
—¿Siempre es así de… encantador? —preguntó, arqueando una ceja mientras sonreía con descaro.
—Depende del día. Hoy está en modo amo y señor del universo. —Me crucé de brazos.
Abel soltó una carcajada grave.
—Lo recuerdo igual. Nada cambia con el jefe.
—¿Ya habían trabajado juntos?
—Sí —asintió—. Hace unos años, en Londres. Yo formaba parte de su equipo de seguridad privada. Aunque debo admitir que es la primera vez que me asigna a alguien tan guapa. —Su sonrisa era un arma.
Rodé los ojos, intentando ocultar el calor que subía a mis mejillas.
—Te ahorrarías muchos problemas si no intentas coquetear con la esposa de tu jefe, ¿sabes?
—Tranquila, señora Blake. —Me guiñó un ojo—. No estoy coqueteando, solo hago observaciones profesionales.
—¿Profesionales?
—Claro —dijo con fingida seriedad—. Si vas a ser mi protegida, necesito conocer tus puntos débiles. La distracción es una vulnerabilidad.
—¿Y cuál crees que es mi punto débil, Maxwell? —pregunté, desafiante.
Su sonrisa se ensanchó.
—Aún no lo sé, pero prometo descubrirlo.
Me hizo reír un poco.
—Perfecto —bufé—. Solo no me sigas al baño y estaremos bien.
—Lo intentaré. —Le guiñó un ojo nuevamente.
El trayecto en el auto fue… peculiar.
Abel conducía con una mano, relajado, tarareando algo en voz baja mientras yo revisaba mi agenda.
Cada tanto me lanzaba alguna pregunta absurda: si me gustaba el café fuerte, si prefería perros o gatos, si me daba miedo volar.
—¿Esto es parte de tu protocolo de seguridad o solo estás aburrido? —le pregunté.
—Ambas —respondió sin inmutarse—. Pero si me lo preguntas, prefiero tener una conversación que escuchar cómo sigues suspirando cada vez que menciono al señor Blake.
—No suspiro.
—Ajá —dijo divertido—. Claro que no.
Quise decir algo más, pero me descubrí sonriendo. Y eso, después de todo lo que había pasado, era raro.
Tal vez ese día no iba a ser tan malo después de todo. Aunque, en el fondo, presentía que Leonardo Blake no iba a estar nada feliz con lo bien que me caía Abel Maxwell.
...----------------...
La mañana avanzó más rápido de lo que esperaba.
Abel resultó ser más hablador de lo que cualquier guardaespaldas debería ser, y su humor sarcástico lograba arrancarme risas cada tanto, aunque yo intentara mantener una actitud “profesional”.
—No sabía que “una salida rápida” significaba recorrer media ciudad —bufó mientras acomodaba las bolsas en el asiento trasero—Debería pedir un incremento de salario.
—Deja de quejarte —dije riendo—. Solo son unos regalos para mi hermana Sofia, no es nada del otro mundo.
—“Nada del otro mundo”, dice la señora —replicó él con una sonrisa burlona—. Creo que tengo una hernia nueva gracias a ti.
—Exagerado.
—¿Exagerado? Mira esto. —Levantó una bolsa enorme—. ¿Qué diablos es esto?
—Un peluche.
—¿Un peluche? ¡Esto pesa más que una persona!
Me reí tan fuerte que la gente alrededor se volvió a mirar. Él me hizo un gesto teatral de indignación y yo solo negué con la cabeza. Era la primera vez en días que me sentía tan ligera.
Después de varias tiendas, decidí ir a la cafetería donde me había citado mi madre.
No quería hacerlo, pero no presentarme solo empeoraría las cosas.
El lugar estaba lleno de gente elegante, música suave y un aroma a café importado.
Ella ya estaba ahí, impecable como siempre, con su cabello rubio perfectamente peinado, una blusa beige y ese aire de superioridad que nunca perdió.
A su lado, su bolso de diseñador.
Por supuesto.
—Emma, querida —dijo, levantándose apenas para darme un beso en la mejilla. Su tono era tan falso que casi podía oír el veneno chorrear—. Llegas justo a tiempo.
—Tenía unas diligencias —respondí con cautela, dejando mis bolsas en el suelo.
—Veo que sí. —Sus ojos se desviaron hacia la ventana. Seguían la figura de Abel, que se había quedado fuera, apoyado en la camioneta negra, revisando su teléfono. Ella frunció los labios—. ¿Y ese hombre?
—Mi guardaespaldas.
—¿Tu qué?
—Mi esposo quiso que tuviera seguridad después de lo que pasó con papá —expliqué, sin ganas.
Ella soltó una risita nasal.
—Claro, porque ahora eres la señora Blake. —La manera en que lo dijo me hizo querer levantarme e irme. Pero me contuve.
El mesero llegó con nuestras bebidas: un café para ella, un capuchino para mí. Cuando se fue, mi madre apoyó las manos sobre la mesa con una elegancia forzada.
—Te cité porque necesitamos hablar seriamente —dijo.
—¿Sobre qué?
—Sobre tu padre.
La sola mención me endureció los hombros.
—¿Qué pasa con él?
—Emma, no puedo permitir que siga haciendo esos espectáculos. —Su voz se tornó dura, fría—. Ayer fue a mi casa, borracho, gritando tu nombre frente a los niños y a mi esposo. ¿Tienes idea de lo humillante que fue eso?
La miré, incrédula.
—¿Y crees que yo lo mandé?
—No, pero deberías controlarlo. —Sus palabras cayeron como cuchillos—. Es tu responsabilidad. Tú tienes los medios ahora. Deberías asegurarte de que no siga avergonzándonos.
—¿Avergonzándolos? —repetí, sin creer lo que oía—. Mamá, ese hombre te amó, te sostuvo cuando no teníamos nada. Fue tú quien lo dejó tirado.
Ella chasqueó la lengua.
—Por favor, no dramatices las cosas. Yo hice lo que tenía que hacer. Y si tú fueras inteligente, harías lo mismo.
—¿Qué significa eso?
—Que dejes de meterte en cosas que no te competen. —Su mirada se endureció, pero luego sonrió, venenosa—. Mira lo bien que te está yendo, Emma. Una casa enorme, chofer, guardaespaldas… un marido poderoso. —Levantó una ceja—. No entiendo por qué sigues jugando a la hija mártir.
—Porque no olvidé de dónde vengo.
—Pues deberías —replicó con una calma helada—. Ese hombre es un lastre.
—Ese “hombre” es mi padre.
—Y un adicto—disparó, bajando la voz para que nadie más la oyera—¿De verdad quieres que ese tipo siga arruinando tu imagen? ¿La de tu esposo?
Me quedé muda.
Sentí un nudo formarse en la garganta, una mezcla de rabia y dolor.
Ella me miraba con esa superioridad disfrazada de preocupación.
—Mamá… ¿De verdad estás tan avergonzada de lo que fuiste?
—No lo entiendes —respondió, hastiada—. Construí una vida estable, decente. Y tú deberías hacer lo mismo.
—¿A costa de negar a tu propia familia?
Ella me sostuvo la mirada un segundo… luego apartó la vista.
—Solo quiero que no me avergüences, Emma.
Eso fue todo.
Me levanté despacio, agarré mi bolso y las bolsas.
—Tranquila, Antonia —dije con una sonrisa amarga—. No te preocupes. Yo no voy a avergonzarte. Ya haces un excelente trabajo sola.
No esperé su respuesta.
Salí del lugar con la cabeza alta, pero por dentro me estaba rompiendo.
—¿Todo bien? —preguntó Abel, al verme salir con los ojos húmedos.
—Perfecto —mentí, subiendo a la camioneta.
Él solo arrancó el motor en silencio.
qué terrible tener que lidiar con una persona, que se supone debe amarte y velar por tí, en cambio lo que recibes es pura miseria.
Bien dice la Biblia: "de la abundancia del corazón, habla la boca"........🤔
los golpes de la vida hacen madurar y formar otra perspectiva de la vida !!!!!.....🤔😌